¿Dónde están? Algunos sensores regionales, enterrados en hendeduras para pasar desapercibidos a los EM, le informan con una ráfaga de datos puntuales. Allá unos cuantos EM están en activo, emitiendo su elaborada señal al cielo, hacia la recóndita Tierra invisible que, durante algunas horas va a estar pendiente de Ra. Pero la mayoría están dormidos y sus trazadores permanecen estáticos, a pesar de que unos pocos dan muestra de perezosos movimientos en el mapa proyectado en 3D. Nigel pulsa una anticipación de su sendero de reconocimiento, constata que no alcanzará la proximidad de las criaturas EM durante algunas horas, y desciende sin titubeos, reforzado por el traje. El impulso le envía en arco por encima de un peñasco gris, hasta la cara opuesta de la cima. Los giróscopos le evitan dar traspiés en este nuevo avance desaforado, y aterriza, con un crujido, para lanzarse de nuevo, con saltos de baja altura a fin de no llamar la atención del Mando. Pero se mueve deprisa, clavada la vista en la oscuridad que se cierra ante él cuando se posa de nuevo el polvo, dejando atrás velozmente los achaparrados árboles alambre de la parte inferior. Sus acústicos registran el persistente hálito inmemorial de los vientos del Ojo y, más alto, una algarabía de rumores del frenético escabullirse de seres que se dispersan frente a él. Corren sólo unos pocos metros y se detienen, exhaustos y a la escucha, conservando sus reservas musculares en tanto que husmean el aire, cargado de polvo, en busca de oxígeno. Esta nueva tormenta impregnada de azufre, proveniente del Ojo, ha sustraído del aire más oxígeno de lo que es habitual y, por debajo del vendaval, la vida se torna torpe, indolente. Corre a ras del suelo. Queda atrás, más abajo, uno de los curiosos túmulos, hendidas sus piedras por rayas dentadas, sin que parezcan una representación de nada que los hombres puedan determinar, aunque han sido realizadas por los EM, de eso están convencidos. Algunas de las criaturas se han detenido cerca de los túmulos, colocando de nuevo las piedras, musitando en el microondas.
Avanza entre las escabrosas colinas, gasta reservas de energía sin comedimiento, corre con trepidar metálico, sondea la lobreguez rojiza que se extiende ante él. Por encima suyo una brillante lanza amarilla aflora en la escarpadura: la lava. Su humeante resplandor atraviesa una mortaja de polvo, y Nigel resella, el ejercicio provoca en él un leve asomo de fatiga mientras baja precipitadamente una prolongada pendiente hasta el suelo del valle asolado. Una sombra se disipa para volver a formarse luego y Nigel se detiene en seco, semioculto por un saliente de roca. Una extraña sensación de cosquilleo penetra en él, mientras contempla la sombra detrás de un velo de polvo, una sombra de un azul pálido que maniobra hacia adelante. Tiene cuatro piernas, sí, es el imperativo cuadrúpedo, según había dicho uno de los biomecánicos de a bordo. Y el alienígena se hace manifiesto, repentinamente cercano, al soplar una racha de aire. Enorme. Silencioso. Inmóvil. No obstante, dimana de él una pulsación crujiente de microondas cuando vuelve su larga cabeza rectangular, se agita como una rueda sobre cremalleras, lejos de Nigel y en dirección a la base de la escarpadura. Su piel es cerúlea basta, cubriendo un aparato de huesos tan evidente que a Nigel se le antoja estar viendo muy hondo en el ser radial. Ve la urdimbre, las costillas encajonadas, la frágil jaula de varillas que reviste el abdomen, las largas piernas rígidas que trepidan cuando el ser tantea el camino entre las rocas resquebrajadas por el calor, andando con cautela, avanzando a tientas. Nigel lo deja retirarse hasta ser una sombra tenue en la rosácea calígine, y después lo sigue. Por encima, unos dedos amarillos entrecruzan la vertiente rocosa. Sus acústicos registran el borboteo espumeante del volcán. Va en pos de la criatura EM. A la derecha de Nigel algo borroso aparece de pronto, cobra nitidez; es enorme, descuella sobre él, en la variable corriente bermeja. Nigel se agazapa, apaga su susurro mecánico, contiene el aliento...
— ¿Nigel, qué te ha llevado a apartarte del sendero de reconocimiento? Acabo de empezar y be puesto en marcha una comprobación de todas las estaciones. Ramakristen dice que todo el mundo está bloqueado hasta que amaine esta tormenta, y te encuentro...
—Tranquilo, Bob. Te informaré más tarde.
— ¿
Quésignifica eso de más tarde? Tío, estás a tres sigmas de tu punto.
—En módulo de contacto, Bob. Remite mi salida a T'ang.
Retrocede velozmente en la arremolinada calígine de polvo y las dos sombras se alejan juntas, con sacudidas de sus piernas envaradas, a mayor velocidad de la que se les ha visto nunca en la 3D. Las cabezas rectangulares se giran y oye un balbuceo, un chapoteo de banda ancha de latidos en microondas y armónicos.
—
Cristo. Tienes a los EM a tu alrededor, Nigel.
¿Cómo has llegado hasta ahíy por qué
condenada razón?
Nigel activa la sobreimpresión codificada por el color y ve los pitidos que convergen, ahora apuntan hacia él todos los vectores integrados... No, no, cerca de él, unos cientos de metros al este.
—Algo está sucediendo.
—
Eso es lo que se suponía que no debía suceder; estás ahípara retener la posición, no para hacer...
— ¿
Qué indica el mapa radial? —murmura Nigel para despistar al sujeto, y se mueve cautelosamente por detrás de las oscilantes sombras que se desplazan con sordo ruido, fundiéndose con el azote del aire grumoso.
—
Lo estoy recibiendo. Alex estáa la escucha, pero tengo que hacer saber esto a Ted, Nigel, has mandado las normas tácticas al infierno.
Nigel guarda silencio, atento al hueco ulular de los vientos cuando soplan sobre los peñascos enhiestos de las rocas quebradas, presta oído a los canales acústicos pendiente de algo que proceda de los EM. No se oye nada, nunca se ha oído. Al parecer carecen de habla. Son también ciegos y se perciben unos a otros mediante las voluminosas cajas emisoras de radio de sus cabezas. Su canción varía ahora, se dispersa a lo largo de una escala diatónica. Se aproxima esquinadamente. Éstos son de los mayores, más de cuatro metros de altura, y se tambalean al buscar un punto de apoyo en las rugosas rocas grises.
Un atronador estallido rueda por los días eternos, amortajados de polvo, hermosos.
— ¡
Eh! aléjate de ahí, acabo de registrar...
—
Se trata del volcán, eso es todo.
—
Pero estás atascado en la cima de un...
—
Puedo correr más rápido que un torrente de lava.
— ¿
Y si hay un corrimiento? Están produciéndose continuamente ahí...
—
Tranquilo.
—Joder, Nigel, estás...
— ¿
Qué dice Alex?
Por delante distingue más sombras.
— ¡Oh!, los EM han enmudecido todos. Dejaron de oírse hace aproximadamente un minuto, todos...
—
Tranquilo.
El sibilante calor del torrente de lava se halla más lejos; lo registra claramente en los acústicos. Delante, las sombras se inclinan y se aposentan. ¿Buscando calor? Resultaría beneficioso; poseen un bajo promedio metabólico y, habida cuenta de que no son reptiles, podrían ahorrar valiosas reservas calentándose en una fuente oportuna, aunque peligrosa. Él se encoge en una grieta rocosa. Seis de ellos convergen en una prominencia irregular, donde unas manchas verdeazuladas salpican la roca quebrada. Se mueven torpemente, desplazando y ladeando sus voluminosos cuerpos y, paulatinamente, toman asiento, con las negras protuberancias que enmarcan sus abdómenes henchidos hacia el frente —a Nigel se le pasa por la cabeza una imagen sexual—, sobre la roca pelada. Él se aproxima. Ningún chisporroteo de radio. Como si estuvieran dormidos. Alcanzarían a verle a la menguante luz rosácea si poseyeran ojos, mas no se inmutan. Nigel aguarda. Ningún movimiento. Luego, despacio, se inicia un cambio en sus pieles. Empiezan a sonrojarse y su habitual tono azul pálido parece bañado por fugaces arco iris de color. Se hallan inertes, pero su brillante carne cerúlea danza en abigarrada filigrana cromática. El distante volcán retumba con amarillos destellos. Algo está sucediendo, algo callado e importante, y si consigue devanar la madeja...
—
Nigel, soy Ted. Se te ordena que regreses, de inmediato. No quiero que...
—
Ciertamente.
En la pedante voz de Ted hay un asomo de ira. Nigel entiende que ha llevado los límites de su misión de vigilancia tan lejos como le permitirán en esta ocasión. Mejor retirarse. Y está cansado, demasiado, más de lo que era de esperar. Hay algo intenso aquí que le ha drenado en el esfuerzo por percibirlo.
—Retrocedo, Ted.
Se aleja. Suda dentro de su arnés servoasistido y confía en que las cintas inscritas no revelen cuan fatigado está. El mero hecho de retornar al módulo de almacenamiento y mantenimiento de trajes será un gran placer. Ha aprendido a saborear semejante inmersión. Remueve la arena de color limón y vuelve sobre sus pasos, contemplando a los EM que se pierden de vista, y se interna en el impetuoso ulular del viento y el sempiterno fluir del arcaico y transido mundo herrumbroso.
Ted asomó la cabeza fuera de la entrada de su oficina cuando Nigel pasaba.
— ¡Eh! ¿Dispones de un momento?
—Por supuesto. —Se detuvo en la entrada abierta que daba a la platea semicircular de Mando. Consolas y pantallas en funcionamiento tachonaban el ancho suelo, y desde el piso se erguían, como altos árboles, varias gradas de subsecciones separadas. La gente se afanaba por todas partes, pero sólo se oía un leve murmullo de ruidos imprecisos, una mezcolanza de máquinas impresoras, voces humanas y un constante temblor, que parecía estar en todas partes y en ninguna, procedente de la misma roca. Nigel, algo fatigado, se apoyó en el marco de la puerta. Aquí la roca labrada del
Lancer
había sido recubierta con plastilustre.
—Entra.
La oficina de Ted aparecía revestida de pseudomadera de nogal oscuro. Nigel se preguntó una vez más por qué éste no se había procurado simplemente el material auténtico. Su peso era sólo ligeramente mayor.
—Te veo mucho, ahí afuera, en la platea —dijo Ted. Nigel sonrió. El ritual preliminar: un toque de “qué tiempo hace”, y después a la cuestión.
—Me gusta darme una vuelta todos los días. A veces les lleva tiempo insertar nuevos datos.
—Sí. Tienen esta manía de retocar los mapas radiales hasta dejarlos como Picassos, cuando continuamente tipos como tú están suspirando por la materia prima. Diferencia de estilos, imagino. Nigel asintió.
Hacía largo tiempo que había aceptado la diferencia de intereses.
— ¿Tienes algo nuevo...? —apuntó.
—Echa un vistazo. —Ted encendió una pantalla mural de un metro y tecleó una instrucción. Isis se hizo visible. La imagen aumentó, cambió a un foco más reducido y se centró en una diminuta chispa de luz. Pasaron varias series de números como una exhalación por el extremo inferior izquierdo. La chispa se trasladó por la rosada faz de las tierras altas de Isis.
—Un satélite.
—Sí. En una órbita polar que cruza un poco al este del centro del Ojo. He aquí un primer plano.
Era una roca irregular de un gris pálido, con una retícula de puntos negros diseminados por la superficie.
—Es curioso —comentó Nigel—. ¿Esos puntos no son un artefacto de los ópticos?
—No, eso es lo que todos creyeron al principio, alguna pega en el programa. Pero están ahí, es innegable.
—Artificiales.
—Sí. Es un asteroide transformado, imagino. Y hay otro.
— ¿Oh? —Las imágenes volvieron a cambiar. Un segundo punto describió una órbita ecuatorial en tanto que la pantalla medía el tiempo. En un primer plano se veía otra rugosa roca gris, reticulada—. ¡Hum! En suma, pueden hacer un reconocimiento de cada centímetro cuadrado de Isis. El mínimo requerido para proveer plena cobertura.
—Exacto. Hemos trazado esas órbitas hacia atrás durante un período de casi un millón de años. Han sido estables durante todo ese tiempo, pero si fueron situadas con anterioridad, han tenido que hacer correcciones de ruta para permanecer en su emplazamiento. —Ted se inclinó hacia adelante sobre su escritorio con los dedos entrelazados—. ¿Algún comentario?
— ¿Cómo es que esto no aparece en los diarios?
—Mira, los técnicos trabajan más aprisa si no tienen a toda la tripulación metiendo las narices.
— ¡Hum! —Nigel escrutó la superficie irregular del objeto—. Hay algunos vestigios de antiguos cráteres, muy probablemente apagados. ¿Eso de ahí son resquebrajaduras? Quizá sean fracturas dislocadas a causa de antiguas colisiones. Pero los puntos negros fueron colocados mucho después de eso. ¿Cuál es su magnitud?
—Observa. —La pantalla quedó oscura y luego retrocedió para mostrar algún resplandor circundante, roca removida—. No distingo nada. Tal vez sean agujeros.
— ¿Han intentado el sondeo activo?
—No, todavía no, pero Alex...
—No.
— ¿Eh? ¿Por qué no? Alex dice que seguramente podrá conseguir una buena perspectiva para esta noche, su interferometría puede proporcionarnos treinta, tal vez cuarenta píxels en esa extensión. Luego...
—Eres un imbécil si llamas a la puerta de alguien sin saber quién hay dentro.
— ¿Dentro? Diantres, Nigel...
—Recomiendo precaución. Éste es el primer fragmento de tecnología que hemos visto en el espacio de Isis.
—Cierto, pero...
—Estudiemos la superficie primero.
— ¡Maldita sea!, no queda nada ahí abajo. Así de rápida es la erosión. Y el experto en el escrutinio de cráteres, Fraser, dice que se produjo una era de fuerte bombardeo de meteoritos también hace como un millón de años. Eso ha borrado de la pizarra a lo que quiera que haya podido situar esos satélites.
— ¿No hay ningún rastro de ciudades?
—Todavía no. Ahí abajo no hay nada, por lo que alcanzan a detectar el IR y los del escáner de profundidad. Por tal motivo creo que deberíamos ver lo que ha quedado en órbita. Estos dos satélites son probablemente lo único antiguo en los alrededores. Seguidamente, cuando hayamos comprendido eso, acaso esas criaturas cobren más sentido, y podamos empezar...
Nigel miraba a Ted fijamente.
—Los datos sobre los cráteres, eso todavía no lo he visto. ¿Cuál es la historia completa?
Ted agitó una mano, con la cabeza en otra cosa.
—Fraser aún está calibrando el tamaño de los cráteres contra las curvas de frecuencia. Ha de volver a calcularlo debido a la rápida erosión, y ha de tener en cuenta épocas diferentes.