O lo hacía con malas intenciones.
Andrea no estaba dispuesta a permitir que su madre antepusiera su odio en la relación con Matt. Ella no era la culpable si su matrimonio se había convertido en algo sin sentido y eso hacía que se centrara en lo negativo de las personas. Andrea no era una persona así. No permitiría que su madre la arrastrara a convertirse en una.
Se sentó en la cama con lentitud. Siguió observando el altavoz.
El odio que su madre transmitía no era nuevo; de hecho, podía decirse que constituía algo que tenía tan incorporado que en ocasiones perdía su verdadera dimensión. Sin embargo, esta vez el recuerdo de la pelea con Danna actuó como la mano experta de un fotógrafo, que mediante un rápido ajuste enfoca una imagen nueva… Era la imagen de Ben.
Ben había tenido que lidiar con ese odio irracional que su madre parecía empecinada en inyectar al prójimo. Andrea sintió una enorme pena al pensar en su hermano y en su incapacidad para enfrentarse a Danna como ella lo había hecho apenas unos minutos atrás. Andrea no sabía por qué Ben se había marchado de casa y había decidido introducirse por aquella tubería; lo que sí sabía es que ese día Danna lo había importunado haciendo que los abuelos fueran a recogerlo a la fiesta de Will Sbarge.
¿Danna tenía derecho a criticar a la familia Gerritsen?
O a
cualquier
familia, llegado el caso.
Claro que no.
Andrea no llegaría tan lejos como para culpar a Danna de la muerte de Ben, pero sabía que, si seguía dándole vueltas al asunto, tarde o temprano lo haría.
Se puso en pie. Rodeó el altavoz y se acercó al escritorio. Buscó allí la extensión inalámbrica del teléfono, pero no la encontró. Hacía un par de días que no daba con ella. La buscó debajo de la cama, entre su ropa, pero sin suerte.
Estaba decidida a hablar con Matt. Lo haría desde la sala. Sabía que su madre se había marchado de casa hacía un rato, porque había oído el coche desde su habitación. El no tener que cruzarse con ella fue importante a la hora de tomar la decisión de abandonar la habitación.
Una vez en la sala, escogió uno de los extremos del sofá para dejarse caer. Agarró el teléfono y marcó el número del móvil de Matt.
Aguardó unos segundos y estuvo a punto de cortar, cuando la voz de su novio se hizo audible desde el otro extremo de la línea.
—¿Andrea? —la voz de Matt tembló ligeramente.
—Sí —respondió ella—. ¿Hay algún problema?
Matt se apresuró a responder que no, que no había ningún problema en absoluto. El único
inconveniente
era que mientras había estado trabajando en la remodelación de la furgoneta de su primo, con la que tenían previsto trasladar una buena cantidad de droga hacia Nueva York, el sujeto responsable de TODO se había presentado para darle un susto de muerte. Pero ahí no terminaba la historia. En ese preciso instante lo tenía delante, con una sonrisa sarcástica de oreja a oreja capaz de horrorizar al mismísimo Stephen King.
—¿Crees que podrás venir a mi casa? —preguntó Andrea.
—¿Ahora? —dijo Matt, sabiendo que no había nada que quisiera más en el mundo que marcharse de la casa de Randy y dejar atrás al dichoso Zorro.
—Sí.
—¿Ha ocurrido algo?
Andrea advirtió otra vez cierto nerviosismo en el tono de voz de Matt, pero decidió no insistir con el tema.
—He discutido con mi madre —se limitó a decir—. Quiere que te devuelva el regalo.
—Eso no tiene sentido.
—Claro que no. No estoy diciendo que quiera hacerlo. Pero fue una discusión fuerte. De hecho, mi madre lanzó uno de los altavoces al suelo con bastante fuerza. Espero que no esté estropeado…
El corazón de Matt dio un vuelco. En aquel momento, el Zorro lo observaba con atención, y la idea que lo embargó fue simple: si aquel sujeto se enteraba de lo que su novia acababa de decirle, entonces estaría complacido de tomar la cortadora que estaba en el patio trasero y utilizarla para reducir sus rodillas a un puñado de polvo.
—Matt, ¿estas ahí?
—Andrea…, estaré ahí lo antes posible.
—Está bien. Gracias.
Matt oprimió el timbre de los Green. Era la segunda vez que entraba en la casa por la puerta principal. La primera había sido para la presentación formal ante la familia y, a diferencia de aquella ocasión, esta vez su rostro no exhibía una sonrisa.
—¿Estás bien? —fue lo primero que le dijo Andrea al abrir la puerta.
Él asintió y le dio un beso rápido en la mejilla. Sin poder evitarlo, echó un vistazo al interior de la casa por encima del hombro de Andrea.
—Tranquilo —le dijo ella—. Mis padres no están en casa. Y Rosalía está en su habitación.
—Me has dejado preocupado —dijo Matt sin faltar a la verdad—. ¿Podemos ir a tu habitación?
Andrea le lanzó una mirada de sorpresa.
No había tiempo para ser diplomático, pensó Matt con desgana. Desde la llamada de Andrea no había hecho más que pensar en la droga escondida en el altavoz. Ahora que la tenía frente a frente, al menos sabía que nada grave había tenido lugar. Si ella o su madre hubieran dado con la droga accidentalmente, otras habrían sido las circunstancias de su recibimiento. Estaba seguro de ello. No obstante, debía asegurarse de que todo estaba en orden.
Franquearon juntos la puerta de la habitación y Matt instintivamente clavó la vista en el equipo de música. El cuerpo central y los dos altavoces seguían sobre el escritorio, tal y como los habían dejado instalados el día anterior. Andrea avanzó en dirección a la cama y se sentó en un lado. Matt lo hizo junto a ella.
—Volví a colocarlo en su sitio —explicó Andrea—. No lo he vuelto a conectar.
—No te preocupes —respondió Matt, ahora más aliviado—. Lo haremos en un momento. Primero cuéntame qué es lo que ha sucedido.
Andrea había previsto que Matt le preguntaría por lo ocurrido (después de todo lo había llamado para eso), y en los minutos previos a la llegada de su novio se encargó de ensayar mentalmente una versión reducida de la puesta en escena de Danna. No tenía pensado repetir las opiniones que ella tenía de la familia Gerritsen; se limitó, en cambio, a explicar simplemente que le había pedido que devolviera el aparato y que no le había dado ninguna razón concreta. Andrea suponía que era porque se trataba de un regalo caro, pero tratándose de su madre podía ser cualquier cosa.
—Le dije que no lo devolvería —agregó Andrea—, y las cosas se pusieron feas.
Desvió la vista en dirección a la revista que había estado leyendo cuando su madre se presentó. Seguía tirada sobre la alfombra.
—¿Feas? —preguntó Matt.
—Mi madre no acepta una negativa. Forcejeamos y fue entonces cuando lanzó al suelo uno de los altavoces.
Andrea se guardó para sí que le había gritado a su madre que la odiaba y que ella le había respondido con un golpe en la mejilla que aún le dolía. Matt le permitió que apoyara la cabeza en su pecho y la abrazó. Permanecieron de ese modo unos minutos, en silencio.
Al cabo de un momento, Matt se puso en pie.
—No creo que se haya estropeado —dijo acercándose al altavoz—. La alfombra ha debido de atenuar el impacto.
Oprimió una serie de botones. En menos de dos segundos, el aparato comenzó la lectura del disco que estaba dentro del compartimento y una voz chillona de hombre que Matt no reconoció inundó la habitación. El sonido salía de los dos altavoces. Matt se apresuró a silenciar al hombre chillón.
—Ningún daño —dijo con una sonrisa.
—Gracias a Dios.
Matt se disponía a regresar a la cama cuando de todos modos decidió echar un vistazo al altavoz. En el bolsillo trasero de su vaquero había llevado un destornillador pequeño por precaución, pero no sería necesario utilizarlo. Bastaría con echar un vistazo para confirmar que no había sufrido daños, y eso sería todo. Asió el altavoz con ambas manos y lo elevó apenas. Antes de poder siquiera iniciar su inspección visual, sintió que los músculos de los brazos se paralizaban. ¡Estaba mucho más ligero que cuando él lo había traído!
—¿Sucede algo? —preguntó Andrea al advertir que Matt no se movía.
—No —logró articular él—. El altavoz está intacto.
Lo depositó nuevamente sobre el escritorio y lo observó con incredulidad. No había duda alguna de que pesaba menos. Y la única explicación para ello era que
alguien
había sacado el contenido del interior. Matt sintió que sus pensamientos se lanzaban en todas direcciones, pero ninguno de ellos lo hacía coherentemente. La calma que se había apoderado de él hacía un momento lo abandonaba ahora para sumirlo en un profundo desconsuelo. Sin pensárselo dos veces, aún de espaldas a Andrea, extrajo su móvil del bolsillo de la camisa y lo apagó. Se volvió.
—¿Qué ocurrió después? —preguntó.
El primer pensamiento coherente que Matt pudo rescatar de su cerebro confundido fue que lo más probable era que la señora Green hubiera advertido el peso inusitado del altavoz al lanzarlo al suelo y hubiera regresado más tarde para averiguar la razón. Era una idea disparatada, Matt estaba de acuerdo; la mujer no habría podido saber que el altavoz pesaba más que de costumbre. Pero si ésa era la línea de pensamiento correcta, entonces ¿dónde estaba en ese momento Danna Green?
En la policía. ¿Dónde si no?
—¿Qué ocurrió después? —volvió a preguntar Matt, esta vez alzando ligeramente el tono de voz.
—Nada. Mi madre se marchó y permanecí en la habitación un rato hasta que la oí marcharse. Luego fui a la sala a hablar contigo.
Perfecto, pensó Matt. Ahora las cosas eran
completamente
descabelladas. Si, tal como decía Andrea, Danna se había marchado de casa tras la discusión y no había regresado a la habitación, entonces debía de haber advertido la presencia de la droga
antes
. Eso al menos explicaba el desprecio por el regalo que Matt le había hecho a su hija. No se le cruzó por la cabeza que si alguien había retirado la droga del interior del altavoz podía no ser Danna. De hecho, la única idea que tomó forma dentro de su mente era la de media docena de coches patrulla presentándose en la casa de un momento a otro. La había cagado por completo.
—Matt, tienes el mismo aspecto que cuando llegaste —dijo Andrea, preocupada.
—He tenido dolor de cabeza todo el día. No quise decírtelo —dijo Matt mientras se acercaba a la cama y se sentaba.
—¿Quieres una aspirina?
Matt lo pensó unos segundos. Si Andrea iba en busca de aspirinas, no le daría el tiempo suficiente para comprobar el interior del altavoz, pero teniendo en cuenta las circunstancias, sabía que no tenía más remedio que hacerlo. Debía cerciorarse de que la droga no estaba allí. Estaba seguro de lo que había advertido, pero ahora no tenía otra alternativa que aferrarse a la esperanza de no haber sabido calibrar correctamente el peso.
—Una aspirina estaría bien —dijo Matt—, pero primero hazme un favor. Ve a la sala y dile a mi madre que estoy aquí contigo. No me he comunicado con ella en todo el día y no quiero que se preocupe. —Para completar el cuadro, Matt extrajo su móvil del bolsillo de su camisa y mientras lo exhibía, agregó—: Lo haría yo mismo, pero mi móvil se ha descargado. Me acostaré unos segundos y el dolor de cabeza pasará, estoy seguro.
Andrea lo observó con incredulidad. Advirtió que algo no estaba bien y supo que iba más allá del
repentino
dolor de cabeza de su novio; sin embargo, no tenía idea de qué podía ser. Se puso en pie y le dijo a Matt que regresaría en unos minutos. Él asintió.
Cuando Andrea se marchó de la habitación, Matt se lanzó con vehemencia en dirección al altavoz. No se le ocurrió en ese momento que bastaría con verificar el peso del otro altavoz para sacar alguna conclusión, aunque probablemente la señora Green, o quienquiera que hubiese echado mano a la droga, se habría tomado el trabajo de vaciar los dos.
Colocó el altavoz boca abajo en el escritorio y extrajo el destornillador del bolsillo trasero de sus vaqueros. Debía darse prisa. La conversación entre Andrea y su madre podía durar apenas un par de minutos, y eso teniendo en cuenta que no fuera ella quien respondiera a la llamada, lo cual constituía la posibilidad más probable. Últimamente su hermana pequeña había aprendido a contestar el teléfono y se había autoproclamado la encargada oficial de hacerlo. Mejor así.
La carcasa trasera estaba sujeta por cuatro tornillos. Matt los aflojó uno a uno y luego, sin retirarlos de sus respectivos orificios, retiró la carcasa como lo haría un experto que pretende desactivar una bomba. Mientras la desplazaba, su cerebro proyectó el interior del altavoz y los envoltorios de droga tal cual los había colocado el día anterior. Era descabellado suponer que la señora Green los había sacado.
Pero los envoltorios no estaban.
Matt sintió un sudor frío surcándole la frente. Sus manos temblaban. Por primera vez, el miedo que había empezado a tomar forma cuando había agarrado el altavoz y había notado su peso, se convertía en algo real. Tangible. Sin embargo, tardó unos segundos en advertir que no estaba
completamente
vacío. En uno de los laterales había una hoja de papel doblada por la mitad. La observó con incredulidad mientras se recordaba que no tenía mucho tiempo. Tomó la hoja y, al observarla brevemente al trasluz, supo que había un mensaje escrito del otro lado. La introdujo en el bolsillo de su camisa.
¿Sería un mensaje de Danna Green?
La reina de corazones.
Está metiendo las narices donde no le corresponde. En nuestro caso, es la carta que está fuera de su sitio.
Por primera vez, Matt sopesó la idea de que podía no ser la madre de su novia la responsable de haber extraído la droga. Mientras colocaba de nuevo la carcasa en su sitio y ajustaba los tornillos, se preguntó si el Zorro podía ser el responsable de aquello. No tenía mucho sentido, pero ¿acaso alguno de los acontecimientos de las últimas horas lo tenía?
La voz de Andrea flotó de repente en la habitación:
—He hablado con tu madre. Me ha dado las gracias.
Matt estuvo a punto de lanzar un grito antes de volverse. Había colocado el altavoz en su sitio y ahora observaba a Andrea mientras se acercaba.
—¿Te sientes mejor? —preguntó ella—. Iba de paso al baño en busca de esa aspirina…
—No te preocupes —se apresuró a decir él—. Yo iré por ella.
Sin que Andrea pudiera añadir nada, Matt pasó a su lado y salió de la habitación acelerando el paso.