Ciertamente, el
Lancer
estaba abarrotado de personas ambiciosas, inteligentes.
Dados los años de vuelo, las diversiones sociales hicieron su aparición, indudablemente, desde el principio. Pero, esto... No, algo iba mal. Algo ajeno a su recelo puntilloso. Ted Landon y los demás podían dar pie a cosas de esta índole si lo deseaban. Pero una tripulación distraída era una tripulación fácilmente engañada, fácilmente manipulada. Y, de semejante batiburrillo, emergía con frecuencia un líder fuerte cuando finalmente llegaba una crisis.
Contemplaba a Carlotta agitando los trozos de hielo naranja en su ruidosa bebida. Pensaba en Magallanes, viajando con exiguas esperanzas y sin naranjas suficientes para evitar el escorbuto. Y en el
Titanic
, que navegara con absoluta certeza y naranjas en abundancia.
— ¿... no lo harían? —Carlotta le estaba formulando una pregunta.
—No capto la derivación —repuso para encubrir su ensoñación.
— ¿Qué va a forzarlas a desarrollar una mayor inteligencia?
—Las máquinas autoduplicadoras pueden recoger materias primas en cualquier parte. Sabe Dios que trabajan mejor en el espacio que nosotros. Somos tipejos desvalidos, atribulados. Los recursos siempre se agotan, no obstante. Eso asegurará la competitividad.
—Lleva tanto esquilmar todo un sistema solar —dijo Nikka.
—Hum. Sí. Para nosotros es difícil pensar en esa escala temporal, ¿no? Sin embargo, acaso una máquina razonablemente lista no tenga que esperar a que la evolución haga su trabajo. Puede aumentar su inteligencia añadiendo unidades, delegando tareas en sus nuevos subsistemas. Incrementa la velocidad del pensamiento, lo cual es, al menos, un paso en la dirección adecuada. Es más sencillo que desear poseer más células cerebrales, que es lo que nosotros tendremos que hacer.
—Mira, aquí soy yo la que maneja ordenadores —repuso Carlotta—. Y yo digo que la inteligencia artificial no es tan fácil. Las enormes máquinas de la Tierra son inteligentes, cieno, pero no es sólo una cuestión de añadir capacidad.
—Concedido. Aunque estamos hablando de millones de años de evolución, tal vez billones.
—Lo que estás haciendo es una generalización de envergadura, brillante.
—Así es. Supongo que tendré que analizar mejor el asunto.
—Escucha —le hostigó Carlotta—. Esto es ciencia. Debes hacer una predicción si quieres que la gente te preste atención.
—Exacto. Aquí está. Aparecerá un Vigilante alrededor de cada mundo en el que sea posible la tecnología. O donde una vez lo fue y puede retornar. Son policías, entiendes. Pero únicamente custodian zonas en las que la tecnología puede proceder de una especie que surge de modo natural. Una especie orgánica.
Carlotta frunció el ceño.
—Veamos... Eso encaja...
Nigel prorrumpió impacientemente.
—Los robots que estaban acarreando hielo en Wolf 359, por ejemplo. Allí no había ningún Vigilante, porque aquellos pacientes aparatos son una forma primitiva de una sociedad de máquinas. Dales unos millones de años de exposición a los rayos cósmicos, escasez de materiales y evolucionarán. Se convertirán en un miembro del club.
— ¿Club? —inquirió Nikka.
—Una red de arcaicas civilizaciones de máquinas. Ellas envían a los Vigilantes.
—Todavía no comprendo el porqué te concentras en ese tema de las máquinas contra nosotros —repuso Nikka.
—En parte me baso en lo que dijo el
Snark
, y en hechos posteriores.
—Bien, Nigel —comentó Carlotta diplomáticamente—, la mayoría de la gente piensa que estabas, ya sabes, fuera de ti entonces...
—Nunca he proclamado ser un republicano conservador. Pero hay buenas razones para creer que las máquinas que quedarán tras un Armagedón nuclear no serán amistosas como perritos falderos.
— ¿Porqué?
—Partirán de un genocidio. Uno que causamos nosotros. Lo recordarán.
Puso por escrito su teoría y, debidamente, impartió un seminario para las secciones de Exobiología y Teórica. Fue cortésmente recibido.
El Vigilante en torno a Epsilón Eridani, dijo, estaba allí para cerciorarse de que no volviera a surgir ninguna forma orgánica (o retornase de estrellas próximas donde podía haber colonias). Algo, ¿el Vigilante?, había destruido la civilización orgánica nativa. Había calcinado el planeta de forma tal que perdurase el Gancho del Cielo.
¿Por qué dejar el Gancho del Cielo? Muy probablemente, porque el Vigilante quería un medio económico de mandar expediciones a la superficie, donde era posible buscar y exterminar cualquier vestigio.
Repasó las observaciones sobre los remolcadores de petróleo de Proción. A la máxima ampliación, las máquinas parecían bien diseñadas, provistas de antenas y compuertas. Nigel dedujo que estaban algo más avanzadas, tal vez, que los lugares de hielo de Wolf 359. Aún llevaban a cabo tareas mecánicas, pero no funcionaban gracias a instrucciones dejadas por una civilización largo tiempo muerta. En vez de ello, parecían estar integradas en algún esquema económico interestelar. Un océano de petróleo era un gran regalo, desde luego, aunque no meramente para producir energía. Cualquier cosa que pudiera cruzar las estrellas no se sustentaría mediante una economía de energía química. Sin embargo, bien podía necesitar cantidades ingentes de lubricantes.
Isis resultaba más difícil de explicar. Los EM se habían modificado a sí mismos para utilizar la radio como su sentido básico. ¿Iba esto a engañar a los dos Vigilantes llevándolos a considerarles una sociedad protomáquina?
Eso implicaría una cierta rigidez y literalidad en aquellos Vigilantes. ¿Se habían hecho viejos acaso y habían degenerado? O aguardaban el momento propicio, estudiando a los EM. El hecho de que un Vigilante repeliera cualquier intento de examinarlos tendía a apoyar el segundo punto de vista.
Nigel utilizó cuantos datos pudo reunir. Comparó espectros y diagnósticos de los diversos Vigilantes, estimó sus edades (todos daban límites superiores al billón de años) y correlacionó tantas variables como pudo justificar de modo plausible. No había ninguna forma fehaciente de demostrar un origen común para los Vigilantes. Por otra parte, indicó, no había razón alguna para creer que los Vigilantes hubieran sido construidos en el mismo lugar o tiempo.
Su teoría no encontró mucho respaldo. No esperaba encontrarlo.
La noción que prevalecía en la Sección Teórica era la más simple, triunfaba la navaja de Occam. Todos estos mundos, afirmaba Teórica, eran las cáscaras de culturas obliteradas por la guerra. Probaban que la vida inteligente era pródiga pero suicida. Los Vigilantes eran simplemente una forma común de arma, reinventada una y otra vez por sociedades que evolucionaron separadamente. Estaciones bélicas. Para cuando una raza desarrollaba una, estaba próxima a la aniquilación.
En cuanto a Isis, lo específico de la gran guerra que asoló ese mundo estaba ahora sepultado en las leyendas EM. Y las leyendas eran fuentes notoriamente inciertas de hechos innegables. Los EM habían alterado sus propios cuerpos para sobrevivir, lisa y llanamente, a los estragos que causaron.
Ningún bando pudo dar explicación de los Pululantes y Espumeantes. Nigel se irguió ante la audiencia y opuso argumentos lo mejor que pudo. Tenía la vaga impresión de que los Espumeantes y los EM eran, de alguna forma, similares; pero fue lo bastante juicioso para no aventurar semejante idea sin el apoyo de una explicación irrefutable.
Alguien de Exobiología señaló que los Pululantes, al menos, demostraban el predominio de la violencia y la guerra en otras formas de vida. Hubo un aplauso tras su observación. Nigel guardó silencio, sin saber cómo contrarrestarlo.
Vio la incredulidad cortés, bien oculta en sus caras y la aceptó. Meramente recalcó de nuevo su predicción: fuera lo que fuese que encontraran en Ross 128, si se daba la posibilidad de que un mundo generase vida orgánica, o lo hubiera hecho, tendría un Vigilante en torno. La Regla de Walmsley, lo llamó alguien.
Cumplido su objetivo, se sentó ante un aplauso moderado. El seminario pasó a otros temas de astrofísica y biología. Nadie apreció ni sacó a colación la excepción obvia a la Regla de Walmsley: la Tierra.
Nigel se quedaba en el apartamento buena parte del tiempo. Nikka se hallaba muy recuperada, y hacía labores diversas por la nave. Él participaba en seminarios y prestaba su ayuda con las actas de las asambleas, todo realizado en la pantalla plana del apartamento. Le gustaban el aislamiento y la paz, aunque, de hecho, se veía obligado a ello por la necesidad de conectarse los filtros sanguíneos cuatro veces diarias. Nikka y él habían montado el equipo usando piezas excedentes de la nave; la ingeniería médica era tan sencilla como la autorreparación, modular y ensamblada en su mayor parte. No obstante, estaban haciendo chapuzas con su vida; Nikka comprobaba las pautas de flujo cada día. Por supuesto, eludir al montaje médico era una violación de las reglas de la nave, pero ello no les causaba ningún desasosiego.
Él acudía regularmente a los seminarios de Exobiología, sobre todo para utilizar bases de datos interactivas y representaciones 3—D de resultado—teoría—elección. Estas últimas eran visualizaciones de las consecuencias globales de cualquier teoría sobre vida extraterrestre que rastreaban las múltiples ramificaciones de la evolución planetaria, la biología y la socioeconomía. El caudal irregular de noticias acerca de Pululantes y Espumeantes tenía que ser supeditado a lo que el
Lancer
y las sondas independientes encontraban. Había escuelas de pensamiento en mutua competencia, encabezadas por expertos analistas de la tripulación. Nigel rara vez se reunía con estos eruditos. Para él existían como constelaciones descorporizadas de teoría en las representaciones de seminarios, como medios de organizar los datos. Su dominio de las interconexiones era formidable. Podían relacionar la estructura del naufragio de
Marginis
con las pautas natatorias de los Pululantes, amoldarla a una teoría universal del lenguaje, y proponer: (a) una estimación de la probabilidad de que la mayoría de las formas de vida galácticas vivieran todavía en océanos; (b) un esquema de la mejor opción para conseguir contacto radial mediante el uso de faros de radio a nivel de gigavatios; (c) una estrategia de búsqueda óptima, recalculada para las sondas, hasta las estrellas situadas en un radio de cien años luz. Nigel evocó la observación de Mark Twain de que lo prodigioso de la ciencia era la amplitud de la renta especulativa que obtenías a cambio de una nimia inversión en datos.
Lo malo era que tenías que contar con alguna premisa inicial para cojuntarlo todo. A bordo de la nave, el consenso generalizado era que todos los contactos alienígenas anteriores —el vehículo
Snark
con el que Nigel habló brevemente, y el naufragio de
Marginis—
habían sido probaturas. Algo, probablemente los Pululantes y los Espumeantes mismos, había sondeado la Tierra largo tiempo, considerando su validez como biosfera. La sapiencia convencional del pasado, según la cual ninguna especie se molestaría en invadir otro mundo, ya no parecía acertada. El
Lancer
había descubierto que la mayoría de los planetas eran reliquias arrasadas. Resultaría mucho más fácil adaptarse a una biosfera existente como la Tierra, que empezar desde cero con un planeta agostado, estéril. Así pues, los Pululantes probablemente habían estado transformándose biológicamente para adaptarse a los océanos de la Tierra, desde que lo descubrieron en la expedición que abandonó el naufragio de
Marginis.
La teoría explicaba incluso la Regla de Walmsley. Los Pululantes —o la civilización que representaban, la tecnología que construyó las astronaves en las que vinieron— fabricó a los Vigilantes, para seguir rastreando otros emplazamientos vitales posibles, otras sociedades en desarrollo. Algunos Vigilantes sobrevivieron a la guerra final que despojó de vida a algunos mundos, otros no. El hombre estaba llegando tarde al escenario galáctico; debiera esperar encontrarse con algunos accesorios de actos precedentes, tragedias la mayoría. Esto postulaba la sabiduría convencional en su nueva edición.
El punto de vista de Nigel fue debidamente escuchado, discutido, anotado a pie de página para un trabajo posterior, y, entonces, el torrente de teorías, modelos y comprobaciones que se auto validaban fluyó a su alrededor, como un río de consenso que sorteara una isla. No sabía lo bastante de análisis para integrar su modelo con la profusión de datos. Creía probable que el naufragio de
Marginis
se hubiese producido mientras destruía al Vigilante de la Tierra. Más de un millón de años después de su colisión, la cáscara de huevo aplastada había hecho gala de armas poderosas, que fue tal como lo halló Operaciones Lunares. A plena capacidad, el naufragio podía haber hecho pedazos asteroides enteros, y Nigel sospechaba que para ese cometido estaba diseñado precisamente. Muchos de los mundos que habían visto mediante la sonda —Isis también— habían sido pulverizados por el bombardeo. Era el modo más barato de deteriorar una superficie planetaria, en términos de energía invertida. Así pues, el naufragio de
Marginis
había descansado allí en tanto que el hombre evolucionaba desde el mono. El naufragio podía detectar y destrozar cualquier asteroide grande que cayese hacia la biosfera. Pero su potencia declinó. Había resistido violentos ataques, sólo para deshacerse lentamente según lo consumía el tiempo.
Ahora la humanidad podía defenderse a sí misma contra asteroides o armas incluso peores.
Siempre y cuando
, pensó Nigel para
sí, podamos reconocerlos como armas.
Luyten 789—6 poseía un único mundo que rotaba próximo a uno de los dos pequeños soles, y fue devorado por el fuego. Cuando la sonda giró cerca de él, las trazas espectrales y la fotometría mostraron un palio de humo y vaharadas de llamas. El planeta era del tamaño de la Tierra, confortablemente cálido, con océanos en un 80 por ciento. Por encima de los mares el contenido de oxígeno del aire era del 25,4 por ciento y, sobre los continentes, del 23,7 por ciento.
No fueron precisos muchos análisis para ver lo que había ocurrido. Las cálidas temperaturas de la superficie hacían abundante la vida marina. Los microorganismos exhalaban allí grandes cantidades de oxígeno. En la Tierra se daba también el mismo proceso, pero el oxígeno era sólo el 21 por ciento del aire.