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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

A través del mar de soles (35 page)

—Materia viva en las nubes... no miro... Ahíafuera hace un frío que pela.
¿Cuál es el impulsor termodinámica para la vida?

—Hay cantidad de IR alrededor. Asíes como ves esa línea de absorción, la misma línea que se presenta en la mayoría de los complejos de carbono.

—Mira en el centro. Eso es un silicato, el fragmento original de polvo sobre el que empezóesta célula. Apuesto...

—Y dos de ellas adheridas justo ahí. Mira, las cadenas están emigrando a la pared celular. Eso es. Eso es.

—Dios mío, aquítienen tal densidad que la antorcha se estácasi obstruyendo y este mejunje se estáadhiriendo como lapas al flujo vital. Tendremos que limpiar este revoltijo. Diablos, lo que hay en estas grandes nubes son células reproductoras. Hay más masa en estas nubes que en las condenadas estrellas, sin duda. Observa todos los tachones oscuros del cielo nocturno, sin duda significa que esta química de péptidos se estádando por todas partes...

Nigel contempló la lista de moléculas y radicales libres acumulados: etanol, cianuro de acetileno, monóxido de carbono, amoníaco, metano, agua... y concluyó que, en lo que al universo se refería, era aquí donde aparecía la química. Los planetas eran desdeñables. Guiadas por la luz de las estrellas, las retorcidas hélices disponían de tiempo para hallar a sus pares y producir incluso una complejidad mayor. Estas nubes moleculares eran los montones de abono donde se formaban las estrellas. Asimismo, atravesaban sistemas solares, sembrando los planetas de células pegajosas, hambrientas.

En el clamor de las voces de la tripulación, captó un arrebato de emoción. Habían visto docenas de mundos muertos y ahora se habían precipitado ciegamente en un caldero de vida. Las nubes moleculares eran los objetos de mayor masa de la galaxia, y llevaban más tiempo fraguándose que las estrellas. El
Lancer
acometió, abriendo un agujero a través de ésta, dejando restos candentes. Delante, brillando tenuemente a través de la vaporosa bruma de química, se encontraba el fulgor grisáceo de Ross 128.

SÉPTIMA PARTE
2061 LA TIERRA
1

Al mediodía, seis aeroplanos delta vinieron volando bajo, hicieron una pasada y se remontaron en el área rocosa del sur y, unos cuantos minutos después, los estruendosos motores se apagaron. Tres pelotones de infantería rápida, ágil, descendieron a paso ligero hasta la playa.

Warren los contemplaba desde la sombra que ocupaba con clara visión de Gijan. El hombre le había hecho transportar la radio y los suministros energéticos desde su escondrijo en los matorrales hasta la playa, donde pudo hablar con los aeroplanos. Gijan gritó a los hombres y se apartaron de la playa donde los Espumeantes podían verlos. Un pelotón cogió a Warren y le llevaron al sur, sin mediar palabra. En el lugar de aterrizaje, hombres y cabrías estaban descargando y construyendo, y nadie le miró dos veces. El pelotón le condujo a un pequeño edificio asentado en suelo rocoso y le encerraron dentro.

Era una liviana construcción de durabloque, de tres metros cuadrados con tres ventanas dotadas de fuerte malla de alambre por encima. Había una silla de madera achaparrada, una fina colchoneta para dormir en el suelo y una placa lumínica de cincuenta vatios en el techo que no funcionaba. Nigel probó el agua de una jarra de cuatro litros y la halló tibia y metálica. Había un balde para utilizarlo como retrete.

No podía ver mucho por las ventanas, aunque prosiguió el martilleo y el estrépito de descarga. Llegó la oscuridad. Un motor arrancó en las proximidades e intentó precisar si iba o venía, hasta que se percató de que funcionaba con revoluciones constantes. Pulsó el interruptor de la pared y la suave luz de arriba se encendió, por lo que supuso que el generador estaba en marcha. A la luz mortecina, todo en la habitación aparecía desvaído y frío.

Más tarde, vino un soldado musculoso con un plato de hojalata lleno de estofado de verduras. Warren se lo comió despacio, saboreando las cebollas, zanahorias, espinacas y tomates hervidos, refrenando su apetito repentino para percibir cada sabor separadamente. Rebañó la cazuela y bebió un poco de agua. En lugar de sentarse a pensar inútilmente, se tendió y durmió.

Al alba, vino de nuevo el mismo guardián con más estofado, frío esta vez. Warren no había terminado cuando el guardián regresó, se lo quitó y le puso en pie. El soldado le hizo marchar velozmente por un campamento a la pálida luz del amanecer. Warren memorizó los tamaños y distancias de los edificios lo mejor que pudo. El guardián le llevó al edificio más grande del campamento, uno prefabricado, con pintura de camuflaje para la jungla. La habitación frontal era una oficina donde Gijan estaba sentado en una de las cuatro sillas endebles y un hombre alto, chino o japonés, permanecía de pie junto a un escritorio de contrachapado.

— ¿Conoce al suboficial Gijan? Bien. Siéntese. —El hombre alto se movió con rapidez para ofrecer una silla a Warren. Se volvió y se sentó tras el escritorio; Warren le observó. Cada movimiento del hombre poseía una especie de cualidad deslizante, como si mantuviese su cuerpo centrado y equilibrado en todo momento para adoptar un ángulo nuevo de defensa o ataque si fuera preciso.

—Relájese, por favor —dijo el hombre.

Warren reparó en que estaba sentado en el borde de la silla. Se retrepó en ella, sirviéndose del instante para localizar al guardián en un rincón lejano a su derecha, a dos insalvables metros de distancia.

— ¿Cómo se llama?

—Warren.

— ¿Sólo tiene nombre? —inquirió el sujeto, sonriendo.

—Sus hombres no se han presentado, tampoco. No creo que tenga que ser educado.

—Estoy seguro de que se hace cargo de las circunstancias, Warren. En cualquier caso, yo me llamo Tseng Wong. Dado que estamos utilizando sólo el nombre llámeme Tseng.

Sus palabras brotaron separadamente, como bruñidos objetos redondos que se formaran en el aire inmóvil.

—Puedo entender que ha atravesado una situación difícil.

—No tan mala. Tseng apretó los labios.

—La evidencia dada por su pequeño —buscó la palabra— espasmo en el rostro, basta para mostrarme...

— ¿Qué espasmo?

—Tal vez ya no se dé cuenta. En el lado izquierdo, una tirantez en los ojos y la boca.

—No tengo nada de eso.

Tseng miró a Gijan, sólo una ojeada fugaz, y, después, nuevamente a Warren. Hubo algo en ello que a Warren no le gustó y se encontró centrando su atención en su propio rostro esperando a ver si algo andaba mal en él sin que se hubiese percatado. Quizás él...

—Bueno, lo dejaremos pasar. Era una observación casual, eso es todo. No he venido a criticarle sino a, primero, pedir su ayuda y segundo, a sacarle de esta espantosa isla.

—Podía haberme sacado de aquí hace días. Gijan tenía la radio.

—Su tarea estaba antes. Usted está fascinado por el mismo problema, ¿no, Warren?

—Me parece que mi mayor problema es su gente.

—Creo que estar tanto tiempo desguarnecido aquí le ha trastornado el juicio, Warren. También creo que sobrestima su capacidad de subsistir mucho en esta isla. Con el suboficial Gijan, a ambos les fue bastante bien, pero, a la larga, yo... —Tseng se interrumpió al ver la leve crispación hacia arriba en la boca de Warren que era claramente una mirada de desprecio.

—Vi ese maletín de raciones que Gijan había ocultado en los matorrales —dijo Warren—. Ninguno de ustedes sabe nada del hecho de vivir aquí.

Tseng se levantó, alto y firme, y se apoyó en la pared trasera de la oficina. Ello le daba una apariencia más casual, pero le situó de tal forma que Warren tuvo que mirar hacia arriba para hablar con él.

—Tendré la gentileza de hablar francamente. Mi gobierno (y varios otros, creemos) ha sospechado durante algún tiempo que existen dos poblaciones distintas entre los alienígenas. Una, los Pululantes, es capaz de acciones en masa, acciones casi instintivas, que resultan muy efectivas contra las naves. La otra, los Espumeantes, es mucho más inteligente. Tienen, igualmente, la facultad del habla. Sin embargo, no respondieron a nuestros barcos de investigación. Ignoraron todo intento de comunicación.

Warren dijo:

— ¿Todavía tienen barcos?

Gijan tomó la palabra por primera vez.


No.
Yo estaba en el último que se fue a pique. Nos sacaron con helicópteros y entonces...

—No es necesario entrar en eso —le atajó Tseng llanamente.

—Fueron los Pululantes quienes les hundieron. No los Espumeantes —repuso Warren. No era una pregunta.

—La inteligencia de los Espumeantes era, en realidad, sólo una hipótesis —indicó Tseng—, hasta que tuvimos informes de que habían buscado hombres y mujeres solos. Generalmente gente a la deriva, aunque, en ocasiones, incluso en la costa.

—Más segura para ellos —dijo Warren.

—Aparentemente. Evitan a los Pululantes. Evitan a los barcos. El contacto aislado es todo lo que les queda. Fue realmente una estupidez por nuestra parte no haber pensado en ello antes.

—Sí.

—Todo, desde luego, está más claro en, como ustedes dicen, el retrovisor. —Tseng esbozó una sonrisa.

—Aja.

—Parece que aprendieron las palabras en alemán, japonés e inglés en diferentes encuentros individuales. Los Espumeantes se pasaban las palabras entre ellos para que cada nuevo contacto dispusiera de un mayor vocabulario.

—Pero ellos no sabían que las palabras pertenecían a lenguajes diferentes —añadió Gijan.

—Puede que ellos sólo tengan uno —dijo Warren.

—Eso dedujimos —dijo Tseng—. He leído su, ah, sumario. Hasta ahora su contacto es el más avanzado.

—Gran parte de él no tiene mucho sentido —repuso Warren. Sabía que Tseng le estaba tirando de la lengua, pero no importaba. Tseng tendría que ceder información para obtener alguna.

—Los contactos anteriores confirman parte de su sumario.

—Aja.

—Afirmaban que los Pululantes pueden ir tierra adentro.

—Aja.

— ¿Cómo lo sabe?

—Está en lo que escribí. Lo que Gijan robó. Gijan repuso acremente:

—Tú me lo mostraste.

Warren lo miró inexpresivamente, Gijan sostuvo la mirada y, al cabo de un momento, la apartó.

—Olvidémonos de eso. Todos estamos trabajando en el mismo problema, después de todo.

—Vale —repuso Warren. Se las había arreglado para desviar la conversación de cómo sabía que los Pululantes iban a tierra. A Tseng se le daba bien hablar, mucho mejor que a Warren, por lo que habría de mantenerlo alejado de algunas cosas. Ofreció—: Supongo que ir a la orilla forma parte de su, eh, evolución.

— ¿Se refiere a su desarrollo?

—Dijeron algo, el último día que los vi, sobre una luz letal. Una luz letal descendiendo sobre la tierra que sólo los Pululantes podían resistir.

— ¿Una luz procedente de su estrella?

—Imagino que sí. Desciende en ocasiones, y es por eso que los Espumeantes no van a tierra.

Tseng se irguió y comenzó a andar pegado a la pared trasera.

Warren se preguntó si sabía que los Pululantes habían ido ya tierra adentro en una isla próxima. Tseng no mostró señal alguna de ello y dijo, saliendo de su ensimismamiento:

—Eso concuerda con los informes de los anteriores supervivientes. Creemos que significa que su estrella es irregular. Produce llamaradas de ultravioleta. Los Pululantes poseen sistemas nerviosos simples, cerebros más pequeños. Pueden tolerar un mayor flujo de rayos ultravioleta.

—Durante unos dos años de los de su planeta, dijeron los Espumeantes —murmuró Warren—. Pero usted está equivocado, los Pululantes no son necios.

—La mayor parte de su cabeza es ósea.

—Eso es para dar muerte a los animales grandes, los que flotan en la superficie de su mar. Algo parecido a ballenas, supongo. Tal vez permanezcan arriba para utilizar los UV o algo por el estilo.

— ¿Los Pululantes arremeten contra ellos, les arrojan esas redes? ¿Los hunden?

—Sí. Justo lo que han hecho con nuestros barcos.

—Una confusión de blanco. Creen que las naves son animales.

—Los Pululantes arrastran al fondo a esos flotantes, comen una especie de vainas que tienen dentro. Eso es lo que da lugar a su subida a tierra.

—Si lográsemos hallar un medio de impedir que confundan a nuestras naves con...

—Pero ya están yendo a tierra. Están en el siguiente estadio —dijo Gijan.

—Aja. —Warren estudió a los dos hombres, trató de adivinar si conocían algo que le pudiera servir—. ¿Qué están haciendo cuando ganan la orilla?

Tseng le miró fríamente.

— ¿Qué dicen los Espumeantes?

—Por lo que sé, los Pululantes no son necios, no una vez que están en tierra. Ellos fabrican las máquinas y los aparatos para los Espumeantes. Son realmente animales de la misma especie. Desarrollan manos y pies, y los Espumeantes poseen alguna forma de decirles, cantando, cómo construir aparatos, hacer baterías, instrumentos, cosas de ésas.

Tseng escrutó a Warren durante un largo instante.

— ¿Una interrupción en la escalera evolutiva? ¿La vida tratando de emerger de los océanos, pero obligada a replegarse por las llamaradas solares? —Tseng se inclinó hacia adelante y posó los nudillos sobre el contrachapado gris. Estaba adornado de un extraño peso y fortaleza. Y una necesidad desesperada. Warren dijo:

—Tal vez comenzó con los Pululantes arrastrándose a la orilla para poner huevos o algo. Tuvieron suerte de estar de vuelta en el agua antes de que llegase una llamarada. Más adelante, los Espumeantes inventaron instrumentos y vieron que necesitaban cosas que estaban en tierra, necesitaban fuego o algo. Por lo que consiguieron que los Pululantes, la forma más joven de su especie, prestaran ayuda. Quizá...

—Los fuertes rayos UV aceleraron su ritmo evolutivo. Tal vez los Pululantes adquirieron mayor inteligencia, en su última fase, en tierra, donde ésta sería útil para fabricar los instrumentos. Hum, sí.

Tseng dirigió a Gijan una mirada intensa.

—Es posible. Pero creo que hay más. Estas criaturas están aquí por algún propósito ajeno a este encantador retazo de historia natural que nos han contado. O que nos han encajado.

Tseng se volvió de nuevo a Warren.

—Disponemos de nuestros procedimientos de comunicación, parcialmente fructíferos, como probablemente habrá imaginado. Se me ha ordenado que lleve a cabo métodos sistemáticos de aproximación. —Se desenvolvía con vigor y seguridad, como si hubiese digerido la información de Warren y encontrado una manera de clasificarla—. El suyo estará entre ellos. Pero es una técnica
sui generis
y dudo que podamos enseñarla a nuestros hombres de campo. Al suboficial Gijan, por ejemplo. —El desprecio por Gijan en su voz era obvio—. Entretanto, le pediré su ayuda si la precisamos, Warren.

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