—
Es en los valles donde se dan las mejores condiciones de vida. El agua. Te doy paso, Ted.
—Muchas gracias, Nigel. Es estupendo intercalar una palabra de vez en cuando. Déjame poner esto en orden, Alex. Si exploras el valle con el interferómetro hallas que la señal es coherente. ¿Todas las fuentes puntuales están emitiendo juntas?
—
Correcto.
—
Pero si vas al siguiente valle, las fuentes están emitiendo algo ligeramente por delante o por detrás del primero.
—
Sí. Eso es lo condenadamente extraño. El promedio de bits es todavía bajo, igualmente. Y las fuentes no son regulares.
— ¿
Cómo es eso?
—
Bueno, en el plazo de unos minutos alguna de ellas se extingue. Asimismo, aparece una nueva de vez en cuando, por lo que el número es aproximadamente constante.
— ¡
Hum! Mira, Alex, llamaba para preguntarte por el disco exterior. Ibais a tenerlo en línea a las 14 horas, y ya han pasado. Necesitamos esa línea de base más grande, para obtener la definición que precisamos, y la necesitamos ahora.
—Dale tiempo, Ted.
—Nigel, creí que...
—Estoy meramente curioseando, si no te importa. Estoy seguro de que Alex tendrá las cosas a punto, en su momento, si dejas de incordiarle por ello. Deseaba disponer de un instante para revisar todo esto, Ted. Tienes los perfiles óptico e IR delante de ti, a buen seguro.
—Sí, puedes bajar a Control para verlos, si quieres.
—Ya lo he hecho. Estoy limitado a esta consola, para utilizar las capacidades de autoprogramación. De todas formas, Control está abarrotado.
—Vale, vale. Si esperases la entrada como el resto de la tripulación...
—Me estaba preguntando si has considerado las implicaciones, Ted. Ninguna traza de ciudades. Ninguna área urbana. Ningún rasgo rectilíneo de envergadura, ni campos, ni carreteras. Y las emisiones EM son débiles, a excepción de la señal interestelar.
—Sí. Condenadamente curioso. Aunque puede que estén viviendo bajo el suelo, que utilicen toda la tierra para la agricultura y se sirvan de cables para las transferencias de información. ¡Demonios!, nosotros hacemos eso en la Tierra. Despilfarramos energía en transmisiones atmosféricas sólo en los primeros días de la radio y de la TV.
—Incluso la agricultura se evidenciaría a esta distancia. Podríamos ver sembrados.
—Puede que sí, puede que sí.
—He estado haciendo correlaciones cruzadas de las ubicaciones preliminares de Alex sobre las fuentes de radio (los puntos EM, los llama así por el electromagnetismo) con el IR. ¿Ha hecho eso alguien de Control?
— ¡Eh! Yo no...
—Me gustaría cotejar mi trabajo. Hay problemas por la relación señal—ruido y he estado sirviéndome de los subsistemas de autoprogramación para desplegarlo...
—No, mira, Nigel, hemos estado demasiado ajetreados para intentar eso aun. Sugeriría...
—La cuestión es que algunos de los puntos EM y de los puntos IR son los mismos.
— ¿Cuáles?
—Ahí está la dificultad. Son las fuentes IR móviles, al parecer.
— ¿De las que hemos obtenido ubicaciones variables? No entien...
—Lo que estoy diciendo, Ted, es que los transmisores de radio desprenden calor igualmente. Y lo más importante, están en movimiento.
—Bueno, no...
—
Eh, hemos acoplado todo esto, pero tenéis que manteneros alineados con nosotros o
no conseguiremos una mierda cuando...
—
Alex, soy Ted, pásanos una proyección de tus mapas. Quiero compararlos...
— ¿Con el IR?
— ¿Eh? Sí.
—
Nigel me ha estado dando la paliza con ese rollo. Quería los primeros resultados. Acabo de reiterar y verificar los puntos que me pidió. Son variables. Lentos, pero en movimiento.
— ¿
Estás seguro?
—
Sí. Los puntos IR son bastante débiles, casi suprimidos por el fondo térmico del paisaje. Jenkins me ha dicho que se trataban probablemente de leves vientos volcánicos...
—
No es en absoluto plausible.
— ¿Desde cuándo te has convertido en geólogo? Mira el polvo y los detritus de ahí abajo, nadie sabe a qué atenerse con ese IR.
—Cierto. Hemos de bajar a ver.
—Eso es algo prematuro, Nigel. Nos mantenemos a una distancia segura. Pasar ahora al estadio de superficie sería violar nuestras normas, y lo sabes.
—Desde luego que lo sé. Pero eso es lo que tendremos que hacer.
Ted llegó al apartamento de Nigel y Nikka con algo de retraso. Llevaba su accesorio habitual, un cuaderno repleto de notas. Nigel le condujo primero al bar, después a los mullidos cojines de su nuevo sofá. Ted se acomodó en él como inseguro de su fiabilidad; con sus patas inclinadas y oblicuas ensambladuras, su equilibrio parecía precario. Nigel lo había diseñado para la baja gravedad de su apartamento, usando la madera de que disponía en su asignación personal de peso. Era la única persona en el
Lancer
que poseía roble de primera calidad, y lo había tallado cuidadosamente, puliéndolo con el aceite de sus manos.
—Ojalá hubieras bajado a Control para charlar —empezó Ted.
—Aquello es un jaleo.
—Sí, es muy ajetreado. No es de extrañar que te quedases en casa, baja gravedad, mucho reposo...
Alex llamó, Nigel le indicó que entrara. Alex era un hombre corpulento de calva incipiente y con una cara demacrada por el cansancio. Se sentó en el sofá como quien está aligerando un peso de su espalda. Los músculos se rizaron en sus hombros cuando los flexionó, buscando la forma de mantenerse erguido en el hondo sofá. Nigel lo había diseñado para mermar tales propósitos.
Finalmente, Alex se relajó.
— ¡Uf! —resopló Alex—. He estado adorando esas consolas como un acólito.
— ¿Un trago?
—Me hará irme a dormir.
— ¿Los has traído, a pesar de todo? —subrayó Ted.
—Claro. Los he transferido a tu conexión de aquí. Te están esperando en la pantalla.
Nigel pronunció un quedo “Gracias” y conectó la pantalla. Ésta se llenó con una retícula. Blancos puntitos salpicaban el fondo verde.
— ¿Éstos son tus mapas de intervalo temporal, Alex? —apuntó Nigel.
—Sí, semanas de trabajo. Los rastreé uno por uno. Dan constancia de tu bajo promedio de bits...
Ted sonrió y se puso las manos sobre las rodillas.
—Excelente, es una labor de primera, Alex, en su conjunto. De primera.
Nikka estaba sentada en postura zazen junto a Nigel y estudiaba a los hombres.
—Pero ¿y el mensaje? —inquirió—. Eso es lo que está esperando todo el mundo, una señal con suficiente coherencia de fase para apreciar...
—Lo hemos logrado —las palabras brotaron secas y cansinas.
— ¿Lo habéis logrado? —dijo Nigel, sorprendido.
—Sí, no es tan difícil, una vez que entiendes que son quizás uno o dos millones de fuentes a la vez. Cada una se enciende y se apaga, pero lo que están haciendo es intentar difundir la señal, aunque se interfieran.
Ted dijo cuidadosamente:
—No hemos divulgado la información todavía, porque es... inquietante. Pero Alex ha dado en el clavo, de eso estamos seguros. Hasta...
Alex dijo fatigosa y enfáticamente:
—Es un espectáculo de Arthur Godfrey de 1956.
— ¿Qué? —repuso ahora Nikka—. ¿Hablas... literalmente?
—Sí. Es una lenta, lentísima grabación de una comedia de radio emitida en 1956.
— ¡Jesucristo! —exclamó Nigel con entusiasmo. Ted empezó:
—Hemos estado intentando situar esto en un contexto, comprended...
— ¡Así que... hemos venido! Nigel prorrumpió en carcajadas. Los demás parpadearon, atónitos. Continuó riendo jubilosamente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Los otros comenzaron a cambiar de posición desmañadamente, a mirarse uno al otro. Nikka sonrió lentamente. Por último, Nigel se avino a una risa ahogada, jadeó, respiró hondo y pareció reparar de nuevo en ellos.
— ¡La hipótesis Bracewell! Ted asintió.
—Algunos de nosotros hemos aventurado esa explicación, pero estimo que es demasiado pronto...
— ¡Cristo, es obvio! Esos pobres cretinos de ahí abajo son inteligentes, no cabe duda. Nikka intercaló.
—Pero no más que el doctor Bracewell.
—Cierto —dijo Nigel—, porque han dado con la misma idea. —Extendió las manos, palmas arriba, abiertas y manifiestas—. Captaron de nosotros débiles señales de radio. Reflexionaron sobre ellas. Para atraer nuestra atención se imaginaron que la estrategia más inteligente era emitir lo mismo de vuelta. No algún preclaro código matemático o imagen de TV... ¡Demonios!, no pueden captar la TV, mucho menos la 3D.
—Bueno... —Ted rebulló entre los cojines—. Lo hemos cotejado con nuestros discos de entretenimiento, un archivo enorme. El perfil de la voz es similar al de Arthur Godfrey, el locutor más popular de los años 50 en EE.UU.
— ¡Infame! —dijo Nigel—. Un programa de radio anticuado, pésimo, evasivo. Escandalosamente banal. Algo que reconoceríamos. —Volvió a reír—. ¡Ah, viejo Bracewell, ojalá pudieras estar aquí con nosotros...!
Alex masculló.
—Deprimente, si me lo preguntas. Hacer todo este camino para encontrarnos con que nos estamos escuchando a nosotros mismos.
Ted palmeó el grueso hombro de Alex.
—Mira, éste es un descubrimiento fantástico. Simplemente es que estás cansado.
—Sí. Tal vez —suspiró Alex.
—Entonces, ¿has obtenido algo más, Alex? —dijo Nigel con despreocupación. Alex se animó.
— ¡Eh!, sí. Tuve que rastrear fuentes individuales de radio para conseguir una ubicación de fase. Me figuré que, ¡demonios!, igualmente podía conseguirlas todas. Era tan sólo un problema de promedio de repetición, había que seguir a todos aquellos emisores sobre una base de compartición temporal.
—Observad. —Ted pulsó su propio comunicador de pulsera y la pantalla plana cobró actividad. Los puntos blancos comenzaron a moverse, algunos fluctuaron—. Estos EM son también avezadas fuentes de infrarrojos. Debido a su calor corporal, presumo. Están vivos, y aparentemente cada uno lleva un transmisor.
— ¿Una cultura nómada quizá? —preguntó Nikka quedamente.
—Bueno, hemos pensado en eso. No han fijado transmisores, eso es seguro, pero en cuanto al porqué...
—No —terció Alex—. Descubrí unos cuantos que no se mueven.
— ¿Oh? —inquirió Ted, intrigado—. Es tu resolución lo bastante buena para estar...
—Sí, mira, ¿ves eso? —Alex se puso en pie con dificultad y fue hasta la pantalla. Señaló un racimo de puntos que no se unían al lento torbellino de copos de nieve—. Éstos no van a ninguna parte. Puedo afirmarlo con seguridad porque poseen algunas escasas marcas individuales en el espectro de radio, si te fijas. Pocos desplazamientos de fase y amplitud, cosas así.
Nikka estudió los puntos mientras éstos se movían dando saltos bruscos.
—Unos pocos permanecen inmóviles. ¿Serán viejos, quizá? ¿Ya no toman parte en el ciclo nómada?
—A mí no me parece nómada —repuso Nigel—. No se están moviendo todos juntos. Observa cuan espaciados están. No forman un racimo.
Ted asintió.
—Correcto. Se mueven a través del sistema de valles, según cree Alex. A veces siguen a las nubes de polvo, a veces no.
— ¿Hay alguna toma óptica? —preguntó Nigel. Ted meneó la cabeza.
—Polvo, nubes, la puñetera y difusa luz del sol en primer termino... — ¿Cuál es el siguiente paso, entonces? No podemos quedarnos aquí a oscuras para siempre —declaró Nikka con firmeza. Ted dijo:
—Bueno, nuestra resolución es...
—Tan buena como cabe esperar —atajó Alex. Nikka dijo juiciosamente: —Entonces quizás haya llegado la hora de las sondas de superficie.
Los artilugios descendieron, vivaces y límpidos. Los vientos los chamuscaron; los ondulantes paracaídas aminoraron su descenso. El mundo adormecido de abajo se veía moteado y encapotado de nubes. En algunos valles entrelazados prevalecía la sequedad del polvo sulfuroso. Allí, salobres estanques acogieron a la primera sonda voladora de retorno.
En los valles más húmedos, el polvo rodaba por encima del lento aire inferior. El barro caía del cielo. Se acumulaba en los perezosos ríos. En las riberas brotaban retorcidos hierbajos amarillos y curiosas criaturas menudas se escurrieron para ponerse a salvo cuando la segunda sonda retumbó, rugió y lanzó al frente una traqueteante pala dentada.
El verdor saludó a la tercera sonda allí donde el agua se había adjudicado una victoria permanente. El polvo soplaba y se arremolinaba en los cercanos pasos de montaña, pero no refluía, y se precipitaba allí. Para esta inquisitiva sonda esférica el festejo de la vida fue más fecundo. Y más fecunda aún era la tierra en dirección a los mares.
La estrategia del vuelo con retorno era golpear y atrapar. Tenían instrucciones de despegar al primer signo de un ser cualquiera de gran tamaño. De tal modo la quinta sonda tomó únicamente una prolongada vista de la criatura EM que se aproximaba atraída por el atronador impacto. Pero la imagen era vivida: un ser enorme, correoso y desvestido. Tres brazos delgados oscilaban sobre el amasijo de rígidas piernas. La cabeza era espeluznante.
No llevaba nada. Ningún instrumento. Ningún transmisor de radio.
Carecía de ojos.
En lugar de ellos, había una achaparrada ranura rectangular de un metro de ancho. Se volvió hacia la sonda justo cuando los impulsores se encendieron para lanzar al negro cilindro hacia el cielo.
La sonda de radio registró una eclosión de ruido, un balbuceo chisporroteante. Luego el paisaje se empequeñeció por debajo y las densas nubes rosadas de Isis anegaron a la criatura EM.
Pero el agudo repiquetear del espectro de radio había surgido de la criatura misma.
Eso era innegable.
La exploración preliminar avanzaba pausadamente. Nigel intentó acelerar las cosas, pero hacía mucho que había aprendido la futilidad de intentar insuflar la política inglesa al universo.
En vez de ello, trabajó en los campos y en los tanques, hizo que las gruesas verduras creciesen bajo los fosforescentes ultravioleta. Las gomosas plantas ganaban altura, acuciadas, no por la cruel competitividad de la naturaleza, sino por un ADN bien dirigido. Eran engendros de laboratorio. En medio de estos árboles catedralicios utilizables en un 99 por ciento, el hombre era el centro de la vida, caminaba con lento arrastrar de pies, administrando su energía. Los demás hombres y mujeres del equipo de agricultura hacían su labor con vigor lleno de eficacia y viveza, pero flaqueaban al final del turno, más por aburrimiento que por fatiga. Nigel lo realizaba despacio, porque le agradaba la humedad almizcleña y cruda del suelo, el chasquido de la azada, el revoloteo en el aire de un manojo de crepitantes tallos secos.