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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (42 page)

Mientras tomaba su café, Matt alternó su atención entre la conversación con Robert y la droga en el interior del equipo de música de su novia. Los Yankees habían perdido dos partidos consecutivos con Seattle, diez contra dos en el último, una verdadera paliza, sí señor, pero tanto Robert como Matt estuvieron de acuerdo en que los dos equipos se volverían a ver las caras en la final de la Championship Series. Ambos confiaban en que los Yankees invertirían los papeles con los Mariners. Además, la droga estaría segura en donde estaba; sería imposible que alguien diera con ella, y más aún, que la relacionaran con él. Era difícil que teniendo un bateador como Jeter no alcanzaran las World Series ese año, aunque era cierto que Derek Jeter no era el mismo de hacía un par de temporadas. Con respecto al momento en que necesitara la droga, había pensado detenidamente el asunto y había llegado a la conclusión de que tenía suficientes alternativas como para no considerar este punto un riesgo. Visitaría a Andrea cuando quisiera y aprovecharía cualquier situación en la que estuviera solo para recuperar la droga…, mientras ella iba al baño, por ejemplo. Si no se presentaba una situación como ésa, podría provocar una pelea y pedirle que le devolviera el regalo, aunque esto constituía un caso extremo al que no creía que fuera necesario llegar. Lo más sensato sería simplemente simular una avería en el aparato (un corte en alguno de los cables bastaría) y llevar los altavoces a su casa para revisarlos. Sería sencillo.

Matt había pensado que una hora de visita a casa de los Green sería suficiente, pero la madre de Andrea no había regresado y no se atrevía a preguntar la razón. ¿Cuál era su nombre? Hizo un primer rastreo en su cabeza sin éxito; se dijo que con llamarla señora Green sería suficiente, y probablemente eso sería lo correcto en cualquier caso. Matt no la conocía, pero sabía que Andrea no tenía una buena relación con ella.

La realidad es que comenzó a sentirse ansioso y con deseos de marcharse apenas media hora después de haber llegado. Tenía cosas que hacer, por no mencionar el cansancio que lo aquejaba. A esto se sumaba que Robert Green parecía haber leído el manual de las
Conversaciones Típicas con Yernos
y con metódica destreza estaba llevando al pie de la letra las recomendaciones del capítulo uno, el que versaba lógicamente sobre «La primera conversación con su yerno». A la charla deportiva siguió un cuestionario camuflado acerca de los intereses académicos de Matt, que dijo sentirse inclinado por la tradición familiar por el derecho, pero que sentía que su verdadera vocación era la medicina. Robert sonrió, e hizo un comentario del manual, evidenciando un buen entendimiento del texto.

¿Es la primera vez que pone en práctica una de nuestras lecciones, señor Green? ¿De veras? ¡Sobresaliente!; pero no pierda de vista que su yerno parece no decirle la verdad. Parecería que un acercamiento suyo a la medicina o el derecho son tan probables como que usted se toque la nuca con el pito.

—¿Has pensado en alguna universidad, Matt?

Matt lo único que tenía claro respecto a las universidades era que no iba a ir a ninguna. Para responder a la pregunta, se tomó unos segundos en los que incluso Andrea, que los observaba sin participar de la conversación, se mostró disconforme con la pregunta de su padre. Matt ocultó sus emociones tras su hilera reluciente de dientes y respondió que Dartmouth podría ser una alternativa interesante, en especial teniendo en cuenta los cursos de medicina que se dictaban allí. Robert se mostró gratamente sorprendido, aunque Matt podría haber dicho Princeton o cualquier otra, lo mismo hubiera sido. Al ver sus calificaciones, en ambas universidades pensarían que su solicitud era la obra de algún bromista con tiempo para perder en rellenar formularios.

Matt bebió el último sorbo de su segunda taza de café y se preguntó qué diría el manual de las
Conversaciones Típicas con Yernos
una vez agotados el deporte y la formación educativa.

¿Ya se la has metido por el culo a mi hija, Matt?

Robert se dispuso a decir algo, pero un sonido procedente de la puerta de la calle lo silenció.

Llaves.

Andrea, que regresaba de la cocina en ese momento, pareció contener la respiración. Vio la caja de cartón aún en el suelo y luego alzó la vista justo a tiempo para observar la puerta de la calle abriéndose.

Danna.

8

Eran más de las cinco cuando Danna llegó a casa.

—¿Qué es eso? —preguntó mientras colocaba las llaves en el soporte junto a la puerta.

Todos desviaron la atención hacia la caja de cartón, ahora vacía.

—Matt me lo ha regalado —dijo Andrea, sabiendo que lo que vendría a continuación no sería sencillo.

Un rato antes, cuando Andrea vio a Matt de pie en el umbral de la puerta junto a la caja de cartón, tuvo dos pensamientos sucesivos: el primero respecto al gesto que su novio estaba teniendo con ella y el segundo, lo que Danna diría al respecto. Su
Sistema de Emulación de Danna
lanzó al instante una llamada de atención y una serie de luces de alerta se encendieron dentro de su cabeza. Con el tiempo había logrado predecir a su madre en diversas situaciones, aun en cosas irracionales, como el hecho de molestarse si su novio le hacía un regalo costoso.

¿Qué razones podía tener ella para molestarse?

No importaba. Siempre se las arreglaba para encontrar alguna.

Afortunadamente, el tiempo no sólo le había enseñado a adelantarse a ciertas reacciones de ella, sino también a lograr que le importaran un rábano. Cuando vio la caja de cartón del equipo de música con el rótulo de SONY, mandó al cuerno el parlamento que su cerebro formuló con la voz computarizada de Danna. Más tarde, cuando su madre inició su exposición acerca de
Los perjuicios ocasionados por los regalos caros de los novios (en especial en las primeras etapas de la relación)
la dejaría hablar como lo hacía últimamente, limitándose a observarla como a alguien que ha perdido el juicio. Y eso sería todo.

Matt, ajeno a la tensión que su regalo había causado entre los tres integrantes de la familia, y que se reflejaba en las miradas esquivas de unos y desafiantes de otros, tenía sus propias cuestiones que asimilar.

¿Ésa era Danna Green?

Torció el cuello en un ángulo peligroso para observarla mejor. La figura femenina con la que se encontró era lo suficientemente diferente a lo que esperaba como para hacer un esfuerzo por enderezarse, pero una punzada de dolor le indicó que su cuello había llegado al límite de lo que podía ofrecer.
Un poco más y vas directo al hospital con rotura de cuello…, tú decides, amigo.
Para empezar, el físico de Danna era el de una mujer de veinticinco años, treinta a lo sumo. Generar una imagen mental de la madre de Andrea no había sido algo que le pareciese importante, pero supuso que su cerebro lo había hecho de todos modos… y definitivamente la mujer que tenía delante no coincidía en nada con aquélla. Se puso en pie; no quería permanecer mucho tiempo en aquella posición. Irguió sus piernas al tiempo que giraba el torso para levantarse, y lo hizo con tanto ímpetu que por un momento creyó que iría a dar de cabeza contra la pared, o peor aún, de lleno en el estómago de Danna.

9

Esa noche, Mike se sentó en la cama de golpe, como si despertara de una pesadilla. Sólo que él no se había dormido. Respiraba agitado.

No encendió la lámpara de su mesilla de noche. No hacía falta. El resplandor lunar que se filtraba por las ventanas alargadas del pasillo era suficiente para que pudiera advertir que seguía en su habitación, en el número 124 de la calle Park. A un lado vio la silla en la que descansaba la ropa del día, más allá una pequeña estantería, la cómoda baja, un espejo rectangular…

Recuperó lentamente la posición horizontal. Hundió la cabeza en la almohada y entrelazó sus manos sobre el pecho por encima de la sábana. Mantuvo los ojos abiertos, fijos en el techo.

Esa tarde, hablando con Allison del incidente con Michael Brunell, había experimentado una sensación que no había podido explicar.

Ahora podía.

Había percibido que sabía algo más respecto a todo el asunto. Algo que se le escapaba. Lo extraño era que sentía que lo tenía delante de sus narices; lo suficientemente cerca como para atraparlo de un manotazo. El principal escollo para desenmarañar qué lo aquejaba como un aguijón clavado en un sitio molesto era saber que no se trataba de una sola cosa. Eran dos. Esa noche, mientras recorría el límite entre la vigilia y el sueño, las dos piezas se unieron frente a él, provocando que se irguiera en la cama del modo violento en que lo había hecho. Las piezas hicieron un clic al encajar, y tan pronto como las vio juntas, supo que podían no significar gran cosa en realidad, pero sintió alivio al desembarazarse de esa sensación perturbadora que lo había aquejado desde la tarde.

La primera pieza tenía que ver con la desaparición de Robert cuando era pequeño. No había pensado en eso en los últimos días, pero sí recordaba la conversación con su amigo en el porche de su casa. ¿Cuándo había sido? Creía que el día antes de iniciar la búsqueda de Ben. Robert se había mostrado sorprendido porque no recordaba el asunto, lo que en aquel momento le había llamado la atención.

¿Podía tener alguna relación la ausencia temporal de Robert en su infancia con la desaparición de Ben? Resultaba llamativo que tanto Robert como Ben hubiesen sentido la misma necesidad de marcharse de casa a la misma edad. Y no menos llamativo resultaba el hecho de que Robert no recordara nada de aquel episodio.

Pero hasta ahí no era mucho lo que tenía; sólo una conexión traída de los pelos. La primera pieza no era de gran ayuda en sí misma.

La segunda pieza, en cambio, tenía que ver con algo que Allison le había dicho durante la cena en The Oysterhouse. Ella había mencionado las cintas de la sesión de hipnosis de Robert en el caso del secuestro de Lisa Carlson. Allison no las había escuchado en detalle; sin embargo, durante la cena mencionó que Robert se había negado a hablar del caso de la niña y que en su lugar se había remontado a un episodio del pasado.

¿Y si ese episodio estaba relacionado con sus deseos de marcharse de casa? Mike sabía que la infancia de Robert no había sido precisamente placentera, siempre habían hablado al respecto; no había secretos entre ellos. Sin embargo, nunca habían hablado de aquel día: el de la desaparición. ¡Robert ni siquiera parecía recordarlo! ¿Acaso no era lógico suponer que un hecho traumático como éste pudiera aflorar precisamente en la sesión de hipnosis?

Mike suponía que sí.

Decidió que hablaría con Allison al día siguiente. Si existía la posibilidad de escuchar esas cintas, lo haría. No la comprometería; le diría que lo hiciera ella si era necesario, que tomara algunas notas y nada más.

Se sintió conforme, pero aun así, intranquilo. No se volvió en dirección a su mesilla, pero de haberlo hecho se hubiera encontrado con un luminoso número uno separado de dos ceros mediante dos puntos parpadeantes.

Cerró los ojos.

Se deslizó hacia la inconsciencia sin reparos. Para hacer el proceso más ameno, su mente organizó una miniproyección en la concavidad interna de sus párpados. Añadió sonido y transmitió a sus centros nerviosos la información necesaria para que la función fuera perfecta.

En la película más diminuta del mundo, Mike rodeaba a Allison con el brazo. El Mike semidormido podía sentir la tela deslizándose bajo su mano, suave y delgada, y la redondez apenas perceptible del abdomen de ella subiendo y bajando al ritmo de su respiración, ondulante como la marea: un cordón húmedo que bañaba la costa de una playa desierta para retirarse luego, marcando el tiempo.

Allison deja caer la cabeza hacia un lado, allí donde el pecho de Mike, una cabeza más alto que ella, forma una hendidura con el nacimiento de su brazo, y un apoyo naturalmente perfecto. Mike piensa que por primera vez en mucho tiempo está en el lugar preciso: la playa desierta, donde todo es perfecto, y el sol, una bola anaranjada, que cae hacia un horizonte receptivo.

—Gracias —dice ella.

Mike no comprende, porque es él quien se siente agradecido, aunque no sabe cómo responder. Procura pensar algo que decir, pero ya es tarde; los actores no hacen caso a los espectadores que gritan desde sus butacas; y él es un espectador adormecido. La película sigue su curso, un fotograma tras otro, sucediéndose sin remedio. La siguiente escena muestra a Allison despegándose de Mike, girando hacia la derecha y entonces él, aunque quiere tenerla así para siempre, disminuye la presión sobre su cuerpo. Allison, en efecto, gira, se desliza, acelerándose fotograma tras fotograma, separando su cabeza del cuerpo de él y volviéndola para mirarlo a los ojos. Sus cuerpos se juntan. Sol y horizonte. Uno escondiendo al otro. Se observan, y por un instante permanecen quietos, como en un cuadro… Es el momento en que ambos saben. Mike entrelaza sus brazos por detrás del cuerpo frágil de Allison, temiendo dañarlo si lo hace con demasiada fuerza. Ella rodea su cuello. Dicen algo, pero es apenas un susurro que sólo ellos entienden. Sonríen. Sus rostros se acercan. Cierran los ojos. La oscuridad es bienvenida; los últimos jirones de luz se desintegran al tiempo que una línea de sol se derrite en el mar negro. Con la oscuridad viene el silencio efervescente del mar, inundándolo todo con sus lenguas húmedas.

Mike no se atreve a abrir los ojos. Piensa que si lo hace se va a encontrar en su habitación, la misma que lo despide cada noche, solo. No quiere descubrir que la presión suave sobre sus labios pueda ser fruto de algún estado neuronal. No quiere dejar de oír la música humedecida del mar. No quiere dejar de sentir la respiración de Allison sobre la suya. No quiere aislarse de su perfume, de sus manos largas hundiéndose en su cabello. No quiere.

Prefiere mecerse en la oscuridad, como le ocurre al mar cada noche. Como el Mike que descansa, sonriente, hasta que el sueño lo devora y una noche turbulenta se apodera de él.

Una noche en la que despierta más de una vez, confundido.

10

Era de noche, y a Benjamin le agradaba la noche. No sabía la hora exacta, pero tampoco le interesaba. Estaba de rodillas sobre la madera del desván, inclinado sobre una hoja de papel del bloc de notas que se había llevado del garaje. Los renglones eran las cuerdas vivas de una guitarra, vibrando en el mundo saturado de colores chillones que se extendía ahora ante sus ojos. En su mano derecha sostenía el lápiz negro.

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