—El capitán Cly la trajo hasta aquí, y ha tenido el detalle de visitar nuestra preciosa ciudad. Y, la verdad, no se me ocurre un sitio mejor para comenzar la visita que este local, llamado Maynard’s en honor a su mismísimo padre. Tiene algunas preguntas que le gustaría haceros, y espero que seáis amables con ella.
Nadie parecía tener objeción alguna, ni acusaciones que formular, de modo que Briar fue al grano:
—Estoy buscando a mi hijo —dijo enseguida—. ¿Lo ha visto alguien? Se llama Ezekiel, aunque todo el mundo lo llama Zeke. Zeke Wilkes. Solo tiene quince años, y es un chico muy listo, si exceptuamos la estúpida idea de venir aquí. Esperaba que alguien lo hubiera visto. Mi hijo…
Nadie la interrumpió con datos útiles. Briar siguió hablando, y con cada palabra que pronunciaba se convencía más y más del resultado que obtendría, pero ese convencimiento solo hizo que siguiera hablando durante más tiempo.
—Es más o menos igual de alto que yo, y bastante delgado. Lleva consigo algunas cosas de su abuelo; supongo que pretende comerciar con ellas, o usarlas para demostrar que es quien dice ser. Debió de llegar aquí ayer. No estoy muy segura de cuándo se marchó, pero llegó a través de los túneles de desagüe, antes de que los derruyera el terremoto de anoche. ¿Alguno de vosotros…? —Cruzó su mirada con la de alguno de los presentes, pero nadie parecía dispuesto a ponerle las cosas fáciles. Aun así, tenía que preguntar, así que lo hizo—: ¿Alguno de vosotros lo ha visto?
Nadie habló, ni parpadeó siquiera.
—Pensé… bueno, el señor Swakhammer me dijo… que quizá alguien lo habría traído aquí, al ser Zeke quien es. Pensé…
No necesitaban responder. Briar conocía la respuesta, pero deseaba que alguien dijera algo igualmente. No le gustaba ser la única que hablaba, pero iba a seguir haciéndolo hasta que alguien la detuviera.
Finalmente, Lucy habló:
—Briar, lo siento mucho. No he visto a tu hijo. Pero eso no quiere decir que le haya pasado algo. Hay más de un punto sellado entre los muros donde puede haberse refugiado.
Briar debía de estar más próxima al llanto de lo que creía, porque la mujer se acercó a ella, ajustándose el chal.
—Cielo, has tenido un día muy duro, está claro. Siéntate y bebe algo, y cuéntanoslo todo.
Briar asintió y tragó saliva para contener las lágrimas.
—No debería —comenzó a decir—. Debería seguir buscándolo.
—Lo sé. Pero danos un par de minutos para que te consigamos unos filtros nuevos y descanses un poco, y cuéntanos todo lo que ha pasado. Quizá podamos ayudarte. Veamos. ¿Te ha ofrecido Jeremiah un poco de cerveza?
—Sí, pero no; no, gracias. Y ya tengo algunos filtros extra, es solo que no he tenido oportunidad de usarlos.
Lucy guió a Briar al banco vacío más cercano y la sentó allí.
Frank, Ed y Willard cambiaron de sitio para acercarse a Briar; y, tras ella, pudo oír cómo otros abandonaban sus sillas. Los demás ocupantes del bar también quisieron sentarse más cerca de ella.
Lucy usó su único brazo para ahuyentarlos, o al menos para hacerlos retroceder, y después fue tras la barra y sirvió un poco de cerveza, a pesar de la negativa de Briar.
—Toma —le dijo, colocando la jarra ante ella—. Huele a meados de caballo aderezados con menta, pero ya sabes, cuando hay hambre no hay pan duro. Bueno, no tenemos pan, así que bébete esto, querida. Te vendrá bien, y te despejará.
Varney, el pianista, se inclinó hacia delante y dijo:
—Siempre nos dice que hará que nos salga pelo en el pecho.
—Concéntrate en el piano, idiota. No eres de mucha ayuda. —Lucy cogió un pedazo de paño y limpió un salpicón de cerveza en el mostrador.
Briar se preguntó acerca del guante que Lucy llevaba en su única mano. Era de cuero marrón, y le llegaba hasta el codo, donde lo fijaba una serie de diminutas hebillas y tiras. Los dedos de Lucy parecían algo rígidos, y cuando apretaban el paño y lo soltaban, sonaba algo parecido a un tenue chasquido.
—Adelante —insistió Lucy—, pruébala. No te matará, te lo prometo, aunque puede que te haga estornudar al principio. Le pasa a mucha gente, así que no te extrañes si te pasa a ti también.
Briar no quería probar el brebaje, pero tampoco quería parecer maleducada ante esta mujer de rostro ovalado y rizos canosos, de modo que olfateó la cerveza y se dispuso a dar un trago. Parecía evidente que un pequeño traguito la ahogaría, de modo que tomó el asa de la jarra e inclinó el recipiente, tragando tanto como pudo de una sola vez. Trató de no pensar en lo que la bebida podría hacerle a su estómago.
La mujer tras la barra sonrió aprobatoriamente y le golpeó afectuosamente el hombro.
—¿Lo ves? Es horrible, pero hará que te sientas mejor. Ahora, cielo, dile a Lucy cómo puede ayudarte.
De nuevo, y sin querer hacerlo, a través de ojos acuosos a causa del escozor de la cerveza, Briar se encontró a sí misma mirando la mano de Lucy. Allí donde debería haber estado su otro brazo, la manga de su vestido estaba cosida al hombro.
Lucy vio lo que estaba mirando y dijo:
—No me importa que te quedes mirando, todo el mundo lo hace. Te contaré cómo ocurrió enseguida, si quieres saberlo, pero ahora quiero saber qué estás haciendo tú aquí.
Briar apenas podía hablar, y la cerveza había cerrado su garganta hasta el punto de que casi era incapaz de producir sonidos.
—Esto es culpa mía. Y si le ha ocurrido algo horrible, también es culpa mía. He hecho tantas cosas mal, y no sé cómo solucionarlas, y… ¿estás sangrando? —Torció la cabeza y frunció el ceño al ver un goteo de un fluido grasiento, entre rojo y pardo, caer a la barra.
—¿Sangrando? Cielo, no te preocupes, solo es aceite. —Lucy flexionó los dedos, y los nudillos crujieron—. Es todo mecánico. De vez en cuando tengo alguna pérdida. Pero no quería distraerte. Continúa. Decías que todo es culpa tuya. No creo que sea cierto, pero estoy dispuesta a dejar que termines.
—¿Mecánico?
—Justo hasta aquí —dijo Lucy, indicando un punto situado uno o dos centímetros por debajo de su codo—. Está atornillado a mis huesos. Me estabas diciendo que…
—Es increíble.
—Eso no es lo que estabas diciendo.
—No —dijo Briar—, pero tu brazo es increíble. Y… —suspiró, y dio otro largo sorbo a la jarra de cerveza. Todo su cuerpo se estremeció cuando el amargo brebaje se abrió paso hacia su estómago—. Y —repitió—, ya he dicho todo lo que iba a decir. Ya sabes el resto. Quiero encontrar a Zeke, y ni siquiera sé si está vivo. Y si no lo está…
—Entonces todo es culpa tuya, sí. Ya lo has dicho. Estás siendo muy dura contigo misma. Los hijos desobedecen a sus padres continuamente, es ley de vida; y si el tuyo es tan listo como para rebelarse de esta manera, creo que deberías enorgullecerte de él. —Se inclinó hacia delante sobre su codo, extendiendo su antebrazo mecánico en la barra—. Ahora, dime, ¿crees de veras que había algo que habrías podido hacer, algo para evitar que viniera aquí?
—No lo sé. Supongo que no.
Alguien detrás de Briar golpeó afectuosamente su espalda. El gesto la alarmó, pero parecía sincero. Además, hacía años que nadie la tocaba amistosamente, y el contacto la agradó, sofocando en cierto modo su culpa y su pena.
—Entonces, déjame preguntarte una cosa —dijo Lucy—. ¿Y si le hubieras dado las respuestas a todas sus preguntas? ¿Le habrían gustado esas respuestas?
—No, no le habrían gustado —confesó Briar.
—¿Las habría aceptado?
—Lo dudo.
La mujer suspiró y dijo:
—Pues ahí lo tienes. Un día, antes o después, habría empezado a preguntarse por todas esas cosas, y habría venido aquí igualmente. Los chicos son así, impulsivos y egoístas, y cuando crecen son aún peores.
—Pero este es mi chico —dijo Briar—. Lo quiero, y es mi responsabilidad. Y ni siquiera puedo encontrarlo.
—¿Encontrarlo? Pero cielo, ¡apenas has empezado a buscar! Swakhammer… —Se giró hacia él y le preguntó—: ¿Cuánto tiempo lleváis vagabundeando por los túneles?
—Lo primero que he hecho es traerla aquí, señorita Lucy —dijo el otro—. La calé enseguida, y…
—Más te vale. Si hubieras llevado a la hija de Maynard a otro sitio, o con otras compañías… —dijo Lucy, con un énfasis que hizo que Briar se sintiera tremendamente incómoda—. Te habría dado más palos que a una estera. Y no me digas que tenías que averiguar quién era. En cuanto le vi la cara supe quién era, y tú también. Recuerdo esa cara. Recuerdo a esta chica. Ha pasado… cielos, ha pasado mucho tiempo, y han sido tiempos muy duros, sin duda…
El coro de voces murmuró a su espalda aprobatoriamente. Incluso Swakhammer murmuró:
—Sí, señora.
—Ahora, termínate la cerveza, y hablaremos en serio.
Le resultó mucho más difícil tragarse el terrible brebaje ahora que estaba esforzándose por no llorar, y los tragos siguientes no fueron más sencillos que los anteriores.
—Eres muy amable —dijo. Entre la cerveza y el nudo que tenía en la garganta, las palabras sonaron algo distorsionadas—. Lo siento, por favor, perdóname, normalmente no… no soy así. Como has dicho, ha sido un día muy largo.
—¿Más cerveza?
Para sorpresa de Briar, la jarra estaba vacía. Era desconcertante, y ciertamente no debería haber respondido:
—Un poco. Pero solo un poco. Tengo que mantenerme alerta.
—Esto te mantendrá alerta. O al menos no te atontará demasiado rápidamente. Lo que necesitas ahora mismo es un momento para relajarte y pensar. Acercaos, muchachos. —Gesticuló con la mano, indicando al resto de los presentes que acercaran sus asientos—. Sé que crees que tienes que ponerte a buscarlo enseguida, y no te culpo. Pero escúchame, cielo, hay tiempo. No, no me mires así. De un modo u otro, hay tiempo. Déjame que te pregunte algo, ¿ha venido con máscara?
Briar dio otro trago y descubrió que la cerveza ya no le sabía tan mal. Aún hacía que su boca pareciera la pila llena de platos sucios de un restaurante, pero, con práctica, le resultaba más sencillo beberla.
—Sí, lo hizo. Hizo algunos preparativos.
—Vale, eso le da alrededor de medio día. Y ha pasado más de medio día, lo que significa que ha encontrado un lugar donde refugiarse.
—O que ha muerto.
—O que ha muerto, de acuerdo. —Lucy frunció el ceño—. Es una posibilidad. De cualquier modo, no hay nada que puedas hacer por él ahora mismo, salvo tranquilizarte y trazar un plan.
—Pero ¿y si está atrapado en algún sitio y necesita que lo rescaten? ¿Y si lo están persiguiendo los podridos, y está quedándose sin aire, y…?
—Cielo, no sirve de nada que te preocupes de esa manera. No lo ayuda a él y tampoco a ti. Si quieres pensar de esa manera, estupendo, lo haremos. ¿Y si está atrapado en algún sitio y necesita que le echen una mano? ¿Cómo vas a encontrar ese sitio? ¿Y si vas al lugar equivocado, y lo dejas allí atrapado?
Briar hizo una mueca con la mirada fija en su jarra y deseó que lo que la mujer estaba diciendo no tuviera tanto sentido.
—Bien. Entonces, ¿cómo empiezo?
Si Lucy hubiera tenido dos manos, habría aplaudido. En lugar de eso, golpeó con su puño mecánico el mostrador y dijo:
—¡Estupenda pregunta! Empezaremos por ti, naturalmente. Dices que llegó a través de los túneles de desagüe. ¿Adónde iba?
Briar les habló de la casa, y de cómo Zeke deseaba demostrar la inocencia de su padre encontrando pruebas de la interferencia del embajador ruso, y les contó que no sabía si su hijo tenía la menor idea de dónde se encontraba la casa.
Aunque Swakhammer sabía ya parte de la historia, permaneció en silencio en segundo plano y escuchó el relato de nuevo, como si fuera a averiguar algo desconocido esta vez. Se quedó tras la barra, ante el espejo roto. Parecía incluso más feroz, ahora que Briar podía verlo desde todos los ángulos.
Cuando Briar terminó de contarles todo lo que se le ocurrió, siguió un tenso silencio.
Varney lo rompió diciendo:
—La casa en la que vivías con Blue estaba colina arriba, ¿verdad? En Denny Street.
—Sí, si es que sigue en pie.
—¿Cuál? —preguntó alguien. Briar pensó que quizá había sido Frank.
—La casa lavanda con los adornos de color crema —dijo Briar.
Aquel al que Swakhammer había llamado Squiddy preguntó:
—¿Dónde estaba el laboratorio? ¿En el sótano?
—Sí, en el sótano. Y era enorme —recordó Briar—. Era prácticamente tan grande como el resto de la casa, pero…
—Pero ¿qué? —preguntó Lucy.
—Pero estaba muy deteriorado. —A pesar del cálido entumecimiento del alcohol, la ansiedad de Briar volvió a aumentar—. No es un lugar seguro. Partes de los muros se derrumbaron, y había cristales por todas partes. Parecía como si hubiera habido una explosión en una fábrica de copas —dijo en voz más baja.
El recuerdo era tan diáfano que le hizo perder el hilo de lo que estaba diciendo. La máquina. Cuando bajó, asustada, buscando frenéticamente a su marido, todo estaba en ruinas… olía a tierra húmeda y moho; de las grietas de la Boneshaker salían ráfagas de vapor; apestaba a aceite quemado y a engranajes metálicos afilados que se convertían en humo…
—El túnel —dijo en voz alta.
—¿Cómo? —dijo Swakhammer.
—El túnel —repitió—. ¿Varney, verdad? Varney, ¿cómo sabías cuál era nuestra casa?
El pianista escupió un pedazo de tabaco mascado a la escupidera al otro lado del mostrador y respondió:
—Yo vivía cerca. Vivía con mi hijo, a unas pocas calles de allí. Siempre me preguntaba por qué no estaría pintada de azul en vez de púrpura…
—¿Alguien más conocía la casa? No era un secreto dónde vivíamos, pero tampoco era algo que supiera todo el mundo. —Nadie respondió, de modo que añadió—: Bien. Así que nadie lo sabía. Pero ¿qué hay del distrito financiero?
Lucy levantó una ceja.
—¿Los bancos?
—Sí, los bancos. Todo el mundo sabe dónde están, ¿verdad?
—Claro —dijo Swakhammer—. Es imposible no saberlo. Es la parte de la ciudad cerca de Third Avenue. Ya no hay edificios, solo un gran agujero en el suelo. ¿Por qué? ¿En qué estás pensando?
—Estoy pensando que ese agujero apareció allí porque… Bueno, todos sabemos por qué. Fue la Boneshaker; incluso Levi lo admitió. Pero después de que la pusiera en marcha ahí abajo, y después de que el suelo se derrumbara, regresó con la máquina a casa. Por lo que yo sé, la Boneshaker sigue bajo la casa, en lo que queda del laboratorio.