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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (20 page)

—¿
Recuerdas a Brenda Shiller?

Matt la recordaba perfectamente. La había conocido en una de las visitas a casa de su primo.

Aquel día, una docena de amigos de Randy se paseaban por la casa. Matt se limitó a escuchar con atención las conversaciones del resto, todos mayores que él. Reparó desde el principio en la muchacha de voz estridente, que parecía no sentirse avergonzada mientras insultaba en medio de una conversación plagada de risotadas y gritos. Brenda vestía una falda de una tela similar al látex, corta más allá de la altura media del muslo, pero que sin embargo no parecía limitarle los movimientos de sus largas piernas. Se debatía en uno de los sillones de la sala, riendo y blandiendo su cerveza mientras la falda roja se deslizaba dejando cada vez más de sus piernas al alcance de los ojos de Matt.

Hubo otro detalle de aquel primer encuentro que quedó grabado a fuego en la mente de Matt. Fue la forma en que Brenda envolvía con sus labios la botella de cerveza. La aferraba de manera que sólo dos dedos, el índice y el anular, se alzaban por la parte superior del cuello; luego llevaba la botella a la boca en un ángulo de cuarenta y cinco grados, y por último sus labios rodeaban la embocadura de la botella como…

—¿La recuerdas o no?

Matt necesitó unos segundos para comprender que todavía aferraba el auricular. Randy siguió hablando.

—He organizado un encuentro con ella.

Silencio.

—Mis padres no están, ¿lo recuerdas?

La desconfianza inicial dio paso a la intranquilidad, y ésta a una especie de temor. Matt se sintió avasallado de pronto por los planes que Randy tenía en mente. Una cosa era masturbarse pensando en Brenda y su diminuta falda roja, y otra muy distinta vérselas con ella en persona.

Randy procuró tranquilizarlo. En primer lugar, le dijo, Brenda se comportaba de forma diferente en la intimidad, y cuando Matt abrió la boca para preguntarle a Randy cómo sabía semejante cosa, su primo le dijo simplemente que
¡en la intimidad era mucho más desenfrenada!

Se presentó en casa de Randy más temprano de lo acordado. Suponía que de esa manera se adelantaría a Brenda y podría hablar con su primo a solas un momento, pero resultó que había calculado mal. Brenda Shiller ya estaba allí.

Randy lo recibió y lo condujo a la sala. Allí, Matt vio a una muchacha delgada y menuda a la que no conocía. En ese momento Brenda regresaba de la cocina con dos cervezas en cada mano; le entregó una a Matt y las restantes a Randy y a la muchacha, cuyo nombre resultó ser Cindy. Brenda era definitivamente adepta a las minifaldas; esta vez vestía una tira ladeada lo suficiente para dejar al descubierto un insinuante ribete de su ropa interior negra. Llevaba además un
top
ajustado. Matt no era experto en telas, pero creía que la del
top
debía ser capaz de transparentar un sujetador negro. Como no vio rastro de él, supuso que simplemente no existía.

Apenas fue consciente de la conversación que tuvo lugar en la sala, pero debió de ser graciosa a juzgar por cómo el resto reía animadamente. Se permitió esbozar una sonrisa cuando advirtió que Brenda caminaba hacia él, y se sintió ciertamente aliviado cuando la muchacha lo esquivó para dirigirse, probablemente, de nuevo a la cocina. Sin embargo, se detuvo detrás de él y le habló al oído. Una mano lo envolvió y se afirmó a la altura de su abdomen. Brenda bromeó acerca de lo tenso que lo notaba…

La habitación giró vertiginosamente.

«Ahora sí que la he cagado»,
pensó Matt desanimado…, se había desmayado y caía al suelo. De un momento a otro sentiría el choque de su cabeza contra el embaldosado.

Pero no se había desmayado; al menos no todavía. El rostro de Brenda, cerca del suyo, era la prueba de ello. La muchacha lo había agarrado del brazo y lo había hecho girar hasta hacerlo quedar frente a ella. Sin rodeos, Brenda incrustó sus labios en los de él, ejerciendo fricción al principio, pero separándolos luego hasta que apenas se tocaron. No, no se tocaban; las lenguas lo hacían. Se enredaban como plantas trepadoras. Ella alzó su botella y lo propio hicieron Randy y Cindy, todos aullando como lobos. Matt enlazó la cintura de Brenda con su brazo libre. Sus dedos se apoyaron en la parte baja de la espalda desnuda, para descender lentamente hasta tocar su ropa interior e introducirse apenas bajo el elástico. También lanzó un grito de felicidad y bebió un trago de cerveza.

Minutos después, Randy se acercó a Matt y le hizo entrega solemne de dos pastillas con forma elíptica. Eran verdes y tenían una cruz tallada. Le dijo que en vista de que aquélla iba a ser una noche especial, le dejaría utilizar la habitación de sus padres.

Matt se sentía eufórico. La cerveza lo había iluminado. Sus pensamientos burbujeaban, enredándose unos con otros con efervescencia, del mismo modo que lo había hecho su lengua con la de Brenda un rato antes. Pensaba en la falda diminuta, en desprender el cierre lateral, cuya presencia ya había advertido, y en aquellas piernas interminables.

Cindy eligió el sofá de la sala para tenderse y vociferar. Era evidente que llevaba bastante tiempo bebiendo o simplemente exageraba su estado de embriaguez. Tenía una de sus piernas montada en el respaldo del sillón y la otra colgaba del lado opuesto. Alzaba los brazos como si bostezara, todo sin dejar de reír. Matt la observaba. La muchacha emitía sílabas confusas, entre las que podía adivinarse el nombre de Randy, que en aquel momento regresaba de la cocina con dos botellas de cerveza adicionales. En la mesa baja había al menos media docena de envases vacíos.

De repente, Cindy se quitó la blusa. Mientras el talón de la pierna montada sobre el respaldo se hundía frenéticamente en él, ella luchaba para quitarse el sujetador. Cuando finalmente lo logró, dos pechos pequeños y erguidos se sacudieron. Matt apenas podía respirar. Brenda, a su lado, reía.

Los lobos aullaron.

Cindy vertió parte del contenido de la botella sobre sus pechos y sin dejar de contorsionarse reclamó la presencia de Randy. El líquido hacía que su piel brillara. La espuma formó un dibujo en torno a sus pechos, como los diseños irregulares que deja el mar sobre la arena al retirarse. Randy se abalanzó sobre ella.

Brenda agarró a Matt de la mano.

—Vamos, creo que no nos han invitado a esta fiesta.

Se dirigieron al piso superior.

La habitación de los Doorman era espaciosa, presidida por una cama del tamaño de un estadio de fútbol. Matt localizó rápidamente el equipo de música y se decidió por los grandes éxitos de Aerosmith.

Brenda dejó las dos botellas que traía consigo sobre la mesilla de noche. Al hacerlo, hizo que el reloj que despertaba a los Doorman cada mañana aterrizara en la alfombra y se estrellara con un golpe seco. Brenda se inclinó, y la visión del artefacto debió de resultarle graciosa por alguna razón, pues empezó a reír sin control. Matt la observó desde el extremo opuesto de la habitación. Unos minutos después, habían dado cuenta de las pastillas de Randy.

Fue entonces cuando se encendieron las luces. Después de todo, la cama de los Doorman sí era un estadio de fútbol, con potentes reflectores y todo. Luces por todos lados. Brenda se acercó, y al igual que había hecho Cindy, se quitó el
top
con ambas manos. Matt descubrió extasiado que en efecto no llevaba sujetador, como había adivinado antes. Sus pechos, más grandes, por cierto, que los de Cindy, temblaron de un modo que hizo que la cabeza de Matt se disparara como una motocicleta potente.

—Déjalo así —pidió.

Ella aún no había terminado de quitarse el
top
. Se detuvo cuando éste formaba una franja de tela arrugada y sus pechos asomaban por debajo, ligeramente presionados por la prenda.

—¿Así te gusta
?

Más luces.

Brenda se tambaleó. Matt creyó que podría sostenerla, pero cuando quiso hacerlo descubrió que la habitación se inclinaba hacia un lado. Se aferraron el uno al otro y trastabillaron juntos hasta la cama. Se dejaron caer pesadamente. La risa se había apoderado de ellos. Brenda se incorporó y logró erguir su cuerpo, de modo que sus rodillas quedaron una a cada lado del torso de Matt.
Tócalas
. Él estiró su mano. Matt veía el cabello rizado de Brenda, flotando sobre su cuerpo envuelto en
Love in an elevator;
luego su rostro, perlado de sudor, brillando. Sus cuerpos frotándose. Reían. El edredón rojo sobre el que estaban tendidos era un mar de sangre palpitante.

7

A pesar de la agitada noche, a la mañana siguiente Matt decidió salir de su casa temprano. Se dijo que podría comprarle flores a Andrea en el camino o recogerlas de algún jardín.

Fue agradable caminar, la temperatura no era demasiado alta, y las palpitaciones en su cabeza habían disminuido hasta casi desaparecer. No quedaban vestigios de la noche anterior, salvo los recuerdos desordenados y fúlgidos esparcidos en su mente.

Cuando cruzó Wakefield Road se encontró prácticamente solo en el
límite,
la zona de jardines perimetral al bosque. Se trataba de un cordón que serpenteaba en dirección norte-sur, y que en aquella zona alcanzaba el ancho de treinta metros. El césped estaba bien cuidado y había pinos alineados. También había mesas de madera con sus respectivos bancos alargados y papeleras metálicas.

Matt se sentó sobre una de las mesas, de cara al bosque, y colocó los pies sobre el banco de madera. Cada cierto tiempo algún vehículo silbaba a sus espaldas desde Wakefield Road; fuera de eso, era una tarde tranquila. Un autobús, que definitivamente necesitaba una revisión en el sistema de escape, ocultó los sonidos que Andrea produjo al subir a la mesa detrás de Matt y tapar los ojos de su novio con las manos.

—¿Quién soy?

—Hummm, déjame ver. ¿La señora Harrington?

Andrea dejó escapar una risita al escuchar el nombre de la bibliotecaria de la escuela.

—No. No soy la señora Harrington… Soy algo más delgada que ella.

—Oh, es cierto, la mesa no la hubiera soportado.

Andrea retiró las manos de los ojos.

—Eso ha sido… —Andrea sonreía. Iba a decir que había sido descortés hacia la bibliotecaria de la escuela, pero Matt se volvió y la miró a los ojos y ella sólo pudo pensar en lo mucho que le gustaban. Dejó la frase en suspenso.

—Una broma
pesada
—completó él.

Sus rostros se acercaron.

—Sabía que eras tú —dijo él en voz baja.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

—¿Puedo preguntarte cómo?

Andrea seguía de rodillas sobre la mesa, inclinada sobre el rostro de Matt, ahora vuelto de lado.

—Por tu perfume.

—Tú no sabes qué perfume uso. Si tú supier…


¿
Truth,
de Calvin Klein?

Ella alzó las cejas, frunció los labios y ladeó la cabeza, todo sin decir nada.

—Digamos que he hecho mis averiguaciones —explicó él.

Andrea se deslizó sobre la mesa y se sentó junto a Matt.

—Perdón por la tardanza. Me entretuve en casa de Linda.

Matt recordó en ese instante su intención de comprar flores. Lo había olvidado por completo. Afortunadamente, el truco del perfume había funcionado; había sido un golpe de suerte que Andrea y su madre utilizaran el mismo.

Andrea escrutaba el bolso que sostenía en el regazo.

—¿Qué es lo que tienes que decirme, Matt? —preguntó ella sin alzar la vista.

—Respecto a eso, Andrea, he estado pensándolo desde que hablamos. Lo cierto es que ayer tuve un impulso; luego pasé la noche en casa de mi primo Randy, vimos una película. Él se durmió temprano, yo vi algo de televisión, bebí unas cervezas, pensé mucho en ti…

—¿En qué pensabas?

—El caso es que ahora pienso que quizás no es el momento. Con todo lo que ha ocurrido con tu hermano, no creo que sea justo que yo…

—Matt, por favor —lo interrumpió Andrea—. ¡Dímelo de una vez!

El tono no fue de reproche, sino de verdadera desesperación. Él hizo una pausa calculada, desvió la vista de los pinos y abetos, y la dirigió al rostro de ella. Llenó de aire sus pulmones y lo expulsó ruidosamente antes de hablar.

—Andrea, me siento muy bien cuando estoy contigo. Nunca antes me he sentido así… —Matt hizo otra pausa, esta vez para buscar las palabras justas—. Lo cierto es que siento deseos de que tengamos nuestra primera relación.

Andrea no respondió. Sería difícil precisar las emociones que la asaltaron, pero sin duda hubo sorpresa, tranquilidad, incredulidad, ¿miedo? Posiblemente todas ellas y alguna más también. Había pensado en el tema más de una vez. Muchas de sus amigas habían tenido relaciones, entre ellas Linda, y algunas incluso habían llegado bastante más allá de la primera. En lo personal, Andrea creía haber llegado a aceptar la idea de tener relaciones antes de casarse. Se consideraba cerca de Dios, rezaba y hablaba con él cuando lo necesitaba. ¿Pero acaso Dios no la había preparado física y mentalmente para
hacerlo?
¿Acaso ella no lo deseaba
ahora?
Todavía no le había puesto rostro a la persona con la que compartiría un momento tan importante, pero sí había sabido siempre que la primera relación tenía que ser con alguien especial. Alguien por quien sintiera cosas.

—… sexual.

Andrea enfocó la vista. Encontró el rostro de Matt muy cerca del suyo, con sus ojos empequeñecidos y una sonrisa amplia.

—¿Qué? —preguntó.

—Me refiero a nuestra primera relación… sexual —dijo Matt.

—Claro.

—¿En qué pensabas?

—No sé, me has sorprendido.

Matt pasó su brazo por encima del hombro de su novia y la atrajo hacia sí.

—Matt…

—¿Sí?

—No quiero que me malinterpretes ni que te sientas molesto por lo que voy a decir, pero me gustaría pensarlo.

—¿Molestarme? No veo motivo para semejante cosa. De hecho, la idea era que lo pensaras, no tenía intenciones de llegar hasta el final del asunto en esta mesa de madera —bromeó, y le guiñó un ojo.

—Gracias.

—No tienes nada que agradecer.

Matt supo entonces que no esperaría demasiado hasta acostarse con Andrea. Era cuestión de manejar el tema como lo había hecho hasta ahora y sería sólo una cuestión de tiempo. ¡No veía la hora de llamar a Randy por teléfono para contárselo!

8

—¿Hola?

—Randy, soy Matt…

—¿Cómo estás?

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