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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

Boneshaker (26 page)

—¿Ahora qué?

—Ahora devuélvemelo, y ponte la máscara como te he dicho. Lucy, ¿necesitas ayuda con la tuya?

—No seas tonto. Está todo controlado —dijo la mujer. Con su único brazo tiró de una máscara plegada que tenía bajo la falda y la desplegó. Respondió, dirigiéndose a Briar: Este es uno de los experimentos de Minnericht. Es más ligera que la tuya, y va muy bien, pero no durante mucho tiempo. Estos diminutos filtros no durarán más de una hora. Normalmente la guardo en el liguero para las emergencias.

—¿Bastará una hora? —preguntó Briar.

Lucy se encogió de hombros, y se colocó la máscara sobre los ojos y la barbilla de un movimiento que no podría haber sido más grácil si hubiera tenido dos brazos para ejecutarlo.

—Encontraremos más velas antes de que pase una hora.

Dado que todos los presentes en el túnel se pusieron las máscaras, Briar los imitó.

—Odio esta cosa —se quejó.

—A nadie le gusta —le dijo Varney.

—Salvo a Swakhammer —dijo Hank. Aún parecía algo achispado, pero estaba despierto y en pie, de modo que su estado había mejorado de manera ostensible—. A él le encanta.

El hombre de la armadura inclinó la cabeza hacia la izquierda y asintió.

—Pues sí. Pero seamos sinceros: la mía es la más bonita.

—¿Quién decía que los hombres no eran vanidosos? —dijo Lucy a través de sus filtros de carbón y su máscara de algodón prensado.

—Nunca he dicho tal cosa.

—Bien. Así no tendré que llamarte mentiroso. Cómo os gustan los juguetes a los hombres…

—Por favor —interrumpió Briar. La cercanía de sus perseguidores la ponía nerviosa, y el aire húmedo y frío estaba calando sus ropas—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Adónde vamos? Swakhammer, dijiste que arriba y después afuera.

—Así es. Tendremos que volver y limpiar el local más adelante.

Briar frunció el ceño tras la máscara.

—Entonces, ¿vamos a otro lugar seguro? A un lugar más seguro, quiero decir. Quizá debería dejaros e ir a buscar a Zeke.

—No vas a hacer eso. No con esas cosas husmeando por ahí, y menos con filtros gastados. Nunca lo lograrías, por mucho rifle que tengas. Nos dirigiremos hacia la vieja cripta y nos reagruparemos allí. Después ya pensaremos en subir hacia el distrito financiero.

—Te gusta dar órdenes, ¿eh? —resopló Briar.

—Son órdenes bastante razonables —dijo el otro, sin ofenderse.

Willard levantó la linterna, y Swakhammer ajustó el cristal. Pronto todo el túnel quedó iluminado por un débil fulgor anaranjado tan húmedo como el zumo de naranja.

Los muros incompletos relucían, y a Briar solo la reconfortó en parte ver pilares que se elevaban del piso y se perdían en el techo, en el suelo del local. Había palas apoyadas contra los muros, casi enterradas en la superficie; las herramientas se perdían casi por completo en los muros húmedos, y sus extremos reposaban contra carros de minería. De los carros, los ojos de Briar pasaron a los raíles sobre los que reposaban, y entonces comprendió que este era un lugar con un fin concreto, no solo una bodega de refrigeración.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó—. ¿Habéis estado cavando?

—Siempre, querida —respondió Lucy—. Siempre hay que seguir excavando. No podemos subir, no tenemos los materiales necesarios, ni los recursos, ni la manera de hacerlo. Estos muros nos encierran con la misma eficacia con la que nos protegen. De modo que si queremos expandirnos, si necesitamos más lugares seguros, o crear nuevas rutas, tenemos que excavar.

Briar respiró profundamente, y torció el gesto al aspirar el aire mohoso.

—Pero ¿no os preocupa? Estáis cavando por todos lados. ¿No tenéis miedo de que todo esto se derrumbe?

A lo lejos, Frank dijo:

—Minnericht. —Como si eso lo explicara todo.

—Es un monstruo —dijo Swakhammer—, pero también es un puto genio. Él lo planeó todo, nos dijo cómo apartar la tierra sin dañar los cimientos y todo eso. Pero dejamos de hacerlo hace unos seis meses.

—¿Por qué? —preguntó Briar.

—Es una larga historia —respondió el otro, y no parecía dispuesto a dar más explicaciones—. Vamos.

—¿Adónde? —preguntó Briar, mientras echaba a andar tras él.

—A la vieja cripta, ya lo he dicho. Te gustará. Está más cerca del distrito financiero. Saldremos y echaremos un vistazo. Quizá podamos saber si tu chico ha estado allí.

—¿Más cerca?

—Justo en el límite. Nos dirigimos al viejo Consorcio Sueco, el único edificio que no se derrumbó. Lo que pasó fue que la Boneshaker afectó a los cimientos, y la vieja cripta de metal fue demasiado pesada para el suelo. De modo que se hundió. Y ahora la usamos como puerta principal. —Levantó la linterna y miró por encima de su hombro—. ¿Estamos todos?

—Estamos todos —confirmó Lucy—. No te detengas, grandullón. Estamos detrás de ti.

En algunos lugares el sendero se ensanchaba tanto que la luz de la oscilante llama no abarcaba toda su longitud; y en algunas zonas el sendero era tan estrecho que Swakhammer tuvo que ladearse para seguir avanzando.

Briar lo seguía de cerca, sin separarse de esa tenue luz amarillenta y tratando de respirar tras la insufrible máscara.

Capítulo 15

—Despierta. Chico, despierta. ¿Estás vivo, o no?

Zeke no estaba muy seguro de quién estaba hablando, ni siquiera de si le estaban hablando a él.

Le dolía la mandíbula, hasta ambas orejas; eso fue lo que notó en primer lugar. Le quemaba la piel del rostro, como si se hubiera quedado dormido sobre una estufa. Después reparó en el peso sobre su vientre, la presión desigual de algo pesado y duro. A continuación, sintió una punzada de dolor en la espalda; estaba apoyado en algo de superficie irregular, posiblemente afilado.

Y alguien lo estaba zarandeando, tratando de llamar su atención.

El lugar olía raro.

—Chico, despierta de una vez. No te hagas el muerto. Te puedo ver respirar.

No tenía ni idea de quién le hablaba. No era su madre. Y tampoco era… Rudy. Ese nombre lo hizo estremecerse y recuperar la consciencia casi de inmediato. Lo más difícil era recordar los detalles, y también fue lo más terrible. De repente supo dónde estaba. Más o menos.

Abrió los ojos y no terminó de reconocer el rostro que vio sobre el suyo.

Era el rostro de una mujer, casi andrógino a causa de la edad. Era lo bastante mayor para ser la abuela de Zeke, pero era difícil precisar más a la luz de su linterna. Su piel era algo más oscura que la de Zeke, del color de una bolsa de tabaco de terciopelo o del pelaje de un ciervo. La chaqueta que llevaba perteneció en otro tiempo a un hombre; parecía quedarle algo grande, y llevaba los pantalones doblados para evitar que se le cayesen. Sus ojos eran de un color marrón oscuro, como el del café, y sus canosas cejas sobresalían de su frente como toldos.

Sus manos se movían como cangrejos; eran más rápidas y fuertes de lo que parecían. Apretujó con ellas las mejillas de Zeke.

—Estás respirando, ¿verdad?

—Sí… señora —le dijo Zeke.

Se preguntó por qué estaba tendido en el suelo. Se preguntó dónde estaba Rudy. Se preguntó cómo había llegado hasta allí, y cuánto tiempo llevaba allí, y cómo iba a volver a casa.

Las pobladas cejas grises se fruncieron.

—No has respirado la Plaga, ¿verdad?

—No sabría decirlo, señora. —Aún estaba tendido en el suelo, y aún se preguntaba qué había ocurrido. Miraba a la mujer, demasiado aturdido para hacer nada que no fuera responder a una pregunta directa.

La mujer se incorporó, y solo entonces comprendió Zeke que había estado arrodillada junto a él.

—Si lo hubieras hecho, no serías tan insolente; no podrías. Así que supongo que estás bien, a menos que te hayas roto algo que yo no pueda ver. ¿Te has roto algo?

—No estoy seguro, señora.

—Señora. Eres muy gracioso, ¿eh?

—No intentaba ser gracioso —murmuró Zeke, y trató de incorporarse hasta quedar sentado. Algo grande y plano bloqueaba el camino, y cuando lo tocó con los dedos para apartarlo, comprendió que se trataba de una puerta—. ¿Por qué hay una puerta encima de mí?

—Niño, esa puerta acaba de salvarte la vida. La llevaste como si fuera un escudo, escaleras abajo. Evitó que fueras aplastado, lo que habría ocurrido sin duda. Verás, lo que pasó es que una aeronave golpeó la torre. Un aterrizaje de emergencia, por decirlo así, en el costado del edificio. Si lo hubiera golpeado con más fuerza, podría haber atravesado todos los pisos, y entonces estarías muerto, ¿no te parece?

—Supongo que sí, señora. ¿Señora…? —preguntó.

—Deja de llamarme así.

—Lo siento, señora —dijo, a fuerza de hábito, no para ser insolente—. Lo siento. Me preguntaba si es usted la princesa a la que vimos en los túneles. ¿Es usted?

—Llámame señorita Angeline. Con eso basta, chico.

—Señorita Angeline. Yo me llamo Zeke.

Dobló las piernas para apartar la puerta de sí, y se sentó. Con ayuda de la mujer se puso en pie; sin ella, hubiera caído de nuevo. Tenía la vista nublada, y apenas podía distinguir algo entre las luces que orbitaban ante sí, rítmicamente acompasadas con el latido de una vena en su sien.

Se recompuso y pensó que así es cómo se siente uno al desmayarse. Y después se le ocurrió que la princesa Angeline tenía brazos más fuertes que cualquier hombre que hubiera conocido.

Ella lo sujetaba, apoyándolo contra el muro.

—No sé qué le ha pasado a tu desertor. Supongo que también te abandonó a ti.

—Rudy —dijo Zeke—. Me dijo que no desertó.

—También es un mentiroso. Toma, coge tu máscara. El aire aquí dentro no es muy bueno; algunas de las ventanas de los pisos de arriba se han roto, y se está filtrando aire contaminado. Ahora estás en el sótano de nuevo, y las condiciones aquí son mejores que en otros sitios, pero los sellos están reventados.

—Mi máscara. Mis filtros se están taponando.

—No. Corté dos de los míos y los puse en tus ranuras. Te servirán para un buen rato, al menos el tiempo suficiente para que salgas de la ciudad.

Zeke protestó:

—Aún no puedo irme. Tengo que ir a Denny Hill.

—Chico, estás muy lejos de Denny Hill. Como trataba de decirte antes, en los túneles de Rough End, el viejo Osterude no te estaba llevando a casa. Te llevaba al demonio al que llaman doctor Minnericht, y solo Dios sabe lo que te hubiera pasado entonces, porque yo no. Zeke —dijo, en un tono más amable—, tu madre está ahí fuera, y si no vuelves a casa, se preocupará. No le hagas eso. No dejes que crea que ha perdido a su hijo.

Una punzada de dolor atravesó el rostro de la mujer, y por un segundo pareció estar hecho de piedra.

—¿Señora?

La piedra se quebró y cayó.

—Eso no se le hace a una madre. Tienes que volver a casa. Ya has estado todo un día fuera, y ya pasó la medianoche, casi es un nuevo día. Ven conmigo, ¿quieres? —Extendió la mano, y Zeke la tomó, porque no sabía qué otra cosa hacer—. Creo que es hora de que vuelvas a las Afueras.

—Puede que sea lo mejor —dijo Zeke—. Siempre puedo volver después, ¿no?

—Claro, si quieres que te maten. Estoy intentando echarte una mano, chico.

—Lo sé, y se lo agradezco —dijo Zeke, aún vacilante—. Pero no quiero marcharme todavía, no hasta que haya visto la vieja casa.

—No estás en condiciones de hacer eso, jovencito. En absoluto. Mírate, aturdido y con harapos en lugar de ropa. Tienes suerte de seguir con vida. Tienes suerte de que vine a buscarte, para rescatarte de ese viejo diablo con su bastón escupefuego.

—Me gustaba su bastón —dijo Zeke, y tomó con desgana su máscara—. Era muy chulo. Le ayudaba a andar, y también a defenderse. Después de la guerra, donde fue herido…

La mujer lo interrumpió:

—Osterude no fue herido en ninguna guerra. Huyó de ella antes de que eso pudiera ocurrir. Se hizo daño en la cadera al caerse borracho hace un par de años, y ahora se atiborra a opio, whisky y jugo de limón para soportar el dolor. No lo olvides, chaval: no es tu amigo. Aunque quizá sería más correcto decir que no era tu amigo, porque no sé si el derrumbe lo ha matado. Ahora ya no puedo ir a buscarlo.

—¿Estamos en el sótano? —Zeke cambió de tema.

—Es lo que te he dicho. Caíste hasta aquí cuando la nave chocó contra la torre, ya te lo he dicho.

—¿Una nave chocó contra la torre? ¿Por qué hizo eso? —preguntó Zeke.

—No fue a propósito, tonto. No sé por qué lo hizo. Brink es un buen capitán, pero no reconozco la nave que pilota ahora. Debe de ser nueva, y puede que aún no se haya acostumbrado a ella. Supongo que han tenido un pequeño accidente y nada más, y ahora están intentando arreglar los daños antes de echar a volar de nuevo.

Los ojos de Zeke se ajustaron a la luz de la linterna y comprendió, con algunas dificultades, que lo que la mujer sostenía en la mano no era una linterna de aceite ordinaria.

—¿Qué es eso?

—Es una linterna.

—¿De qué tipo?

—Una buena, y brillante. Ni la lluvia la apagará —dijo ella—. Vamos, chico, ponte en pie. Tenemos que subir un par de pisos hasta llegar a la cima de la torre, donde está la nave. Es una nave algo chapucera. Se llama Clementine, y para que lo sepas —dijo bajando la voz—, cuando dije que la nave es nueva, no quiero decir que la esté estrenando. Lo más probable es que la haya robado.

—¿Y va a entregarme a ese hombre? —gruñó Zeke—. No me gusta cómo suena eso. Piratas soltándome al otro lado del muro.

Ella, sin embargo, insistió:

—No te preocupes. He tratado muchas veces con ellos, y me conocen demasiado bien para hacerte daño si me dan su palabra. No te tratarán a cuerpo de rey precisamente, pero no te harán daño. Y además, ya estás bastante hecho polvo.

La princesa, por turnos maternal y dictatorial, guió a Zeke hacia la escalera y le dijo:

—Vamos. El camino no es tan terrible como parece. Todo cayó hacia el sótano, igual que tú.

Zeke no sabía cómo sentirse; tan solo la siguió. No había ninguna luz, a excepción del peculiar fulgor blanco de la linterna de Angeline, ni siquiera cuando subieron un par de pisos y pudo ver, a través de los suelos vacíos y a medio terminar, cuán negra era la noche al otro lado de las ventanas. Estaba muy oscuro, y era tan tarde que ya era temprano.

—Le dejé una nota, pero… mi madre va a matarme.

—Eso depende de cuánto tiempo estés fuera —dijo la princesa—. El truco es estar ausente el tiempo suficiente para que deje de estar furiosa y comience a preocuparse… pero tampoco es bueno que se preocupe demasiado, o volverá a enfadarse.

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