Colgó las llaves en el soporte junto a la puerta. Dejó su bolso en uno de los sillones y sus ojos se toparon con el reproductor y las cintas con la sesión de hipnosis de Robert. Costaba creer que las habían escuchado apenas unas horas antes. Mientras las observaba, se sintió como después de una fiesta, en la que la alegre multitud se ha marchado y el anfitrión observa los restos de comida y la vajilla desparramada por todas partes.
En la cocina, experimentó algo similar al ver las tazas vacías sobre la mesa. Sin proponérselo, las llenó de agua fría y las dejó en el fregadero.
Se desplazó por la casa sin poder despojarse de la sensación de extrañeza. Como tenía por costumbre antes de dormirse, comprobó que las ventanas y puertas estuvieran cerradas. En el segundo piso, se detuvo frente al pasillo oscuro y estiró su brazo para encender la luz. Antes, la oscuridad le regaló una postal efímera de Rosalía, con la horrenda perforación en el estómago y sus órganos colgantes.
Allison había contemplado el cadáver apenas un segundo…, lo suficiente para que se le marcara a fuego en la memoria.
No pienses…
Sabía que si quería pasar esa noche sola en la casa debería mantener alejados los incidentes de las últimas horas. Si permitía que se alzaran en torno a ella, sería poco lo que podría hacer.
Cuando entró en su habitación, se convenció de que una ducha no sería una mala idea. Se desnudó, dobló la ropa en una silla y se encaminó hacia el pequeño baño. Mientras sus pies sentían el acogedor contacto de la alfombra, nuevamente la embargó la sensación de extrañeza, aunque esta vez hubo algo más. Desnuda, quieta y a la espera de algún ruido, comprendió que la sensación que realmente la invadía no tenía nada que ver con la de sentirse en un lugar extraño. Era peor: era la de ser observada.
Se encaminó con celeridad al baño y se encerró dentro. Dio dos vueltas de llave y sólo entonces logró recuperar en cierta medida la calma.
El agua caliente golpeando en la espalda, luego en su rostro, ciertamente fue efectiva a la hora de librarla de los acontecimientos del día. El golpeteo rítmico contra la bañera y el vapor humedeciendo el ambiente hicieron que sus músculos se relajaran. Cerró los ojos. En ese momento creyó que quizás sí podría descansar un poco esa noche después de todo.
Cuando salió del baño, procuró desplazarse rápidamente hacia la habitación. Mantenerse en movimiento era una manera efectiva de no pensar. Se introdujo en la cama y se tapó hasta la barbilla, ignorando las sombras que se alzaron en torno a ella, describiendo contornos que debían resultarle conocidos, pero que sin embargo…
Alguien te observa.
Giró sobre sí misma y reemplazó las sombras de la habitación por la oscuridad que le proporcionaba la almohada. La sensación de estar boca abajo la hizo sentirse indefensa, pero luchó contra el impulso de regresar a la posición anterior. Todo era cuestión de relajarse y pensar en cualquier cosa…
El cadáver de Rosalía, por ejemplo.
Aquí lo tiene, claro que sí. Si desea algo más, ya sabe cómo llamarme, no tiene más que chasquear los dedos. Estoy para servirle. ¿Quiere que lo destape por usted? Permítame…
La mirada de la mujer asesinada había sido de completo horror. ¿Es eso lo que sucede al morir? ¿Se queda la última expresión de nuestro rostro fija para siempre? Debía de ser eso. En las pompas fúnebres debían encargarse especialmente de fingir esas facciones de tranquilidad. Rosalía, en cambio, no había tenido esa suerte. Ella…
¿Me ha llamado, señora?
No. Lárguese.
Puedo recomendarle esto. Mire el pecho. El orificio es lo suficientemente grande como para introducir la mano dentro. ¿No es asombroso? Casi todos los órganos se han salido por ahí. ¿Diámetro? Hummm…, yo diría que unos diez centímetros, aunque no es un
círculo exacto.
Vea los cortes. Se parece más a una estrella de muchas puntas, o al menos ésa es mi visión. Resulta increíble que semejante herida haya sido causada por…
¡SI-LEN-CIO!
¿Hay algo que le molesta? ¿Desea fumar? Puedo trasladarla a otro sector si lo desea… Decía que cuesta creer que sea la obra de un niño. Uno creería que se necesita fuerza para hacer una cosa así, mucha fuerza. Y la mujer parece vigorosa, debe de haber ofrecido cierta resistencia. No sé. Fíjese que no hay heridas en el corazón, o en la cabeza, lo que hubiese causado una muerte rápida. No es que yo sea un experto, pero sí sé cuáles son los órganos fundamentales de nuestro cuerpo. He ido a la escuela. Salvo el corte vertical, que no parece muy profundo, la única herida es ese orificio, y no creo sinceramente que uno muera por eso en un abrir y cerrar de ojos. Debe de haber sido lento, no cabe duda.
—Ben no lo hizo —musitó Allison.
¿Con quién hablaba?
No lo considere una impertinencia, pero si lo analiza con cierta lógica… Usted y el señor Dawson fueron a buscar a Ben. Creyeron que lo encontrarían en el desván de la casa…, fueron con eso en mente, ¿no es así? Claro que sí. Hasta encontraron su nombre escrito en la pared, con sangre. Sangre fresca. Y luego, luego esto. Yo creo, si me lo permite, que es muy factible que Ben lo haya hecho… Quiero decir, no es que uno sea adivino, es simplemente que basta con analizar…
¡Lárguese!
Como usted ordene, señora. Le sugeriría que descanse. Quizás mañana vea las cosas… desde otra perspectiva. Y por todo esto… no se preocupe. Cortesía de la casa.
—Soy Rachel Bellows —dijo la voz en el otro extremo de la línea.
Mike reconoció a la mujer de inmediato. La había visto varias veces en casa de los Green. Ella y Danna eran buenas amigas.
—Habla con Mike Dawson. Danna no está en casa en este momento. Si quiere decirme de qué se trata, con gusto se lo diré cuando la vea.
Harrison seguía la conversación con atención. Asintió en silencio frente al comentario de Mike.
—Ya sé que Danna no está allí —se apresuró a responder Rachel—. Está conmigo.
—¿Con usted?
—Sí. Pasará la noche aquí, en mi casa. Mañana viajará a casa de su hermano, en Manchester. Me ha pedido que se lo diga a Robert.
—Descuide, yo se lo diré. Gracias.
—Buenas noches.
Mike dejó el auricular del teléfono en su sitio. Mantuvo la vista fija en el aparato unos segundos y luego la desvió hacia el comisario.
—¿No dijo que Danna estaba en la comisaría?
—Sí.
—Pues ya no lo está. Pasará la noche con su amiga y mañana irá a casa de su hermano, en Manchester.
Harrison no hizo el menor esfuerzo por esconder su fastidio. Antes de que Mike pudiera decir algo más, salió de la casa y comenzó a hablar por la radio, pero su voz se perdió. Mike regresó a la sala y permaneció junto a Robert. Se preguntaba cómo haría para decirle lo que Rachel le había transmitido hacía un momento.
—¿Robert?
Su amigo lo miró.
—¿Eres consciente de lo que ha ocurrido?
—Sí.
Harrison saludó con una inclinación de cabeza a Sam Farrell, el médico forense; le indicó con un ademán la dirección que lo llevaría al cadáver de Rosalía e hizo un nuevo intento de comunicarse con Dean Timbert. Sin darse cuenta, caminó hasta el jardín trasero.
—¿Harrison? —dijo la voz electrónica del oficial Timbert.
—Dean, descríbeme la situación allí.
—McAllen permitió que la mujer se fuera, luego interrogó apenas unos minutos a Gerritsen. Estuve presente y créeme, el muchacho se hundió hasta el fondo. Hace una media hora llamó a su padre, que llegó hace un rato. Esto ha sido un caos; el hombre ha dicho que demandará hasta a mi perro
Spock.
Acaban de irse.
—¿McAllen está ahí?
—Sí, con una sonrisa de oreja a oreja.
—El forense acaba de llegar. Iré en cuanto pueda. Quiero hablar con McAllen cara a cara antes de que se vaya ¿Has tenido noticias de Ian?
—Pensé que estaba contigo.
—No. Ha ido a hablar con la hermana de la mujer muerta. Dean, mantenme al tanto.
—Claro.
De regreso en la casa se encontró con Mike, y un tercer hombre se acercó a ellos desde la calle. Cuando se volvieron en esa dirección, advirtieron que se trataba de Ian Sommer. El policía los saludó agitando apenas con dos dedos la visera de su gorra. Harrison se disculpó con Mike y éste regresó al interior de la casa, procurando mantenerse lo suficientemente cerca de la puerta de la calle como para escuchar la conversación entre el comisario y el policía.
—Ian, dime que no traes problemas…
—Diría que todo lo contrario —se jactó Sommer.
—Dispara.
—Hablé con su hermana, María Díaz. Tras permitirme entrar en su casa, la mujer me preguntó si se trataba de su hermana, si le había ocurrido algo malo a Rosalía. No fue necesario que le respondiera, de algún modo lo supo, y se echó a llorar. Preparó café y conversamos un rato en la cocina de la casa. Supongo que a pesar de todo lo tomó con tranquilidad.
—Creí ver la foto de un niño en la habitación. ¿Tiene un hijo?
—Sí, de nueve años. Miguel. Dormía en ese momento.
—¿Por qué la hermana supo que algo le había ocurrido?
—Rosalía ha estado durante años huyendo del padre de su hijo, un tal Félix Hernández, un hombre violento con problemas de alcoholismo, a quien abandonó poco después de concebir a su hijo.
De alguna manera, el sujeto la encontró en dos ocasiones, pero ella volvió a escaparse.
—Concuerda con el mensaje en la cama —reflexionó Harrison.
—La mujer dice haber recibido una llamada extraña hace unos días; alguien que dijo ser un vendedor no recuerda de qué, pero que hacía demasiadas preguntas…, como si quisiera sacar información. La mujer pensó de inmediato en Hernández, pero no le comentó nada a su hermana para no preocuparla. Decidió estar alerta.
—¿Tienes la descripción de Hernández?
—Tengo una fotografía.
—Perfecto. Ve a la comisaría y entrégasela a Dean. Yo hablaré con él.
Harrison observó al policía mientras regresaba a su coche patrulla. Se masajeó la frente con tres dedos de su mano izquierda y pensó que poco a poco las piezas iban encajando en su sitio.
Un ruido.
Allison se sentó al borde de la cama.
Miró el reloj de la mesilla. Eran las dos y trece minutos.
Se puso en pie y avanzó por la habitación oscura. No encendió la lámpara junto a la cama ni la luz principal. Antes de asir el pomo de la puerta y tirar de él, la idea de imaginarse desnuda vagando por la casa le dio escalofríos. A regañadientes accionó el interruptor de la luz y se puso ropa limpia: unos vaqueros, una camisa a cuadros y zapatos sin tacón. Se vio reflejada en el espejo y pensó que su cabello era un desastre.
Al diablo el cabello.
De pie en el pasillo no pudo más que sentirse estúpida. Había despertado en plena madrugada, se había vestido como para iniciar el día, y ahora estaba allí, en su casa solitaria, y por más que aguzaba el oído, no oía nada. Percibía los sonidos conocidos de la casa, la nevera y el viento zumbando en el tejado, pero nada más.
¿Qué había creído escuchar?
No hizo falta que forzase la memoria, pues el sonido se repitió. Se quedó helada, agradecida de disponer al menos de la protección de su ropa. El sonido fue imperceptible, pero audible.
Eran… como golpecitos de una cuchara en una copa de cristal.
Eso.
Fantástico. Han organizado una fiesta en tu casa, en plena madrugada. Alguno de los invitados tiene intenciones de hacer un brindis, algo perfectamente normal. Baja… y únete a ellos.
Logró ponerse en movimiento. La primera puerta era la del baño y Allison la abrió pero no entró. Encendió la luz y verificó rápidamente el pequeño recinto. Se disponía a cerrarla cuando sus ojos se clavaron en la cortina de baño, corrida de manera que no le era posible ver detrás. ¿Podía asemejarse el tintineo que había percibido con aquél que producían las arandelas metálicas de la cortina de baño al deslizarse? Estudió los pliegues de la cortina y no detectó movimiento alguno. Procuró recordar si había dejado la cortina así después de ducharse, pero le fue imposible. Era como recordar al salir del baño si hemos dejado la tapa del retrete levantada o no. La hemos visto tantas veces que mentalmente resulta imposible determinar cuál ha sido la última.
Sintió el impulso de cerrar la puerta y salir corriendo. ¿Acaso pretendía recorrer el resto de la casa con esas ideas en la cabeza? ¿Imaginando a un extraño agazapado en cada lugar posible?
Si me permite, señora, no es un extraño. Creo que ya hemos discutido eso.
¡Váyase al infierno!
Junto al lavabo vio el limpiador de mango corto. Desde el umbral de la puerta lo agarró y lo extendió. Debió inclinarse para alcanzar la cortina y fueron necesarios dos intentos para poder introducir la goma por el espacio que quedaba en uno de los laterales. Se asió con una mano al marco de la puerta y tiró de su improvisada herramienta con fuerza. La cortina se deslizó, pero sólo hasta la mitad, donde algunas arandelas se agolparon obstaculizando el avance de las restantes. Allison se vio lanzada al interior del baño y poco faltó para que aterrizara de bruces. Su nueva ubicación le permitió alcanzar la cortina y sin perder tiempo tiró de ella con determinación.
No había nadie detrás.
Estúpida.
Quería convencerse de que los acontecimientos del día la habían vuelto demasiado susceptible, lo cual era a todas luces cierto, pero aun así estaba exagerando. Pensó en bajar a la cocina y beber un vaso de zumo, pero entonces se alzó ante ella la visión del reproductor de cintas y descartó la idea. A la luz del día sería sencillo enfrentarse a eso, pero no en ese momento.
Regresaría a la cama. Comprobaría las habitaciones de la planta alta, la de Tom y la de invitados, y asunto terminado. Si había existido el bendito sonido, cosa que convengamos que era poco probable, no podía haberse originado demasiado lejos. Pensó que quizás un pájaro había golpeado el pico contra una de las ventanas, pero la idea era tan ridícula que ni siquiera convenía analizarla si quería seguir considerándose una persona racional.
Sin embargo, eso era exactamente lo que había oído, ahora que lo pensaba.
Un pájaro había golpeado el pico contra una de las ventanas. Sí, sí.