–Entonces ¡explícame por qué Manchini no tenía una botella de agua!
Crombez abrió los ojos desmesuradamente.
–¡Es verdad! Todo esto es muy turbio…
–Aún más teniendo en cuenta el testimonio de la vecina de habitación: lo oyó volver la noche pasada hacia las once, y luego marcharse alrededor de las tres. No soy forense, pero he visto suficientes cadáveres para asegurar que éste no es de esta mañana.
–¿Le habrían matado durante la noche?
–Eso parece. Y una sesión de musculación en plena noche me parece muy poco probable, sin olvidar los datos borrados del ordenador. Quizás había alguien interesado en que Manchini desapareciera.
Esperamos en el salón mientras la policía científica llevaba a cabo su trabajo de toma de muestras. El excelente Dead Alive, con una arpillera de color pan quemado y jersey de camionero con cremallera hasta el cuello, exhibía una nariz que hubiese sido la envidia de un násico.
–Me ocupo de éste y luego me cojo la baja por enfermedad -gruñó-. Estoy más que harto de pillar resfriados la mitad del año sin tener tiempo de curarme. ¿Habéis visto mi napia? Parece un farolillo.
–Es usted muy amable al hacer esto por nosotros, doctor.
Una vez concluido el trabajo de la científica, nos acercamos de nuevo al difunto Manchini. Van de Veld examinó el cabello moreno del cadáver y las diferentes partes del cuerpo antes de centrarse en el pecho.
Puso en marcha el dictáfono.
–Ninguna herida ni lesión aparentes en la cabeza, en los miembros ni la espalda. Presencia de derrames sanguíneos mínimos en las aletas de la nariz, diámetros desiguales de las pupilas, presencia de excoriaciones en los pectorales derecho e izquierdo, seguramente debidas al roce de la barra metálica. – Paró la grabación-. ¿Podéis quitar la barra?
Hicimos lo que nos pedía. Aquella maldita chatarra me pareció más pesada que la mujer ballena de Piccadilly Circus.
Dead Alive volvió a apretar el botón de PLAY.
–La barra aplastó la laringe, lo que provocó una muerte casi inmediata por asfixia. – Dio la vuelta al cuerpo-. Vistas las livideces cadavéricas, así como la rigidez, no parece que se haya desplazado el cuerpo tras la muerte. El termómetro rectal indica… veinticinco grados. La sala está a una temperatura de dieciocho, así que con una disminución de un grado por hora desde el último respiro, el momento de la muerte se situaría alrededor de… la una o las dos de la madrugada como máximo. – Volvió a parar la grabación-. Una hora muy curiosa para levantar pesas…
–¿Las dos? ¿Está seguro?
–¿Alguna vez he dicho algo sin estar seguro? – repuso, con la mirada ensombrecida.
–¿Hay algo que indique que pueda no tratarse de un accidente sino de un asesinato?
–No hay rastros de golpes o contusiones que no sean las provocadas por la barra, así que nada evidente. Sin embargo, la autopsia nos revelará la presencia o no de ácido láctico en los músculos, lo que nos proporcionará una indicación de la intensidad del entrenamiento. Por cierto, ¿quién es este tipo?
–Uno de los sobrinos de Torpinelli.
–¿El magnate del sexo? ¡Vaya!
–Llámenos en cuanto tenga novedades. ¿Te vienes, Crombez? Vamos a echar un vistazo al Audi.
–Si Manchini murió entre la una y las dos de la madrugada, ¿cómo podría haber salido o entrado en su habitación a las tres, como afirma su vecina? – me preguntó el teniente en el recibidor.
–¡Efectivamente, algo difícil para un muerto! La única posibilidad es que fuera otra persona la que acudió en su lugar a borrar los datos del disco duro antes de ahuecar el ala. Lo que encierra esa maldita caja de metal quizá sea la respuesta a todas nuestras preguntas.
Los seguros del coche deportivo estaban bajados.
–Manchini solamente llevaba una camiseta en la sala de musculación. Debía de tener una chaqueta o una cazadora, ¿no? Vuelve dentro e intenta encontrarla -pedí a Crombez mientras me agachaba junto a la ventanilla.
Vi que le costaba desenvolverse con las muletas sobre la gravilla.
–No, mejor quédate aquí. Ya voy yo.
Pedí a dos inspectores que me ayudasen, y uno acabó mostrándome una chaqueta de cuero.
–La he cogido de encima de la cama de una de las habitaciones del piso de arriba.
–Seguid con el registro. Si dais con un teléfono móvil, ¡traédmelo!
Mientras palpaba la chaqueta, volví con Crombez. Los bolsillos de la prenda tan sólo contenían un juego de llaves y la documentación. Ni teléfono móvil, ni agenda electrónica ni cartera. Sólo las llaves y la documentación.
En la guantera se amontonaban en desorden CD, dos paquetes de cigarrillos y unos guantes de cuero. El cenicero estaba rebosante de colillas. Crombez encendió el radiocasete y los bajos incrustados en la zona trasera estuvieron a punto de hacer añicos los cristales del vehículo.
–¡Apaga eso, joder! – grité tapándome las orejas con las manos.
El terremoto cesó.
–No hay rastro de teléfono móvil, ni aquí, ni en el chalé ni en la habitación de su residencia -observé.
–¿Quizá no lo tuviera?
–No había fijo en la residencia Saint-Michel. Manchini salió de su apartamento de forma precipitada ayer por la noche, por alguna razón. Suponiendo que estuviera durmiendo, ya que la cama estaba deshecha, ¿qué podría haberle obligado a salir bruscamente a las once de la noche?
–¿Una llamada?
–Así es. Creo que la persona que ha visitado su habitación hacia las tres de la madrugada también ha hecho desaparecer el dichoso móvil. Pronto lo sabremos.
Una vez más, eché mano del buenazo de Rémi Foulon.
–¡Después de esto, tendrás que hacer que me manden una caja de botellas de champán! ¡Y que sea Dom Perignon! Venga, dame los datos del tío y llámame dentro de media hora. ¿Sabes que podrías meterme en un buen lío? Cada acceso al fichero queda registrado.
–Claro que sí, pero eres tú quien controla esos rastros, ¿no?
–Veo que no es fácil dártela con queso…
Lo llamé al cabo de veinte minutos.
–¡Te había dicho media hora! – gruñó-. Está bien, ya lo tengo. Su número de móvil es 0614122015. Efectivamente, recibió una llamada a las once menos diez de la noche, desde una cabina pública en Plessis-Robinson. Te envío por fax el historial de llamadas al despacho, pero que sepas que pasó dos buenas semanas este verano en Le Touquet, en el norte de Francia.
–Ya sé dónde está, gracias. ¿Cómo has recuperado la información?
–El fichero nos suministra los números de las llamadas recibidas y emitidas, pero también, en el caso concreto de los móviles, el lugar donde se encuentra quien llama.
–¡Muchísimas gracias! Eres de una eficacia increíble, ¡como siempre!
Al instante, envié un técnico de la policía científica a recoger las huellas y los eventuales residuos de saliva del auricular del teléfono desde donde se hizo la llamada. Con algo de suerte, nadie habría usado la cabina mientras tanto.
Le Touquet: la guarida de Torpinelli Junior, el punto caliente de su comercio demoníaco. Alguien tenía miedo de Manchini, así que lo habían apartado de la circulación de forma casi limpia. ¿Qué tipo de llamada había podido obligar al joven a salir en plena noche para acudir de forma precipitada al chalé de sus padres? ¿Qué poderosa razón había empujado a alguien al crimen y, sobre todo, qué relación existía con el Hombre sin Rostro? Tenía la sombría certidumbre de que los casos se fusionaban, aunque no disponía de pruebas ni explicaciones para ello. Por un lado, muertes salvajes, abominables; por otro, un asesinato que se quería hacer pasar por accidente. Un terrible secreto se escondía tras esa tela opaca y aún no había dado con el medio de descubrir la trama.
La llamada que me sacó de estos pensamientos provino de uno de los ingenieros del SEFTI, Alain Bloomberg.
–¡Comisario! ¡Venga rápido! Hemos tenido suerte, ¡el aparato de reconstitución del disco duro ha conseguido capturar la dirección de
boot
del sistema operativo!
–¡Habla claro!
–¡La puerta de entrada a los ficheros, para que me entienda! Algunos datos están definitivamente corrompidos, pero… hemos recuperado lo más interesante. Virgen santa, no dará crédito a sus ojos…
El disco duro estaba conectado a un PC mediante una capa gris de cables. El ingeniero Bloomberg había dispuesto un retroproyector.
–Aquí lo tiene, comisario. Hemos dado con dos ficheros de vídeo comprimidos con la tecnología MPEG. Un formato que reduce considerablemente el tamaño del archivo para poder almacenarlos más fácilmente o para hacerlos circular más rápido por internet.
–¿Y qué muestran esos ficheros?
–Mire…
Apretó la combinación ALT + F8 del teclado y apareció un programa de lectura de vídeo en la pantalla. Luego apretó la tecla PLAY.
La silueta carnosa de Manchini se recortó en el campo del objetivo. La cámara seguramente estaba colocada sobre un trípode, porque filmaba sin ningún tipo de temblor. Detrás, una mujer inconsciente sobre una cama. Su rostro, vuelto hacia la cámara, me permitió identificar de inmediato a Julie Violaine, la profesora. El aprendiz de actor se acercó a ella, sacó de una bolsa a los pies de la cama cuerdas, una mordaza, pinzas cocodrilo y una venda para los ojos, y empezó su meticuloso trabajo.
El ingeniero pasó la mayor parte de la película a cámara rápida, pero, según la indicación temporal en la parte inferior del programa, la escena de atadura había durado una hora larga. La siguiente, durante la cual se había filmado torturándola y masturbándose, discurría en un lapso de tiempo equivalente. Bloomberg apretó el STOP.
–Lo mismo en el segundo vídeo, salvo que cortó las escenas en que se le veía en la pantalla, haciendo que la peli fuese totalmente anónima. ¡Ese Manchini era un pervertido de narices!
Mariposas negras revoloteaban dentro de mi cabeza. ¿A qué venía el festival de la decadencia? Una imagen me volvió a la mente: la del DVD en la tienda de Fripette. La carátula de
Violación para cuatro,
donde una chica, según la sinopsis, se hacía violar en condiciones reales. Una obra firmada por Torpinelli.
Le pregunté al ingeniero:
–¿Cree que esa clase de vídeos circula por internet? Tipos violando a mujeres de verdad o, como en el caso de Manchini, una agresión al natural?
–Pues la verdad es que ya hemos dado con películas así y las almacenamos en CD Rom que conservamos en nuestros armarios, junto con CD de MP3 pirateados, direcciones de sitios ilegales y ficheros peligrosos que contaminan internet. ¿Conoce las
snuff movies?
–He oído hablar de ellas… ¿vídeos de asesinatos filmados?
–Así es. Durante estos últimos años, el FBI ha requisado cintas en los ambientes sórdidos, como los mercados sadomasoquistas nocturnos, donde las grabaciones piratas circulan de mano en mano. El fenómeno también se ha propagado por África y por buena parte de los países occidentales. En esos vídeos aparecen hombres enmascarados que violan y luego matan a mujeres a cuchillazos. Las escenas de
snuff
son extremadamente cortas, se concentran únicamente en pocos minutos. Se cree que son actores que interpretan, e incluso si las escenas de violencia son totalmente reales, el asesinato no lo es. Con el desarrollo de la tecnología, el flujo vídeo se ha reorientado hacia internet. Hasta ahora, siempre se ha podido desmentir la veracidad de esas imágenes, aunque se perfeccionan las técnicas y hacen que los análisis sean más delicados. En cuanto a las violaciones, más de lo mismo: hay sitios piratas que proponen este tipo de fantasías, pero no a cualquier precio: hay gente que paga fortunas para ver ese tipo de porquerías.
–¿Y no cree que Manchini quería llegar a ese punto? ¿Difundir su vídeo por puro placer? ¿Por provocación? ¿Para satisfacer a otros chalados como él? Quizá se intercambiaban ese tipo de películas.
–Podría ser. Internet es una cantera de problemas y nos da mucha guerra; para los iniciados, es un lugar abierto a todo tipo de abusos, incluso los más difíciles de imaginar. ¿Sabe cuál es la última moda? La venta de bebés. Madres ávidas de dinero se dejan embarazar y encasquetan su hijo a parejas estériles a través de subastas. Todo de manera ilegal, por supuesto.
–Mmm… Eso sigue sin darnos el motivo del probable asesinato de Manchini. Bueno, retomémoslo desde el principio. Manchini agrede a esa profesora, filma toda la escena y se hace un pequeño montaje de vídeo. De una manera u otra, alguien se entera. O bien Manchini le ha enviado el vídeo de sus hazañas, o bien le ha hablado de su proyecto y cuando el asesino se da cuenta de que Manchini ha pasado efectivamente al acto, se asusta por un motivo que, por desgracia, seguimos desconociendo. Luego se las arregla para deshacerse de él, intenta hacer pasar el asesinato por un accidente, regresa a la habitación de Manchini en plena noche y borra el contenido de su ordenador.
–¿Esa persona podría ser el asesino que buscamos?
–No. Por una parte nuestro asesino habría formateado el disco duro y, por otra, creo que habría procedido de otra manera para eliminar a Manchini, con su método especialmente particular. – Me levanté de la silla-. Aún se me escapan puntos esenciales.
–¿Cuáles?
–¿Qué sombría relación hay tejida entre Manchini y el asesino? ¿Cómo ha podido imitar Manchini la técnica del asesino en lo referente a la manera de atar y amordazar a la víctima?
–¿Y si no hubiese ninguna relación?
–¡Tiene que haber una por narices!
–¿Por qué?
–Porque lo presiento.
Mi mirada se fijó en la pantalla perlada desplegada en la pared del fondo.
–¿Y si Manchini hubiese dado con una auténtica
snuff movie
?
,
-reflexioné en voz alta.
–¿Cómo?
–¿La del asesino torturando y luego eliminando a sus víctimas? Cuando descubrí a Marival en el matadero, una cámara filmaba la escena. Según Elisabeth Williams, el asesino conserva así un recuerdo imperecedero de sus víctimas, para prolongar el acto de tortura y apoderarse para siempre de su conciencia. Pero ¿y si su objetivo se resumiese en realizar una
snuff
?
Bloomberg enrolló el cable del retroproyector antes de soltarme:
–Si ése es realmente el caso, entonces en este momento hay personas tranquilamente sentadas en su sillón, en Australia o en los confines de América, masturbándose ante la muerte de esas pobres mujeres.