¿Cómo lo supiste…? ¿Cómo diste con la droga?
McAllen supo en ese instante que tenía al sujeto indicado. La furgoneta en plena remodelación aparcada en el jardín trasero era una de las pruebas, y la otra había sido perfectamente grabada por Gates. No tendría más que interrogar al joven para sacarle la verdad en un abrir y cerrar de ojos. McAllen estaba convencido de que sólo con mostrarle al muchachito la grabación en la que hablaba de la droga haría que soltara el rollo diez veces seguidas si era necesario.
Poco después de mencionar la droga, la mujer y el joven salieron de la cocina para dirigirse a una de las habitaciones. McAllen seguía los acontecimientos con interés. Harrison, de pie detrás de él, seguía con la mirada la figura inconfundible de Danna Green desapareciendo de uno de los monitores para aparecer en el otro. Gates presionó una serie de botones y el audio de la habitación reemplazó al de la cocina.
—¿Quién es ése? —preguntó de repente Gates.
McAllen y Harrison siguieron el dedo del operador, al principio sin comprender a quién se refería. Uno de los monitores, el primero, mostraba la imagen de una cámara situada en la parte superior de la furgoneta. La cámara había sido posicionada de manera que pudiera ofrecer una perspectiva de la fachada de la casa. En aquel momento un hombre se acercaba a la puerta de la calle.
—¡Es Green! —bramó McAllen—. Echará todo a perder. ¿Qué hace aquí?
Harrison contempló boquiabierto a Robert, que extendía en ese momento un brazo tembloroso en dirección al timbre de la casa. La misma pregunta que formuló McAllen lo asaltó dentro de su cabeza: ¿qué hacía Robert allí?
—Yo me encargaré —se apresuró a decir Harrison.
Salió por la parte trasera de la furgoneta. McAllen pensó en decir algo para detenerlo, pero finalmente no lo hizo.
—Se han sorprendido —sentenció Gates con la vista fija en el cuarto monitor, el que mostraba a Danna y Matt en la habitación—. No esperaban a nadie.
McAllen estuvo de acuerdo.
Los dos hombres siguieron en el cuarto monitor la salida de Matt de la habitación y luego por el segundo su avance por la sala. En el primero, Harrison corrió hacia Robert y prácticamente lo arrastró hasta ocultarse en el frente de una casa vecina. El comisario había sido astuto, se dijo McAllen; de haberse dirigido hacia la furgoneta habrían sido sorprendidos en plena carrera.
Al abrir la puerta de la calle, el joven, lógicamente, no vio a nadie. El monitor número uno mostró el modo en que miró hacia uno y otro lado antes de introducirse en la casa y regresar a la habitación.
—Ha estado cerca —dijo McAllen más que nada para sí mismo.
Segundos después, Harrison condujo a Robert hacia la furgoneta. La incredulidad en su rostro al ver el equipamiento que controlaba Gates era la de un viajero en el tiempo de la época de las cavernas.
—¿Qué rayos hace aquí, Green? —McAllen no se molestó en volverse. Habló sin apartar los ojos de los monitores.
—He… recibido una llamada anónima —alcanzó a decir Robert.
Harrison sabía que tarde o temprano tendría que decirle a su amigo que la que estaba dentro de la casa era Danna, aunque posiblemente ya lo supiera. Desplegó una silla adosada a la pared de la furgoneta e hizo que Robert se sentara.
—¿Una llamada anónima? —McAllen se interesó inmediatamente.
Pero Robert no respondió. Acababa de sentarse cuando se quedó literalmente helado. Harrison lo advirtió y se dio la vuelta para mirar los monitores.
En el monitor cuatro, Matt Gerritsen besaba el cuello de Danna Green. Una de sus manos masajeaba con vehemencia el pecho derecho de la mujer.
Robert sintió que su sangre se espesaba y dejaba de circular.
Tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña tu mujer te engaña.
El comisario no supo qué hacer. Él mismo se sintió avasallado por la imagen. No había tenido tiempo de advertir a Robert de la situación que tenía lugar en la casa.
—Parece que tendremos acción —dijo Gates, divertido.
Robert siguió la escena entre su esposa y el novio de su hija durante unos segundos que se le antojaron eternos. Luego bajó la vista y la clavó en el suelo de la furgoneta. En ese preciso instante algo se rompió dentro de él; una pieza delicada e irreemplazable.
¡Todo el mundo lo sabe!
Cuando se desató el enfrentamiento entre Matt y Danna, Robert ya no prestaba atención a los monitores. Harrison, en cambio, dio un paso hacia McAllen.
—McAllen, me imagino que pensará intervenir.
El agente no pareció oírlo. En ese instante Danna tomaba algo del escritorio… ¿Un cuchillo?
—¡McAllen, intervenga o mi gente lo hará! —amenazó Harrison, alzando su radio a la altura de la boca.
McAllen sostuvo la mirada del comisario unos instantes. Luego se volvió hacia Gates y le indicó con un ademán que activara el micrófono sobre la consola de control. Una luz se encendió a un lado del dispositivo y Arthur McAllen dio órdenes a los dos grupos apostados en la casa para que entraran en acción. Harrison hizo lo propio con sus hombres.
Matt Gerritsen y Danna Green serían trasladados a la comisaría para ser interrogados. La mujer, esposada, era conducida fuera de la casa, presa de un completo desconcierto ante el movimiento originado fuera. De la furgoneta de reparto de pizza salía un individuo bajo y gesticulador con la camisa remangada. Las luces azuladas de los coches patrulla resaltaban una decena de rostros asomados en algunas de las casas.
Danna vio a Harrison cerca de la furgoneta, andando con paso decidido. Hablaba por radio manteniendo la vista fija en el pavimento. De repente, dejó caer el brazo con el que sostenía la radio y miró al cielo; luego se encaminó hacia la furgoneta. Abrió la portezuela trasera de un tirón y se dirigió a alguien que estaba en el interior, probablemente al sujeto de la camisa remangada. Entonces Danna se detuvo en seco. Robert salió de la parte trasera y avanzó un par de pasos con la cabeza gacha y los brazos pegados al cuerpo. En ese instante levantó la mirada, seguramente atraído por el ajetreo en la acera de enfrente, y entonces sus ojos se encontraron con los de Danna. Harrison advirtió lo que sucedía.
—¡Eh, Timbert! ¡Pedí que se me avisara cuando la sacaran! —explotó el comisario.
—¡Lo han hecho sin mi consentimiento! —se defendió el oficial.
Harrison se volvió hacia McAllen, vociferando cosas que Danna apenas escuchó. Los oficiales la introdujeron en el vehículo policial y le hicieron algunas preguntas, que ella no respondió. Su mente estaba en blanco. El último pensamiento racional que recordaba era que todo aquello tenía que ver con drogas. Matt había mencionado algo de drogas, y las inscripciones de la DEA en las chaquetas de los agentes eran más que elocuentes. Pero aunque había razonado aquello apenas diez minutos antes, ya lo había olvidado. En su mente no quedaba espacio para reflexionar. Los acontecimientos recientes lo oscurecían todo, como una nube negra encapotando el cielo antes de una tormenta.
Mentalmente, Danna se vio frente a Gerritsen, sosteniendo el abrecartas y, de pronto, aquellos hombres entrando a la habitación; tres de ellos, con sus vestimentas negras, cascos de motociclistas y armas con mira láser. Los rodearon como arañas, desplazándose con presteza, mirando en todas direcciones al mismo tiempo, respondiendo por sus intercomunicadores a las voces electrónicas que de ellos surgían.
Recordó haber dejado caer el abrecartas y haber girado sobre sus pies con la lentitud de un sueño, pensando que lo que estaba ocurriendo era descabellado. Jamás en su vida había experimentado la sensación de un arma apuntándole, y menos por partida triple. Vio tres círculos rojos bailoteando en su pecho, ascendiendo y luego viajando como por arte de magia al cuerpo de Matt.
Aquello debía de ser un error. No podía ser de otra manera.
Pero no había error. Les ordenaron que colocaran las manos delante, una junto a la otra, y los esposaron para conducirlos a la sala, donde había más de aquellos individuos de película. Uno de ellos habló articulando palabras memorizadas dirigiéndose a ellos (aunque sin mirarlos) y luego al micrófono instalado en su casco. Danna no dijo absolutamente nada. Ni una palabra. Permaneció en silencio, con la garganta seca.
El jaleo en la casa de la familia Green había crecido considerablemente. Mike fue testigo de la llegada de media docena de policías y de cómo sus rostros se transformaron tras enfrentarse al cadáver que él mismo había descubierto no mucho antes. Comprendió que ninguno de ellos estaba acostumbrado a vérselas con una muerte de esas características, definitivamente poco frecuente en Carnival Falls.
Mike recordó el grito histérico que había dejado escapar Allison ante la imagen del cuerpo sin vida de Rosalía. Mientras Harrison daba las primeras instrucciones por radio, la mujer se había limitado a permanecer sentada en uno de los sillones, visiblemente conmocionada. Cuando Mike se acercó, ella se sobresaltó, como si su mente hubiese viajado a un sitio lejano. En ese momento pudo leer en sus ojos, húmedos de miedo, que pensaba en la inscripción que habían encontrado en el desván.
Le dijo a Allison que no tenía sentido que permaneciera allí, que podría irse a su casa y descansar un poco. Al principio a ella la idea le resultó absurda, pero finalmente aceptó. El estado de Robert no era bueno y necesitaría a su amigo a la hora de hablar de lo ocurrido. Hasta el momento, ni Allison ni Mike sabían qué había sucedido exactamente.
Una hora después de que Allison se marchara, Mike y Robert seguían sentados en la sala, observándose en silencio. Mike había intentado entablar conversación con su amigo en dos ocasiones, pero él se había limitado a observarlo con la mirada extraviada, como si no entendiera una sola palabra de lo que le decía.
Harrison se acercó a ambos, pero se inclinó ligeramente hacia donde estaba Mike y le habló al oído.
—¿Qué tal si salimos a tomar un poco de aire?
Mike asintió.
Los dos hombres salieron por la puerta principal y rodearon la casa. En pocos segundos se encontraron en el jardín trasero, vagamente iluminado por dos farolas de pie.
—¿Qué ha ocurrido, Harrison? —preguntó Mike, asegurándose de que allí no había nadie más que ellos.
—No lo sé con certeza —dijo el comisario visiblemente contrariado—. Tengo a la DEA encima, siguiendo un caso de drogas aquí en Carnival Falls. Ayer por la mañana recibimos una llamada anónima referente a una operación. Nos proporcionaron una dirección, una hora… Creímos tener entre manos una posible transacción y la DEA montó un pequeño circo, con cámaras de vídeo y esas cosas.
—¿Creyeron tener…?
—En el lugar se presentó un muchacho al que conozco —puntualizó Harrison—. Su nombre es Matt Gerritsen; quizás usted conozca a su padre. En cualquier caso, el muchacho ha estado en mi casa algunas veces. Conoce a mi hija Linda.
—No lo conozco personalmente, pero sé que es novio de Andrea —agregó Mike.
Thomas Harrison palideció. Sólo en ese instante comprendió las implicaciones
reales
del encuentro entre Danna y Gerritsen.
—Mierda.
—Harrison, explíqueme qué tiene que ver Matt Gerritsen en todo esto.
—La siguiente en llegar a la casa… fue Danna —dijo el comisario, como si esto lo explicara todo (y en cierta medida así era).
—¿Danna?
—Sí. Matt Gerritsen hizo ciertos comentarios en relación a lo que buscábamos, lo cual da crédito a nuestro informante anónimo; luego la reunión comenzó a parecerse más a un encuentro de… amantes.
—¿Danna y Matt? Harrison, lo que está diciendo carece de sentido.
—Lo sé. Sabiendo que el muchacho es el novio de Andrea resulta aún más difícil de aceptar.
—¿A qué se refiere exactamente con encuentro de amantes?
—No mantuvieron relaciones, si a eso se refiere. Tomaron unas copas y se besaron. Luego discutieron y nuestros hombres intervinieron.
—¿Se lo ha dicho a Robert?
—No fue necesario. Mientras Matt y Danna estaban dentro de la casa, llegó Robert. Lo detuve de inmediato, antes de que anunciara su presencia. Alcancé a cruzar unas palabras con él y me dijo que también él había recibido una llamada anónima. De cualquier modo, lo conduje a la unidad móvil. Desde allí pudimos ver lo que ocurrió en el interior de la casa.
—Es increíble.
—Mike, le confío esto porque sé que es su amigo…, quizás el único que sepa cómo tratar este asunto con él.
—Se lo agradezco.
—Tengo la sensación de que Carnival Falls ha enloquecido —reflexionó Harrison.
—¿Han podido determinar algo del… cuerpo?
—Nada por el momento.
Caminaron por el lateral de la propiedad de regreso a la parte delantera. Harrison aventajó un paso a Mike y luego se dio la vuelta. Procurando hacer que su pregunta resultara casual, lanzó un dardo certero. El comisario conocía su trabajo, de eso no cabía duda alguna.
—¿Qué hacía usted aquí? —dijo en tono alegre.
Mike se puso rígido. Las palabras del comisario evocaron las letras sangrientas en el desván; parecía que el maldito nombre estaba a la orden del día dentro de su cabeza. Cuando se disponía a responder, consciente del instante de indecisión, el teléfono de la casa sonó con insistencia. Ya estaban en el umbral de la puerta principal.
Mike señaló el teléfono con un dedo tembloroso. No importaba qué respondiera a la pregunta del comisario, éste había advertido que le estaba ocultando algo.
—Conteste usted —pidió Harrison—. Será mejor que lo haga una voz conocida.
Mike levantó el auricular.
Allison aparcó el Saab de Mike en la entrada privada de su casa. La idea no le gustaba, pero en su garaje no había espacio suficiente para dos coches.
Entró en la casa diciéndose que sería conveniente dormir. Como era casi medianoche, tal cosa no representaría un gran esfuerzo en circunstancias normales.
Pero resultaba evidente que éstas no lo eran.
Al encender la luz, la sensación que la embargó fue la de hallarse en un lugar extraño. Resultaba una estupidez mayúscula; había vivido allí durante años. Esa casa la había visto casarse, tener a su hijo, perder a su esposo… Sin embargo, la sensación de vacío estaba allí. Imposible negarla.