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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (46 page)

—¡Están en el armario debajo del lavabo! —dijo Andrea alzando el tono de voz.

Matt no respondió. Avanzaba en dirección al baño con la mente puesta únicamente en la hoja que guardaba en el bolsillo de su camisa. Abrió la puerta y activó el interruptor de la luz de un manotazo. Respiraba agitado. No pudo evitar observar su rostro en el espejo oval y advertir que en efecto su aspecto no era bueno.

Extrajo la hoja del bolsillo de su camisa y la desplegó… Sus ojos se fijaron primero en la firma. Al menos supo de inmediato que había sido Danna la responsable de todo:

No te preocupes por el resto de tu mercancía, Matt. Me he tomado la libertad de colocarla en el otro altavoz.

Parece que ahora compartiremos este pequeño secreto, ¿verdad? Me pregunto si no te gustaría compartir «otro» conmigo… seguramente no tan pequeño.

Apuesto a que sí. Llámame.

Danna.

5

Poco después de que Matt descubriera el mensaje dentro del altavoz, en el lado opuesto de la ciudad, Mike abría la puerta del acompañante de su Saab para que Allison entrara en él. Después de agradecérselo, ella se estiró hasta el asiento trasero para tomar los dos envases de cartón que contenían la comida china que él había traído consigo.

—Aún se conserva caliente —dijo.

—Espero que no te moleste.

—En absoluto, Mike. Ha sido una excelente idea comer aquí en el coche.

—Por teléfono me has dicho que era un día complicado; pensé que de este modo podríamos ganar algo de tiempo.

Allison sonrió y Mike respiró aliviado. Invitarla a compartir comida china en su coche no había sido precisamente una idea brillante; lo supo mientras la esperaba en silencio tras el volante del Saab. Afortunadamente, las cosas habían resultado bien.

Mike utilizó los primeros minutos para organizar lo que tenía que decir. La proximidad de Allison hizo que se desplomara el estante en que albergaba su arsenal de frases prefabricadas.

—No sé bien cómo empezar —admitió.

El rostro de Allison se turbó. Mike pensó que sería mejor hablar rápido si no quería confundirla más. Ella le había dicho que podía ausentarse de su trabajo durante media hora, y él tenía unas cuantas cosas que decir.

—He pensado acerca de nuestra conversación de ayer —dijo por fin.

—Ni me lo digas. —El rostro de Allison se recompuso—. No he hecho más que pensar en lo que te dijo Michael Brunell en el bosque. Estoy preocupada.

Mike acababa de introducir los palillos de plástico en la caja de cartón, capturando con presteza un trozo de pollo. A Allison la operación le resultó un poco más compleja y hubo de valerse de dos intentos antes de llevarse su primer bocado a la boca.

—Cuando Robert era pequeño —empezó diciendo Mike—, quizás de la misma edad de Ben, también él decidió marcharse de su casa. Me enteré del hecho unos días más tarde, cuando regresé de la casa del lago, donde pasé una temporada con mi madre. No estuvo perdido más que unas horas. No sé exactamente cuántas.

Mike se detuvo. Las voces de un grupo de niños se superpusieron con la suya hasta hacerla apenas audible. Tanto él como Allison se volvieron hacia la derecha y, en efecto, vieron a un grupo de niños recién salidos de la escuela. Algunos se empujaban, otros simplemente vociferaban. Un grupo reducido se detuvo junto a la ventanilla de Allison y lanzó carcajadas aniñadas mientras señalaba hacia el interior del coche. Mike habría faltado a la verdad si no hubiese aceptado que se sintió asustado en el instante en que escuchó las risas de aquellos niños, burlándose y señalando como lo harían con un vagabundo que habla consigo mismo en voz alta. Cuando los niños advirtieron la expresión severa con que Mike los observaba, simplemente se marcharon.

—Continúa, por favor —pidió Allison.

—De pequeños, Robert y yo nos lo contábamos todo. O casi todo. No ha sido la suya una infancia fácil, en especial por la relación con su padre: un hombre violento, por mencionar sólo uno de sus defectos. Robert no hablaba de su padre con nadie, salvo conmigo. Creo que poder desahogarse fue una de las razones por las que pudo sobrellevar la relación; vivir una vida normal, tener una familia. Puede que en el fondo esas cosas no se superen nunca, pero al menos Robert ha podido convivir con eso.

—No lo sabía. Qué terrible.

—Robert regresó a su casa el mismo día en que desapareció. El incidente le costó una buena paliza por parte de Ralph Green. Lo sé porque mi propio padre estaba allí en el momento en que lo encontraron y me lo contó más tarde. Creí en ese entonces que sería mejor no hablar con Robert del tema y no se lo mencioné nunca, quizás a la espera de que él en algún momento lo hiciera… Pero nunca lo hizo. Resulta extraño teniendo en cuenta que, como te he dicho, entre nosotros no había secretos.

La expresión de Allison cambió ligeramente. Era posible que algún sector de su cerebro iniciara una posible conexión entre el relato de Mike y los acontecimientos recientes.

—Cuando Ben huyó de casa —siguió diciendo Mike—, me reuní con Robert en el porche de su casa. Es una costumbre que procuramos mantener a lo largo de los años. Tomamos unas cervezas y charlamos. Esa noche, se me ocurrió mencionarle el incidente de su propia desaparición tantos años atrás. Lo hice sin ningún motivo en particular, sin intención de establecer un paralelismo con Ben ni mucho menos. Supongo que no buscaba más que saldar la vieja deuda que existía entre nosotros, o quizás no se me ocurrió nada mejor que decir.

—¿Qué respondió?

—Es lo extraño. Dijo que no recordaba el incidente. Tuve que narrarle el episodio completo; como si no lo hubiera vivido.

—Es raro que no recuerde algo así.

—Sí. La experiencia debió de ser lo suficientemente traumática para el pequeño Robert como para enterrarla en algún sitio profundo en su memoria.

Mike guardó silencio.

—Mike… ¿Crees que puede existir alguna conexión entre la desaparición de Robert y la de Ben?

—Mentiría si dijera que no, aunque no se me ocurre cuál podría ser. No tiene lógica. Aunque tampoco tiene lógica lo que Michael Brunell me dijo en el bosque.

—En eso pensaba precisamente.

Mike permaneció en silencio por un par de segundos y Allison supo que se debatía internamente por encontrar el modo de decirle algo más. Ella estiró una mano y la colocó sobre la de él, acariciándola apenas con la yema del pulgar.

—Cuéntame el resto…

—Antes tengo que pedirte un favor.

—Adelante.

—¿Crees que podrías tomar prestadas las cintas de las que me hablaste? Las de la sesión de hipnosis de Robert.

Allison pareció desconcertada.

—¿Qué tienen las cintas?

—¿Recuerdas que mencionaste que Robert habló de un incidente de la infancia?

—Sí.

—He tenido la descabellada corazonada de que si algo surgió accidentalmente durante la sesión de hipnosis puede referirse a aquel día.

Allison lo pensó un momento.

—Es probable —reconoció.

—De todos modos, Allison, no quiero traerte problemas en tu trabajo. Nada más lejos de eso, de verdad.

—No creo que haya inconveniente en que tome esas cintas
prestadas
. Nadie entra en el archivo y, si alguien lo hace, no será para buscar cintas viejas que llevan años sin despertar interés.

—Si te parece, puedes oírlas allí y descartarlas si no tienen relación con lo que suponemos.

—Podría ser. No me gustaría hacer algo así a espaldas de Harrison.

—No tienes que hacerlo —la interrumpió Mike—. No es más que un pensamiento descabellado; un capricho personal que no debe entorpecer en tu…

Allison ejerció cierta presión en la mano de Mike y éste se detuvo. En su rostro se dibujó una sonrisa franca.

—Si esto tiene alguna relación con Ben, también quiero saberlo —dijo ella—. Si esas cintas aportan alguna lógica a las palabras de Michael Brunell, tomarlas prestadas por un día será insignificante.

Mike disfrutó mientras la mano de Allison aferraba la suya.

—Te diré lo que haremos —siguió diciendo Allison—. Mañana mismo cogeré las cintas. Puedes pasar a recogerme, te prepararé algo de cenar y luego podremos escucharlas tranquilos. ¿Qué te parece?

—Me parece fantástico.

6

Matt yacía en su cama. Tenía la vista fija en el techo, y de vez en cuando la desviaba hacia su puño derecho, el cual encerraba el mensaje de Danna.

No te preocupes por el resto de tu mercancía, Matt. Me he tomado la libertad de colocarla en el otro altavoz.

Después de leer el mensaje en el baño de la familia Green, había regresado a la habitación de Andrea para comprobar que la droga en efecto estaba en el otro altavoz. Fue suficiente probar su peso para concluir que así era. La posibilidad de que Danna podía haber colocado algún elemento pesado en el interior se le cruzó por la cabeza, pero decidió que correría ese riesgo, al menos de momento. Tenía suficiente con el mensaje.

Parece que ahora compartiremos este pequeño secreto, ¿verdad?

¿Cómo era posible que Danna hubiese descubierto la droga? Matt se había formulado la pregunta unas mil veces en la última media hora. Cuando había escogido el sitio en que escondería su parte de la heroína (fuera de su casa, siguiendo las órdenes de Randy), la idea de hacerle un regalo a su novia y ocultar la droga dentro le resultó una alternativa perfecta. Sabía que no podría dejarla escondida allí eternamente, pero sería seguro hacerlo por una semana. Sin embargo, Danna la había descubierto en apenas un día.

Pero el hallazgo de la droga no era lo peor de todo, o al menos no lo más inquietante. Matt no conocía a Danna Green; sin embargo, por lo que Andrea le había dicho de ella, no tenía sentido que frente a semejante descubrimiento se decidiera por jugar al gato y al ratón. La razón le gritaba que la mujer se habría dirigido de inmediato a la policía y el techo que Matt estaría observando en ese momento sería el de una celda y no el de su habitación.

La situación carecía de sentido. Aunque a Danna se le diera por perseguir muchachos mucho más jóvenes que ella (incluso tratándose del novio de su hija), no había que perder de vista el punto principal: con su actitud, había permitido que una buena cantidad de droga permaneciera escondida en su propia casa.

Me pregunto si no te gustaría compartir otro conmigo… seguramente no tan pequeño.

Había una sola explicación para semejante comportamiento: la mujer debía de estar chiflada.

Eso era. No había otra manera de explicarlo.

Durante el encuentro con la familia Green, Danna ciertamente lo había sorprendido con su silueta de gimnasio; no obstante, su actitud fría y distante había sido tal y como Andrea había predicho. Si Matt tuviera que trazar un perfil de la mujer en función de lo que había visto esa tarde, habría dicho que se trataba de una persona calculadora y pensante. El mensaje que había descubierto probaba lo contrario.

A medida que fue ordenando sus pensamientos, comenzó a sentirse más tranquilo. En primer lugar, tendría que sacar la droga de la casa de Andrea cuanto antes y buscar otro escondite más seguro. Si Danna no había dado aviso a la policía, cosa que definitivamente no había hecho, cabía suponer que no lo haría en los próximos días, pero Matt se sentiría más tranquilo si la droga no estaba en esa casa. Si más adelante Danna decidía sacar a relucir la verdad, él no tendría más que negarla y asunto terminado. Por el momento no tendría más remedio que seguirle el juego.

Llámame.

Era la primera vez que analizaba seriamente la posibilidad de llamarla y verla. Lo interesante de la cuestión era que no tenía alternativa; si no la llamaba, la mujer podía reaccionar de la manera más inesperada. Y teniendo en cuenta el mensaje que había escrito, podía esperarse casi cualquier cosa. Mejor no ponerla a prueba.

La nueva versión de Danna que Matt empezaba a bosquejar en su cabeza reemplazó a la de madre disciplinada. Una mujer que le deja un mensaje tan elocuente al novio de su hija es ciertamente capaz de muchas cosas, pensó Matt. Su preocupación inicial frente a la gravedad de la situación fue reemplazada lentamente por un sentimiento de paz. No había ocurrido nada que no pudiera revertirse. Sacaría la droga del equipo de música y manejaría a Danna durante un tiempo prudencial. No le supondría ningún esfuerzo encontrarse con ella. Además, la nueva versión que su cabeza había creado tenía una cualidad impredecible que a Matt lo atrapó de inmediato. Quién sabe lo que podía ser capaz de hacer Danna en un encuentro íntimo…, podía ser una de esas mujeres adictas al sexo.

Matt experimentó una súbita y poderosa erección. Extendió su mano izquierda y masajeó su pene a través de la tela del pantalón. Una sonrisa se dibujó lentamente en su rostro.

Todos sus contados encuentros sexuales habían sido con muchachas de su misma edad o, como en el caso de Brenda Shiller, un par de años mayor. La fantasía de estar con una mujer
mucho
mayor que él no era nueva, pero nunca había hecho nada para concretarla. ¿Cuántos años tenía Danna Green? Matt estimó que unos cuarenta y dos, o quizás más. A medida que le daba vueltas, la idea se tornaba más atractiva.

Se bajó la cremallera y extrajo su pene con un movimiento frenético. Las fantasías con mujeres mayores no eran las más frecuentes, debía reconocerlo, aunque sí ocupaban un decoroso tercer lugar (el segundo era para el equipo de animadoras de la escuela y el primero, indiscutido, para su prima Casandra, con quien había jugado infinidad de veces en el patio trasero de su tía, y a quien los años le habían regalado dos pechos
descomunales
y la boca de una muñeca hinchable). El exponente más importante de sus fantasías con mujeres mayores lo constituía Alice, la mujer que se había encargado de los quehaceres domésticos en su casa durante casi diez años. Matt no sabía con certeza cuándo había empezado a descubrir a Alice, pero suponía que había sido a los trece o catorce, cuando ella tenía unos treinta y cinco. Era una mujer de color en la que todo en su cuerpo era de proporciones importantes. No era bonita, al menos no a los ojos de Matt. Tenía tendencia a engordar, según sus propias palabras, y con el tiempo fue evidente que estaba perdiendo la batalla con el sobrepeso, pero sin aceptarlo por completo. Seguía vistiendo faldas cortas o blusas ajustadas. Matt había desarrollado una especial predilección por observarle el gigantesco trasero, aunque con el tiempo hubo otras actividades además de avistar culos. Había cogido dos o tres prendas íntimas de la mujer, que conservaba como tesoros masturbatorios, y la más osada de todas: tocarse los genitales cuando ella entraba en su habitación en busca de ropa sucia o por cualquier otra razón. Normalmente, la mujer no lo veía, pero a Matt le gustaba pensar que sí. Había pasado horas en el baño o en su habitación elaborando situaciones ficticias que tenían a Alice como protagonista. En la mayoría de ellas, la mujer lo descubría desnudo.

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