¿Por qué están ahí?
Reduce la marcha hasta casi detenerse, concentrado en el corredor, sin volverse, cuando advierte que ya no escucha a Ben.
Sin prestarle atención a los pósteres que tratan de captar su atención, aguza el oído, pero no oye más que el silencio absoluto que reina en el laberinto de piedra. Desconcertado, se pone nuevamente en movimiento, diciéndose que el no escuchar a su amigo sólo puede significar malas noticias. Se lanza a la carrera siguiendo caminos que resultan iguales a simple vista y retrocediendo cuando no puede seguir adelante. La tarea se le antoja enloquecedora y la incertidumbre hacia dónde dirigirse es completa. Sin los gritos de Ben como referencia, avanza a ciegas. ¿Cómo saber si lo hace en la dirección correcta? Y más aún, ¿cómo saber si existe una dirección correcta?
Se detiene en la boca de uno de los pasajes, respirando con dificultad. Apoya sus manos en las rodillas. Delante de él el corredor gira hacia la izquierda. Alcanza a ver dos bifurcaciones a la derecha. La imagen le resulta familiar. ¿Ha pasado por allí antes? Cree que sí. Necesita una referencia concreta para estar seguro, piensa, y sabiendo que no es una buena idea, pero sin que se le ocurra otra cosa mejor, se vuelve hacia uno de los pósteres a su derecha, a pocos metros.
«No lo hagas… no mires… no mires a…».
Pero es demasiado tarde. Allí está su madre, desnuda…
¿Su madre?
Sí. Sonriéndole mientras frota algo por su cuerpo. Tom retrocede un paso, a punto de lanzar un grito, cuando comprende que en realidad aquélla no es Allison Gordon. Aunque se le parece. Sus ojos azules, rodeados de un tizne chillón, adquieren un aspecto drogado. Y hay algo más. Otro detalle fuera de lugar…, una sucesión de aros en la nariz y uno en la ceja.
Como toque final, la muchacha desenrolla una película de celuloide que mágicamente surge de su vagina.
Cuando termina de hacerlo por completo, la imagen se repite. Una película breve y cíclica.
Tom aparta la mirada del póster (aunque éste se repite en su cabeza, que es casi lo mismo que tenerlo enfrente) y se encamina hacia la primera de las dos bifurcaciones. Sigue avanzando, procurando mantener el sentido de la orientación, diciéndose que si logra avanzar por mucho tiempo en la misma dirección debe encontrar una salida.
Unos minutos después, no sabe cuántos, se detiene y comprende que otra vez se encuentra en el mismo sitio que un momento atrás. Sabe que es imposible porque cree haberse desplazado en línea recta, pero la sensación persiste de todos modos. Cuando tuerce la cabeza, en efecto allí esta la muchacha de los aros, ocupada en su ritual fílmico. Esta vez, Tom elige la segunda bifurcación. Siente las piernas entumecidas y por más que desea mantener el ritmo de avance del principio, su corazón se niega a bombear el oxígeno necesario para hacerlo.
Cuando, poco tiempo después, llega a la misma posición ya conocida, no necesita la confirmación del póster para sentir que se cae a pedazos, exhausto. Esta vez cede ante la presión originada en sus rodillas
y cae sobre ellas, experimentando la superficie dura y fría de las rocas.
Es un sueño, se dice…, pero no puede evitar que se le escapen algunas lágrimas.
Entonces siente una suave vibración sacudiendo sus rodillas. Casi imperceptible al principio, pero aumentando a cada instante, y transmitiéndose al resto de su cuerpo. Al ponerse en pie, advierte que las sacudidas son cada vez más intensas.
Comprende que algo se acerca. Se siente atemorizado ante una presencia capaz de ocasionar semejantes sacudidas a su paso, e intenta averiguar la dirección de su procedencia, pero le es imposible. Las vibraciones se alzan por todas partes; el sonido de cada paso rebota
en los muros de piedra. Desconsolado, advierte que si echa a correr en cualquier dirección, es igualmente probable que se encuentre con aquella cosa.
Se siente perdido. Cree percibir un sonido agudo entre cada golpe. Una voz. Detrás de él.
Con la convicción de que no es más que un truco de su imaginación, se vuelve en dirección al muro. Deja escapar una exclamación, pero esta vez de alivio. Observa un nuevo póster, pero éste no muestra a la muchacha punk, sino a Ben. El mismo Ben de siempre: con su ropa de los Yankees y su gorra calada hacia atrás.
—Hola, Tom —le dice el Ben bidimensional.
—Hola, Ben. Yo… yo te echo de menos.
—Lo sé…
Una sacudida más fuerte que las anteriores hace que Tom se tambalee. Ben señala a su izquierda, dando a entender que la misteriosa presencia se acerca desde esa dirección.
—Logré esconderme de él —arguye Ben.
—¿De quién?
Ben no responde, pero señala otra vez en la misma dirección que antes.
—Vete, Tom, por allí.
Le señala hacia el frente. Su dedo parece salir del papel. Tom sigue la dirección del dedo y se encuentra con un muro de piedra, frente a las dos bifurcaciones conocidas.
—Ben…, allí hay sólo muro.
—Rápido, no hay tiempo…
Subrayando cada palabra, dos pisadas sucesivas explotan en el extremo del corredor.
Tom corre en la dirección que su amigo le indica, acercándose al sólido muro de piedra.
—Adiós, Ben —dice antes.
Al acercarse al muro, advierte una entrada oculta, confundida entre las rocas, apenas del tamaño suficiente para que alguien pequeño pueda introducirse en ella. Tom entra sin vacilar, y tras una serie de curvas cerradas desemboca en un pasillo estrecho y largo. Al final de éste, atisba un postigo de madera semiabierto, pero cuando se dispone a correr hacia allí, comprende que los sonidos se han detenido y en consecuencia también las vibraciones.
Aún aturdido por el encuentro con Ben, se dice que debe preocuparse por salir de allí cuanto antes.
«Logré esconderme de él…».
Echa a correr hacia adelante. Olvida momentáneamente el cansancio que se ha apoderado de sus extremidades y se lanza a toda velocidad.
Cuando las sacudidas se repiten, ahora en el sitio hacia donde él se dirige, comprende con horror que la Presencia conoce sus intenciones y que probablemente se ha desviado para interceptarlo. Tom fuerza sus piernas. Está a sólo diez metros. Las pisadas retumban con inusitada potencia, pero son sólo diez metros… quizás.
Cinco metros.
Cuando cree que logrará atravesar la salida, la Presencia emerge desde un costado, interceptándolo.
Tom no puede frenar y no se detiene a pensar si desea hacerlo. Su cerebro necesita unos instantes para poner en palabras lo que está viendo. Una masa informe bloquea todo el ancho de la salida, sólo que Tom aún puede verla… Puede ver a través de…
Es una colección de jirones grises y de cintas de humo que se entremezclan. Tom cree advertir cierta fisonomía, un rostro en lo alto, pero la sensación dura un segundo. Lo mismo ocurre con el cuerpo, que se desdibuja como si se tratara del humo de un cigarrillo agitado por una brisa. ¿Qué era aquello? ¿Cómo era posible que algo así pudiera dar semejantes golpes?
Cuando la atraviesa, desplazando espirales de humo y sintiendo cómo abrazan su piel y se filtran en pequeñas cantidades por sus fosas nasales, experimenta algo espantoso. Lo más horrible que ha padecido en toda su vida. Se siente sucio e invadido por pensamientos oscuros. Atraviesa la salida emitiendo un poderoso grito. Tiene los ojos cerrados, pero aun así desfilan frente a él imágenes de muerte, vivas representaciones de cuerpos destrozados mezclándose unos con otros. Se siente atormentado e invadido por pensamientos ajenos.
Cuando despertó, un grito lo acompañó hasta la habitación y una sacudida violenta lo expulsó finalmente de la pesadilla.
Mike condujo su Saab a más velocidad que la permitida. A su lado, Allison estrujaba su bolso en el regazo.
—No te preocupes por Tom —dijo él—. Estará bien con tu hermana.
—Sí, lo sé.
La llamada que habían recibido antes de salir había sido de Tom, que se había despertado sobresaltado y sintió la necesidad de hablar con su madre. Había tenido otra pesadilla. Hablar de ella hizo que se sintiera mejor.
Logré esconderme de él.
—Todo está adquiriendo cierta lógica —dijo Mike.
—¿Crees que Ben continúa escondido en el desván de los Green?
—No sé qué pensar. Ya que lo preguntas, me cuesta imaginar que Ben haya permanecido allí todo este tiempo.
En tácito acuerdo, ninguno de los dos dijo nada más durante el resto del trayecto.
Al llegar a la casa advirtieron una calma inusual. Apretaron el timbre tres veces sin obtener respuesta. Mike dio dos golpes a la puerta con idéntico resultado.
—Debemos entrar —dijo Mike, al tiempo que extraía un manojo de llaves del bolsillo trasero.
—¿Qué tienes ahí?
—Robert me dio las llaves de la casa el verano pasado para dar de comer a los peces de Danna. Quiso que las conservara en caso de una emergencia.
Allison no podía pensar en una situación más apropiada que encuadrara como «una emergencia» que la que tenían entre manos.
Al abrir la puerta, los recibió el más absoluto silencio. La casa estaba a oscuras.
—Ten cuidado, Mike. Esto no me gusta… ¿Y si llamamos a Harrison?
—Veamos primero qué está pasando. No correremos riesgos innecesarios, pero esperemos a ver qué ocurre.
—De acuerdo.
Mike buscó el interruptor de la luz y lo accionó. Aguzaron el oído en busca de algún sonido, pero ninguno se hizo audible. No había nadie en casa, lo cual resultaba sumamente extraño tratándose de…
Mike consultó su reloj. Eran las diez y media de la noche. Toda la familia debía estar allí.
—¿¡Robert!?
Silencio.
—¿¡Rosalía!?
Nada.
—Entremos.
—Mike, no sé…
Pero él ya avanzaba por la sala y ella se apresuró a seguirlo. Encendieron las luces a su paso y ver la casa iluminada hizo que empezaran a tranquilizarse.
—Es muy extraño que no haya nadie —sentenció Mike—. Por lo general…
Se detuvo en seco. Allison lo miró en busca de la explicación de su repentino silencio y vio que miraba hacia arriba. Con su dedo índice señaló un rectángulo en la parte superior de la pared.
—Dios mío. ¿Has visto algo? —Allison no podía dejar de mirar en todas direcciones.
—No. No creo que pueda verse nada desde aquí, pero he estado en esta sala unas mil veces y es la primera vez que me fijo en esa rejilla. Ha de ser de ventilación.
Antes de que Allison pudiera decir algo, Mike se internó en el pasillo, encendió la luz y se encaminó a la habitación de Andrea. No había nadie allí, y tampoco en las restantes.
Avanzaron hasta el baño al final del pasillo y, tras abrir la puerta, Mike vio lo que el ojo de la memoria ya le había mostrado. Allison asomó su cabeza por encima del hombro de él y supo de inmediato que la placa en el centro del techo debía de servir de acceso a un desván.
—No pensarás entrar ahí, ¿verdad?
Pero Allison ya sabía la respuesta. Regresaron al estudio de Danna, donde Mike había visto una escalera pequeña, y la montaron bajo la placa de cristal.
—Guardo una linterna en la guantera de mi coche —dijo Mike.
—Vamos a por ella —convino Allison—. Prefiero no quedarme aquí sola.
Regresaron con la linterna cinco minutos más tarde. Mike se subió al tercer escalón de la escalera y, estirando sus brazos, pudo desplazar la placa de sus soportes. La deslizó con sumo cuidado y en vez de dejarla dentro del boquete, se la entregó a Allison, que la apoyó contra la pared.
—¡Ben! —dijo Mike—. Soy Mike. ¿Estás ahí?
No hubo respuesta. Mike se sintió estúpido diciendo en voz alta el nombre de Ben. ¡Claro que no obtendría respuesta! Ben había muerto ahogado en Union Lake. Se había introducido en una tubería después de sentirse furioso con su madre y no había podido salir. Las palabras de Michael Brunell lo habían complicado todo…, y eso por no mencionar las cintas de hipnosis. No había sido una buena idea oírlas después de todo.
Mike subió otros dos escalones. Su rostro estaba a punto de ser engullido por el desván.
—¿Hay alguien ahí? —Mike habló mientras subía el último escalón.
—Ten cuidado.
El rostro de él, manchado por la oscuridad del desván y el reflejo de la luz de la linterna, se transformó ante lo que vio allí arriba. Allison se sobresaltó.
—¡Qué ocurre!
Mike bajó dos escalones. Su rostro fue visible otra vez.
—Nada demasiado malo —dijo—. No hay nadie ahí, pero será mejor que lo veas tú misma.
Nada demasiado malo, ¿qué rayos significaba eso?
Un minuto después, Allison observaba las letras desiguales en la pared del fondo. La leyenda dejada por Benjamin había atraído por completo su atención. Cuando descendió, sin saber qué pensar o hacer a continuación, las palabras de Mike no dejaron margen posible a dudas:
—Voy a subir a ver el resto.
—Subiré contigo.
Mike asintió en silencio.
En poco tiempo estuvieron los dos en el desván. Mike indicó que debían prestar atención y pisar en los tirantes principales. Avanzaron agachados, él encabezando la marcha, deslizando el haz de la linterna hacia uno y otro lado, deteniéndolo cada vez que el círculo de luz cruzaba la
firma
de Benjamin. Ella lo siguió, arrugando la nariz ante el ligero olor a encierro. Con un gesto de resignación miró hacia atrás, hacia el acceso por el que aún alcanzaba a ver parte del alicatado del baño. ¿Y si alguien bloqueaba el acceso en ese instante? En su cabeza estallaron las palabras de Robert Green.
Él… ha hecho daño… a Benjamin…
La idea de que el acceso se bloquearía de un momento a otro fue cobrando fuerza en Allison, al punto que se detuvo, clavando los ojos en aquel sector del desván. Se decía que no había nadie en la casa, que lo habían verificado, pero habría sido estúpido esperar que alguien que no deseaba ser encontrado respondiera a su llamada. En aquel momento no pensó que disponían de teléfonos móviles o que con el simple hecho de apartarse de los tirantes principales atravesarían el techo y aterrizarían en cualquiera de las habitaciones.