...eso es inverosímil, ha tenido que ser una descarga eléctrica apropiada a un sistema biológico, de bajo voltaje y alta corriente, almacenada en alguna parte. Tal vez en las baterías electroquímicas que llevaban con los salinos fluidos metálicos en sacos aislados. Una manera muy condensada de almacenar energía en un mundo pobre en oxígeno, lóbrego, sofocado de polvo rojo, por lo que el ser de la carretilla...
Nigel retrocede, deja que los demás se agolpen a su lado para ver la singular tensión liberada, se mueven en desorden y sin objeto, disolviéndose en una afanosa actividad más allá de la tronera, y siente en las aletas de la nariz la oleada enardecida del animal humano como si fuera una tribu. El ser está vivo, vivo aunque mudo, todavía debe percibir el cosquilleo de lo exterior, pero a través de una turbia bruma de hibernación. Una táctica con eones de antigüedad, para dejar que el horno interior mengüe, evitando los apogeos de los mamíferos y los excesos de la desesperación provocada por el hambre, para someterse a una prolongada inactividad vigilante. Eso es lo que enseñaría el frío cálculo, no pertenecer a la clase caliente como nosotros, no ser un esclavo de un metabolismo constante, no cuando el devenir de la historia es tan lento, tan delicado.
...la muchedumbre vuelve ahora a irrumpir sin titubear desde la portilla con las bocas redondas como una o. Se escuchan broncos resoplidos y se forma un calor fugaz en el aire liviano. Al darse la vuelta, Nigel adivina, ve la humana dispersión desde la carretilla. Nikka, delante de todos, ayuda a transportar a los siniestrados y mira atrás ahora con los ojos muy abiertos tras la burbuja del casco, en tanto que la criatura EM acapara las líneas del comunicador con un vibrante crepitar en un agudo sonido, y con dolorosa lentitud levanta una pierna, se debate, encuentra un asidero, gira la gran cabeza rectangular... ¡Ah!, sí, el eje más prolongado puede resolver todas las longitudes de onda, menores que su propia longitud. A fin de obtener la mejor visión y enfocar la imagen, giras la cabeza hasta que el borde alargado se alinea con la dirección que deseas percibir y, por instinto, el cerebro almacena la imagen, despeja la bruma de imprecisión, y la cabeza — bamboleante, débil, alzada sólo por una amenaza mortal— vuelve a girar. La piel, palmeada y cerúlea, refleja la luz. Sacude los brazos en busca de una presa, pataleando en pos de un punto de apoyo para erguirse. Otro iracundo estallido de ruido radial atraviesa las líneas del comunicador.
...pero esta señal debe ser únicamente para definir, para percibir, para ver, recuerda Nigel...
Agarra el extremo de la carretilla, se vuelca hacia un lado, con los brazos extendidos y la cabeza gacha ahora, descendiendo las piernas hasta la cubierta, pesado, insonoro de no ser por el zumbido atiplado de las líneas del comunicador. Y se yergue, rígida y bruscamente, descollando en la bahía.
...Nigel sabe a qué se parece. Por todas partes las superficies metálicas reflejan sus pulsaciones, cegándole con una identidad diseminada cuando el ser emite impulsos de radar para percibir su mundo y al mismo tiempo se da nombre a sí mismo, el pulso era su rúbrica, por lo que ahora el universo, tan firme bajo sus pies, salmodia y hace pedazos el nombre devolviéndoselo, despedazado e inaprensible; no del modo en que sus compañeros le devolverían el sonsonete, no, sino a la manera reverberante, de aguzados bordes del metal arrojándole el nombre como reprimenda y rechazo indiferente; no acogiendo silencio celeste en las alturas, sino una algarabía de ecos acumulándose en su ausencia, voces y voces todas haciendo añicos un tartamudeante caos indiscriminado, duro y hostil, un vacío bullicioso.
Se tambaleaba. Habían pasado dieciocho minutos ya, y continuaba de pie. Las piernas, como varas, le temblaban. Dio un paso vacilante, tanteando la lisa cubierta de piedra en busca de asidero. Lento, dolorosamente lento. Las leves sacudidas le hacían voltear la cabeza, inclinándose a un lado y otro. Estaba intentando intensificar su definición de este mundo revestido de metal.
—Mira cómo le tiemblan las rodillas —observó un hombre cercano. Nigel echó una mirada al hombre y a sus compañeros. Vestían trajes lisos y llevaban pesados fardos de equipamiento.
—Se está quedando sin energía —dijo Nigel a Ted, quien se hallaba próximo, escuchando atentamente su comunicador acoplado a la oreja.
Ted asintió una vez, dos, y apagó el comunicador.
—Eso es lo que nosotros creemos —repuso.
—Estaba en una especie de fase durmiente —dijo Nigel—. Aunque tiene reservas de emergencia, eso es evidente. Algo...
—Lo averiguaremos cuando lo desmembremos —alegó Ted.
— ¿Desmem...?
—Hendricks y Kafafahin están muertos. Electrocutados.
— ¡Hum!
—Es hora de dejar de hacer tonterías —dijo el pelirrojo.
—Lo que yo digo es que podéis dejar que el ser se agote y ser más cuidadosos la próxima vez. No hay ningún motivo...
Ted se volvió abruptamente hacia Nigel.
—Míralo por ti mismo. Hay dos hombres muertos y no voy a correr más riesgos. Las directrices son que sigamos las convenciones sobre las formas de vida alienígenas (las grandes, en cualquier caso) a menos que la vida humana se vea amenazada.
—Bien cierto. Pero...
—Nada de peros, Nigel. Fritz —Ted hizo un gesto al pelirrojo—, cuando caiga, dale cinco minutos antes de entrar. Luego sigue esa rutina de biopsia preliminar, la determinada como último recurso.
—No hay necesidad alguna de matarlo —repuso Nigel sosegadamente—. Creo que podemos entender qué causó esa...
—No voy a arriesgarme —alegó Ted de forma terminante. Una comisura de su boca se alzó en un rictus—. Manteneos alejados de él cuando entréis —indicó a la patrulla cercana—. Ningún contacto.
Nigel se interpuso entre Ted y los demás hombres. Si simplemente lograse desviar la atención del hombre de los preparativos, haciéndole entrar en razón por encima de la adrenalina.
—Creo que si me permites entrar podré esclarecer lo que ha sucedido. El ser debe tener puntos de almacenamiento, condensadores internos. Podemos localizarlos mediante los rayos X. Después puedo eliminar los restantes...
—No voy a poner en peligro a nadie por ese ser. Particularmente a ti, Nigel. —Hizo un amago de sonrisa.
— ¡Si retrasaras esa orden durante diez jodidos minutos!
—No. Ahora cállate y déjame pensar. —Ted apretó la mandíbula y frunció la boca, rozándose los pies. Los restregaba cuidadosamente arriba y abajo, mientras formaba ondas con los músculos de su mandíbula.
Hubo un movimiento abrupto a través de la portilla. Nigel observó cómo la criatura EM se balanceaba, oscilando la cabeza. Dio una patada a un conjunto de elementos electrónicos. Los brazos se agitaban inútilmente, asiendo fantasmagóricas imágenes reflejadas desde las paredes, incapaz de hallar la llave que abriría este mundo informe.
Cayó.
El equipamiento se desperdigó en todas direcciones. La alta figura se desplomó despacio, tratando de aferrarse a sí mismo y de mantenerse erecto. No pudo encontrar el equilibrio. Sus manos se crisparon y las uñas afiladas de los seis dedos ahusados y nudosos extrajeron chispas de la piedra. No hubo ruido. Pataleó una, dos veces, haciendo añicos una unidad de bioalmacenamiento.
—Preparados —dijo Ted, con un aflautado hilo de voz.
Nigel contempló a los hombres y a sus caras tensas y concentradas. Se dio la vuelta para alejarse, cansado y disgustado.
Nigel activó el foco del microscopio de contraste de fase. Los de biología habían repasado las incisiones de tejido millares de veces y él había leído el informe preliminar, pero deseaba verlo por sí mismo.
La criatura poseía muchos sistemas de órganos en común con las especies terrestres. Un hígado, con células de doble membrana, salpicado de ribosomas e intrincado. Un cerebro gris con circunvoluciones. Y el cuerpo achatado se servía del mismo equilibrio económico, de haces de tubos, varillas de apoyo y alvéolos giratorios, ora desplegándose, ora contrayéndose.
Pero la firme mano de la evolución había eliminado los ineficaces combustibles químicos que sustentan a los animales terrestres. Los EM almacenaban energía eléctrica en grandes condensadores cilíndricos y la liberaban en descargas cuando era preciso. Los condensadores eran películas de membranas con finos pliegues de acordeón, envueltos todos por una textura de toalla turca, relato pictórico de una pugna por emerger a la superficie. Cada condensador era un bosque de condensadores mas pequeños, todos aislados y amortiguados para que una torcedura fortuita del cuerpo no pudiese descargar el preciado tesoro.
Nigel apagó el microscopio. Una vez vislumbrada una idea, ésta parecía natural. El oxígeno era poco abundante en Isis, con todo el azufre emitido que enrarecía el aire. Así pues, la naturaleza se había servido de un método completamente aquímico de crear un animal grande y derrochador de energía. No encierres la energía en enlaces químicos y traslades la masa con el cuerpo. En vez de ello, ingiere los alimentos que puedas encontrar, y procesa después los elementos químicos, guardando la energía en cargas separadas, positivas y negativas. Los nervios de chapitas de silicona realizaban una parte, y el estómago, de extraño aspecto, se encargaba del resto del trabajo.
Nadie en la Tierra había anticipado nunca un ciclo digestivo electrodinámico. Sin embargo, cuando llegabas a ver la lógica...
Nigel se rascó la nariz, estupefacto. Era del todo conveniente y loable conocer los entresijos, pero ¿cómo vivían los EM en realidad? ¿Cómo habían seguido esa dirección? Las únicas claves debían de descansar allá, en el crudo y lóbrego paisaje.
Bob Millard había establecido nuevos cometidos para los equipos de exploración, a la luz de los descubrimientos debidos a la muerte del EM.
Nigel disponía de una labor secundaria en la exploración, emparejado a un tipo llamado Daffler. Volvió a rascarse la nariz.
Quizá se presentase una oportunidad y vislumbrar alguna clave.
Quizá.
Resollando, con un resonar de metal y múltiples chasquidos, Nigel gana velocidad. Detrás de él, Daffler tiene problemas para que su locomotora izquierda gire hacia arriba. Si logra poner tierra de por medio, puede que Daffler no lo alcance y Nigel esté en disposición de desenvolverse con cierta libertad, siguiendo su olfato...
— ¡
Eh! He dicho que esperes.
—
Hay algo por este lado...
—
Si he dicho que esperes, significa que esperes. Mira, Nigel, Millard lo dejómuy claro.
O
sigues mis
órdenes sobre el terreno o te desconecto.
Nigel frena. Sabía que no iba a resultar, pero algo en su interior dio validez a la intentona, algo orgulloso y travieso que afloró cuando de nuevo sintió sus estabilizadores y locomotoras clavándose en la corteza de Isis. Estima que ésta será su mejor oportunidad, acaso la única, de ver a los EM tal como son, no a través de la 3D o en secos informes, todo lo cual le distancia de la experiencia real y le obliga a seleccionar espectros, datos, lugares y retazos de información para sustituir los que podría obtener personalmente.
—
Ya he asegurado este alojamiento lateral. Estoy contigo.
Nigel sonríe apenas, pensando en el interior de fría piedra de una catedral inglesa, en los servicios que abnegadamente había soportado allí hacía tanto, un chiquillo atemorizado aún por las altas columnas de granito y el abrumador peso solemne del servicio mismo.
El Señor sea con vosotros.
Amén.
Y con tu espíritu.
La ostia quemándole la lengua con su vínculo que se consume blandamente, prometiendo que al final él ascendería, un nudo de sangre rebosando de un cuerpo marchito, listo para asimilar la noche,
tomad, comed
,
éste es mi cuerpo y mi sangre
, coméoslo todo, engullid un universo de tinieblas que se cuelan por debajo de las puertas hasta el naranja cálido de la sala de estar familiar. Su padre sentado en aquella mecedora oscilante, mordisqueándose el labio mientras escuchaba, meciéndose, meciéndose, severo. Habla su hijo. Tonos deliberadamente apagados subrayan las largas notas desafinadas que vienen del órgano, mientras recogen la colección, las monedas tintineando en las bandejas, una gelidez de liso granito que se alza en el aire. Él afirma que la
mecedora
[2]
se trocará en un cohete, Padre, Padre que estás en los Cielos, Padre que estás en los Cielos ahora...
—
Parece que están girando al este de nuevo.
Nigel se alza y conecta la trama de su placa facial. Se ven unos puntos rojos. El avance temporal muestra que escalan el valle, lejos de los vientos radicados del Ojo. Se están moviendo deprisa. Más deprisa, afirma Alex, de lo que haya visto trasladarse antes a los EM a parte alguna, con un ritmo que exige más energía de la que permitiría el entorno escaso en oxígeno. Alex se percató de la actividad en este valle hacía más de una semana. Pero otros puntos de la superficie tenían prioridad, y para cuando el gran disco había enfocado la región, una nueva tormenta se había internado procedente del Ojo. El valle estaba horadado de orificios volcánicos que manaban.
El polvo se arremolinaba en las columnas de calor ascendentes en el aire rico en agua, amoníaco y dióxido de carbono.
Nigel vuelve sus instrumentos ópticos hacia abajo, para ver su propio caparazón de hidroacero, donde unas salpicaduras marrones emborronan los números de serie del robot, goteando hacia el suelo en regueros. Es lluvia de barro. El polvo se vuelve sulfuroso cuando aquélla entra en contacto con el aire volcánico. Parece raro que los EM prefieran este valle resbaladizo, estruendoso, en penumbra, a los valles en declive del otro lado, donde corre clara el agua y el aire lleva solamente la tenue bruma de polvo del Ojo que se resiste a los húmedos volcanes.
—Ve
rápido hacia el este, Nigel, detecto una microonda aguda procedente de allí.
Traquetea sobre rocas húmedas y se abre camino ladera abajo. La ilusión va mejorando a medida que los bucles retroactivos le acoplan cada vez mejor a los elementos dinámicos de la máquina. Llegan hasta él los movimientos diestros y seguros de los servos al posarse con fuerza los anchos pies,
clump, clack
, hacen sentir a Nigel como si diera zancadas por terreno desigual con botas de instrucción. Nota incluso los estabilizadores, cuyas firmes tenazas se convierten en músculos de la pantorrilla; los muslos se tensan y relajan; la columna montada sobre sus discos; los brazos oscilan para mantener el paso uniforme, seguido, mientras que el hidroacero se desplaza con estrépito por un mundo difuso, escruta y aparta cortinas de polvo con motas de vida, el denso aire de aquí es una factoría química estimulada en última instancia por las fuerzas de la marea que desgarran la tierra, erigen las montañas del Ojo, rezuman a través de las capas de polvo horneadas, perforan orificios en los altos valles montañosos, arrojan por todas partes humedad y escorias al cielo, ocultan para siempre el firmamento por lo que los EM nunca han conocido las estrellas, salvo quizá por una noche en un millar de años, cuando cayera el polvo y los puntos argénteos titilaran en la inmensidad. Pero los EM carecen de ojos para ver.