Cuando comenzaba a generarse entre ellos el silencio que Mike tanto temía, Allison se acercó y apoyó sus labios húmedos sobre los de él.
—Llámame —le dijo.
—Lo haré.
Randy tenía una cosa clara: no le diría a Matt todo lo que sabía acerca de la operación. No porque no se fiara de él —lo conocía desde que ambos creían en los Reyes Magos, confiaba en él—, pero Matt podía tener a veces la lengua floja (y también el cerebro, convengamos). En esto iba su culo, el de Randy, y se aseguraría de no cometer errores. Él impartiría las directivas. No iba a arriesgarse a transportar cerca de medio millón de dólares en drogas si había dudas de cómo serían las cosas entre ellos.
Randy bebió un trago de cerveza y tras observar a su alrededor maldijo por lo bajo. Se hallaba en Underearth, un antro con reputación nefasta en Carnival Falls. Matt llegaba tarde, como de costumbre, y sería una de las cosas que tendrían que aclarar desde el principio. Si quería trabajar con él, Matt debería modificar su conducta. Por lo menos con respecto a ciertas cosas.
Pidió una segunda cerveza y mientras bebía un sorbo prolongado se dedicó a repasar las palabras que usaría con su primo.
Para empezar, le hablaría del Zorro. Se limitaría a decirle que era él precisamente la cabeza de la operación, lo cual sabía que le daría credibilidad al asunto. Haría hincapié en algunos detalles que sabía que convencerían a Matt de que la cosa iba en serio, pero omitiría mencionar la disputa con el Monje; de eso mejor ni hablar. Le hablaría del modo en que recibirían la droga y lo que harían con ella, pero sin dar demasiados detalles al respecto. El plan estaba establecido; Matt sólo tenía que ceñirse a hacer lo que estaba estipulado. No admitiría discusiones en cuanto a esto.
La música en ese momento era un chillido de guitarras distorsionadas. Randy no solía frecuentar el sitio, pero lo había elegido porque allí podrían beber sin llamar la atención. Ahora dudaba de que ellos pudieran oírse el uno al otro. En ese momento, media docena de personas se agolpaban en la barra: un conglomerado de crestas de colores agitándose bajo luces palpitantes. El calor era sofocante y la atmósfera, irrespirable. Randy comenzó a preguntarse por qué había tenido la grandiosa idea de reunirse allí, pero era tarde para lamentarse.
Cuando sintió una mano en el hombro se volvió esperando ver el rostro bronceado y sonriente de Matt, pero en su lugar se encontró con el de una joven con media docena de aros prendidos en su nariz y labio, con el cabello anaranjado y apelmazado. Los ojos de la muchacha eran bonitos, aunque la expresión ausente que se había apoderado de ellos los hacía ver como dos adornos navideños castigados por el paso del tiempo. Randy no la conocía, pero la muchacha trataba de decirle algo. Al notar que él no la oía (lo que evidenciaba que aún conservaba algo de raciocinio), la muchacha se acercó hasta que sus labios tocaron la oreja de Randy. Éste pudo sentir los aros metálicos produciéndole un cosquilleo.
—Te conozco —dijo ella con pesadez—. ¿Tienes algo?
—Me has confundido con alguien.
—No…, sé quién eres…, puedo pagarte.
Mientras hablaba, la muchacha se dejó caer sobre Randy y una mano se deslizó por su muslo izquierdo.
—Puedo chupártela…
Randy aferró a la muchacha por la muñeca con fuerza. El hecho de que la expresión de ella no cambiara cuando él aplicó con sus dedos toda la presión de que fue capaz, ciertamente lo decepcionó.
—He dicho que me has confundido con alguien —gruñó—. Largo.
La muchacha perdió rápidamente el interés; hizo un gesto con el dedo corazón y se marchó, tambaleándose.
Randy se preguntó dónde demonios estaba Matt. Se disponía a llamarlo por teléfono cuando a lo lejos lo divisó, abriéndose paso entre la fauna de espectros danzantes.
Matt exhibía una sonrisa blanca de dientes perfectos.
—¿De qué va esto, Randy? Me has dejado intrigado —Matt se sentó junto a su primo y le habló a treinta centímetros de su rostro.
—Algo grande, Matt. Algo más grande de lo que tú y yo hayamos imaginado.
Matt se quedó mirándolo, ahora con seriedad.
—Te escucho.
—¿Has oído hablar del Zorro?
—Claro. ¿Es un centroamericano, verdad?
—¿Quién te ha dicho eso?
—Eso dicen por ahí.
—Los que dicen eso probablemente no sepan de lo que están hablando. La verdad es que no creo que sea centroamericano, pero quién sabe…, no quisiera averiguarlo tampoco.
—Ese tipo ha de ser peligroso.
—El Zorro no es peligroso: es un verdadero
HIJO DE PUTA,
con todas las letras y en mayúsculas. Se dice que controla la droga del Estado y buena parte de la Costa Este. Tú no lo has visto, yo tampoco, y puede que pocos lo hayan hecho. El Zorro es inteligente y no se deja ver, y supongo que por eso se lo conoce con ese nombre, aunque no lo sé. La cuestión es que me ha propuesto algo especial.
—¿A ti? —Matt estaba convencido de que se trataba de una broma—. ¿Cómo te lo ha propuesto? Has dicho que no lo conoces.
—Ha enviado a alguien, Matt. No me interrumpas.
—Perdona.
—Por supuesto que no ha venido a mi casa a verme. Lo llaman el Zorro, no el Estúpido. Esto es una cadena, primo, yo estoy en un extremo, y él en el otro; pero te aseguro que el fulano conoce cada movimiento de las personas que trabajan para él. Es un jodido controlador. No sé por qué me eligió a mí, pero lo hizo, y déjame decirte otra cosa…, en esta operación en particular, la cadena es sumamente corta.
—¿A qué te refieres?
—A que no hay muchas personas que sepan de ella. El Zorro así lo quiere.
—Entiendo.
—El sujeto es peligroso, y viene bien que ambos lo sepamos si no queremos que nuestras cabezas aparezcan flotando en el lago. Déjame contarte algo. La Navidad pasada, alguien soltó la lengua donde no debía y el comentario llegó al Zorro. Esto lo sé de una fuente fiable, alguien que estuvo allí cuando el Zorro se vio con el soplón. Pidió que lo llevaran a donde él estaba y que lo hicieran de espaldas, de manera que no pudiera verlo. Ordenó que le quitaran la ropa y, cuando lo tuvo delante, mirando su culo asustado, le preguntó si estaba arrepentido de lo que había hecho; arrepentido de haber echado a rodar la lengua. El tipo decía entre llantos que sí, que estaba
muy
arrepentido, pero el Zorro al parecer no formulaba las preguntas para obtener una respuesta… Mientras el pobre desgraciado le suplicaba que lo dejara ir, que no lo haría de nuevo y que a partir de ese momento sería el hombre más leal del mundo, el Zorro le decía que lo dejaría ir, que desde luego lo dejaría ir, pero mientras decía eso le introducía un petardo en el culo. Uno de los grandes. Quien me lo contó me dijo que debían sujetar al hombre entre tres, y que probablemente pensaba que el Zorro lo estaba violando, lo cual déjame decirte que hubiese sido preferible. Cuando el tipo escuchó el fósforo encendiéndose y luego el chisporroteo de la llama, enmudeció de miedo. Le voló el culo, Matt…, no hace falta entrar en mayores detalles.
Matt tenía los ojos abiertos como platos, incapaz de pestañear. Randy notó que la historia había surtido el efecto que él quería. Hablar con aquella música del infierno lo había dejado afónico, pero había valido la pena.
—Está bien —dijo Matt al fin—, no quiero conocer al tal Zorro, punto aclarado.
(Matt no lo sabía en ese momento, pero sí lo conocería. Y pronto).
—Bien —dijo Randy, satisfecho—. Lo que tienes que saber es que el Zorro tiene más de una razón para que esta operación se haga de la manera más secreta posible.
Randy no diría que el Monje, otro peso pesado de la región, había sido quien originalmente controlaba la ruta que ahora el Zorro tenía intenciones de tomar. Alguien más poderoso que ellos (alguien que pondría un petardo en sus culos si le apetecía) había decidido que el Zorro tendría el control del cargamento de Bangor tras un descuido del Monje que por los pelos no le costó la cabeza a más de uno. La situación había desembocado en una lucha interna entre bandas. Había demasiados intereses en juego y el Zorro había optado por llevar a cabo la operación en el más absoluto secreto, sin involucrar a los grupos que desarrollaban normalmente los traslados importantes. Sabía que desde los suyos podía filtrarse información que el Monje podría utilizar en su contra. Y si tal cosa ocurría, los fuegos artificiales de Nueva York en el cambio de milenio serían la vela de un pastel de cumpleaños comparados con lo que podía esperarle al pobre condenado.
—Cuéntame qué es lo que haremos —pidió Matt. Sus ojos comenzaron a brillar en ese instante.
—No. Antes quiero terminar de aclarar algunas cosas. El Zorro ha confiado en mí, y yo confiaré en ti. Tiene que quedar claro cómo son las cosas. De ahora en adelante no puede haber errores. Si queremos sacar partido de esto, debes hacer lo que te diga. ¿Entendido?
—Sí.
Randy estaba satisfecho, pero sentía un ardor creciente en la garganta. Se puso en pie.
—¿Adónde vas? —inquirió Matt.
—Vamos a caminar.
Avanzaron en fila, desplazando cuerpos zombis envueltos en prendas varias tallas más grandes que la de sus dueños. Al salir de Underearth, la tranquilidad de la noche los abrumó. Permanecieron en silencio mientras sus oídos zumbaban y se acostumbraban a las suaves vibraciones de la ciudad dormida. Caminaron por la calle Hutchins, ciertamente poco transitada en aquella noche templada.
Matt utilizó esos minutos para imaginar lo que sería de él dentro de poco tiempo; se veía conduciendo un BMW con tapizado de cuero. Siempre había sentido que estaba destinado a ser alguien poderoso, y estaba convencido de que lo que su primo le diría a continuación marcaría el inicio de su nueva vida.
—Recibiremos parte de la mercancía pasado mañana, aún no sé el lugar.
—¡Pasado mañana!
—Exacto. ¿Qué tiene de malo?
—Nada. Ayer…
—Sí, ya sé, no quise decirte nada por teléfono hasta tener la confirmación final.
—¿Y por qué no recibiremos toda la droga?
Randy se detuvo.
—Porque no. Recibiremos el resto de
la mercancía
unos días después, tampoco sé cuándo.
Al menos esta vez estaba siendo sincero. Suponía que el Zorro desdoblaba el envío porque se trataba de fuentes diferentes, o quizás como precaución por si algo fallaba en esa parte de la operación. Pero eran sólo suposiciones. Randy no tenía ni idea de por qué no recibían toda la droga de una vez. Sería menos arriesgado para ellos.
—Cuando tengamos la mercancía, la dividiremos y cada cual será responsable de guardar su parte. Lógicamente, quiero saber qué harás con ella. No hace falta que te diga que no puedes esconderla en el cajón de tu mesilla de noche. Ni siquiera en tu casa. No tiene que haber forma de que nos relacionen con ella. ¿Hasta aquí estamos de acuerdo?
—Randy, ¿qué es exactamente
la mercancía?
—Heroína.
—Guau.
—Ocho kilos cada envío. Dieciséis en total.
—¡Dieciséis kilos! —aulló Matt—. Randy… eso es… —Matt hacía cuentas mentalmente. El kilo de heroína podía oscilar entre treinta mil y ciento cincuenta mil dólares; no era un experto en el tema, pero sí sabía eso. La cuenta lo abrumó. Demasiados ceros.
—Sé lo que son dieciséis kilos, Matt.
Matt estaba perplejo. Su BMW sería negro, pensaba, y descapotable, con un sistema de audio que haría que la música de Underearth pareciera el coro de la iglesia.
—El destino final de la carga es Nueva York; hacia allí la llevaremos, tú y yo, solos, cuando la tengamos toda. Lo haremos en mi furgoneta, para lo cual deberás acondicionarla especialmente.
—¿Yo?
—Sí, tú te entiendes con los coches, ¿no?
Era cierto, todas las modificaciones de su Honda las había hecho él mismo. Se sintió reconfortado por tener una participación activa en algo que sólo él podía llevar a cabo.
—Puedo hacerlo —dijo Matt.
—Lo harás en casa de mi abuela, está deshabitada y nadie debe verte mientras trabajas. Puede que sea una medida excesiva, pero prefiero hacerlo de ese modo.
—Randy, necesitaré…
Randy lo detuvo con un ademán.
—Lo que necesites lo transportarás con suma discreción y asunto terminado —dijo Randy, tajante—. Eso no será problema.
Matt guardó silencio.
—Cuando recibamos la segunda parte de la mercancía, la furgoneta estará en condiciones y tú y yo haremos un viaje a Nueva York.
—Pan comido.
—No, Matt, ningún pan comido; tenemos que estar con los ojos bien abiertos, no podemos dejar que se nos escape nada.
Randy cogió la cabeza de su primo menor y la acercó a la suya, colocando su frente sobre la de él como si fuera a besarlo. Por un momento Matt tuvo la loca idea de que eso haría precisamente.
—Estamos en esto juntos, Matt. Tú y yo. Esto es lo que tanto ansiabas…, esto nos hará llegar alto.
Matt reía y asentía.
—Gracias, Randy —dijo entre risas—. No te defraudaré.
—Sé que no. Somos un equipo… Apuesto a que esta noche dormirás feliz.
—Claro que sí. Primero iré a ver a Andrea, pero en cuanto llegue a casa, dormiré como un jodido ángel feliz.
Cuando reanudaron la marcha, Matt seguía dejando escapar risas histéricas y una sonrisa de medialuna cortaba su rostro. Al cabo de unos minutos, preguntó:
—Randy, ¿cuánto sacaremos de ésta?
—Veinticinco de los grandes. No necesito decirte cuánto representa eso para cada uno.
No lo necesitaba en absoluto; Matt pensó en las mujeres que desfilarían por su BMW.
Robert estaba de pie en su habitación. La lámpara sobre la mesilla de noche proyectaba una sombra larga y ancha de su cuerpo, que se quebraba en el zócalo y se extendía por la pared. Danna dormía desde hacía rato. No habían intercambiado una palabra durante todo el día, ni siquiera un saludo; el único síntoma de mejoría desde la pelea del día anterior era que él había vuelto a dormir en su propia cama. El dato no resultaba precisamente alentador.
Mientras se desnudaba y se colocaba el pantalón del pijama, su sombra desobediente se deformaba en la pared siguiendo formas antojadizas que nada tenían que ver con los movimientos de su cuerpo. Se sentó al borde de la cama, abatido, con el torso desnudo y la camisa del pijama colgando de su mano. Apenas había podido dormir en el sillón la noche anterior, pero la principal razón no había sido la incomodidad, o al menos no una incomodidad física. A su pesar, reconoció que aún persistía la sensación de ausencia que lo había embargado ese día en el trabajo. Había creído que al llegar a casa recompondría su estado de ánimo, pero se había encontrado con una muralla gélida e impenetrable. Robert sabía que las reconciliaciones con Danna eran lentas, pero ni siquiera había podido iniciar una conversación con ella, lo que era decepcionante e inédito. Mientras terminaba de vestirse, se sintió frustrado evocando el modo esquivo con que Danna había reaccionado a sus intentos de acercamiento. Seguía convencida de que debían hacer el viaje.