Tus abuelos lo harán.
Cuando Danna se marchó, Ben se quedó solo. Sin embargo, se sintió observado. De un momento a otro los árboles echarían a andar, se acercarían y lo señalarían con sus ramas huesudas, riéndose. La ropa en la cuerda cobraría vida y también se burlaría de él, encerrando cuerpos invisibles y chorreantes. Todo a su alrededor se alzaría como la comedia musical más disparatada del mundo; incluso su bate de béisbol dispondría mágicamente de piernas para moverse y brazos para señalarlo. ¿Había sido tan estúpido para creer que, si Robert intercedía, su madre lo dejaría ir a la fiesta así, sin más? Es sencillo hablar cuando se han consumado los hechos, pero ahora le parecía que aquella idea ganaría con facilidad el concurso
Señorita Idea Ingenua
.
Estúpido. Estúpido. ¡ESTÚPIDO!
Se imaginó la conversación entre Robert y Danna; él avanzando en terreno enemigo, sabiendo que cometía un error; un soldado heroico aferrando la fotografía de su hijo. Su estúpido hijo Ben. Estúpido e ingenuo. Danna seguramente accedería de inmediato. Pobre estúpido e ingenuo Ben, claro que tenía derecho a ir a su fiesta. Ben, el niño estúpido e ingenuo, podía creer incluso que un extraterrestre haría que Amy Kite lo besara esa noche; podía creer de hecho
cualquier cosa
.
Robert, ve y habla con tus padres. Diles que deben ir a la fiesta a buscar a Ben. Y diles otra cosa…, que no olviden llevar a Marcia con ellos. Es importante que ella los acompañe.
Cada pieza arrastra a la siguiente.
Tus abuelos lo harán.
La casa dormía. Ben estaba de pie en el baño, frente al espejo oval. Vio reflejada apenas parte de su torso desnudo. No era alto para su edad; otros niños de nueve años lo aventajan en media cabeza.
La última ficha de dominó en pie.
Intentó sonreír, pero no logró más que esbozar una mueca desganada.
La visita a casa de Patterson había sido un pésimo comienzo del día. Tenía que reconocer que las confrontaciones con Danna, si bien no eran nuevas, seguían perturbándolo enormemente. Creía haberse acostumbrado a cómo era su madre, pero al parecer no lo suficiente para aceptarlo, al menos de momento. La fiesta de Will no había sido gran cosa después de todo. Amy Kite no había ido, y ni siquiera Lisa De Luca, su mejor amiga, había sabido explicar la razón. Además, saber que sus abuelos irían a recogerlo hizo que Ben no pudiera pensar en otra cosa mientras permaneció en casa de su amigo. Ahora, mientras repasaba los sucesos del día, incluido el viaje de regreso a casa y el incidente entre Ralph y Marcia, se preguntó si había valido la pena oponerse a la voluntad de Danna.
Había una cuestión que daba vueltas en su cabeza como un insecto. En ocasiones odiaba a su madre. Ocasiones como la de ese día, cuando ella buscaba la manera de salirse con la suya a cualquier precio. ¿Pero qué ocurría el resto del tiempo? Ben no era un niño que sintiera odio por las personas, excepto por su madre. No podía ser juzgado por lo que pudiera sentir en un arrebato de furia; como cuando un adulto reacciona irracionalmente ante una situación extrema. Era lo que se conocía como
emoción violenta
. Incluso Ben sabía esto. Sin embargo, habían pasado unas horas desde el viaje en el Chevrolet de Ralph —había logrado tomar distancia de los acontecimientos del día—. ¿Entonces por qué los sentimientos hacia su madre no desaparecían? ¿Significaba que la odiaba
siempre?
¿Que la odiaba por ser orgullosa y poner sus intereses por encima de los demás, en especial cuando dentro de
los demás
estaban sus propios hijos?
Dio media vuelta y caminó en dirección al retrete. Se inclinó y vio su rostro reflejado en el agua acumulada en el fondo. Se bajó el pantalón del pijama y permaneció allí de pie, pero no logró que cayera ni una mísera gota de orina para desdibujar su rostro líquido.
No podía odiarla. Era inadmisible.
Volvió a subirse los pantalones y se sentó en el retrete. Siguió con la mirada los encuentros de los azulejos en la pared.
Fue entonces cuando supo que debía hacer algo; hablar con alguien. Podría despertar a Andrea e intentar hablar con ella, se dijo, pero descartó la idea. Andrea no lo entendería, o eso creyó en ese momento. El nombre que surgió en su cabeza fue el de Mike Dawson. Mike era su padrino, y además de conocer a Robert desde la infancia, había estado siempre cerca de la familia. Mike lo entendería. Con Mike podría hablar abiertamente de lo que sentía por su madre.
Por primera vez sintió que sus planes eran los correctos. Además podría ponerlos en práctica en ese momento. Podría tomar su bicicleta e ir a ver a Mike. Conocía el camino a la perfección, y en menos de diez minutos podría estar en su casa. Era de noche, cierto, y si su madre descubría que se había marchado a esas horas le esperaría un castigo inimaginable. Pero no estaba dispuesto a pensar las cosas en función de su madre. No esta noche.
El baño era amplio. Las paredes estaban revestidas de azulejos hasta media altura y el resto, pintadas de color celeste. Los azulejos mostraban hilos delgados formando mapas; eran grandes y antiguos. Ben no se había detenido a pensar en ello, pero se trataba de los originales de la casa, al igual que la bañera: una gigantesca pieza que presidía el extremo opuesto a la entrada. Una curiosidad respecto a ésta era que tenía patas de bronce. La barra de la cortina, en forma de U, estaba suspendida del techo con soportes especiales y la rodeaba casi por completo.
El espejo oval sobre el lavabo había sido colocado recientemente. Ben recordaba el espejo anterior, un modelo de tres hojas con bisagras, de esos en los que podías verte de perfil, pero no sabía qué había sido de él. Sí recordaba, en cambio, que las dos lámparas sobre el espejo, cuyas tulipas se asemejan a los pétalos de una flor, habían estado ahí desde que tenía uso de razón.
Junto al retrete había un aro dorado que servía de soporte para una toalla pequeña. Ben tomó el extremo de la toalla, tiró de ella y la soltó, provocando que el soporte se balanceara. Pensó en lo familiar que le resultaba estar sentado allí, pero al mismo tiempo se sintió fascinado por ciertos detalles que ahora veía, por alguna razón, de un modo diferente. Las tuberías de la ducha, por ejemplo, eran de bronce y estaban colocadas fuera de las paredes, lo cual no era algo común. Había recibido tantas advertencias en cuanto al peligro de quemarse con la tubería del agua caliente que había condicionado su existencia a
algo peligroso
. El armazón de acero sobre el que estaban montadas estaba sujeto a la pared, y de los extremos salientes colgaban un cepillo de mango largo y un gorro de baño. Nunca se le había ocurrido treparse a esa estructura, pero pensó que podría hacerlo si quisiera.
Dirigió la vista hacia la puerta de entrada. El marco poseía una moldura de yeso de dos pequeños escalones, idéntica a la de la confluencia entre las paredes y el techo. Como si hiciera falta corroborarlo, alzó la cabeza y las recorrió con la mirada.
Debió protegerse de la luz proveniente de las lámparas anteponiendo una de sus manos entre éstas y su rostro. Sus ojos verdes se concentraron en la entrada al desván: un sitio del que sabía muy poco y que también venía de la mano con su propio rótulo mental; el de
terminantemente prohibido
. Advirtió, quizás por primera vez, que el boquete rectangular que servía de acceso, similar en cuanto a tamaño al espejo sobre el lavabo, estaba delimitado por un bisel de aspecto diferente al del marco de la puerta, o la unión entre las paredes y el techo. Presentaba cantos redondeados y no afilados, y en cada uno de los dos minúsculos escalones había formas talladas que Ben no alcanzó a distinguir con claridad, pero que supuso que podrían ser flores. Le resultó extraño no haber reparado antes en ellas.
El acceso estaba protegido por una placa de vidrio esmerilada sujeta por ganchos suspendidos desde el techo. Si bien daba la sensación de ser negra, no era más que una ilusión generada por la oscuridad del otro lado.
¿Qué era exactamente lo que sabía del desván?
Era como un ojo. Un ojo que lo observaba todo…
No gran cosa. Al igual que las tuberías de la ducha, era algo que había visto desde que nació y nunca se había detenido demasiado en ello. Recordaba haber hablado con Robert una sola vez al respecto, pero no si había sido su padre o él quien había iniciado la conversación. Sabía que originalmente aquella entrada había sido prevista como una claraboya, pero nada más.
Se preguntó cómo sería el desván, qué tamaño tendría. Y lo más importante: ¿cómo sería estar allí arriba?
¿Era ésta la razón por la que estaba en el baño?
Debía reconocer que no era la primera vez que el desván despertaba su curiosidad.
Lo has tenido toda la vida sobre tu cabeza y no lo conoces, ¿no es algo increíble?
Ben recorrió el revestimiento de azulejos como si allí lo esperara una respuesta. Sabía que esto no constituía más que un modo de ganar tiempo mientras seguía sentado en el retrete. Si se escondía en el desván hasta el día siguiente, pensó con lógica perversidad, sus padres no podrían embarcar en el avión que los llevaría a Pleasant Bay. No podrían marcharse si él no estaba en casa. Danna probablemente insistiría en hacerlo, alegando que Ben habría ido al bosque y que regresaría de un momento a otro, pero Robert se opondría terminantemente. Deberían cancelar el viaje. Ben podría bajar del desván más tarde y decir que en efecto había pasado la mañana en el bosque, o en casa de su amigo Tom. Probablemente le esperaría un castigo que ni siquiera podía imaginar en este momento, pero ¿qué importancia tendría?
Danna no haría el viaje que había planeado durante semanas.
Los soportes metálicos en ele mantenían la placa de vidrio suspendida justo debajo del boquete, pero no impedirían su deslizamiento lateral. No debía ocasionar problemas. El primer inconveniente que Ben veía consistía en la altura a la que estaba colocada. Aun de pie en el lavabo, no lograría que sus antebrazos traspasaran el boquete que servía de acceso al desván, y así darse el impulso necesario para ascender. Creía que lo máximo que podría lograr era asirse con las manos a los laterales, pero ¿qué haría después? Podía intentar colgarse, agarrado con sus manos a los lados largos, y balancearse hasta colocar sus pies en uno de los extremos. Sopesó la idea, pero la descartó; no podría balancearse lo suficiente teniendo el espejo detrás, y la idea de romperlo de una patada le resultó abrumadora. Y no precisamente por el mito.
¿Hablamos de mito? El siguiente constituye un mito grandioso: cuando estés colgado del techo, algo atraerá a Danna. Puede que uno de esos ruidos que hacen las casas por las noches o las ganas de hacerse una paja nocturna, o lo que sea. Y entonces abrirá la puerta del baño repentinamente y no habrá ninguna explicación satisfactoria para encontrar a su hijo pequeño colgando como un fideo gigante en mitad del techo.
Tendría que apagar la luz… Imaginar a Danna en el umbral de la puerta le hizo comprender que no podría dejarla encendida. Debería subir a tientas. Si ella la encontraba encendida por la mañana, o incluso si alguien se presentaba por la noche, descubrirían su escondite.
Observó las lámparas sobre el espejo.
Había una posibilidad.
Si se asía al boquete de cara al espejo, y no de espaldas, podría sujetar sus pies en las lámparas y tendría así un apoyo para impulsarse hacia arriba. No sería necesario gran cosa; apenas lo suficiente para colocar los antebrazos uno a cada lado. Luego sería sencillo.
La posibilidad cierta de conseguirlo lo sumió en un estado de excitación. Fue suficiente para que una serie de preguntas surgieran en su mente al unísono. ¿Qué ocurriría si lo lograba? ¿Qué diría más tarde al regresar a casa así sin más?
Porque piensas regresar, ¿verdad?
La pregunta esencial era si estaba preparado para las represalias de Danna. Normalmente constituían el primer condicionante a la hora de tomar una decisión. Pero no esta vez. Ben se sorprendió pensando que no le importaban demasiado.
Se puso en pie y trepó al lavabo sin dificultad. Sus pies descalzos se afirmaron a los laterales fríos de la loza. En efecto, al ponerse en pie pudo tocar la placa de vidrio. Apoyó las manos en el centro, y con suma lentitud las elevó hasta desplazar la placa. Tal como había supuesto, cedió con facilidad, y con cuidado la fue deslizando hacia un lado. Cuando hubo terminado, la introdujo por el boquete y la dejó a un costado.
Lo recibió una negrura impenetrable.
Descendió del lavabo y caminó en dirección al interruptor de la luz. Antes de accionarlo se volvió hacia el acceso al desván, ahora sin la placa de vidrio, y procuró memorizar la distancia entre éste y la lámpara. Cuando se sintió conforme, apagó la luz y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Transcurrieron unos segundos en los que de pie y muy quieto observó con horror que no se dibujaba ningún contorno ante sus ojos ciegos. La oscuridad era total.
Pensó en ir al garaje en busca de una linterna, pero la idea de deambular por la casa estando la placa fuera de su sitio le resultó inaceptable. Además, sabía que si no lo hacía
ahora mismo,
se echaría atrás, así sin más. Avanzó dos pasos hasta que sus manos tantearon el lavabo, al que volvió a subirse. Giró sobre sí y se colocó de cara al espejo, sólo que, lógicamente, éste había dejado de existir para él.
Estiró los brazos hasta aferrarse a los laterales del boquete. Sus dedos encerraron dos vigas de madera que supuso que lo soportarían sin problemas, pero igualmente probó a colgarse parcialmente antes de despegar los pies del lavabo.
Resistieron.
Completó la operación más rápido de lo que había esperado, lo cual posiblemente constituyó una gran ventaja. Primero se dejó caer sostenido únicamente por sus brazos, y al mismo tiempo estiró sus piernas hacia delante, hasta la pared. Luego deslizó los pies con precaución hasta que se apoyaron con firmeza en los soportes de las lámparas.
Se imaginó en aquella posición estrambótica. Si las lámparas le transmitían una descarga eléctrica, la caída desde esa altura no sería nada agradable. Si no moría electrocutado, el suelo de baldosas se encargaría de partir su cráneo como un coco de palmera que aterriza sobre una piedra angulosa. Recordó que estaba en contacto con madera, lo cual creía que lo protegía de la electricidad, pero era algo que no sabía con certeza. Debía darse prisa. Valiéndose del apoyo de sus piernas, colocó el antebrazo izquierdo sobre la viga, y luego repitió la operación con el derecho. Se tomó tres segundos para descansar. Su cabeza estaba íntegramente dentro del desván.