Carlotta dijo:
—Creo que debería ser confinada en las Cámaras;
—Eso no es castigo —repuso Nikka.
—Por supuesto que lo es —musito Nigel—. Despertará en la Tierra desacreditada, sin haber conseguido nada.
...un éxodo incontenible ahora, en el momento preciso...
—Yo creo que debería ser condenada al ostracismo —intercaló Carlotta.
— ¿Una solución colectiva? —Nikka apretó los labios—. Me pregunto...
...lo que justamente podía pretender llevar a cabo el abandono del naufragio del arcaico
More Marginis
, una cripta de las edades que descansaba en la piedra pómez lunar; y el
Snark
lo había activado “accidentalmente”, el viejo y necio renegado del
Snark
, demasiado tiempo descarriado de sus amos, traidor para con el torno que lo engendró. Sabía que sólo nos quedaban décadas una vez que retransmitiera lo que había descubierto, sabía que sus Señores de la Antigüedad se guardaban algo en la manga y nos dio una leve oportunidad de afrontarlo, sólo si llegábamos a comprender...
Se estaban peleando.
Nigel se percató de esto despacio. Comenzó con Carlotta diciendo:
—Sabes, hace semanas que no vengo por aquí —dijo casualmente en el curso de la conversación.
Pero Nikka malinterpretó algo en ello, se incorporó rígidamente y replicó.
— ¿A qué te refieres?
—Bueno, sólo a que no os veo mucho a las dos, eso es todo.
—Hemos estado ocupadas.
Carlotta no iba a ser despachada con una vaga generalidad.
—Vosotros dos no os enrolláis conmigo como lo hacíamos antes.
—Tú no te enrollas con nosotros lo más mínimo.
—Mi apartamento está atestado y, ya sabes, el vuestro es mucho mejor. Nigel terció.
—Es bastante cierto.
—Una de mis compañeras de habitación, Doris, ha rotado y ésta, Lydia, la nueva, no coopera en absoluto. Creo que por eso la puso con nosotras el Concejo de Bloque. Necesita relacionarse después de haber roto con algún amante, no sé quién, pero...
—Carlotta, no es de eso de lo que querías hablar —dijo Nikka con voz exaltada.
— ¿No?
—Has estado viniendo a verme al trabajo, dejándome mensajes, tirándome de la manga, exigiéndome atención.
—Bueno, la necesito. Nigel dijo:
— ¿No la necesitamos todos?
—Me parece que no comprendes. Nikka observó.
—Quien no comprende es ese de ahí.
Nigel levantó la cabeza.
Acababa de terminar con los puñeteros platos y creía merecer un momento de respiro. Aparentemente, no iba a ser así.
— ¿Qué?
—Al menos ha dicho algo pertinente —replicó Nikka.
Nigel murmuró.
—Lo lamento. No estoy al tanto de los chismes.
— ¿Chismes? ¡Nada de chismes! Quiero que digas algo, no que te sientes ahí y te enfrasques en esas malditas transcripciones.
—No son transcripciones. Son cuadernos de bitácora. De...
—Sí, sí, Alex apunta obedientemente nuestras antenas desplegadas hacia atrás cada día, a fin de que puedas obtener tu ración de parloteo EM. Pero eso no significa que tengas que ignorarme.
Rígidamente: No me he dado cuenta de que lo estaba haciendo.
CARLOTTA: Por supuesto que lo haces.
Defensivamente: Trabajo mucho. Mi concentración ya no es tan buena. Las cosas pasan por mi lado. Yo...
CARLOTTA: No estás respondiendo.
NIGEL: ¿Qué es esto? ¿Pensamiento en grupo?
NIKKA: Si esto es un trío hemos de hablar.
NIGEL: Desde luego. Pero estoy explicando...
CARLOTTA: ¿Cómo has estado descuidando la relación?
NIGEL: ¿Es así como lo ves?
NIKKA: Desgraciadamente, sí.
NIGEL: Es más difícil mantener tres bolas en el aire que dos.
CARLOTTA: Eso es un cliché. ¿Qué significa?
NIGEL: Estoy completamente agobiado y rendido, eso significa.
NIKKA: No, es más profundo que eso.
NIGEL: Por apropiarme de una frase, ¿qué diablos significa eso?
NIKKA: Significa que no me gusta ser tratada como un zapato viejo.
CARLOTTA: No estás en onda aquí.
NIKKA: Las relaciones en tres sentidos son espinosas, pero cada miembro debe dar tanto de sí como...
NIGEL: Suena a jodido libro de texto de sociología.
CARLOTTA: Empaliza.
NIGEL: Lo hago. Realmente lo hago.
NIKKA: Estas sentado por ahí, leyendo las actualizaciones astrofísicas pero ya no te escucho nunca como a un hombre corriente.
NIGEL: Existe la posibilidad de que no lo sea.
CARLOTTA: No vuelvas a envararte con nosotras.
NIGEL: ¿Lo estoy imaginando, o hemos pasado de Carlotta a mí?
CARLOTTA: Quizá sea el mismo problema.
NIKKA: No, no lo es. Todos nos ayudamos recíprocamente. Pero Nigel se ha estado sumiendo en estos estudios neuroantropológicos de la matriz y cerrándose al mundo.
NIGEL: Es verdad.
CARLOTTA: No tan rápido. Mi impresión es que vosotros dos giráis tanto uno alrededor del otro que no puedo entrar ni de lado.
NIKKA: Admito que he estado preocupada por él. Acaso sea menos, menos accesible para ti. Pero él se está distanciando de mí. Y de ti.
CARLOTTA: A veces creo que es sólo una táctica. Nigel: ¿Ganar en virtud de la retirada?
CARLOTTA: No exactamente, pero...
NIGEL: ¿Entonces qué? Soy un renegado, lo he admitido. Y me bebo el tiempo en grandes gotas ocupado en mis obsesiones. Pero son mis obsesiones. ¿No me he merecido ya el derecho a...?
NIKKA: No, en esta relación, no lo has hecho. Tienes que participar.
CARLOTTA: Mira, creo que deberías considerar lo que estás haciendo con, o haciéndole a Nikka. Ella no es ahora la misma persona que cuando abandonamos la Tierra. No responde a la gente, a mí, de la manera en que lo hacía entonces, y creo que es...
Nikka se volvió hacia Carlotta.
— ¿Por qué no haces lo que tú deseas? Lo que tú realmente sientas, en vez de ser un eco y reaccionar en virtud de nosotros, de mí, de...
Nigel dijo lentamente:
—Sí, me parece...
— ¡Y tú...! —gritó Nikka—. ¡Se supone que hemos de estar andando de puntillas suavemente a tu alrededor mientras estás murmurando profundos pensamientos sobre quién sabe qué!
Carlotta empezó:
—Mira...
Nikka se revolvió hacia ella.
—Cada uno hemos de tener nuestra propia vida. ¿No lo ves? Las cosas a tres bandas son más difíciles. Sólo funcionan si una pareja no es más importante que la otra.
Carlotta dijo:
—Pero tú y Nigel sois más importantes que tú y yo, o que Nigel y yo.
—Dale tiempo —añadió Nigel.
Aunque, realmente, no pensaba de ese modo.
Nikka suspiró. Dijo serenamente a Carlotta:
—Haz lo que realmente desees. Ésa es la respuesta. Es la única forma de que seas feliz.
Nigel asintió, algo atónito. La tormenta de las dos mujeres le había pillado por sorpresa y no estaba seguro de lo que significaba.
—Y yo, a mi vez, procuraré no retraerme tanto —dijo seriamente. Ni remotamente veía cómo, sin embargo.
Estaba haciendo terapia cuando Bob pasó, sudoroso de correr.
—Todavía metiéndote en esa caja, ¿eh? —preguntó Bob. —Golpeó el metal gris—. ¿Ésta es la de neurosincronía?
—Exacto. —Nigel hizo una mueca—. No es mi favorita. Te produce sensaciones de picor por los nervios, como ratones helados corriendo hacia tu corazón.
Bob se estremeció.
—Yo me mantengo apartado de estos trastos.
—Hazlo, sí.
—Cada vez que tengo que entrar por alguna tarea médica, siento como si estuviese poniendo los huevos en una fresadora. Algo va mal y ¡puf!
—A mí no me queda elección. Me temo que no volveré a trabajar para ti. De hecho, me sorprendió que me consintieras en el equipo de rascado de la tobera.
Bob se apoyó contra el voluminoso armario y se enjugó el sudor de la cara, haciendo una mueca.
—No fui yo. Ted anuló mi dictamen. Ojalá no le hubiera dejado.
—No es culpa tuya. Mi informe médico era bueno, después de todo.
—Regular. Sólo regular.
— ¡Oh!
—El asunto fue que te rechacé de inmediato. Ted vino y se me echó encima, realmente encima. Invocó cierto compromiso, hizo que Sánchez, de Medicina, me engatusara. Funcionó. Finalmente, cedí.
— ¡Ah!
—Ojalá no lo hubiera hecho.
Era, desde luego, el tipo de cosa de la que nunca podías estar seguro. No obstante, desde el punto de vista de Ted, el cálculo era bastante simple: ¿cómo podía perder Ted? Si a Nigel le iba bien en el trabajo, la situación habría continuado como antes. Por el contrario, con el fracaso su largo restablecimiento reducía su efectividad política.
¿O esto era paranoia? Difícil de decir. Decidió guardarse sus pensamientos para sí mismo. En última instancia, siempre existía la posibilidad de que aquello fuese meramente un movimiento de apertura.
Carlotta dijo:
—Sigo sin estar de acuerdo —y dio un sorbo a su bebida. Era otro brebaje efervescente, que colmaba el aire de un dulzor hormigueante.
Nigel insistió.
—Las máquinas pueden evolucionar, al igual que los animales.
—Mira... esos trastos que hemos encontrado, orbitando mundos espantosos, inextricables. Claro, son artefactos automáticos. Pero ¿inteligentes? Autorreproductores, vale. El tiempo que se requiere para crear una entidad realmente inteligente es...
—Enorme. Concedido. No hemos dado fecha a la mayoría de esos mundos. No podemos, con un solo vuelo de pasada. Podrían ser billones de años más antiguos que la Tierra.
Ése era el meollo. Resultaba difícil pensar en lo que podría ser la galaxia si la inteligencia orgánicamente derivada era una simple chispa transitoria, si la evolución de la máquina dominaba a largo plazo. Las ruinas que el
Lancer y
las ondas estaban hallando parecían afirmar que incluso las sociedades que habían colonizado otros mundos podían ser vulnerables al suicidio de la especie. Los sistemas complejos en órbita contarían con la mejor oportunidad de sobrevivir. Una guerra sería una poderosa presión selectiva para la supervivencia entre máquinas que poseían, por débil que fuese, un deseo de supervivencia. Con tiempo...
Ésa era la cuestión. Los acontecimientos a escala galáctica eran lentos, majestuosos. Ese hecho había sido escrito en la estructura del universo, desde el principio.
Para que las galaxias llegaran a formarse, la energía expansiva del Big Bang tenía que darse en la cantidad exacta. Para que las estrellas se aglutinaran a partir de nubes de polvo, ciertas constantes físicas tenían que darse en la medida precisa. De lo contrario, el hidrógeno común no se propagaría tanto y la evolución estelar sería muy diferente. De ser las fuerzas nucleares un poco más débiles de lo que son, ningún elemento químico complejo sería posible. Los planetas serían lugares indistintos, sin una variedad de elementos para fraguar la vida.
El tamaño de las estrellas, y sus distancias unas de otras, no eran arbitrarios. Si no estuviesen ligeramente extendidas, las colisiones entre ellas pronto habrían trastornado los sistemas planetarios que las orbitan. El tamaño de la galaxia estaba establecido, entre otras cosas, por la fuerza de la gravedad. El hecho de que la gravedad sea relativamente débil, comparada con el electromagnetismo y otras fuerzas, permitía a la galaxia contener cien billones de estrellas. La misma debilidad permitía a las entidades vivas, mayores que los microbios, evolucionar sin ser aplastadas por la gravedad de su planeta. Eso entrañaba que podían ser lo bastante grandes, y lo bastante complejas, para soñar con viajar a los recónditos puntos de luz de un negro firmamento.
Estos soñadores orgánicos estaban condenados a un fin patético. La evolución obraba implacablemente en un ciclo de nacimiento, procreación y muerte. Cada forma de vida tenía que hacer sitio a su prole, si no el peso del pasado generaría cualquier mutación, cualquier cambio diezmador. Así pues, la muerte estaba inscrita en el código genético. El arbitrio indiferente de la evolución seleccionaba tanto la muerte como la vida.
El advenimiento de las entidades inteligentes implicaba el nacimiento de la tragedia, la aprehensión primera de la finitud personal. Dada la distancia de los planetas habitables a una estrella, se podía deducir la temperatura de la superficie, contando como factores las constantes físicas que predicaba la química, no resultaba difícil calcular el tiempo de vida aproximado que la evolución dictaba para la vida inteligente de tamaño humano: un siglo más o menos. Lo cual comportaba que apenas había tiempo para mirar en torno, comprender y trabajar durante unas pocas décadas frenéticas, antes de que se cerrase la oscuridad. A lo sumo, un organismo inteligente podía dejar su huella en una o dos áreas del pensamiento. Venía y desaparecía en un parpadeo. A lo largo de su vida, el cielo nocturno parecería no moverse en absoluto. La galaxia parecía congelada, inmutable.
Estrellas inmóviles, metas recónditas. Los seres orgánicos, sabedores de su propia muerte venidera, todavía podían soñar en ir allí. Aunque, en sus viajes, estaban sujetos al límite de velocidad fijado por la luz. De haber sido mayor la velocidad de la luz, permitiendo vuelos rápidos entre estrellas, el precio a pagar hubiera sido inmenso. Las fuerzas nucleares serían diferentes; el lento filtrar en las estrellas de los elementos pesados no funcionaría. La larga marcha ascendente que conducía a las criaturas de tamaño humano nunca se habría iniciado.
Así pues, todo se entretejía. Surgir en este universo de modo natural implicaba un conocimiento fidedigno de la muerte inminente.
Eso menguaba todas las perspectivas, obligando a una criatura a pensar en cortas escalas de tiempo: tiempos tan truncados que una travesía entre estrellas constituía una odisea que periclitaba la vida.
—...No da explicación de los Pululantes, no da cuenta adecuadamente de los EM — estaba diciendo Carlotta—. Tu explicación tiene demasiadas lagunas. Demasiados supuestos infundados.
—No ha dispuesto de ayuda para un análisis detallado, recuérdalo —intercaló Nikka.
—No —repuso Nigel—. Carlotta tiene razón. Requiere trabajo. Trabajo conceptual.
Se arrellanó mientras las mujeres discutían las últimas imágenes de la lente gravitacional, dejó que su mente vagara. Contempló los movimientos veloces, hábiles, de Carlotta. Dedicaba un montón de tiempo a su vestido, realizando ingeniosas confecciones con los escasos suministros disponibles. Estaba perdiendo contacto con ella. Ésta veía más a Nikka que a él, y conocía a muchos tripulantes que ahora estaban multiacoplados. Esa gente se pasaba no sólo sus horas de trabajo, sino también las de esparcimiento, conectados, tomando parte en — ¿cómo era la frase?— una “socialización asistida por computadora”. Entretanto, la Sección Teórica no estaba produciendo ninguna hipótesis nueva, nada aparte de una abúlica compilación de datos. Según se sumaban los años luz, la tripulación se replegaba hacia dentro, lejos del abominable vacío que había más allá de los límites de piedra del
Lancer.
Pocos salían ya al exterior, desasistidos, para contemplar el arco iris relativizado por el Doppler. Las semanas se sucedían sin que oyese mencionar siquiera a la Tierra en una conversación casual. Frente a la inmensidad, algo inveterado en los humanos les hacía reducir los asuntos a lo local, lo presente, lo específico.