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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (5 page)

El resto fue sencillo. Se impulsó con las piernas e introdujo el torso en el hueco. Colocó una de sus rodillas sobre la viga de madera y pronto se encontró sentado en el desván. Volvió a colocar la placa de vidrio en su sitio y eso lo tranquilizó.

No tardó en darse cuenta de que, a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, el desván iba dibujándose en desvaídas líneas grises. Se preguntó cómo podía ser posible tal cosa, puesto que allí no había luces y fuera era de noche, pero no encontró una explicación.

Otro aspecto que notó de inmediato fue que la temperatura era más alta que en la casa, a lo que sí le encontró sentido.

Permaneció un rato sentado; lo suficiente para que el desván se revelara ante sí y pudiera llegar a las primeras conclusiones de su viaje nocturno. La primera y más abrumadora fue que aquel sitio era mucho más grande de lo que había imaginado. Abarcaba las tres habitaciones de la planta baja, el pasillo y el baño. La falta de divisiones hacía que la sensación de amplitud se intensificara. Un resplandor en el extremo opuesto atrajo su atención, aunque no hizo planes inmediatos para dirigirse hacia allí.

El suelo era de madera, y Ben sabía muy bien que debajo de éste había tirantes principales que le servirían de soporte a la hora de desplazarse allí arriba. No supo determinar a simple vista si la estructura de madera secundaria tenía el espesor suficiente para soportar su peso, pero tampoco se tomaría la molestia de averiguarlo. Bastaría con desplazarse por los tirantes principales y asunto resuelto.

La estructura sobre su cabeza no difería de la que lo sostenía; también presentaba vigas en sentido transversal, separadas más o menos un metro, siguiendo la caída del tejado. Ben estimó que casi podría ponerse en pie en la parte más alta, aunque en el sitio más bajo la altura era de apenas medio metro. Se preguntó cuál sería el propósito de un lugar desaprovechado como aquél. Aunque sabía que la pendiente de los tejados servía para que la nieve no se acumulara, no podía imaginar la razón por la que existía en este caso una estructura debajo. La realidad es que ni el propio Robert, que había vivido toda su vida en aquella casa, primero con sus padres, y luego con su propia familia cuando Ralph y Debbie decidieron regalársela, sabía la razón.

Ben se levantó, pero no se irguió completamente. Alzó los brazos para localizar el techo inclinado y evitar golpearse la cabeza. Se desplazó hacia la derecha unos tres metros, sobre lo que constituía la habitación de sus padres. Seguía advirtiendo el mismo fulgor en el otro extremo, sobre lo que estimó que sería la habitación de Andrea.

Avanzó a cuatro patas, procurando apoyar las rodillas y las manos en los tirantes principales. Cuando consideró que estaba sobre su habitación, alzó la vista y escudriñó los alrededores. A la derecha advirtió una sombra ligeramente más oscura que el resto, de forma cuadrada, que captó inmediatamente su atención. La observó durante un rato, inmóvil, sin estar seguro de lo que era.

Al volverse hacia delante, claramente distinguió cierta luminiscencia flotando como bruma. Desde donde estaba podía incluso advertir ínfimos y tenues haces luminosos provenientes del suelo, en ubicaciones que le resultaron arbitrarias. Aún debía acercarse unos cuatro metros para estar seguro de lo que veía, de modo que agachó la cabeza y siguió avanzando.

Cuando se adentró en lo que constituía la parte superior de la habitación de Andrea, Ben avanzó más lentamente, desplazando sus manos y piernas con concienzuda concentración. Debía verificar que la madera soportara su peso, pero sobre todo no quería hacer ruido.

Fue entonces cuando se topó con dos ojos que lo observaban. Dos monedas brillantes a centímetros de su rostro, justo debajo de él.

Estuvo a punto de gritar. Sus brazos se aflojaron. Al perder el apoyo poco faltó para que su cuerpo se desplomara…
sobre aquellos ojos
. Se afirmó en el último momento, respirando agitado. Cuando se concentró en el suelo del desván, advirtió que los ojos que creía haber visto no eran más que dos orificios pequeños. La luz proveniente de abajo los hacía resplandecer, y la imaginación de Ben había hecho de las suyas para proyectar en los orificios los ojos celestes de…

Marcia,
por supuesto.

Alzó la vista y advirtió otros orificios similares desperdigados por aquella zona, que eran sin duda los responsables del fulgor que había visto. Aún respiraba con dificultad, y su ritmo cardiaco no se había regularizado por completo, pero lentamente se fue tranquilizando al comprender que la luz de la habitación de su hermana debía de estar encendida. Nada de ojos observándolo. Sólo orificios en la madera. Ben supuso que debían de haber sido causados por insectos, o quizás sólo el simple paso del tiempo. Algunos eran alargados; otros círculos perfectos.

¿Por qué su hermana tenía la luz encendida?

Se acercó a un orificio cuyo diámetro era considerablemente mayor al de los anteriores. Se inclinó sobre él, y recorrió el contorno con su dedo índice, sólo para convencerse de que podría introducirlo si quería. Colocó su ojo izquierdo a un centímetro del orificio y observó…

Vio la puerta de acceso a la habitación de Andrea. Lo abrumó la sensación de observar la habitación de su hermana desde semejante perspectiva. No era mucho lo que podía apreciar desde esa ubicación específica, pero algo llamó su atención en la puerta, más concretamente en la parte de abajo. Era una pequeña alfombra circular que Ben no reconoció, y que su hermana había colocado de manera tal que una de las mitades descansara en el suelo y la otra sobre la puerta. No se necesitaba ser un genio para comprender que la intención de Andrea al colocarla allí había sido la de bloquear la luz para que no se filtrara al pasillo.

Se desplazó hacia la derecha con sumo cuidado, procurando que la madera no crujiera bajo su peso. A medida que avanzaba, tuvo que agacharse cada vez más. Se topó con un nuevo orificio, éste más pequeño que el anterior, pero que supuso que estaría bien también.

Observó.

Sus cálculos fueron correctos. Vio el escritorio que Andrea utilizaba para sus estudios en época de escuela, y sobre éste un amasijo de ropa, revistas y discos. Su hermana no estaba allí, pero una aparición fugaz que bien podría haber sido una de sus piernas pareció dibujarse en los confines del círculo de visión de Ben. Ocurrió deprisa, y no estuvo seguro de lo que acababa de ver. Supuso que si en efecto se había tratado de Andrea, se habría dirigido a la cama.

Repentinamente se produjo un sonido seco. Ben se sobresaltó de inmediato, para luego comprender que Andrea se había dejado caer en la cama, como él había supuesto un instante antes. El modo en que los resortes del colchón se quejaron luego no fue más que la confirmación. Ben alzó la cabeza y avanzó. Esta vez se situó en lo que supuso que sería el centro de la habitación, justo sobre la cama de su hermana. Allí los orificios eran más escasos, pero dos o tres le servirían para su propósito.

Cuando miró a través de uno de ellos, se sintió aturdido.

Andrea en efecto estaba recostada en su cama, boca abajo. Tenía los codos apoyados en la almohada, sosteniendo su rostro; sus piernas, flexionadas a la altura de la rodilla, se movían adelante y atrás como si pedaleara. Su
discman
descansaba a un lado y el cable negro que se mezclaba con su cabello castaño evidenciaba que tenía los diminutos auriculares incrustados en las orejas.

Ben no tardó en oír el suave acompañamiento de la voz de Andrea a la música que sonaba dentro de su cabeza. Escuchaba a Alanis Morissette.

Pero nada de esto importaba.

Andrea estaba desnuda, y sus piernas movedizas eran lo único que ocultaban el modo en que sus nalgas se frotaban una con la otra. Ben no pudo quitar los ojos de ellas, su nacimiento en un pliegue bien marcado y la curvatura dura. Su único ojo avizor se abrió al máximo. Sus manos, apoyadas sobre la madera sucia, comenzaron a transpirar. Ben entendía que su hermana era una muchacha bonita; aunque no lo reconociera ante nadie, lo sabía. De todas maneras, ¡era su hermana!

Pero había algo más. Algo cuya naturaleza no pudo explicar en ese momento. Más allá de lo descabellado de la situación, tenía la sensación de que algo no iba bien. Una pieza fuera de su sitio, desencajada; pero no podía darse cuenta de cuál era.

Cuando apartó la vista, abrió el ojo izquierdo y se sintió agradecido al ser engullido por una oscuridad completa. Sin embargo, la imagen de Andrea de espaldas, desnuda, no tardó en reproducirse dentro de su cabeza. No procuró apartarla, aunque supuso que poco habría podido hacer si así lo hubiese querido. Lo terrorífico era que una parte suya no quería hacerlo.

Pero había algo más.

Segundos después escuchó otro sonido no muy diferente al anterior. Los resortes del colchón chirriaron de nuevo y Ben supuso que Andrea se había puesto en pie, o que simplemente había cambiado de posición.

Se inclinó una vez más sobre el orificio.

Andrea seguía tendida en la cama, pero ahora yacía boca arriba con los ojos cerrados y daba golpecitos sobre la tapa de su
discman.
Sus piernas flexionadas se abrían y cerraban. Sus pechos se mantenían erguidos. Ben observó todos estos detalles experimentando una fascinación inmediata, y el hecho de que pertenecieran a su hermana no fueron razón suficiente para detenerse. Cuando sus piernas se abrían, podía ver una sombra de vello dorado, del color de su cabello.

Ben permaneció encorvado, sin moverse, sintiendo el modo en que su respiración se mezclaba con los susurros apenas perceptibles de Andrea. Deslizó su mirada a través del estómago plano y contorneado, para detenerse en sus pechos: dos montículos firmes relativamente separados entre sí. Advirtió que temblaban ligeramente, y al mismo tiempo pensó que los pezones eran más grandes de lo que había creído.

Siguió explorando el cuerpo de su hermana, lamiendo la base de su cuello con la mirada…, luego trepando por la barbilla, brincando por sus labios y arrastrándose sobre sus mejillas espolvoreadas con pecas diminutas. Cuando llegó a sus ojos… descubrió que ya no estaban cerrados, sino abiertos al máximo…

Fijos en Ben.

Se irguió repentinamente, conmocionado como cualquier niño que es sorprendido mientras espía lo que no debe. O a quien no debe. Se sintió agradecido por estar envuelto por aquella oscuridad absoluta. Se dijo que Andrea no lo había visto en realidad, sino que observaba en dirección al techo, como es lógico cuando se está acostado, y que simplemente había tenido la sensación de que sus ojos estaban puestos en los de él. Prestó atención en espera de cualquier reacción de su hermana, pero no oyó nada. Segundos más tarde se atrevió a echar un vistazo rápido, y en efecto Andrea seguía en la misma posición: abriendo y cerrando las piernas, tamborileando con los dedos en la tapa del
discman.

¿Te ha gustado?

Ben temblaba, incapaz de reconocer haber pensado semejante cosa. Sacudió la cabeza. Algo no iba bien. La pieza fuera de su sitio.

Lo había advertido por primera vez al asomarse por el orificio y ver a su hermana tendida en la cama, escuchando a Alanis Morissette y moviendo las piernas…

Y entonces comprendió. Supo cuál era la pieza que no cuadraba con el resto.

Los poros de sus brazos se dilataron y se enfriaron. Su hermana escuchaba a Alanis Morissette y él
lo había sabido
desde que la vio por primera vez. Podía intentar convencerse de que no había sido más que su imaginación, o de que los balbuceos que producía su hermana habían sido suficientes para llegar a tal conclusión, pero sabía que nada de esto era cierto. Era posible, y de hecho se aferraría más tarde a esta idea con todas sus fuerzas, pero no era cierto.

Ben había sabido
con certeza
lo que su hermana escuchaba, como si se tratara de una revelación.

En ese instante, sumido en las sombras del desván de su casa, escondido para arruinarle a su madre un viaje de placer a Pleasant Bay, trató de convencerse de que era imposible que estuviera seguro respecto de un detalle como éste, pero no lo consiguió.

No lo consiguió en absoluto.

Capítulo 2: El día después
1

Sábado, 21 de julio, 2001

Cuando despertó, Ben no vio su habitación, como cada mañana. Las sombras del desván se cernían sobre él, con los haces luminosos ahora transformados en diminutas nubecillas flotando aquí y allá. Las vio por todas partes, incluso en las paredes.

Lentamente, alzó su cuerpo haciendo fuerza con los brazos. En sus manos húmedas se marcó el diseño astillado de la madera. Se sentía atontado, pero no lo suficiente como para no comprender dónde había pasado la noche. Como si hiciera falta, la primera prueba contundente de su estancia en el desván se presentó de inmediato; al torcer la espalda para erguirse, una llamarada dolorosa lamió la parte baja de su espalda y se extendió con rapidez hacia los hombros y el cuello. Tuvo que permanecer quieto unos segundos; luego reanudó sus movimientos con lentitud, lo que no hizo más que racionar el dolor en cuotas.

Se sentó con dificultad. Al dolor en la espalda se le sumó una palpitación en la sien y una ligera hinchazón en la vejiga.

¿Realmente había pasado la noche allí arriba?

La idea le resultaba tan inverosímil que no le hubiera otorgado crédito en otras circunstancias. Los acontecimientos de la noche anterior le resultaban lejanos, similares a un recuerdo de su niñez temprana o a un sueño. No tenía manera de saber la hora, pues no tenía reloj, pero era probable que fuera entrada la mañana. El dolor era una prueba de haber dormido un tiempo considerable en una mala postura.

Pensó, alarmado, que tenía que abandonar el desván cuanto antes. No era capaz de comprender la razón por la que había decidido subir en primer lugar, pero no importaba. No se le ocurría en ese momento un motivo para permanecer allí, y eso era suficiente. Miró a su alrededor. Las perforaciones diminutas en el desván se multiplicaban ahora en toda su extensión. Alcanzó a distinguir también un bulto a su izquierda, en la parte más baja, que recordaba vagamente haber visto la noche anterior, pero tampoco ahora pudo precisar qué era.

Apoyó las rodillas y las manos en el suelo de madera y se desplazó en dirección al baño. Cuando se encontraba sobre la habitación de sus padres, escuchó sonidos que reconoció al instante.

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