Había vuelto. Había vuelto a por mi vecina tras haberse ocupado de mi mujer seis meses antes. El Hombre sin Rostro… ¡el Hombre sin Rostro era quien mantenía presa a Suzanne!
Sublevado por un acceso de furia, me levanté y golpee con todas mis fuerzas un pilar de hormigón, hasta destrozarme el puño y romperme los dedos. La sangre brotó de la piel arrancada de las falanges, pero seguí golpeando una y otra vez hasta que el dolor, que se había vuelto demasiado fuerte, me obligo a parar.
Unos pasos perturbaron el silencio detrás de mí, como chasquidos ralentizados de castañuelas. Alguien venía en mi dirección pero no me moví, encorvado contra el pilar. Observé mi puño ensangrentado y mis dedos hinchados, sin reflexionar, sin pensar, como si hubiese perdido toda noción de tiempo y espacio.
Una mano se apoyó en mi hombro, tierna y frágil, una mano de mujer.
Creí alucinar, debía de estar alucinando, porque me pareció aspirar el perfume de Suzanne. La presencia se tornó cada vez más insistente y, esta vez, me convencí de su realidad. Por fin me atreví a levantar la mirada.
–¿Comisario?
–Señorita Williams…
Volví a mirar al suelo, al flujo púrpura que manaba de mis falanges.
–¿Es realmente él? ¿Es él quien ha secuestrado a su mujer? – preguntó con una voz que parecía quemada por cal viva.
Alcé los ojos enrojecidos, llenos de lágrimas, hacia ella.
–¿Cómo lo sabe?
–Doudou Camelia siempre lo ha sabido. – Se agachó a mi lado-. Esta noche ha ocurrido algo extraño, inexplicable. – Me tendió un pañuelo de papel-. He tenido un sueño que aún persiste de tal modo que tengo la impresión de que ocurre ahora mismo delante de mis ojos. Usted y su mujer formaban parte del sueño.
Yo también recordaba mi pesadilla con una precisión sorprendente. El caimán, Suzanne mutilada en la otra orilla del Maroni…
–¿Por qué me cuenta eso?
–Me hallaba en una Zodiac, en el Maroni, en Guayana. Nunca he estado en ese país y, sin embargo, hablaba sin dificultad el criollo. Al despertarme, escribí las frases que había pronunciado y fui a comprobarlo a la biblioteca. ¡Es totalmente prodigioso! ¡Esas palabras, esas expresiones que empleaba, existen de verdad!
Sacudí la cabeza, totalmente desorientado. Lo irracional se inmiscuía como una culebra en mi universo cartesiano. Creía en ello, creía realmente en ello, y la sombra que en mi sueño movía los brazos en mi dirección desde la Zodiac era ella, ¡Elisabeth Williams!
–¡Elisabeth! ¡Creo que hemos compartido la misma pesadilla, pero con dos visiones diferentes!
–En el mío, usted estaba en la ribera.
–¡A su derecha cuando remontaba la corriente! ¡Mi mujer estaba enfrente! ¡Y fue a camuflarse a su lado! ¿Por qué? ¿Por qué no la socorrió? ¿Qué intentó decirme? ¡Maldita sea! Pero ¿qué está ocurriendo?
–Le gritaba que se alejase, quería evitarle que afrontara la agonía de su mujer. Sabía que iba a llegar para acabar con ella y ni usted ni yo podíamos hacer nada.
–¡Usted podía intervenir!
–¡Ya lo intenté! Cuando llegué a la orilla, oí al asesino abrirse camino con un machete en la jungla. ¡Mis visiones se hacían realidad! ¡Venía a llevar a cabo su obra funesta! No… no tuve el valor de enfrentarme a él, así que me escondí cerca.
–¡Lo vio de cerca! ¡Dígame a qué se parece!
Su mirada huidiza se posó sobre un tubo de ventilación que recorría el parking subterráneo.
–No tengo ni idea. Imposible definirlo. Es muy extraño, pero no recuerdo su rostro.
–Sencillamente, porque no tenía rostro.
Su boca se distendió, como si ese punto oscuro de repente se iluminase.
–¡Tiene razón! ¡De hecho, le recuerdo perfectamente, pero, como dice, no tenía rostro! – Me miró-. Le murmuró cosas antes de empujarla al río.
–¿Qué?
–Dijo que la perdonaba… La perdonaba por cuanto había hecho.
Mi mano hinchada prácticamente había doblado su volumen. La sangre se secaba en costra sobre los dedos entumecidos, agujas de dolor se alzaban en mi interior hasta hacerme morder la lengua.
–¿Cree… cree que la ha matado?
–No sé qué decirle, Franck. Esta noche se ha producido un acontecimiento fuera de lo común, un fenómeno inexplicable, en una dimensión distinta a la de nuestra conversación. Creo que su vecina ha hecho comulgar nuestras almas. Antes de morir, tuvo que desprender un poder psíquico brutal para alcanzarnos, hacernos saber que él la tenía. Y si el hombre carecía de rostro, es porque nunca pudo identificarlo con precisión…
Entonces mis palabras me sorprendieron a mí mismo, por cómo desafiaban al entendimiento; fuera de contexto, me habrían tomado por el rey de los locos.
–¿Y si el Hombre sin Rostro poseyese los mismos poderes que ella, pero para hacer el mal? ¿Y si, efectivamente, existiese una relación con Dios, con el Diablo, con fuerzas que nos sobrepasan, que van más allá de lo que podamos imaginar?
–Las muertes y las mutilaciones son totalmente reales; esas atrocidades deben anclarnos en la realidad. Si salimos de ese marco y nos basamos en historias de fuerzas maléficas, entonces todo estará escrito de antemano. Y nunca lograremos atraparle.
–Estoy de acuerdo con usted. Pero nada podrá disuadirme de que lo irracional ocupa un lugar preponderante en este asunto. Nuestro sueño común, la manera como adivinó los dones de Doudou Camelia y también esa invisibilidad, la ausencia de pistas…
–No se olvide de que la profesora, la que quizá fue también víctima de él, ¡sigue viva!
–¿Por qué la habría dejado con vida si realmente fuese él?
–El comportamiento de este tipo de individuos es muy difícil de precisar, pero a veces los asesinos perdonan la vida a sus víctimas simplemente porque ésas han conseguido despertar en ellos la sensibilidad, es decir, mostrar que eran humanas y no objetos.
Una nueva oleada de lágrimas me asaltó.
–Y este clip que he encontrado aquí… igual que el de hace seis meses… Siempre pensé que Suzanne me había dejado voluntariamente esa pista. ¿Y si fuese él? ¿Y si lo hubiese previsto ya todo, como si hubiese podido leer en la carta de nuestros destinos? ¿Cómo podía saber que descubriría una primera vez el clip, y otra vez hoy? Es inverosímil. ¡Atrévase a decirme que todo esto es racional! ¡Atrévase a decirme que todo esto es fruto de la casualidad!
–No, Franck, por supuesto que no. No… no lo entiendo más que usted. ¿Qué quiere que le conteste?
Me alcé del suelo ayudándome sólo con la mano a salvo de mi rabia.
–No tengo ni idea.
Por una vez, sólo necesitaba que me reconfortasen.
Me tiró del brazo con sumo cuidado.
–Menuda escabechina se ha hecho -dijo soplando sobre mis dedos-. Hay que curarlo. ¿Tiene antisépticos y vendas en su piso?
–Da igual. ¡Debo encontrar a esa escoria, cueste lo que cueste! ¡Y lo mataré, lo aniquilaré con mis propias manos!
Me cogió por la manga cuando ya me precipitaba rápidamente hacia el ascensor.
–¡Cálmese, Franck! ¡No tiene que perder los estribos ¡eso es lo que pretende el asesino! Quiere desencadenar su rabia. Sabe que usted es vulnerable si sus sentimientos dominan su lógica y su capacidad de reflexionar. Curemos con calma esa mano, comamos algo y, luego, ya veremos. Deje a sus inspectores, tenientes, todos esos policías y gendarmes hacer su trabajo.
–Póngase en mi lugar, Elisabeth… ¡Póngase un solo segundo en mi lugar!
–Lo sé, Franck, lo sé.
Sonó mi móvil. Descolgué y Sibersky me anunció el nacimiento de su hijo, el pequeño Charlie, de dos kilos y ochocientos gramos. Hice un esfuerzo sobrehumano para dejar traslucir una pizca de alegría en mi voz.
–¡Necesito que me hagas un resumen, Shark! – espetó el comisario de división Leclerc en un tono que haría crecer rosas sobre mármol-. ¡Ya casi no se te ve en la central y los cadáveres te acompañan ahí donde vas, como si tuvieses el trasero untado de mostaza! Ya no estás en la unidad de lucha contra las bandas, ¡me cago en Dios! En cuanto a usted, señora Williams, sus informes son… sorprendentes, de una precisión increíble. Demasiado precisos, quizá. Demasiado… cómo decirlo… escolares. Me pregunto si no van a conducirnos hacia pistas falsas.
El comisario de división no se había sentado a la mesa con nosotros. Permanecía de pie con los brazos cruzados, tan nervioso como un pescado en una sartén llena de aceite.
Elisabeth fue la primera en tomar la palabra.
–Mi profesión aún se conoce muy mal, ¿sabe? Los crimínologos existen en Estados Unidos desde hace cerca de medio siglo, mientras que en Francia es un trabajo que sólo cuenta con unos años. No estoy aquí para traerles al asesino en bandeja, sino para acompañarles en sus diligencias, orientar a sus hombres. Mi oficio no es una ciencia exacta. Puede ocurrir, en efecto, como lo demuestran algunos importantes casos, que uno se equivoque. El asesino no entra dentro de un molde preestablecido. No todos tienen madres sobreprotectoras o padres alcohólicos. Sin embargo, determinados rasgos evidentes, determinadas características del asesino destacan en las escenas de los crímenes, en los trayectos escogidos, en las pistas abandonadas de forma voluntaria. La esencia de mi trabajo consiste en escoger esos datos y extraer las relaciones para establecer un perfil psicológico, una manera de comportarse. Eso es todo. Son ustedes libres de seguir o no mis recomendaciones.
Apretó una venda alrededor de mi mano tan fuerte que me arrancó un gemido de dolor. Las flechas plantadas por Leclerc en su amor propio se materializaban en la brutalidad repentina de sus gestos.
–He tomado buena nota -dijo Leclerc-. ¡Tu turno, Shark!
Tenía la impresión de que mi mano, hinchada de sangre, se disponía a estallar bajo el vendaje.
–¿Ha leído mis informes, verdad? – le solté.
–Así es. ¡Pero a veces tengo la sensación de planear a diez mil metros! ¡Explícame otra vez qué pinta tu vecina en la historia y por qué la has encontrado donde buscabas a una amiga de facultad de Prieur!
–Empecemos de nuevo. Doudou Camelia me guió hacia la chica del matadero. Hablaba constantemente de que oía perros que aullaban. Al investigar el robo del material en el laboratorio HLS, la historia de los perros me condujo hasta el matadero, donde encontré a Jasmine Marival. El asesino me sorprendió allí, pero me dejó con vida. Más adelante, me llamó para anunciarme que iba a ocuparse de aquellos o aquellas que, por cualquier medio, me ayudaran en la investigación. Y consiguió dar con mi vecina. Cómo, soy totalmente incapaz de revelárselo por ahora. Y la asesinó… -Interrumpí un instante el hervidero de mis pensamientos antes de continuar-. La señorita Williams me señaló luego una pista interesante al descubrir que el asesino actuaba como castigador sobre seres que habían pecado en el pasado. En el caso de Prieur, hemos subrayado un cambio importante en su vida, antes y después de haber abandonado los estudios de Medicina. Fui a investigar a la facultad. El profesor de Anatomía me confesó que, en calidad de responsable de las disecciones, la chica se dedicaba a mutilar los cadáveres, conchabada con el empleado encargado de las incineraciones. Su juego macabro fue descubierto y, de hecho, le pidieron que se despidiese, plácidamente, sin provocar escándalos. – Mojé los labios en el café, aspiré el aroma-. Pensé que Prieur quizás hubiera compartido su secreto con alguien cercano, con alguien en quien pudiese confiar. Como con su compañera de habitación, por ejemplo, Jasmine Marival. Tres años de vida en común crean vínculos, por fuerza. Eso es lo que me llevó al corazón del bosque de Compiégne.
–¿Y por qué la tomó con esa chica? ¿Qué pecado ha podido cometer para actuar con tal rabia?
–Filmaba su día a día y escenas de torturas a animales con webcams. Es posible que el asesino le haya seguido la pista a través de la red. Quizás escoge a sus víctimas observándolas mediante cámaras o entrando en foros donde esas mujeres confían sus propensiones mórbidas. Voy a coordinar una acción con el SEFTI, para que intenten remontarse hasta la dirección del sitio web donde se difundían las imágenes de Marival.
Leclerc iba y venía con los brazos cruzados, como si estuviese preso en una camisa de fuerza.
–¿A qué ha llevado la pista de los círculos sadomasoquistas?
–Por ahora a un fracaso. Se trata de un medio muy cerrado, donde es difícil infiltrarse. Es evidente que el asesino encuentra ahí su inspiración, pero la investigación va a resultar delicada. Las lenguas no se soltarán fácilmente, y más cuando deben de sospechar que queremos infiltrarnos… Puede ser muy, muy arriesgado.
–Necesitamos orejas; organizaré una reunión con el jefe de la Brigada de Delitos Sexuales. Vamos a intentar meter topos. Sus inspectores están acostumbrados a ese tipo de incursiones. Debemos centrar nuestras energías en ese… grupo BDSM4Y, ya que crees que el meollo del problema proviene de ahí.
–Que los hombres sean extremadamente prudentes.
–Exponme tu plan de acción.
–Esta mañana iré a interrogar a la profesora agredida. Sigo escéptico, pero tal vez se las haya tenido que ver con el asesino.
–Sé muy discreto. No tienes ningún derecho a meterte en esa investigación por ahora. Los gendarmes son quienes llevan ese caso, así que nada de jugarretas, ¿vale? Si la lías, puede que mi jefe no lo aprecie, ¡y yo tampoco! Señorita Williams, intente ver, en función de lo que cuente esa profesora, si el perfil de la víctima se corresponde con lo que busca nuestro asesino. ¡Joder! ¡Sólo faltaría que fuese otra persona y que se multipliquen como la escoria! ¡Ya tenemos a más de un centenar de policías en el ajo, distribuidos por todo París! ¡Y ni una pista, tan sólo suposiciones! ¿Adónde vamos a llegar? ¿Adónde vamos a llegar?
Desapareció en una ola de furia cerrando de un portazo.
–No estoy segura de que lo hayamos tranquilizado -observó Elisabeth mientras se ponía la chaqueta-. ¿Por qué no le ha mencionado a su mujer?
–Creo que pensaría que nos falta un tornillo si le hubiésemos contado nuestro sueño común.
–¿Es ése el único motivo?
–No. Habría sido capaz de retirarme del caso. Es a mí a quien el Hombre sin Rostro ha declarado la guerra. Desde el principio, desde hace más de seis meses, se ensaña en destrozarme la vida. ¡No sé qué quiere de mí, pero lo que sí sé es que nunca lo soltaré! ¡Nunca! Llegaré hasta el final, uno de los dos se quedará por el camino. Ya está todo trazado, absolutamente todo. Así es como acabará esta historia, estoy convencido. – Me dirigí hacia mi habitación-. Necesito estar solo un rato, Elisabeth. Luego pasaré a recogerla e iremos al hospital.