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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

A través del mar de soles (8 page)

Warren sudaba y meditaba. Rosa le trajo un trozo rancio de Pululante, pero no pudo comérselo. Pensó en las palabras y vio que había alguna clave en ellas, alguna belleza en ellas.

El timón crujía contra los calzos de madera. La tierra era una mota marrón ahora y estaba convencido de que se trataba de una isla. El viento cobró bríos. Estaba mejorando con la llegada del atardecer.

Rosa deambulaba por la balsa murmurando para sí, cuando él no la necesitaba. Había olvidado a los Pululantes y masticaba los trozos de comida que aún quedaban. No intentó detenerla. Estaba comiendo a deshoras, pero el problema requería todo su raciocinio.

Estaban entrando por la costa norte. Haría que enfilasen tangencialmente, para echar un vistazo antes de desembarcar. La corriente luchaba contra ellos, pero el contrachapado era suficiente para deslizarles hacia el sur.

¿Sur? ¿Qué había allí sobre...?
¡WSW!
¿Oeste sudoeste?

UNS B WSW.

Uns
era
nosotros
en alemán, a buen seguro. ¿Nosotros estaremos en WSW? ¿En la parte WSW de la tierra? ¿La isla? ¿O al WSW de la isla? Nosotros... los Espumeantes.

Se percató de que Rosa estaba agazapada en la proa de la balsa, ansiosa, escorando con su peso el maderamen en el oleaje verdeazulado y haciendo irrumpir la sibilante espuma sobre la tablazón. Ello los demoraba, pero no parecía darse cuenta. Él abrió la boca para gritarle y luego la cerró. Si iban despacio, dispondría de más tiempo.

Los Espumeantes eran todo lo que había allí y habían tratado de contarle...

Portline. Port
, babor, era a la izquierda. ¿Una línea a la izquierda?

Hasta donde le era dado juzgarlo, estaban entrando desde el nordeste. Virar les haría dar un rodeo y dirigirse al sudoeste. O al OSD, el WSW del mensaje.

La isla semejaba ahora crecer aprisa mientras se ponía el sol detrás de ella. Warren entornó los ojos ante el cabrilleo en las olas. Había algo entre ellos y la isla. Aguzó la vista en la cima de una ola y pudo divisar una línea más oscura contra la arena pálida. Rompían allí blancos rodillos de olas.

Un arrecife. Iba a ser más difícil alcanzar la isla. Tendría que internar la balsa con holgura y buscar un pasaje. O eso o estrellarse contra él y cruzar a nado la laguna, de no haber ninguna senda a través del círculo de coral en torno...

Circle stein nongo.
No sabía lo que significaba
stein
, alguna bebida o algo por el estilo, mas el resto podía ser
no entres en el círculo.

Warren empujó la caña del timón denodadamente. Gimió y el collar casi se combó, pero lo sujetó, apoyando en él el hombro.

Rosa rezongó y le fulminó con la mirada. La balsa viró a babor. Haló de la amarra y puso el contrachapado más de cara al viento.

Small yottth scklect uns.
Los Espumeantes eran de mayor tamaño que los Pululantes, aunque la frase podía aludir a otros más pequeños en algún otro sentido.
(Smaller
, menor, desarrollo) ¿De cerebro más pequeño?
Scklect uns.
Algo acerca de
nosotros
y los Pululantes. Si eran
younger, más
jóvenes que los Pululantes, puede que su desarrollo estuviese aún por venir. Algo le decía que
schlect
era una palabra similar a
gefahrlich
, pero desconocía cuál era la diferencia.
¿Pululantes peligro nosotros?
Nada había en las palabras que denotase acción, que denotase quiénes eran
nosotros.
¿Incluía
nosotros
a Warren?

Rosa trastabilló hacia él. El oleaje venía ahora de popa y se asió a él para sujetarse.

— ¿Qué? ¡Tierra! ¡Vamos!

Él se restregó los ojos y enfocó el rostro de ella, pero semejaba distinto a la luz decreciente. Vio que en todos los días que habían estado juntos no había llegado a conocerla. El rostro era meramente un rostro. No había habido entre ellos las suficientes palabras para convertir el rostro en alguna otra cosa. El...

Varió el viento, hizo caso omiso de la distracción y maniobró la amarra. Examinó la verde masa oscura de delante. Era de bosque tupido y había extensiones peladas y una playa.

Las blancas curvas de la rompiente eran claras ahora. El macizo arrecife marrón...

Había cosas moviéndose en la playa.

Al principio creyó que eran pecios, troncos arrastrados por una tormenta. Después vio moverse uno y luego otro, y se trataba de cuerpos verdosos en la arena. Reptaron tierra adentro. Unos cuantos lo hicieron en dirección a la linde de los árboles.

Small youth.
Jóvenes que se estaban desarrollando todavía. Anonadado, observó cómo se acercaba la isla. Sintió vagamente que Rosa le estaba dando golpes en el pecho y el hombro.

— ¡Condúcenos adentro! ¿Me oyes? Haz que esta cosa...

— ¿Qué... qué?

—Temes las rocas, ¿no es eso? —Ella farfulló algo en español o portugués, algo airado y lleno de desprecio. Tenía los ojos anormalmente desorbitados.

—Ningún hombre...

—Cállate. —Sentía los labios agarrotados. Iban pasando velozmente junto a la isla ahora, espoleados por las rápidas corrientes...

—Necio, vamos a pasar de largo.

—Mira... mírala. Los Espumeantes nos están diciendo que no vayamos allí. Verás...

— ¿Veré qué?

—Los seres. En la playa.

Ella miró hacia donde le indicaba. Echó un detenido vistazo a la playa, meneó la cabeza y dijo con vehemencia:

— ¿Y bien? No son nada más que troncos.

Warren entrecerró los ojos y vio los troncos cubiertos de musgo verde. El oleaje rompía sobre algunos de ellos y rodaban en la resaca, al igual que si estuviesen reptando.

—Yo... no... —comenzó él.

Rosa sacudió la cabeza impacientemente.

— ¡Ja! —Se inclinó y halló una tabla larga que se estaba soltando. Refunfuñando, la extrajo. Warren escrutaba la playa y vio tocones en los troncos, tocones donde antes había habido aletas. De nuevo se pusieron a obrar contra la arena. Los troncos se agitaron.

—Tú puedes quedarte aquí y morir —dijo Rosa claramente—. Yo, no. —El arrecife pasaba a sólo unos metros de distancia. Las olas batían y resonaban contra sus flancos. Las grises conchas de coral se hundieron bajo el agua. Su masa umbría de debajo se adelgazaba y apareció una nítida extensión de arena. Un pasaje estrecho, aunque tal vez suficiente...

—Espera... —Warren volvió a mirar hacia la playa. Si estaba equivocado... Los troncos tenían ahora tocones carnosos que se impelían en la arena, reptando playa arriba. Lo que había visto como agujeros de nudos eran otra cosa. ¿Llagas? Aguzó la vista...

Rosa se zambulló en la rompiente del arrecife. Acertó limpiamente y se encaramó a la tabla. Cruzó las aguas con brazadas resueltas, pugnando contra las ondulaciones de las olas que se reflejaban en la abertura.

— ¡Espera! Creo que los Pululantes están... —Ella no pudo oírle a causa del batir de las olas en el arrecife.

Él rememoró desapasionadamente los largos días... Los Espumeantes...

— ¡Espera! —gritó.

Rosa estaba cruzando el pasaje y adentrándose en la calma del otro lado.

— ¡Espera! —pero ella prosiguió.

Donde había visto troncos vio ahora algo abultado y grotesco, repulsivo. Meneó la cabeza. Su vista se aclaró. ¿Era cierto? se preguntó, pero no acertaba a decidir qué era lo que le esperaba a Rosa en la arena rielante.

La perdió de vista según la balsa seguía una corriente desviada en torno a la isla. Los vientos alisios soplaron renovados. Lo sintió en la piel como un recordatorio, y el sol se puso rojo y brillante al oeste. Viró automáticamente libre del arrecife y cambió el rumbo al OSD. Cuando volvió a mirar a la tenue luz crepuscular le fue difícil distinguir las formas que forcejeaban como enormes delfines en su nuevo hogar. Bajo la sesgada luz, el viento quebraba el mar en irisadas facetas que se convertían en un campo de espejos que reflejaban imágenes hechas añicos del cielo color naranja encendido y de la balsa. Atisbo los espejos.

Los troncos en la playa... Sintió el tirón de la amarra y realizó un cambio en el curso para asegurar la guiñada.

Ganó velocidad. Cuando el leve grito se dejó oír desde el crepúsculo a sus espaldas no dio la vuelta.

TERCERA PARTE
2056 RA
1

Nigel contemplaba a Nikka arreglándose meticulosamente el kimono. Tenía brocados en marrón y azul y, como dictaba la tradición, era diez centímetros demasiado largo. Nikka se lo subió hasta que el dobladillo estuvo justo a la altura de los tobillos, una, dos veces... al quinto intento él dejó de contar y la observó afectuosamente volverse de un lado a otro delante del espejo de acero bruñido. Se puso un cordón de seda roja en la cadera y redujo la anchura del kimono, alisándolo. Luego vino el obi: una faja ancha, rígida, con sus buenos cinco metros de longitud. Se lo ciñó en torno a la altura del pecho, frunció el entrecejo y se la volvió a ceñir. Cada vez que contemplaba esta ceremonia le parecía más sutil, revelaba algo más de la voluble mente de ella. Murmuró un elaborado cumplido y en ella se deshizo un nudo de indecisión; anudó firmemente los dos cordoncitos que sujetaban el obi. Colocado éste y puntualmente alisado, se prendió una hebilla de latón. Hizo un mohín. La cambió por un alfiler de ónice. Se dio la vuelta y examinó el efecto. Prendió una peineta de marfil en el moño. Después una peineta cerúlea y pálida. A continuación, una de un amarillo brillante. Luego de vuelta al marfil. Él apreciaba estos momentos absortos e indecisos, en los que ella revelaba el núcleo luminoso y pueril de sí misma. El
Lancer
tendía a eliminar estos interludios gráciles y momentáneos, pensó él, y a reemplazarlos por certezas categóricas, claras y rotundas.

—Debes tener el mayor guardarropa de a bordo.

—Algunas cosas son dignas de tomarse la molestia —repuso ella, retocando un zori de tallos tejidos y mustios. Y sonrió, sabiendo que también él estimaba cuan importantes eran para ella tales momentos en atención a la edad.

Un golpecito en la puerta. Se dirigió a ella, sabiendo que Bob Millard y Carlotta Nava estarían allí, aunque aún fuera pronto. El multifase del escenario de la nave comenzaba dentro de diez minutos: una comunidad apuntalada en el tiempo.

El
Lancer
estaba organizado según el esquema actualmente aceptado. Siempre que era posible, las decisiones referentes al trabajo se tomaban desde abajo, involucrando a la mayor cantidad posible de trabajadores. La onda intrincadamente estructurada de fuerzas sociales y políticas era una sofisticada descendiente de un viejo grito,
¡la propiedad de los medios de producción para los trabajadores!
, sin las autoritarias inflexiones que Marx dejó en el modelo original. Era flexible; permitía a Nigel trabajar en cualquier fragmento extraño de dato astronómico que captase su ojo, siempre y cuando se aviniera igualmente a ingratas labores generales cuando se le presentaran. Los detalles eran resueltos por pequeñas células de trabajo.

Para eliminar las rigideces de la jerarquía que permanentemente se formaban, el Trueque Social Multifacetado de la Nave amalgamaba a todos los trabajadores, los mezclaba en un conjunto sin clases. Se daban un mínimo de distinciones relativas a la clase. Los oficiales al mando de la nave comían del mismo abastecimiento, la misma comida insulsa y se quejaban de ella del mismo modo amargo y desesperanzado. Vestían los mismos trajes azules que la marinería y carecían de privilegio alguno. Nigel disfrutaba de algunas concesiones debido a su edad, no a su rango; dentro de los límites de la eficiencia, no había ningún rango. Ted encabezaba la asamblea de la nave, mas su voto tenía el mismo peso que el de un oscuro técnico.

A Nigel le agradaba: un socialismo de autoservicio, sin un auténtico motivo de provecho, pues el
Lancer
únicamente había de regresar a la Tierra para ser un éxito. El análisis sociométrico simplificado y las comunidades consensuadas, al decir de la jerga, eran notablemente estables. Nigel ignoraba la mayoría de los ruegos fervientes para que participase más. Le gustaba bastante la comunidad, en tanto que le disgustaba su blanda superficie y su solícita receptividad. Pero la exuberancia ampulosa del multifase lograba cautivarle y menoscabar su reserva. La gente joven y brillante tenía una pujanza innegable.

—Hola. Carlotta le besó.

—Veo que te has hecho otro planchado facial.

—No, decidí prescindir de eso e ir directamente a embalsamarme. ¿Qué aspecto tengo?

—Eres tú, querido. ¿Eso son arrugas de reír o un proyecto de irrigación?

Bob les estrechó la mano en el papel de “bravo, buen chico”.

— ¿Te figuras que hay mucho en ella esta noche? Nigel trajo bebidas.

—El sexo de estilo libre es por el pasillo, la segunda a la izquierda.

—No le busques a él allí —repuso Carlotta—. Nigel se agota con sólo luchar contra la tentación.

Nigel le alargó a ella una copa.

—Niña de sangre caliente. Supongo que esta noche te la pasarás jugando a la rayuela con escocés auténtico.

—Sí. Me resultas mucho más ingenioso después de haberme tomado unos cuantos tragos.

— ¡Vosotros dos! —Nikka sacudió la cabeza—. Una nunca se figuraría que habéis pasado la noche juntos.

—Rituales de apareamiento de los primates superiores —dijo Carlotta, empinando el vaso. Acarició el kimono de Nikka—. ¡Madre! Te queda tan atractivo.

Nigel se preguntó por qué hablaban de ese modo las mujeres cuando presumiblemente eran los hombres quienes estaban mejor cualificados para juzgar el atractivo; sin embargo, los hombres raramente utilizaban el término. Curioso. Aunque desde luego en este caso su generalización le repercutía. En su trato personal reestablecieron una indolente sensualidad familiar.

Observó cómo Carlotta se aproximaba a Nikka, hablando rápida y aprobadoramente, se apartaba y regresaba, en un ir—y—venir inconsciente para tirarle de la lengua a Nikka. Él cabello profuso y vaporoso de Carlotta flotaba con estos movimientos. En acentuado contraste, sus grandes ojos marrones no participaban de este juego social. Le gustaba el rigor de aquellos ojos y la manera desvergonzada en la que se clavaban en cualquier cosa de su interés, dándoles fijeza para concitar la atención.

Su intensidad era excesiva para el humor de Nikka, ensimismada aún en su reflexivo ataviarse con el kimono. Nikka escapó a la cocina a por unos aperitivos. Carlotta alargó una mano como para detenerla y después la retiró, viendo que sin proponérselo había revuelto alguna corriente. Se dio la vuelta, con un revoloteo de su larga falda escarlata, y examinó un tríptico sunsomi próximo. Nigel contempló cómo entrecerraba los ojos por algún esfuerzo interno. Ella estaba sacando recursos de una reserva emocional extraña para él. Algo profundo, otro apoyo para su personalidad. Lo cual demostraba que el mero hecho de dormir con una mujer no te daba pleno acceso a ella, sin importar cuánto empeño pusieras en ello.

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