Robert la observó. Verla dormir ayudaba a pensar que todo saldría bien.
Oyó un ruido afuera, en el jardín.
Se puso en pie. Terminó de abrocharse el pijama y se acercó a la ventana. Fue poco lo que pudo ver; había luna, pero la luz del interior no le permitía ver hacia afuera. Regresó junto a la mesilla de noche y la apagó. La habitación quedó en penumbra. Robert evocó el sonido que había creído escuchar: un golpe sordo, un peso chocando contra algo amortiguado.
Pensó que probablemente no había sido más que un gato. Escrutó el jardín, recorriendo la cerca primero y las siluetas de los árboles a la derecha después. Detrás de uno de ellos creyó advertir el contorno irregular de una forma humana, alguien de pie procurando ocultarse. Se sobresaltó, instintivamente retrocedió y se apartó de la ventana como si corriera algún peligro. Volvió lentamente, esta vez asomando apenas su rostro y concentrándose en el tronco robusto que hacía un momento había creído que ocultaba a una persona.
El tronco seguía allí, pero el contorno irregular no era el de una persona, eso seguro.
Hace un momento sí lo era.
No. Hacía un momento su cabeza había estado ocupada pensando en otras cosas. Había imaginado el ruido. Estaba cansado, y era lógico. La noche anterior apenas había dormido.
Volvió a asomarse por la ventana y clavó la vista en el tronco. No vio ninguna silueta detrás ni mucho menos en las proximidades. Permaneció allí el tiempo suficiente para convencerse de que en efecto había sido una jugada de su imaginación, al igual que el ruido.
Se acostó y permaneció boca arriba unos minutos, contemplando el techo. El cansancio lo venció y se durmió.
Andrea se paseaba nerviosa por su habitación, iba de la cama al escritorio, luego hacia la ventana, donde permanecía un segundo, luego de vuelta a la cama. Sostenía su móvil en una mano y se llevaba el pulgar de la otra a la boca para morder una uña con impaciencia. Había cometido un error. Se había dejado llevar por un impulso sin pensar. Ahora la idea de que Matt entrara por la ventana de su habitación le resultaba descabellada. Observó el teléfono y pensó en llamarlo. Había creído que sería como en las películas: el novio entrando subrepticiamente, escondiéndose debajo de la cama al ser sorprendidos por golpes en la puerta…
No quería siquiera pensar en las consecuencias si la descubrían en la habitación con Matt.
Aún aferraba el móvil con fuerza cuando creyó escuchar un sonido proveniente del frente de la casa. Se acercó a la ventana y casi se muere del susto cuando el rostro de Matt surgió pegado al cristal. Se cubrió la boca y ahogó un grito. Retrocedió un paso. Matt sonreía y alzaba una mano en señal de saludo. Andrea se acercó, le indicó con un gesto que guardara silencio y abrió la ventana para que él entrara. Le dijo que se diera prisa y la cerró, echando un vistazo preocupado al jardín.
—Matt, esto es una locura.
—Lo sé, pero tenía ganas de verte.
—¿Alguien te ha visto?
Él la rodeó con sus manos y masajeó su cadera.
—Tranquila, todo está bien. Nadie me ha visto.
Matt la agarró por los codos y la condujo lentamente hasta la cama, donde se sentó. Rodeó a Andrea con sus brazos por detrás de la cintura y la atrajo hacia sí. Utilizó su nariz para levantarle la blusa y besó su abdomen una, dos, tres veces…
—Me haces cosquillas. —Andrea se contorsionó.
Matt ascendió en su exploración y dio pequeños mordiscos a la altura de las costillas. Andrea logró permanecer inmóvil, mientras peinaba el cabello rubio de su novio, estirando los dedos y rastrillando hacia delante y atrás. Él siguió besándola en el estómago.
—Es muy arriesgado. —Andrea se incorporó e intentó separarse—. Si mi madre te encuentra aquí…
—Lo vuelve más interesante.
—Matt, estás loco.
—Un poco.
—¿Sabes qué creo?
—¿Qué?
—Que deberías conocer a mis padres.
—Conozco a tus padres.
—Me refiero a una presentación formal. En especial con mi madre. Detesto ocultarle nuestra relación.
—Puedo venir un día de éstos, ya sabes…, hacer el papel de chico bueno. A tu madre le va a encantar.
—No la conoces.
—Vamos, no puede ser tan malo.
—Sí que puede. De todas formas, hablaré con ellos.
—Ven aquí.
Andrea avanzó hacia los brazos extendidos de Matt y se introdujo entre ellos. Él los cerró en torno a su cuerpo e hizo que girara sobre sí misma, quedando ahora de cara a la ventana. Andrea se sentó sobre las piernas de Matt, presionó su espalda contra el pecho firme de él y reclinó la cabeza contra su hombro.
Matt besó el cuello de Andrea, que estiró los brazos hacia atrás y arqueó la espalda. Él pasó una mano delante del cuerpo de ella, acariciando su abdomen con la palma, sin interrumpir los besos en el cuello; luego la besó en la parte trasera de la oreja, exploró tímidamente la cavidad con su lengua, y otra vez se concentró en el cuello. El cuerpo de Andrea se tensó como la cuerda de un instrumento musical; cerró los ojos y se dejó caer sobre Matt, quien lentamente se tendió sobre la cama. Sus piernas seguían apoyadas en el suelo. Andrea se sacudió encima, con la cabeza vuelta en dirección al techo y los ojos cerrados.
La mano de Matt ascendió por debajo de la blusa hasta aplastar uno de los pechos de Andrea. Sintió la textura de la tela del sujetador y la increíble sensación de aquel montículo macizo cambiando de forma ante la presión ejercida sobre él. Andrea gimió mientras agitaba su cadera. Matt sumó su mano libre a la exploración corporal y ella la recibió con entusiasmo mientras desabrochaba uno a uno los botones de su blusa; lo hizo sin mirar, con la cabeza tendida hacia atrás y experimentando el examen frenético que tenía lugar en sus pechos. Finalmente abrió la blusa. Matt reemplazó el sujetador con sus manos. Lo hizo con un movimiento rápido, como si se tratara de un truco de magia. Ella suspiró mientras sus pezones se ponían rígidos. Sus poros se ensancharon; sintió un escalofrío en los hombros viajando por el torso y clavándose en el vientre como una flecha. Había olvidado que estaba en su habitación, había olvidado su preocupación de ser descubierta por su madre; de hecho, podría decirse que había olvidado a su madre. Se meció extasiada, presa del placer corporal que le brindaban las manos de su novio y su propia mente. Flotó durante un rato, como si descansara sobre una nube que la trasportaba a un lugar desconocido.
Matt era el segundo muchacho que la besaba; el primero, Tim Wallace, ni siquiera contaba. Cuando ambos tenían catorce años,
Tim había apoyado sus labios sobre los de ella, abierto la boca como un pez un par de veces y luego había desaparecido, aterrado. Con Matt había sido diferente.
Sin embargo, ésta era la primera vez que llegaba tan lejos. Andrea se preguntó si podría detenerse, se preguntó incluso si acaso semejante cosa era posible. Supuso que no. Supuso que nadie podía bajarse de ese tren una vez que estaba en marcha, de ninguna manera. Cada célula de su piel vibraba; su mente se había vuelto un torbellino caótico incapaz de registrar las reacciones, de controlar sus emociones. La nube la mecía, la transportaba. Andrea giró sobre sí misma. Matt sonreía, deleitándose al observar el rostro que flotaba sobre el suyo, aletargado como bajo los efectos de una droga. Ella también sonrió; sus pechos seguían un movimiento ascendente y descendente. Ambos pares de ojos se trenzaron en una mirada larga. Se mantuvieron expectantes. ¿Qué hacer a continuación? Respiraban al unísono, luchando contra sus propios pensamientos y el deseo que ardía en ellos como un carbón incandescente.
El receso duró poco. La efervescencia se apoderó de ellos otra vez, renaciendo con más fuerza. Sus cuerpos se soldaron, ahora uno de cara al otro. Un director imaginario elevó la voz de
¡Acción!
y sus bocas se unieron.
Se exploraron.
Fue Andrea quien al cabo de unos minutos se apartó. Con sumo esfuerzo logró lo que hacía poco tiempo le había resultado imposible: bajarse de aquel tren supersónico. Se puso en pie sin darse cuenta (aunque más tarde lo haría) de que era la primera vez que se mostraba parcialmente desnuda ante un hombre que no fuera su padre o alguno de los doctores que la habían examinado a lo largo de su vida.
Matt permaneció recostado en la cama; su expresión no era de reproche, sino de satisfacción, y no le pidió que regresara a sus brazos ni nada por el estilo. En su lugar se incorporó y se mantuvo sentado al borde de la cama. Ella se acomodó el sujetador y se abrochó la blusa. En su rostro se disparó un relámpago de incredulidad, un instante de incertidumbre por lo que acababa de hacer. Pero duró apenas una milésima de segundo. No había hecho nada malo. Sonrió.
Matt se puso en pie y la abrazó.
Se besaron; esta vez, un beso suave.
Andrea procesó mentalmente aquel momento como los instantes posteriores al paso de un tornado. La destrucción furiosa dando paso a un silencio sepulcral. La invadió una paz que le resultó reparadora; se sintió complacida al advertir que el breve brote de culpabilidad que la había asaltado había quedado sepultado en algún sitio profundo.
Se dijeron que se querían y se mecieron bajo una suave música inexistente salvo en el interior de sus mentes.
—Matt, será mejor que te vayas —dijo Andrea con voz trémula—. No quiero que nos oigan.
—Andrea…
—¿Sí?
—¿Has pensado en lo que hablamos en el bosque?
—Sí.
Matt sonrió al ver la expresión que cruzó el rostro de Andrea.
—Primero quiero que conozcas a mis padres.
—Estoy de acuerdo.
—Quiero que los conozcas
cuanto antes
…
Benjamin siguió con atención lo que ocurría en la casa. Esa noche debía cerciorarse de que todos estuvieran dormidos para cumplir con lo que tenía en mente. Sólo pensar en ello le hizo esbozar una sonrisa. No le interesaba en absoluto lo que ocurría en el interior de la habitación de Andrea, aunque la inesperada visita de Matt Gerritsen no dejó de cogerlo por sorpresa. Ciertas piezas caían lentamente en su sitio, y la relación entre Andrea y Matt era una de ellas. Benjamin había concebido un complejo plan que poco a poco cobraba forma. La perspectiva de ponerlo en marcha esa misma noche le hacía presa de una ansiedad que no había sentido en mucho tiempo.
Estaba libre, finalmente.
¡Libre!
Poco después de la partida de Matt, Andrea apagó la luz de su habitación y la casa quedó completamente a oscuras.
Benjamin se desplazó por el desván a una velocidad asombrosa; sus piernas flexionadas y sus brazos estirados se movieron en sincronía mientras su cabeza erguida estaba fija en el extremo al cual se dirigía. Había adoptado el rincón derecho, junto a la pared trasera, como su almacén de objetos personales. Allí conservaba, intacta, la comida que Ben había traído consigo después de su excursión abajo. Sabía que conservarla era peligroso, pues aquello constituiría una ventaja para
el niño
si decidía salir a la superficie, pero por el momento tenía cosas más importantes que hacer.
Junto a la comida estaba la ropa que había encontrado en la caja de cartón, el ejemplar de
La isla misteriosa
y el cuchillo que Benjamin había utilizado para ahuyentar al niño mediante el mensaje en su antebrazo. Echó un vistazo y advirtió las letras formadas ahora con hilos cicatrizados todavía perfectamente legibles. Esperaba que aquello hubiese sido suficiente. Había asustado al niño, lo sabía, pero también sabía que debía ser especialmente precavido esta noche.
Benjamin iba a bajar.
Su primera excursión
al mundo de abajo
. Un acontecimiento tan importante como peligroso. Una parte de él se sentía eufórica; si bien sería una visita breve, era la primera acción concreta y el inicio de algo que llevaba mucho tiempo de gestación. Mientras estudiaba la herida que él mismo se había causado, se recordó que abajo podía no resultar sencillo combatir al niño si éste decidía enfrentarse a él. Si perdía el control allí, sería poco lo que podría hacer para recuperarlo, y Benjamin prefería no conjeturar en lo desastroso de aquella posibilidad.
Junto al cuchillo había una hoja de papel doblada por el medio. La cogió y la sostuvo ante sí un buen rato: su primer obsequio al mundo de abajo. Desdobló la hoja y estudió las nueve palabras que ese mismo día había escrito con la punta roma del lápiz negro. Volvió a doblar la hoja sobre sí misma dos veces, obteniendo un cuadrado de cuatro centímetros de lado.
Introdujo el mensaje en el elástico de su calzoncillo y se encaminó en silencio al acceso del desván.
Retirar la placa de vidrio que protegía la entrada y lanzarse hasta el baño no le resultó dificultoso. Apenas dos saltos sucesivos para aterrizar en el lavabo, primero, y en el suelo embaldosado, después. Volvió a colocar la placa en su sitio, lo cual consideró una medida precautoria necesaria por si las cosas no resultaban como él pensaba.
Sus primeros recuerdos abajo se presentarían luego fragmentados, y apenas tendría conciencia de haberse lanzado desde el acceso, o de haber caminado por el pasillo hasta el comedor de la casa, donde se detuvo, sin saber por qué se dirigía en aquella dirección. Abajo todo era nuevo. Observó las sombras grises que definían el comedor: los respaldos de las sillas sobresaliendo en torno a la mesa como lápidas. Pudo ver parte de la cocina y, en el extremo opuesto, la puerta que servía de acceso a la sala y que normalmente permanecía abierta. Benjamin percibía todo aquello con fascinación, y sin saber que lo hacía dio un paso vacilante en dirección al comedor.
¿Por qué estaba allí?
¡¿Por qué?!
Miró en ambas direcciones. El impulso de avanzar fue enorme, pero logró contenerlo y dar media vuelta. Debía ir a la habitación de Danna y Robert; así lo había planeado y no había razón para estar donde estaba. No creía que el haberse desplazado hasta el comedor sin haber sido consciente fuera obra del niño, pero probaba que estar allí abajo era un riesgo para él. Debía darse prisa.
Avanzó por el pasillo regresando a su posición cuadrúpeda para hacerlo con mayor velocidad. Pasó junto a las puertas del estudio de Danna y de la habitación de Andrea. La primera estaba abierta, a diferencia de la segunda. La siguiente puerta pertenecía a la habitación de Ben y también estaba cerrada. Prefirió no dirigir siquiera su atención a ella. Si había algo capaz de hacer reaccionar al niño era precisamente una visión como aquélla.