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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Policíaco

El ángel rojo (33 page)

BOOK: El ángel rojo
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–No; se lo explicaré todo, todo… Todo lo que quiera.

–Lárgate.

Desapareció más deprisa que una estrella fugaz. Intuí que a partir del día siguiente habría que asignarle un equipo de vigilancia.

Volví a subir con paso de penitente hasta mi apartamento. Delante de la puerta cerrada de Doudou Camelia, el olor de los akras de bacalao se había extinguido y sentí, por primera vez, una inmensa ola de vacío y soledad estrellarse sobre mi alma.

Cogí una botella de whisky, un Chivas de quince años, de la parte trasera de la pequeña barra de mimbre; y me tragué un primer vaso bien cargado sin apreciar realmente el gusto antiguo de las tierras envejecidas. Repetí la operación varias veces, hasta que mis pensamientos alzaron el vuelo a mi alrededor, como gaviotas graznando en el viento.

Formas extrañas cobraban vida en mi cabeza, sombras imposibles de definir, siluetas deformadas, diabólicas, acurrucadas sobre ellas mismas en un rincón de mi mente. Intentaba pensar en cosas bonitas pero no lo conseguía, como si la propia belleza se hubiese vestido con el rostro de la muerte. Veía a esas chicas que provocaban el vicio al exhibirse en internet, recordaba la cinta de los Torpinelli en la tienda de Fripette,
Violación para cuatro,
y esas listas infinitas de sitios pedófilos escupidas por las impresoras de Serpetti. Sabía que el Mal se desplegaba sobre el mundo en una gigantesca marea negra.

Poupette
la Caprichosa se negó a hacer su paseo nocturno. Aquella noche más que nunca necesitaba su consuelo, su dulce canto jovial, la alquimia secreta de su perfume. Por mucho que me ensañé con la palanca, los ejes ni se inmutaron.

Nuevos tragos de alcohol, más generosos. No, aquella noche rechazaba la soledad. Llamé a Elisabeth, me encontré con el contestador y luego llamé a casa de Thomas. Otro contestador. Seguramente estaba con su amiga Yennia.

Acabé por dormirme, ebrio, lejos, muy lejos de lo que había sido un día, un comisario de policía respetable que amaba su oficio.

Capítulo 12

Hay días en que la suerte, o mejor dicho, una suerte provocada, decide llamar a tu puerta. Aquella mañana, la suerte se llamaba Vincent Crombez.

–No ha sido muy buena idea dejar su móvil apagado, comisario.

–Olvidé cargarlo. Ayer no estaba muy animado.

–Tiene la cara de los malos días. ¡Hay buenas noticias, muy buenas noticias! Delhaie ha hecho un trabajo maravilloso a partir de la lista de estudiantes, pero no hemos obtenido nada.

–¡Cuéntamelo! Y deja de hacer el gilipollas, no estoy de humor. ¿No habrás venido para decirme eso?

–Tuvo una muy buena intuición con lo de las bibliotecas y he de reconocer que el inspector Germonprez tiene el olfato de un podenco. ¡Sin salir de su despacho!

–¿Cómo?

–Casi todas las bibliotecas disponen de sitios internet. Con una cuenta especial, se puede acceder al
backoffice,
la interfaz que permite gestionar la biblioteca y a sus abonados desde cualquier lugar del mundo. Puesto que los bibliotecarios deben colaborar con la policía, le han suministrado sin muchas pegas los accesos necesarios para consultar la base de datos. A fuerza de husmear, Germonprez ha recogido una lista de libros muy interesantes, solicitados en la biblioteca René-Descartes por un tal Manchini, estudiante de tercero en la escuela de la profe agredida, Violaine. Los títulos no le dirán nada y parecen anodinos. Cosas del tipo
La Santa Inquisición: la caza de brujas, Los hilos del oficio, La Francia prohibida.
Es este último título el que le puso la mosca detrás de la oreja, porque Germonprez ya había alquilado la cinta de vídeo que trataba el mismo tema, una especie de investigación sobre los ambientes sadomaso en Francia. El libro
Los hilos del oficio
trata sobre el arte del
bondage
en Japón, y en cuanto al libro sobre la Inquisición, describe con gran precisión los instrumentos de tortura que se utilizaban en aquella época. De la gran cantidad de libros solicitados por Manchini, todos tienen en mayor o menor medida relación con el sexo, la tortura y el dolor.

–¿Has podido investigar a ese Manchini?

–Me dirigía justamente a la central, pero he preferido dar un rodeo y pasar por su casa, dado que no podía localizarle e ignoraba si se presentaría hoy en el despacho.

–Vale. No vas a la central, vamos a ir a esa escuela. Oficialmente, se trata de una breve visita de cortesía.

–¿Por los gendarmes?

–Exacto. He presentado una petición al juez de instrucción, Kelly, que ha insistido personalmente ante el procurador de la República para que fusionen los casos y se trabaje en colaboración. Pero aún no han decidido nada. Y no tenemos tiempo para esperar el papeleo.

El letrero con la sigla de la ESMP, la Escuela Superior de Microelectrónica de París, dominaba la corta avenida Foch donde se perdían unos árboles aislados y un simulacro de vegetación plantado por la mano del hombre. A lo largo de las paredes de un restaurante universitario, en una calle transversal, bramaban elefantes con tambores de detergente a manera de patas, orejas de cartón y tejido y una trompa de poliestireno. Las novatadas estaban en pleno apogeo. Los MVV -Muy Venerables Veteranos- y los MMVV -Muy Muy Venerables Veteranos- se lo pasaban en grande echando litros de sopa de pescado en las cabelleras maltratadas de los novatos. Fragmentos de canciones lascivas, himnos a la ESMP salían forzados de las bocas donde se adentraba con generosidad la espuma de afeitar.

–Me da la impresión de que los novatos están recibiendo una buena -observó Crombez avanzando a saltitos con las muletas.

–Las novatadas nunca han sido suaves. Son una vía abierta a los abusos de todo tipo.

Una secretaria nos anunció en la recepción y el director se presentó pocos minutos después. Su enorme cabeza, apoyada en un cuello delgado, le daba el aspecto de una tortuga, y mi sensación se confirmó cuando me fijé en su perfil: tenía una nariz que podría cobijar una colonia de vacaciones. Las gafas de cristales anchos, color caparazón de tortuga justamente, vigilaban sobre la parte alta de su frente despejada como otro par de ojos.

–¿Policía, gendarmería, policía? – me espetó-. ¿No podrían organizarse para venir una sola vez? ¡Tengo un trabajo de locos con el inicio del curso escolar!

Pequeñas venas se le abultaban de la garganta, como esquirlas de hueso.

–Hemos venido a hablar concretamente de uno de sus alumnos.

–Alumnos ingenieros -corrigió-. Les escucho, pero dense prisa, por favor.

–Manchini, alumno de tercero.

–Manchini… Manchini… Ah sí. ¿Qué ocurre?

–De hecho, nos gustaría que lo convocase a su despacho.

–¿Cuál es el motivo?

–Nos gustaría avanzar en la investigación del caso Violaine.

–Bueno, ¿y cuál es la relación con Manchini? Espero que no sospechen de uno de mis alumnos ingenieros. Ustedes…

–Hacemos nuestro trabajo. Han agredido a una de sus profesoras; y es normal, ya que pasaba la mayor parte del tiempo con sus… alumnos ingenieros, que nos orientemos en esa dirección.

–¿Por qué Manchini?

–Vaya a buscarlo, por favor.

–Han venido en plenas novatadas. No hay clases durante tres días. Debe de estar fuera, con los demás.

El cortejo de elefantes se había desplazado al patio interior de la ESMP, dejando tras de sí una cola de espuma de afeitar, huevos podridos y salsas de todo tipo.

–¡Por Dios! – soltó Crombez-. Podríamos seguirles sólo por el olor; huele a pescado fermentado.

Unos MVV con batas blancas gritaban por los megáfonos, y los pobres elefantes, en el momento en que llegamos, empujaban las paredes donde se amontonaban los unos sobre los otros para formar un milhojas gigante. Un estudiante fumaba en un rincón tranquilo, los bolsillos cargados de material antinovatos. Lo escogimos como interlocutor.

–Nos gustaría poder hablar con Alfredo Manchini -intervino Crombez, disfrutando visiblemente.

–¿Alfredo? No le hemos visto esta mañana.

–¿No debería estar aquí?

–Sí. No es muy de su estilo perderse las novatadas…

–¿Por qué?

Aplastó la colilla con el pie.

–¿Quiénes sois? No solemos hablar mucho con los desconocidos. Probad en otro lado. Quizá yo esté ahí…

Aquel facha de tres al cuarto nos dirigió una sonrisa socarrona, provocadora. En la espalda de su camisa, un dibujo al carboncillo representaba una hamburguesa con novatos relegados al papel de carne. Se llamaba MVV Burger. Dio un paso adelante con determinación hacia la masa compacta de elefantes, pero le puse una mano pesada sobre el trapecio izquierdo.

–¡Ay! ¡Me haces daño, gilipollas!

–Vas a escucharme, mamarracho de mierda especialista en electrónica. – Le puse la placa debajo de las narices-. Soy comisario de la policía de París. Si me tocas los huevos podría ponerme nervioso; y puedes preguntárselo a mi colega, ¡más vale que no me ponga nervioso!

Crombez agitó la mano y puso la boca en forma de o, como si dijese: «¡No, más vale que no le pongas nada nervioso!».

–¿Comisario de policía? Pero ¿qué quieren de Manchini?

–Limítate a contestar a mis preguntas. Voy a tutearte. ¿Te importa que te tutee?

–Mmm… No.

–¿Por qué Manchini no se habría perdido por nada del mundo las novatadas?

–El año pasado, se lo pasó teta. Es bastante creativo en este ámbito, creo.

–¡Sé más explícito!

Echó un vistazo a su alrededor y luego bajó la voz.

–Se inventó lo que llamamos El Tribunal, una velada especial en la que juzgamos a los novatos por su obediencia y buen comportamiento durante los tres días.

–¡Explícamelo!

–Algunos novatos son más rebeldes que otros, y a ésos, les hacemos recibir más durante El Tribunal.

–¿Y eso qué significa?

–¡Oh! Nada muy malintencionado. Los encerramos en salas acondicionadas como sótanos, les tiramos vísceras o los aprisionamos al lado de una cabeza de ternera pelada.

–¿Y supongo que hay abusos?

–¡Por supuesto que no! ¡Todo es legal! Todos los MVV que están aquí, antiguos novatos, se lo dirán. La novatada une a una promoción. Les prepara para atravesar los duros años de estudios que les esperan.

–¡Mogollón! – vociferó Crombez.

Un elefante se lanzó a correr por el patio con tambores en los pies, y fue frenado en su carrera enloquecida por una zancadilla. Quedó aplastado contra el suelo como una sandía demasiado madura.

–¿Esto es legal? – ironizó Crombez señalando al elefante en mal estado.

–Es un rebelde. A los rebeldes hay que someterlos, de lo contrario siembran la cizaña y después perdemos el control de las tropas.

–¿Estás seguro de que Manchini no está aquí?

–Sí. Hemos tenido que enchufarle su novato a otro MMVV.

–¿Conoces bien a Manchini?

–Bastante. Pero en clase, no es un tío de los expansivos.

–Desde el punto de vista de los estudios, ¿qué tal?

–Es un alumno medio. A veces incluso un poco retrasado.

–¿Julie Violaine es profesora suya?

–De todos nosotros.

–¿Y qué tal es el comportamiento de Manchini?

–Clásico, incluso discreto. No es el típico tío echado para adelante. Se le puede dejar en un rincón y recuperarlo al año siguiente: no se habrá movido.

–En materia sexual, ¿qué tendencias tiene?

–¡Yo no tengo ni idea! ¿Cómo quieren que…?

–¿Nunca habláis de eso entre tíos?

–Sí, pero…

–Pero ¿qué?

–Manchini tiene pinta de estar… un poco fuera de onda. Cada vez que hablamos de sexo entre nosotros, se escabulle. Parece que no le interesa.

–¿Dónde podemos encontrarlo?

–En la residencia universitaria Saint-Michel, dos avenidas más arriba. Si le ven, ¡díganle que se venga!

Venas de hiedra infectaban la residencia en toda su superficie como un cáncer de piedra. La verja de hierro forjado de la entrada se abría a un camino de adoquines viejos, flanqueado por arriates cuidados.

Para llegar a la habitación de Alfredo Manchini sobornamos a la portera, que se parecía al mayordomo Néstor de Tintín, pero en más femenino. Siempre y cuando el término femenino pueda aplicarse a este tipo de personaje: un huerto de espinillas le manchaba la nariz y una pelusilla de pelos que haría palidecer a un pollito le cubría la barbilla. Un inhibidor de amor de tremenda eficacia.

Tras haber llamado a la puerta de Manchini varias veces sin éxito, le pedí que nos abriera con su duplicado de llaves. Dudó, los ojos fijos en mi chaqueta como si intentase adivinar en ella la forma de mi arma.

–No sé si puedo. Veo las series policíacas. ¿No deberían tener una orden o algo así?

Me la camelé bien para convencerla. Echó un vistazo al pasillo e inclinó la barbilla.

–Oiga, ¿puedo tocar su pistola?

–¿Cuál? – soltó Crombez con una sonrisa poco considerada.

–¡Oh! ¡Es usted un guarro! – exclamó, indignada.

Le enseñé la pipa y acabó abriéndonos.

–Gracias señora. Déjenos la llave. Cerraremos y le avisaremos cuando hayamos terminado la inspección.

Mientras Inhibidor de Amor se alejaba Crombez me susurró:

–¡Madre mía! Estoy convencido de que perdería dos kilos si le quitásemos los puntos negros que se pelean sobre su napia. ¡Vaya careto, parece la superficie de Marte!

–¿Disculpe? – soltó volviendo hacia nosotros.

Crombez se sobresaltó, pero no tanto como yo. Con un movimiento de la cabeza, le hice entender que no nos referíamos a ella.

La superficie útil de la habitación universitaria equivalía a la de mi apartamento, si no fuese porque cuanto había allí, muebles, cadena de música, vídeo, costaba tres veces más que lo que tenía yo en casa.

–¡Qué bien se lo pasa este tipo! ¿Ha visto la pantalla de plasma colgada de la pared? Cuesta unos ocho mil euros, un juguetito así -exclamó Crombez, admirado.

–Registra la habitación y el cuarto de baño. Yo me encargo del salón.

Crombez efectuó una rotación completa sobre una sola muleta, como un acróbata.

–¿Qué buscamos? – preguntó acto seguido.

–Todo lo que pueda acercarnos a la verdad.

Abrí las puertas del mueble de la tele, tras haberme encargado del cerrojo, y descubrí una cantidad increíble de cintas y DVD. Películas bélicas, como
Pearl Harbor
o
Salvar al soldado
Ryan,
comedias, películas policíacas y un buen montón de películas porno de tendencia sadomasoquista, firmadas por Torpinelli. Al fondo del salón, observé con avidez las diferentes cubiertas de las obras que aplastaban con su conocimiento las tablas de los armarios de roble. Mecánica cuántica, termodinámica, topología, ciencias humanas y sociales… Charlatanería de estudiante.

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