Para ilustrar el alcance de la relación, bien cabe mencionar el episodio del Día de Acción de Gracias ocurrido el año anterior. La familia completa —unos cincuenta Farbergrass— participaba de un copioso almuerzo festivo. Había mas de dos decenas de vehículos, todos ellos aparcados de manera irregular dentro de la propiedad de Max. Nunca se supo bien cómo, pero
Blackskin
se las arregló para escapar de su caballeriza y hacer sus necesidades en la furgoneta de Max, que había tenido la mala idea de dejar la ventanilla bajada. Lo curioso de la cuestión es que para alcanzar la furgoneta el caballo debió sortear otros coches, muchos de los cuales también tenían la ventanilla bajada y hubieran servido de maravilla como letrina ecuestre.
Sí señor, el problema con
Blackskin
era
personal
. Max estaba encantado de deshacerse de él.
Ahora conducía por la I-93 a unos prudentes ochenta y cinco kilómetros por hora. Si los letreros que sobrepasaba regularmente estaban en lo cierto, dentro de media hora cruzaría Manchester, donde quizás hiciera su última parada antes de Lowell
,
su destino final.
De vez en cuando tamborileaba con los dedos sobre el volante o entonaba una canción alegre.
Adiós
Blackskin.
Si todo salía como había previsto, se lo entregaría ese mismo día a Whitten, cuya hija había quedado encantadísima con el caballo. El día que se presentó en su propiedad para escoger su regalo de cumpleaños, la niña lo señaló y corrió para abrazarlo. Max intentó decirle que no lo hiciera, aduciendo la peligrosidad de aquel ejemplar, pero a esas alturas el mierda de
Blackskin
lamía el rostro de la niña, meciéndose con la expresión de un personaje de Disney.
Max había recibido un generoso cheque por parte de Whitten y había accedido de buena gana a hacer el transporte él mismo. De hecho, había dicho que lo haría
cuanto antes
para que la pequeña pudiera disfrutar de él.
No obstante, sabía que el traslado no sería sencillo.
Blackskin
había demostrado sobradas veces que su nombre debió haber sido
Caja de sorpresas
… Y, en efecto, los primeros problemas surgieron tan pronto salieron, poco después de que dos peones lo condujeran hacia el remolque. El compartimento para transporte era de madera, completamente cerrado, salvo por una ventana en la parte trasera. Cuando estaba dentro, el caballo observó a Max con ojos desafiantes y mostrando su sonrisa burlona marca registrada.
En cuanto emprendieron la marcha,
Blackskin
inició un golpeteo a intervalos regulares contra el suelo del remolque.
TUM,
TUM, TUM
. Max se había mentalizado para no reaccionar frente a sus provocaciones y condujo como si nada sucediera, ignorando el golpeteo aunque éste amenazaba con enloquecerlo de un momento a otro. Los ruidos cesaban durante un rato, lo suficiente para que Max empezara a tranquilizarse, y luego estallaba un nuevo estruendo, más fuerte que los anteriores.
Sin embargo,
Blackskin
se había mantenido inactivo desde…
¿Desde cuándo?
Quizás desde que Max se detuvo a echar algo al estómago en Carnival Falls, y de eso habían pasado ya un par de horas. Desde entonces, no se había producido el más mínimo sonido; ni un relincho, nada. En cierto modo era aún peor, porque Max había levantado la guardia, a la espera de una reacción extrema que por el momento no se había producido y que podía suceder imprevistamente. Su mente comenzó a analizar alternativas descabelladas. ¿Y si
se había lanzado por la abertura? Era físicamente imposible, pues su cuerpo no podía pasar por allí, pero Max sabía que aquel caballo endemoniado podía encontrar la forma de hacerlo si quería. Si la cuestión era fastidiarlo, encontraría la manera de reducirse al tamaño de un alfiler y pincharle el culo.
Procuró relajarse; entonar canciones y sonreírse a sí mismo en el inútil espejo retrovisor. Sabía que tendría que detenerse a echar un vistazo, pero, al mismo tiempo, aquello era probablemente lo que el animal esperaba. Seguramente tendría preparada alguna sorpresa para él. En cuanto asomara su rostro por la abertura de la parte de atrás, recibiría el impacto de uno de sus cascos, un mordisco en el cuello o un chorro de mierda líquida. Estaba seguro.
Se debatía entre detenerse o no hacerlo cuando finalmente
algo
ocurrió.
Un objeto surcó el aire frente al parabrisas. Era grande e hizo que Max pisara el freno como acto reflejo. El criador de caballos respiraba agitado. De haber conducido a mayor velocidad, en aquel momento se estaría debatiendo en el interior de una maraña de hierros retorcidos, pensó. Se apeó de la furgoneta. La I-93 era transitada por algunos vehículos que circulaban a gran velocidad. Divisó una gasolinera y creyó ver una silueta detrás de uno de los cristales, pero antes de pedir ayuda tenía intención de averiguar qué había ocurrido.
Lo primero que haría sería echar un vistazo al caballo. Si bien lo que había surcado el aire debía de estar delante de la furgoneta (o posiblemente debajo), estaba convencido de que en el remolque hallaría las respuestas que buscaba. Mientras recorría el lateral dio dos golpes en el compartimento de madera, pero no obtuvo respuesta.
Su pie chocó con algo. Se detuvo en seco y bajó la vista con resignación. Al observar lo que yacía en la carretera, retrocedió casi un metro y estuvo a punto de ser arrollado por un BMW que circulaba por la interestatal a más de cien. Comprendió que lo que había surcado el aire sí había quedado debajo de la furgoneta y, de hecho, asomaba parcialmente por uno de los laterales.
Era la cabeza de
Blackskin.
Max Farbergrass arrugó el rostro y apartó la vista. Había visto cosas semejantes, o incluso peores; caballos atropellados en la carretera, por ejemplo. En este caso el corte en el cuello del animal resultaba desigual, y Max se preguntó si Blackskin en efecto habría intentado salir del compartimento trasero y algo le había arrancado la cabeza. Un vehículo, o un puente, aunque no recordaba ninguno.
¿Y el modo en que la cabeza había volado por encima de la furgoneta?
Max dejó atrás la cabeza, dio media vuelta y se encaminó hacia la parte trasera del remolque. El sol apuñaló sus ojos y aun a medio metro de distancia de la abertura no pudo ver hacia el interior. Asomarse hubiera solucionado el asunto, pero por alguna razón pensó que aquélla no sería una buena idea. Decidió acercarse un poco más y destrabar la portezuela abatible. Retiró los cerrojos en los laterales, retrocedió un par de pasos y la dejó caer.
Ocultó el sol alzando su mano y entrecerró los ojos.
Vio el cuerpazo del caballo tendido de lado. Debajo, la sangre formaba una mancha espesa que aumentaba de tamaño y caía en ríos gruesos al asfalto caliente. Max sacudió la cabeza con incredulidad. Costaba entender cómo…
Un movimiento.
A la derecha, en las sombras.
Max entrecerró los ojos y se volvió en esa dirección, pero apenas con el tiempo suficiente para cubrirse el rostro con el brazo al ver que algo saltaba hacia él. No pudo ver de qué se trataba, pero sintió su peso cayéndole encima, luego algo afilado que se clavaba en su antebrazo. Retrocedió dos pasos tambaleándose, manoteando el aire, hasta que finalmente perdió el equilibrio y cayó de costado. Sentía un ardor insoportable en el brazo. Intentó ver a su atacante, pero el sol lo transformaba en una silueta negra.
Gritó, pero fue apenas un chillido corto e inútil.
Una serie de reflejos lo cegó. Luego experimentó un dolor insoportable en el rostro y una sucesión de cortes profundos surcándolo de lado a lado: atravesando sus ojos y nariz, deslizándose en la superficie resbaladiza de sus huesos, desgarrando la piel y arrancándole el cabello.
—¿Te ha dicho algo? —preguntó Courteney.
—No recuerdo haber mantenido una conversación tan larga con Danna en años.
Brandon cruzó la cocina y observó el jardín trasero tras la ventana de paneles fijos. Courteney se acercó por detrás y lo agarró por la cintura. Apoyó el mentón en uno de sus hombros antes de hablarle al oído.
—Nunca me has hablado mucho de ella.
—Es que no ha habido mucho que decir —respondió Brandon con ojos soñadores—. Créeme, no es fácil relacionarse con Danna.
—¿Ha discutido con su marido?
—Eso parece. Me ha dicho que necesita estar sola. Sola y lejos de Carnival Falls.
—Es lógico. —Courteney suspiró—. ¿Te ha dicho hasta cuándo piensa quedarse?
Brandon se volvió.
—No creo que sea ésa una cuestión para analizar ahora.
—Brandon, no lo he dicho con ese sentido. Ha sido sólo una pregunta.
Él no contestó y ella se limitó a abrazarlo por la espalda.
—¿No te enfadas si te hago una pregunta? —Courteney habló despacio.
—Quien te oyera pensaría que soy un ogro.
—Es que… Hay algo que no entiendo. Es poco lo que sé acerca de tu hermana, apenas lo que tú me has dicho; pero si deseaba estar sola y lejos de la ciudad, ¿por qué no ha ido a un hotel? —Courteney no podía ver el rostro de Brandon, por lo que se apresuró a agregar—: Si tu relación con ella no ha sido buena en el pasado, supongo que no debió de resultarle sencillo encararse contigo ahí arriba. Venir a un sitio donde hay una persona que prácticamente no conoce…
Brandon giró ciento ochenta grados dentro de los brazos de Courteney y la besó.
—Muchas actitudes de mi hermana me han resultado incomprensibles a lo largo del tiempo, créeme. Ésta no será la primera ni la última.
—Lo mejor que puedes hacer es no pensar demasiado —dijo ella mientras le acariciaba el cabello—. Salir te despejará.
—Amor, creo que debo quedarme…
Brandon sintió cómo el cuerpo de Courteney se tensaba junto al suyo.
—Pensé que había dicho que quería estar sola.
—Eso dijo, pero no me sentiré bien si me marcho así sin más.
—¿Qué puedes hacer al respecto?
—No lo sé. Tú puedes ir con los Orlson, no tienes necesidad de quedarte.
—Brandon, sabes que no haré semejante cosa. —Courteney procuró apartarse, pero Brandon la retuvo. Ella cedió, pero apartó la vista hacia un lado.
—Es mi hermana.
—Sé que es tu hermana. Tu hermana a la que prácticamente no ves desde que nos casamos y que de buenas a primeras aparece en nuestra casa. Te ha dicho que quiere estar sola, Brandon, no veo por qué tienes que cancelar nuestros planes.
Courteney volvió la vista al rostro de Brandon. La mirada con la que se encontró fue muy diferente a la que esperaba. Parecía haber visto un fantasma…
Pero no había visto a un fantasma, sino a Danna, de pie en el umbral de la puerta de la cocina. Courteney se volvió, justo a tiempo para escuchar las palabras de la recién llegada.
—Creí que ya habíamos discutido eso, hermano. No dejes de ir a jugar al golf con tu mujer.
Courteney se sintió mareada. Se soltó de los brazos de Brandon, dio media vuelta y retrocedió hasta chocar con la encimera. Fijó la vista en el suelo, incapaz de hacer otra cosa. Sintió una profunda vergüenza por lo que acababa de decir.
—He venido a buscar algo de beber —dijo Danna, sabiendo que nadie hablaría si ella no lo hacía.
Brandon dio dos zancadas en dirección a la nevera.
—Una Pepsi estará bien —agregó Danna.
Él le tendió una lata.
—Gracias.
Danna se marchó.
—Pudiste haberme avisado —dijo Courteney mientras apartaba a Brandon con el brazo.
Media hora más tarde salían en silencio por la puerta principal con sus equipos de golf. Danna los observó desde la habitación de invitados del segundo piso. Esbozaba una sonrisa. Cuando el coche se perdió en la lejanía, regresó a la sala y desconectó el teléfono.
No había mentido en una cosa: necesitaba tranquilidad para lo que tenía en mente.
Mike reflexionó respecto a los posibles caminos a seguir.
Si daban aviso a la policía, el asunto adquiriría notoriedad de inmediato, lo cual podía no ser lo mejor dadas las circunstancias. Mike había albergado la esperanza de encontrar a Ben o de que éste simplemente se presentara, así sin más; pero a medida que pasaba el tiempo se convencía de que nada de eso ocurriría. Si Ben estaba vivo y había asesinado a Rosalía (y Mike en el fondo estaba convencido de que así había sido), entonces algo muy malo le había ocurrido y necesitaba ayuda…
Ayuda urgente.
Robert y Andrea estarían a salvo en Maggie Mae. Nadie sabía que se dirigirían allí salvo ellos, de modo que no les llegarían versiones falsas de los acontecimientos. Con Danna sería diferente. Sería necesario ponerla sobre aviso y sugerirle que permaneciera en casa de su hermano, al menos por un tiempo.
Allison volvía de la cocina. Aferraba el teléfono presa de una palidez mortecina.
—¡Allison! ¿Qué ocurre?
—Creo saber hacia dónde se dirige Ben.
Mike la envolvió entre sus brazos y la condujo hacia el sillón. Se sentó junto a ella y procuró transmitirle tranquilidad, cosa que a duras penas logró.
—Dime qué ha sucedido.
—Hoy por la mañana llamé a la comisaría y le pedí a Patty que si sabía de algún episodio extraño se pusiera en contacto conmigo.
—¿Extraño?
—Eso mismo me preguntó ella. No quise decirle lo que habíamos visto en casa de los Green y no encontré otra manera de hacer que permaneciera alerta.
Mike guardó silencio. Allison se acomodó en el sillón.
—Ahora ha llamado para decirme que el departamento de policía de Manchester se ha puesto en contacto con la policía local. Un criador de caballos ha sido asesinado. Según algunos recibos encontrados en su furgoneta, ha pasado el día de hoy en Carnival Falls.
—
Manchester… —repitió Mike.
—Y eso no es todo. Probablemente Patty ni siquiera se hubiera tomado la molestia de llamarme de no haber sido por…
Mike supo lo que Allison le diría a continuación. Fue como si dentro de su cabeza una parte de su mente se lo comunicara oficialmente al resto.
—Ocurrió en plena carretera —dijo Allison—. El único testigo, el propietario de una gasolinera, aseguró que quien mató al hombre… fue un niño de unos diez años.
Mike permitió que Allison lo abrazara. Si Ben se las había arreglado para llegar a Manchester, cosa que evidentemente había hecho, deberían modificar sus planes. No sería suficiente con poner sobre aviso a Danna.