—Rosalía —murmuró.
Ahora era su cabello el que se desintegraba como ceniza y dejaba al descubierto su cabeza arrugada.
¡Pues si lo sabes, puta…, será mejor que no se lo digas a nadie!
Ben estaba solo en el desván. Yacía en posición fetal, con sus rodillas apretadas contra el pecho y su brazo izquierdo encorvado sobre su ropa. Levantó la cabeza. Miró en todas direcciones…
Con la casa a oscuras, ni una gota de luz se filtraba hacia arriba. La oscuridad era completa.
Volvió a colocar la cabeza sobre la almohada improvisada. Tenía que dormir.
Transitó el borroso límite entre el sueño y la vigilia, por momentos consciente de los pensamientos que poblaban sus sueños. Mucho más tarde, algo rozó su pierna e hizo que abriera los ojos de golpe. «Una rama», fue lo primero que pensó, estúpidamente, pero aun en la confusión que lo envolvía, supo que era una idea absurda. Se sentó al tiempo que se frotaba los ojos con dos índices doblados como ganchos. Encendió la linterna y barrió el desván para cerciorarse de que todo estaba en orden.
No vio nada anormal. Sin embargo la impresión de haber sido
rozado
por algo era demasiado intensa para desecharla. Masajeándose la pierna desnuda, evocó lo que había sentido. No lo habían rozado, se corrigió; algo había
caminado
sobre su pierna. Pensó en un roedor. Echó un vistazo a las provisiones, entre ellas las galletas, pero estaban intactas. No había pasado por allí ningún animal, o éste no había mostrado interés alguno por su comida.
Mike llegó a la comisaría de Carnival Falls antes del amanecer. Para su sorpresa, había ya personas suficientes para conformar dos grupos de búsqueda e iniciar el rastreo en el bosque.
Si un niño se perdía en Carnival Falls, el bosque era el sitio prioritario para buscarlo.
El oficial Dean Timbert se acercó a Mike. En sus manos sostenía la edición del día del
Carnival News.
—La fotografía será de gran utilidad —dijo—. ¿La ha visto?
—No. —Mike le echó un vistazo rápido.
Ben aparecía sonriente en la esquina de la página. La fotografía había sido tomada durante su comunión.
—El señor Green aún no ha llegado. —Timbert se mostró preocupado.
—Lo hará de un momento a otro. De todas maneras está familiarizado con el procedimiento. Me parece prudente empezar.
El policía asintió y se apartó de Mike.
—¡Atención!
Unas veinte personas reunidas en pequeños grupos volvieron sus rostros en dirección al oficial. Timbert explicó que estaría a cargo de la coordinación de los grupos y que, si bien algunos de los presentes estaban familiarizados con el procedimiento, daría una breve explicación del mismo. Se encaminó hacia un mapa de la ciudad pegado improvisadamente en la pared con cinta adhesiva, junto a un cartel que mostraba una serie de rostros y la siguiente leyenda:
Gracias a estas personas que colaboran con la policía podemos ofrecerle un mejor servicio
Entre los diez rostros estaba el de Mike Dawson.
—Nos organizaremos en tres grupos de búsqueda —continuó Timbert—. Un oficial formará parte de cada uno de ellos.
Los voluntarios se agrupaban en un semicírculo. Mike se acercó al tiempo que los examinaba uno a uno. Vio a varias personas jóvenes a las que no reconoció, pero supuso que serían miembros de la iglesia. La hermana Ethel Collins hablaba con algunos de ellos y otros llevaban biblias de bolsillo. Reconoció a varios hombres. Vio a Samuel Donovan, el dueño de una de las tiendas más antiguas de la ciudad, y a William Sanders, un viejo residente cuya edad debía rondar los setenta y cinco años. Si había alguien que conocía el bosque como la palma de su mano, ése era Sanders.
Alejada del grupo, escuchando a Timbert con atención, había una mujer que Mike reconoció de inmediato. Se trataba de Allison Gordon, la madre de Tom, el mejor amigo de Ben. Mike apenas la conocía; sabía que era viuda y que su trabajo consistía en manejar el equipo de radio de la policía. No mucho más.
Mike se paró junto a Samuel Donovan.
—Gracias por venir, Sam —dijo.
Donovan, que recordaba haber atendido en su tienda a Ben al menos unas cien veces, dijo que era lo menos que podía hacer.
—Es posible que Ben haya salido de su casa la noche del sábado —explicó Timbert, dirigiéndose a la pequeña multitud—. Si esto es así, y suponiendo que pasó esa noche descansando, eso lo coloca casi con seguridad dentro de nuestra zona de búsqueda.
Timbert señaló en el mapa la zona boscosa a la que hacía referencia: un rectángulo casi perfecto, delimitado por Lovell Road al norte y Union Road al sur. La zona se extendía hacia el este hasta la frontera con Maine.
—Ambas carreteras serán patrulladas regularmente… —agregó Timbert.
Una voz femenina interrumpió la exposición y todos se volvieron. Aquella zona de la comisaría era un recinto amplio sin divisiones, con una docena de escritorios distribuidos en dos filas. En aquel momento sólo uno estaba ocupado, lo cual hizo que todas las miradas se volvieran en esa dirección. Patty Dufresne, una de las últimas incorporaciones al cuerpo de policía, se sonrojó al recibir aquella inusitada atención.
—Es Harrison —dijo, y alzando el auricular, agregó—: Al teléfono.
Timbert se disculpó con los presentes y avanzó entre el semicírculo momentáneamente roto para permitirle el paso. Algunos lo siguieron con la mirada y otros intercambiaron comentarios. Mike en particular concentró su atención en Allison Gordon, aún alejada de la concurrencia. La mujer aprisionaba su bolso con fuerza; llevaba el cabello recogido y ni una gota de maquillaje. Por su aspecto dedujo que no había pasado una buena noche. Se saludaron a distancia; él alzó la palma de su mano con nerviosismo y ella asomó sus cinco dedos por encima de su bolso.
—Buenas noticias. —Alguien habló cerca de Mike y lo sobresaltó.
Al volverse se encontró con Timbert.
—Harrison ha conseguido la colaboración de un helicóptero de la policía estatal —dijo el policía hablándole casi al oído—. Cree que hoy por la tarde lo tendremos aquí.
—Es una excelente noticia. Me imagino que será más sencillo rastrear a Ben desde el aire.
—Ya lo creo que sí.
Timbert se encaminó otra vez hacia el mapa. Los presentes guardaron silencio mientras proseguía con la explicación. Con un dedo regordete, el policía recorrió una línea gruesa que partía de la ciudad en dirección este. Aquel camino, llamado Center Road y que todos conocían de sobra, dividía el bosque en dos franjas iguales. Center Road era un camino de tierra únicamente para uso peatonal que tenía unos veinte metros en su nacimiento y se estrechaba a medida que se internaba en el bosque.
—El primer grupo se encargará de cubrir esta zona. —Timbert barrió con su mano la porción de bosque sobre Center Road—. El segundo lo hará aquí. —Su mano descendió señalando la zona sur—. Avanzaremos lo suficiente por Center Road y luego cada grupo regresará desplazándose en dirección oeste hasta la ciudad.
—¿Cuánto es lo suficiente? —preguntó William Sanders.
—Creemos que hasta aquí será suficiente. —La mano de Timbert se detuvo aproximadamente a un kilómetro de la frontera. De esa manera los grupos podrán cubrir las respectivas zonas antes de que anochezca.
—¿El tercer grupo recorrerá la frontera? —Sanders formuló la pregunta como si supiera la respuesta.
—Así es. No lo hemos hecho antes, pero creemos conveniente hacerlo esta vez. Pondremos especial atención en cualquier indicio del paso de Ben. Es una de las razones por las que hemos preferido iniciar la búsqueda de día. Evitaremos pasar por alto cualquier rastro.
Otro policía se unió al grupo. Randy Cruegger, un hombre de unos treinta y cinco años del tamaño de una montaña, entregó a cada uno de los presentes una fotografía de Ben en blanco y negro. Se presentó y dijo que formaría parte de uno de los grupos. Luego se situó junto a Timbert mientras éste hacía sus últimos comentarios.
—Se les agradece a todos la colaboración —dijo—. Contamos con encontrar a Ben hoy. ¿Alguna pregunta?
—¿Qué ropa llevaba el niño en el momento de marcharse? —preguntó Ethel Collins.
Timbert comprendió que había pasado por alto un aspecto importante. Consultó su libreta y dio la descripción de la ropa que Robert Green le había proporcionado el día anterior. Luego añadió que por lo menos una persona de cada grupo conocería a Ben.
No hubo más preguntas. Timbert se encargó junto a Randy Cruegger y Patty Dufresne de organizar los dos primeros grupos. Mike encabezaría el equipo de búsqueda número uno junto a la oficial Dufresne. La hermana Ethel y Allison Gordon se unieron a ellos.
El grupo número dos estaría encabezado por Sam Donovan y el oficial Cruegger. A ellos se unió William Sanders.
Los dos grupos salieron de la comisaría para ser transportados por vehículos policiales y particulares hacia el bosque. Esa mañana, el cielo era una película de nubes cenicientas y amenazadoras.
Robert decidió hacer una llamada a la redacción del
Carnival News
antes de salir. Habló con Liz de la marcha de dos o tres asuntos, pero la conversación derivó inmediatamente hacia la desaparición de Ben. Una de las líneas telefónicas de la redacción había sido incluida debajo de la fotografía publicada ese día, y Robert le repitió a
Liz que quería ser el primero en ser notificado de cualquier información que recibieran.
Rosalía, que constituía hasta el momento su única compañía, se acercó y recogió la taza vacía que tenía adelante y, sin hablar, regresó a la cocina. Robert la vio aparecer un segundo después a través del boquete entallado en la pared del comedor. Normalmente, la mujer le hubiera ofrecido más café, pero dadas las circunstancias Robert comprendió que lo hubiera olvidado.
—Rosalía —dijo él, alzando ligeramente el tono de voz para que ella pudiera oírla.
—Sí, señor.
El aspecto de la mujer no era el de siempre. Su cabello, para empezar, estaba despeinado y su rostro, desencajado, con los ojos demasiado abiertos.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Robert.
Rosalía no respondió; depositó la taza sucia en el fregadero y comenzó a lavarla como si algo importante dependiera de ello. Robert se puso en pie y se encaminó a la cocina. Permaneció de pie junto a la mujer sin saber bien qué decir.
—¿Quiere más café, señor?
—No, gracias…, y confíe en que esto va a terminar pronto.
Ella asintió.
Robert regresó al comedor. Quería hablar con Andrea antes de salir.
Confíe en que esto va a terminar pronto.
Repasó sus propias palabras. Esa mañana no se sentía tan confiado como la noche anterior, conversando con Mike en el porche. Había dormido apenas tres horas y las primeras luces del alba habían traído una incertidumbre asombrosa.
¿Dónde estaba Ben?
Se había hecho la pregunta unas mil veces. Si su hijo se había sentido molesto por la actitud de Danna, cosa que en efecto había ocurrido, ¿no era ya tiempo de regresar? La nueva idea que pujaba por asentarse en su cabeza era que algo le había ocurrido. Mientras deambulaba por la ciudad, quizás, o por el bosque…, algo fuera de sus planes había tenido lugar.
Algo malo.
Su móvil sonó. Se sintió agradecido por verse forzado a dejar de lado sus cavilaciones.
Era Harrison.
Hablaron apenas unos segundos. Ambos sabían que no era buena idea mantener la línea ocupada. Harrison le dijo que dispondrían de un helicóptero para esa tarde y que los dos grupos principales de búsqueda estaban de camino al bosque en ese momento. Robert le dijo, a su vez, que en unos minutos saldría para la comisaría para unirse al tercer grupo. Harrison explicó que había dispuesto todos los recursos de que era capaz para recuperar a Ben, y Robert se lo agradeció.
Dos minutos después, Andrea estaba en el comedor con él. Laura Harrison la había llevado a casa un rato antes. Robert advirtió que su hija tenía puesta la misma ropa que la noche anterior. Pensó que era lógico, teniendo en cuenta que había pasado la noche en casa de Linda, pero ahora que la tenía delante comprendió que posiblemente no había dormido y lógicamente no se la había quitado.
—Harrison está muy preocupado —dijo Andrea—. Ayer habló por teléfono con Laura unas cuatro veces. Ella se disculpó por no colaborar en la búsqueda; no tenía manera de dejar a los niños con nadie…
—Ha sido muy considerado de su parte.
—Yo quiero colaborar —dijo Andrea de repente.
—Preferiría que colaboraras aquí. Serás de gran utilidad en casa. Recuerda que no debéis ocupar el teléfono más de lo necesario. No utilicéis la línea principal, sólo el móvil de tu madre. Comunicadme de inmediato cualquier llamada que os resulte extraña.
Andrea asintió.
—¿Tu madre se ha despertado? —preguntó Robert.
—Aún no.
—Comunícale lo que te he dicho.
—No te preocupes —lo interrumpió Andrea—. Procuraré que mamá coopere en todo lo que sea posible.
Robert sonrió. Cinco minutos después, salía de la casa.
Ben bebió tres buenos tragos de zumo de naranja, que acompañó con cinco galletas y una barrita de cereales entera. No tenía el hambre que lo había atenazado el día anterior, pero se dijo que debía comer si no quería desmayarse allí arriba. La idea era graciosa, pero no del todo. Permanecer en el desván era una estupidez; por momentos creía entender esto con claridad, pero a estas alturas era su única opción. No sabía por qué, pero así era.
Se encontraba recostado contra la pared trasera, con los ojos cerrados y las piernas abiertas en forma de V, cuando un sonido procedente del rincón a su izquierda lo sobresaltó. Abrió los ojos y aferró la linterna con ambas manos. Utilizó el envoltorio de las galletas para atenuar la luz de la lámpara, pero mientras procuraba sostenerlo delante, el sonido se repitió; esta vez con mayor intensidad. Era un siseo. Algo arrastrándose. Las manos le temblaron.
Movió la linterna en ambas direcciones.
No vio nada. Sólo la caja sellada y polvorienta.
Se disponía a apagar la linterna cuando el sonido volvió a repetirse, pero esta vez lo suficientemente fuerte como para hacer que diera un respingo. La linterna resbaló de sus manos. Ben no se movió, la linterna rodó un metro y permaneció apuntando en dirección al rincón… desde donde una rata de tamaño monstruoso lo observaba.