Read Benjamín Online

Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (50 page)

Esperaría al mierda. Claro que sí.

Mientras atravesaba el comedor con sus nuevos planes en mente, una silla se desplazó de repente interponiéndose en su camino y haciendo que su rodilla diera de lleno en el canto. Se sentó en la silla casi por instinto, aullando de dolor y masajeándose la zona golpeada. Por la mañana tendría una magulladura importante allí, pensó, pero no importaba, lo añadiría a la cuenta por saldar con Robert.

Llegó a la cocina dificultosamente, previendo y eludiendo los ataques de la casa, hasta que estuvo frente a la alacena en la que guardaban las bebidas. Introdujo su brazo entre las botellas a medio llenar y observó con horror que las mismas se desplazaban de un lado a otro como si pretendieran evitar ser tomadas. Ralph les gritó que se quedaran quietas, que lo dejaran tranquilo, y se concentró al máximo para lograr que su mano alcanzara el fondo de la alacena, donde, con inusitada precisión, se aferró a una botella de whisky llena en sus tres cuartas partes. La sacó y, mientras sonreía, dio una palmada a una imaginaria Lauri que su cabeza proyectó a su lado. La idea le resultó tan graciosa que lanzó un par de risotadas histéricas y emprendió el regreso a…

¿Adónde iría?

Revisaría la habitación una vez más.

Botella en mano, echó un vistazo a la habitación de Robert, esta vez sin entrar, aferrado al marco de madera y asomando la cabeza que se bamboleaba sobre su cuello. Lo llamó dos veces a viva voz, sabiendo que no obtendría respuesta.

Avanzó por el pasillo, sin rumbo. La puerta de la habitación de Marcia estaba cerrada, tal como lo había estado desde su partida con Debbie. La miró un buen rato, ceñudo. Su tronco se contorsionaba sobre los engranajes de su cintura mientras se concentraba en abrir la botella que aferraba en su mano derecha.

¿Y si estaba allí? ¿Y si pretendía engañarlo escondiéndose en la habitación de su hermana creyendo que él olvidaría buscar allí?

Pues si ése era el caso, había cometido un error. Ralph entró apoyándose en el picaporte, valiéndose del impulso de la puerta para entrar con ella. Parecía que no había nadie, pero decidió que su búsqueda sería un poco más intensa en este caso. Animándose con un trago bebido directamente de la botella, se aventuró a registrar el armario y luego debajo de la cama. Cuando la esperanza de hallar allí a Robert se desintegró, su mirada se posó en la fotografía de Marcia sobre la mesilla de noche. Se acercó y la agarró con la mano libre.

¿Dónde se ha metido el desgraciado de tu hermano?

Marcia, con su sonrisa enajenada, se limitó a observarlo con expresión ausente desde la fotografía. En ésta, le habían colocado un gorro de Santa Claus, cuyo extremo colgaba hacia un lado ocultando parte de su rostro. Era imposible lograr que Marcia mirara a la cámara cuando le sacaban una fotografía, y aquélla no había sido la excepción. Ralph apartó la vista del marco que encerraba el retrato de su hija y sintió que la habitación comenzaba a girar. Sin nada a lo que asirse, sería poco lo que podría hacer para impedir partirse la crisma.

Se apresuró a dirigirse a uno de los rincones de la habitación, junto al armario. Se deslizó poco a poco contra el encuentro de ambas paredes, mientras aún sostenía la botella en una mano y la fotografía de Marcia en la otra. Bebió un largo sorbo de whisky, sintiendo cómo templaba el tobogán entumecido de su garganta. Sus ideas se clarificaron. El letargo que lo había embargado durante el regreso desde casa de Frank Dodger se evaporó.

—¿Zabes? —le dijo a la estática Marcia—. Ojala no regreze… Zu madre lo echará de menoz un tiempo… pero despuéz… despuéz se le va a pasar… como con el ootro. —Una carcajada—. Puede que no zea lo mmismo al priiiinzipio; que lo sienta um poco máz… Éste al menoz come solo…

Con el apoyo firme que constituía el rincón, Ralph se sintió a gusto. Mientras humedecía sus palabras con chorritos cortos de alcohol, conversar con su hija le pareció grandioso. ¡Podía contarle tantas cosas…! Algunas cosas que ella aún no sabía y otras que, si bien conocía, su cerebro autista no le permitía ver desde la perspectiva correcta.

—Te contaré un zecreto —anunció, observando a su hija aunque ella le negara la mirada—. Cuando naziste, tu madre no eztaba bien… por dentro… Yo lo zupe y ze lo dije máz de una vez. Algo no estaba… bien. Algo…
fallaba
. Tener un primeer hijo retrazado es una coza, pero luego… ooootro que vive en la luna… Noooooo, nooooo. Hazta un eztúpido lo zabbe. Cuamdo Benjamin murió… le dije que zería para mejor… pero… no lo entendió… así zon las mujerez. Lentaz para entender las cooosaz.

Ralph se detuvo, inquieto por la aparición de un reflejo inesperado en el cristal que cubría la fotografía de Marcia. Inclinó el portarretratos buscando eliminarlo, pero comprendió que aquello no había sido un reflejo. La fotografía se había movido. Las facciones de Marcia se recompusieron y dirigieron una mirada cuerda a su padre; una mirada acompañada de una sonrisa plena.

—Cuéntame cómo te deshiciste de él, papá —preguntó Marcia con la voz más musical del mundo—. Cuéntame cómo
nos libraste
de él.

Ralph sonrió. Su hija estaba orgullosa, claro que sí. La forma en que lo observaba ahora, aguardando con atención, era una prueba de ello.

—Tú teníaz un año. Benjamin tendría unoz nueve… puede que diezz. No sé. Podría hacer cuentaz, pero dejémoozlo ahí. Para eze entoncez tu madre empezó a viajjar a Concord contigo… diziendo que debía verte un especialista. Pronto zupe que no era ziierto… y que problabemente aprovechaba el viaje para tirarze al estúpido de zuu hermmano… del que ziempre zospecheé que zemtía algo por ella. De todas maneras, no me importó gran coza.

Marcia sonrió.

—Permití loz viajez a Concord por propia conveneienzia. Tú
saab
ez… no tenía derecho a zer la únicaa con
libertadez
. Pero el niiño era um verbadero probleema; requería cuidadoz… que demaandaban tiempo. —La voz de Ralph era pastosa y aletargada—. Una de las vecez, tu hermano eztaba particulrmente molezto. Le preparé comida y se negó a comerrla, y a eso ziguió una zerie de berrreoz que ni ziquiera a golpez entemdió que no eran apropiaaadoz. Te lo digo: eze niño no entendía las cozas.

—Tenías que deshacerte de él, papá. Sin duda alguna.

Ralph se sorprendió gratamente con el modo en que pensaba su hija. Además, le gustaba su voz.

—Eze día había hecho planez. Planez… para la nooche. Muy ezpeciales. No estaba dispueesto a que el niño los arruinara. Temía que hiziera algo que no debía… y para ezo era un ezpezialista… de modo que decidí enzerrarlo. —Ralph hizo una pausa y rió—. Lo enzerré en el desván y fijé la placa con una zerie de alambrez. Cuando lo conduujje allí… el desgraaziado lo sabíaa… de algún modo lo zupo y empezó a chillarrr. Supongo que no era taaan retrazaado después de toodo.

Marcia abrió los ojos y aún más la boca. Señaló con su dedo en blanco y negro en dirección al techo, con la expresión en el rostro de alguien que conoce un secreto.

—Fuee uma gran idea —convino Ralph—. Cuamdo salí de la casa… aún podía ezcuchar sus gritoz, pero me azeguré… de que no fueran audiiblez dezde las cazas veezcinas. Una jugada inteligeente de mi paarte.

Ralph apartó por primera vez los ojos de su hija. Bebía sin desviar su atención del portarretratos, cuando advirtió que había tenido que empinar la botella más de lo que lo venía haciendo hasta el momento. Perplejo, comprendió que quedaba menos de un cuarto de su contenido.

—Al regrezar eza noshe… aunque quizzás fue al amanezer, no escuché ruidos… zupuse que el niño se había dormido… Yo mizsmo tenía sueño… azí que me dormí.

Marcia juntó sus manos y se recostó en ellas, cerró los ojos y sonrió. El pompón de algodón del gorro cayó sobre sus labios, pero lo apartó con un soplido.

—A la mañaana ziguiente… el niño eztuvo callado. Pero no duró demaziaado… arremmetió con una zeerie de quejidos y lammentos inzoportaaables. Fue en eze momento cuamdo comprenddí la magnitud del asunto… y que tenía fente a mis narizes la zolución a los problemas de tu madre. Deebía deshazcerme del niño. ¿Cuaaánto podía seguiir protestamdo? Era débil… según mis estimaciones, en poco tiempo deebía dejar de hacerlo… y luego… luego no habbría de que perocuparse. ¿Verdad que fue una… decizión acertada?

Marcia asintió varias veces con rapidez.

—Le aliviaaría a tu madre, la carga de tener que ver todoz loz ddías eze hijo mal hecho. Ni ziquiera teendría que deezcirle… cómo había ocurrido. Máz tarde penzaría en alguna explicazión. Primero tenía que ezpeerar que se canzara de gritar… y de dar golpezs. Te diré otra coza… ¿prometez no dezir nada?

Marcia negó con la cabeza y extendió los dedos de la mano derecha en señal de juramento. Ralph apuró el final de la botella, pero después de inclinarla hasta que estuvo casi en posición vertical sobre su cabeza, comprendió que estaba vacía. La dejó a un lado, calculando los movimientos necesarios para apoyarla en el suelo, pero en el último momento advirtió que éste se desplazaba hacia arriba, golpeando la base de la botella con violencia. La botella no se rompió, pero Ralph sintió un latigazo en el brazo que finalmente originó un hormigueo espantoso en su hombro.

—¿Duele, papi?

—Algo.

—Ibas a hacerme una confesión…

—Claro… Cuamdo Benjamin gritaba, enzerrado en el dezván, sentí una exzitación crecieennte con cada griito. Ez de hombre reconozer las cosas… y ezo… ezo es lo que sentí. Me dije que era juzto que zufriera… su exiztenzia nos habbía hecho sufrir a mí y a tu madre, de modo que era juzto. Bazta ir al bosque para ver a dezenas de padres jugaando con sus hijoz… y yo nunca habría podido hazer ezo con eze mocozo tonto.

—¿Tardó mucho Benjamin en morir, papi?

—El jodido rezistió. La primera vez que subí a ver… habían pazado doz díaz. Creí que estaba muerto. Eztaba pálido y retorzido… como un feto. Pero vivo. Eze día fui a dormir, zabiendo que al día ziguiente todo habría terminado. Fui a verlo y había dejado de rezpirar.

—¿Qué hiciste con el cuerpo?

—Sabía que lo preguntarías, hija. Puez lo llevé a pezcar a Union Lake. Até zu cuerpo al asiento delantero y me azeguré de que vaarias perzonas nos vieeran. Saludé a muchas de ellas… zin detener el coche… Hazta me di el gusto de pezcar un rato antez de lanzarlo dezde un peñazco y ver cómo ze estrellaba abajo, entre laz rocas.

—¡Qué inteligente!

Marcia aplaudió una y otra vez.

—Ziiiiiií. El agua ze lo llevó… unos adolescentes lo encontraroon máz tarde. Nadie sozpechó naada. Tu madre creo que sí sospechó algo. Occurrió lo que yo zaabía ocurriría… ella estaba agradecida de haberze librado de la mierda de hijo que tenía.

»Pocoo tiempo dezpués ze le metió en la cabeza la idea de tener otro hijo. La complazí y nació Robbert; su primer hijo normal. Zupe era la recompensa por haber quitado dell medio al otro. Tu madre eztaba como loca con el nuevo crío. Elegí perszonallmemte un nombre dezente.

—Robert Green —apuntó Marcia.

—Sí. Reconozco que hazta yo me sentí algo entuziasmado… pero ezo fue haztaa que comprendí que… más allá de zu aparienzia… algoo no estaba bien con él tampoco. No le gustan mucho los deportez y ez miedozo. Zu maadre lo apaaña, ezo es lo lamentable… con ezoz libroz para mariconez que le compra. Y ahora ze ha ido… lo cual me da la razón. Si el mierda tiene algo de inteligencia, zabe que entonces ez bueno que no regrezee nuuuunca.

—¿Le pegarás si vuelve?

Ralph rió. Una carcajada larga y chillona fue suficiente para una respuesta que consideraba obvia.

—Papi, nunca te librarás de mí, ¿verdad? No harás conmigo lo mismo que con Benjamin, ¿no es cierto?

—Noooo… zabes que no.

—Yo tengo algo que te gusta, ¿no es así, papi?

Ralph asintió sonriendo. Marcia se contoneó en la fotografía, se levantó la falda y se masajeó la entrepierna con dos dedos delgados. Luego los alzó a la altura del rostro, desplazándolos como si hiciera un pase de magia, y los introdujo dentro de su boca.

Ralph reía, bamboleando su cabeza como un títere sin dueño, recordando las veces que había entrado furtivamente en la habitación de Marcia. La habitación que hacía tiempo se había desdibujado ante sus ojos…

5

El niño que observaba aterrado desde el desván, incapaz de moverse, pestañear o siquiera pensar, había oído lo suficiente para que un terror visceral se apoderara de él. Tenía el vello de la nuca erizado y el corazón congelado. Sentía el poder devastador de cada palabra pronunciada allí abajo destruyéndolo por dentro. Sílabas afiladas, letras escarpadas, pequeñas sierras dentadas provocando heridas cortantes, hiriéndolo de forma irreparable.

El tiempo se detuvo, o sería más acertado decir que dejó de existir.

El límite entre la cordura y la locura resulta un sitio peligroso, más aún cuando se lo visita siendo apenas un niño. La imaginación, o la mente misma, constituye la única defensa y, a la vez, se convierte en nuestro peor enemigo.

6

[Skempton]:
Ahora se siente mejor… puede decirnos qué pasó después…

[Robert]:
Mi madre regresó con Marcia al día siguiente… Mi padre le dice que me he escapado de casa y ella se echa a llorar de inmediato. Pregunta si he estado fuera toda la noche y él le dice que sí, asintiendo con la cabeza. Mi madre tiene los ojos vidriosos… Mi padre dice que irá a buscarme, que me encontrará… Asegura que puedo estar en casa de mi nuevo amigo… él ni siquiera sabe su nombre… Sale de casa y ella se queda sola…

[Cinco segundos de silencio]

[Robert]:
Yo… estoy confundido… no sé exactamente qué ha ocurrido… Quiero recordar pero los únicos recuerdos que tengo son fragmentados… No sé ni siquiera si he dormido… Es como tratar de recordar un sueño, y puede incluso que lo haya sido… los recuerdos se desintegran cuando me enfoco en ellos… Mi madre llora y siento que es por mi culpa… ¿por qué hice llorar a mi madre?

[Dos segundos de silencio]

[Robert]:
Ella se dirige a su habitación… se sienta al borde de la cama y extrae algo de su mesilla de noche… lo extiende… su rosario cuelga de su mano… luego lo enrosca en sus dedos y lo aferra al pecho… No deja de llorar, se balancea como hace Marcia casi siempre… Reza… mientras sus lágrimas caen en el regazo… su voz es apenas un susurro mientras recita el padre nuestro… Luego observa la imagen de Jesús en la cruz que tiene sobre la cabecera de la cama… le habla sin dejar de aferrar el rosario con fuerza… dice…

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