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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Policíaco

El ángel rojo (36 page)

BOOK: El ángel rojo
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Acababa de salir de las oficinas del SEFTI cuando Leclerc me convocó a su despacho. Pese a no conocer la razón oficial de nuestra reunión a solas, tenía sin embargo una idea clara de lo que iba a ocurrir.

–Siéntate, Shark. – Obedecí mientras él movía el bolígrafo entre los dedos, como una vieja costumbre de la que era incapaz de desprenderse. Continuó con toda la delicadeza del mundo-. Vas a tomarte quince días de vacaciones. Te vendrán muy bien. Esta vez has ido demasiado lejos: usurpas la jurisdicción de los gendarmes y rompes la cara de cuantos te caen entre las manos. El tipo de un bar sadomasoquista te ha puesto una denuncia. Parece que le has destrozado la cara.

–Ese desgraciado quer…

–¡Déjame acabar! Escucha, sé que el asesino tiene a tu mujer, he oído la grabación. Lo… lo siento mucho. No puedes continuar así, esa historia te afecta demasiado.

–Pero…

–El comisario general Lallain se hará cargo del caso mientras se aclara este embrollo monumental. Ahora mismo no tienes las ideas muy claras, y eso podría ser perjudicial para todo el equipo. Puedes hacer gilipolleces. ¡Así que lárgate, vuelve a Lille con tu familia!

–¡No me aparte del caso!

Su boli salió disparado a través de la sala.

–¡Hago lo mejor para todos nosotros! Estamos estancados, y a veces incluso me da la impresión de que retrocedemos. Tienes que entregarme tu placa y tu arma.

–Es demasiado tarde -le espeté en tono desesperado-. ¡Ya no puedo volver atrás! ¿No entiende que es a mí a quien busca el asesino? ¿Cómo quiere que abandone? ¡No me aparte del caso! ¡Así no! Mi mujer me espera, encerrada en algún lugar… Yo… Soy yo… ¡Soy yo quien debe encontrarla! ¡Nadie… puede hacerlo en mi lugar! Yo… siento cosas… Es mi caso… ¡Se lo ruego!

Leclerc se hundió en su silla.

–No me lo pongas más difícil de lo que ya es. Tu arma y tu placa.

Dejé la Glock encima de la mesa.

–Tu placa -añadió.

–Está en mi casa; me la he olvidado.

Salí sin decir nada más, muy poco orgulloso de aquello en lo que me había convertido. Me habían robado una parte de mí mismo, un poco como a una madre a quien le arrancasen un recién nacido de los brazos en el maravilloso momento del nacimiento.

Capítulo 13

Elisabeth Williams vino a visitarme justo en el momento en que estaba metiendo algunos trajes en una maleta. Se sentó en el borde izquierdo de la cama, donde Suzanne solía dormir.

–¿Qué quiere, Elisabeth? – le pregunté sin mirarla-. Supongo que sabe que se salta las leyes al venir aquí.

–Oficialmente, ya no estoy autorizada a darle información sobre el caso. Pero nada me impide venirle a ver fuera de las horas de trabajo. ¿Por qué han hecho esto?

–Tienen la impresión de que no avanzamos; es comprensible… Según ellos, no hay ninguna relación entre el asesinato de Manchini y los cadáveres del Hombre sin Rostro.

–Tan sólo esperan pruebas.

–Que soy incapaz de suministrarles, no tengo más remedio que reconocerlo.

Tensé las correas de mi vieja maleta de cuero para poder cerrarla.

–¿Adónde va?

–A algún sitio lejos de aquí.

–¿Este tren en miniatura es otra faceta oculta de su personaje? No sabía que tenía alma de niño -dijo señalando mi red ferroviaria.

–No me conoce. Esta locomotora es lo único que aún me proporciona un poco de consuelo. Me siento mejor con ella que con la mayoría de seres humanos.

Se levantó con la rigidez de una barra de mina y me vació un cargador de desprecio sobre el rostro.

–¡No puedo creer que abandone así, Shark!

–¿Y qué quiere que haga? ¿Que lo queme todo a mi paso, que les diga a mis superiores que les den? Las cosas no funcionan así, señorita Williams.

–¿Ya no me llama Elisabeth? ¿Me aparta de su horizonte como hace con todos los que le rodean? ¿Cree que soy igual que ellos?

–No tengo ni idea. Ahora, por favor, déjeme tranquilo…

–«La niña no nacerá, porque la he encontrado. La chispa no saltará y nos salvaré, a todos. Corregiré sus errores…»

Las vértebras se me erizaron como el pelaje tupido de un gato rabioso.

–¿Por qué me dice eso? ¿A qué juega?

–¿Su mujer estaba embarazada cuando la secuestraron?

Ataque ácido en el fondo de la garganta. Explosión de rabia.

–Pero ¿qué me está contando? ¡Salga, Elisabeth! ¡Lárguese de aquí!

–Conteste, Franck. ¿Estaban intentando tener un hijo?

Me refugié en una de las esquinas de la habitación y me dejé caer, una flecha de desamparo en pleno corazón.

–Desde hacía más de un año deseábamos tener un hijo. Suzanne estaba a punto de cumplir los cuarenta e iba siendo hora… Lo intentamos, mes tras mes, sin éxito. Nos sometimos a un montón de pruebas que no revelaron nada fuera de lo normal. Teníamos todos los requisitos para que funcionase… pero nunca funcionó.

–A su mujer la raptaron el tres de abril. Si se hubiese quedado embarazada, ¿en qué fecha habría sido?

Me costó entender su pregunta.

–¿En qué fecha tenía que ovular? – repitió, reformulando la pregunta.

–¡Dígame lo que ha descubierto!

–Deme la fecha probable de su ovulación. Supongo que la sabía, dado que llevaban meses intentándolo.

Reflexioné durante un largo rato, la mirada fija en
Poupette
.

–Ya… ya no me acuerdo… ¡Han pasado más de seis meses!

–¡Haga un esfuerzo!

–Yo… ¡Sí! ¡Era el día que empezaba la primavera! El veintiuno de marzo.

–¡Dios mío! ¡Podría corresponder!

–¡Cuéntemelo!

–¿Se acuerda de sor Clémence, torturada por el inquisidor de Aviñón, el padre Michaélis?

–Por supuesto. La escultura de Juan de Juni, el castigo infligido por el asesino a Prieur por sus pecados pasados…

–¡Exacto! ¡La solución estaba delante de mis ojos, pero no la supe ver! Todos los escritos sobre el padre Michaélis han sido desmentidos por la Iglesia y el Santo Oficio, aunque no se pudo suministrar ninguna prueba en contra del padre en vida. Su autobiografía, descubierta a principios del siglo catorce, copiada por monjes y escribas, fue utilizada por los tribunales reales para mostrar los abusos de la Inquisición. Escuche los diferentes fragmentos de su relato: «Por una sola mujer, Eva, el pecado entró en el mundo, y a través de ese pecado, el vicio llegó a todas las mujeres…». «Las almas escogidas, especialmente perversas, pagan el precio de sus propios errores.» «Las purifico de cualquier deshonra de la carne y el espíritu, las ayudo a crecer espiritualmente en el momento en que se unen con Dios.» «A través de sus sufrimientos, lavan un poco más cada vez el pecado original.» Y éste es el que me puso la mosca detrás de la oreja, y cito palabra por palabra lo que le dijo el asesino: «La niña no nacerá, porque la he encontrado. La chispa no prenderá y nos salvaré, a todos. Corregiré sus errores».

Me sujeté la cabeza con las manos, acurrucado en mi rincón como si estuviese bajo el dominio de potentes drogas.

–Dios mío… ¿Qué quiere decir?

–El padre Michaélis torturó y llevó a la hoguera a un número incalculable de mujeres en nombre de la herejía y la Inquisición. Se trataba de acciones siempre justificadas, pues las sospechas del inquisidor nunca se ponían en tela de juicio. Sus fieles le habían puesto el apodo del Ángel Rojo.

–¿El Ángel Rojo?

–Sí. Un mensajero que aplicaba la palabra de Dios mediante la sangre.

–¡Por el amor de Dios! – Notaba los latidos del corazón en las sienes-. Y esa frase, «la niña no nacerá», ¿qué significa?

–El Ángel Rojo explica que Dios le iluminó sobre el nacimiento de una niña que sería poseída por seiscientos sesenta y seis demonios. Una niña encargada de propagar el pecado original y difundir el mal sobre la Tierra. El nacimiento de esa niña estaba previsto para el veinticinco de diciembre.

–¿El día de Navidad?

–El día del nacimiento de Cristo. Describe a la mujer, la madre de esa niña diabólica, en las páginas de su autobiografía. Hay muchos rasgos que coinciden con su esposa.

–¡Deme esas páginas!

–No… no las tengo. El libro es una copia antigua, no se puede sacar de la biblioteca.

–¡Déjeme ver su cartera!

–Yo…

–Se lo ruego, quiero leerlo.

Me tendió las fotocopias con la boca apretada. Yo desmenucé las palabras del texto en voz alta.

–«Corté su largo cabello rubio que tanto apreciaba. Sus ojos azules reflejaban la extraña luz de las mujeres que comercian con el Diablo. Para hacerla confesar, encerré a Suzanne un rato, un buen rato, en un panteón donde se pudrían cuerpos de animales en descomposición. Acabó por hablar. El sacrificio de la niña después de su nacimiento será una inmensa victoria sobre el Mal.»

Leí la continuación como si se tratara de mi propio certificado de defunción. Estaba muerto por dentro. Tan sólo sentía rabia, impotencia, dolor moral extremo. El mundo se derrumbaba a mi alrededor.

Un niño… Suzanne iba a dar a luz a un niño… Nuestro bebé, tan esperado. Estrellas, esferas plateadas daban vueltas en mi cabeza. El volcán de mis pensamientos explotó y experimenté un total decaimiento, una especie de desvanecimiento consciente.

Quería acompañar a ese niño, hubiese dado cuerpo y alma para pegar la oreja sobre las curvas suaves de la barriga de su madre, para apoyar una mano ligera y sentir su primera patada. Me habían robado esos momentos, para siempre, para toda la eternidad.

–¿Cómo… acabó? – susurré, abatido por una pena innombrable.

Elisabeth recorrió a zancadas y nerviosa la habitación.

–La niña quería salir antes del veinticinco de diciembre. El padre Michaélis hizo de todo para retrasar el parto, convencido de que su victoria sobre el Demonio sería un fracaso si no mataba a la niña el día de Navidad. Le… No puedo decírselo… ¡Murieron las dos, eso es todo!

–¿Qué… qué le hizo?

–Está escrito en estas páginas.

–¡Dígamelo! – vociferé.

–Le cosió los labios genitales.

Solté las fotocopias, que revolotearon un momento antes de posarse con delicadeza ultrajante en el suelo. Se me rompió la voz.

–Pero… ¿por qué la tomó con mi mujer? ¿Por qué Suzanne?

–Por el parecido, el nombre, el hecho de que estaba embarazada en ese momento. Motivos que quizá nunca podremos explicar.

–Pero ¿cómo se enteró? Yo… ¡yo mismo ignoraba que estábamos esperando un hijo! Él… El Hombre sin Rostro… lo ha adivinado…

Elisabeth se llevó una mano a la boca, dio una vuelta por la habitación, levantó a
Poupette,
la manipuló para huir de mi mirada y la volvió a dejar sobre los raíles.

–¡Tiene que haber una explicación lógica, a la fuerza!

–Es… ¿Quién es? ¿Quién es? Es… demasiado fuerte… ¿Qué… qué otros terribles secretos revela también ese libro? ¿Dónde… dónde la retenía?

–Los lugares no pueden coincidir con los de nuestra época, ya lo he comprobado. Ahora sabemos lo que le empuja a actuar. Copia exactamente el itinerario sangriento del Ángel Rojo. El padre Michaélis aún mató a muchos, muchísimos inocentes antes de ser descubierto y de suicidarse en un monasterio. Había confiado sus escritos a sus fieles antes de morir. Nuestro asesino no se detendrá por sí mismo. ¡Tiene que cortarle el paso, Franck!

–¿Cómo ponerse en el camino de un fantasma?

–Agárrese a lo que hace, ¡ya se lo dije! Esos asesinatos son absolutamente reales. Si quiere que el niño nazca a término, tratará bien a su esposa. Vistos los productos que utilizó con la chica del matadero, o la quetamina que le administró, debe de ser un entendido en medicación. Hará todo lo posible para que el alumbramiento vaya bien.

–¿Para luego poder matar al bebé con total tranquilidad?

–Nos quedan dos meses largos, Franck. Unos sesenta días para ponerle la mano encima.

–¿Cuál es la cronología de los asesinatos del padre? ¿Qué representa la chica del matadero en su itinerario de sangre?

–El padre Michaélis había secuestrado y torturado durante días a Madeleine Demandolx, a quien mantenía encerrada en uno de los torreones del convento. Actuaba en el más estricto secreto y con la ayuda de algunos fieles. Fue acusada, ella también, de comerciar con el Demonio, tan sólo porque mantenía relaciones con varios hombres.

–Al igual que Marival en su página web. Esos correos que alimentaba con todas esas escorias. ¿Cómo murió Madeleine Demandoix?

–Bajo el efecto de los suplicios que padeció. El asesino toma como modelo al Ángel Rojo añadiendo su toque personal mediante torturas más largas. En cuanto a las víctimas, sus pecados son más graves: vida entregada al vicio en el caso de Gad; mutilaciones infligidas a cadáveres en el de Prieur; falta de moralidad y maltrato de animales desvelados a los ojos del mundo en el de Marival… Sin olvidar a su vecina, a quien quizá consideraba una bruja, dado su don de videncia o de predicción. ¡Las castigó a todas porque, a través de sus actos, no temían la ira de Dios! ¡Se excedían en los derechos de los mortales establecidos por el Señor!

Elisabeth sacó de su cartera más fotocopias, que dejó sobre la cama.

–Aquí está la autobiografía completa. Casi doscientas páginas de atrocidades. Lo explica todo claramente.

Se colocó a mi lado.

–Aún cometió otro asesinato entre la muerte de Madeleine Demandolx y la de Suzanne Gauffridy, la madre que supuestamente iba a engendrar a la niña de los seiscientos sesenta y seis demonios.

–Descríbamelo.

–Una mujer que había revelado en el confesionario sus inclinaciones homosexuales… -Carraspeó nerviosa-. Le… le quemó los órganos genitales y los pechos. ¿Sabe?, se ha demostrado que el padre Michaélis redactó sus escritos preso de la locura. Ninguna otra obra de esa época menciona esos asesinatos y todo lleva efectivamente a pensar que esa autobiografía es tan sólo una sarta de mentiras. Por eso no se cita en ningún sitio, sino el padre Michaélis habría sido considerado el mayor asesino en serie de iodos los tiempos.

–Voy a reforzar la seguridad en su casa. Puede usted estar en peligro.

–No hace falta.

–Insisto.

Pensaba en el vídeo que había visto esa misma mañana en el SEFTI. La idea de que el asesino filmaba sus crímenes para realizar
snuff movies
me había parecido coherente, como si racionalizara aunque sólo fuese un poco el mundo de horror en el que se movía. Pero, después de escuchar a Elisabeth, me daba cuenta de hasta qué punto me había equivocado.

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