— ¿Yo? Soy un viejo y marchito caso de ansiedad. No soy ningún caballero, tampoco. Nunca aprendí a cazar ni a cabalgar ni a insultar a los camareros.
Nikka dijo:
—Lo siento, deberíamos haber esperado, pero creí que todavía estarías trabajando.
—Es igual. No estoy de humor —repuso Carlotta bruscamente—. Me escabullí cuando obtuve estas copias. —Agitó un puñado de fotografías—. Un conjunto de resultados de la lente gravitacional. Recién salidas del programa de borrado de ruidos.
— ¡Ah! —exclamó Nigel, preguntándose por qué se había presentado ella precisamente en este momento, sabiendo que ellos dos estarían... pero, no, eso era descabellado. ¿Podía Carlotta conocerlos lo bastante bien para imaginar que Nikka planearía una retozona seducción aquí? Bueno, pensó con rencor, podía ser. De haber sincronizado un poco mejor, les habría interrumpido. Y, aunque seguían estando ostensiblemente en términos muy íntimos, se percató de que la llegada de Carlotta les hubiera violentado a todos. Hubiera creado una mayor fricción. Y la trama resultante habría sido... ¿qué? Difícil de decir. Se preguntó si Carlotta sabía lo que estaba haciendo, o por qué. Fuera como fuese, él ciertamente no tenía ni idea.
—Numerosos planetas —observó Carlotta—. Alrededor de Wolf 359, Ross 154, Luyten 789—6, Sigma 2398, en la Estrella de Kapteyn. En todas partes.
Puntos apagados cerca de cada estrella. Las ampliaciones revelaban esferas rocosas, gigantes gaseosos o yermos mundos nubosos semejantes a Venus.
—Ninguna Tierra —apuntó Carlotta.
—Con tantos planetas alrededor de cada estrella —dijo Nikka—, la probabilidad de emplazamientos vitales en algún lugar cercano es buena.
—Así reza en el evangelio.
Carlotta dijo:
—Lo respaldan cantidad de análisis. Y de datos, también.
—Sí. Datos perfectamente plausibles.
—Vale ya —repuso Carlotta—. Quieres explicarlo todo, valiéndote de un par de minutos de charla tergiversada con el
Snark
, sin nada constatado al respecto...
—Sin constatar, sí, por no intentarlo. Ted no asignará recursos para interpretar el lenguaje EM. Podríamos averiguar un montón de...
—Dios, el ordenador necesitó hacerse con todo eso y procesarlo. Yo realicé el estudio, deberías saberlo. Utilizando los sistemas de a bordo, no nos restaría espacio para almacenar el menú de un almuerzo.
Nikka dijo apaciblemente:
—Espero que los equipos de la Tierra...
— ¡Ja! —estalló Nigel—. Están ocupados con los estudios de los Pululantes y los Espumeantes. Dándose cabezazos contra el mismo tipo de pared que hay entre nosotros y los delfines. ¡Es inútil!
—Mira —repuso Carlotta—. Ted trabajó en mis proyecciones concienzudamente, conferenció con todos los interesados, fue una buena decisión. Te escucharon, tuvieron contigo la mayor consideración. Si continúas con esta manía estrafalaria, todo el mundo empezará a creer lo que Ted dijo el otro... —Se detuvo.
— ¡Ah!, sí. Ted siempre es mordaz con gente que ha salido de la habitación.
— ¿
Y tú
no lo eres? —inquirió Carlotta con acritud.
—No puedo soportar la estrechez de miras, simplemente.
— ¡Tú eres más estrecho de miras que Ted, por el amor de Dios!
Nikka repuso tajantemente:
— ¡No, no lo es!
Nigel esbozó una sonrisa.
—Acaso la realidad no sea mi camisa de fuerza.
—Ted ha de equilibrar presiones —adujo Carlotta—. Tú eres respetado, ni que decir tiene, y si solamente le dieras algo de apoyo público...
Nigel prorrumpió con voz pomposa.
—Habla por el micrófono, di que eres feliz, Ivan, a pesar de algunas cosas reprobables que has hecho, y ten buen cuidado de la publicidad.
Carlotta resopló.
—Estás eludiendo la cuestión.
—Probablemente. No he tenido apetito últimamente. Este saco de huesos podría hacerse una puesta a punto.
Nikka preguntó cautelosamente.
— ¿A qué te refieres?
—Mira mi último promedio de trabajo. Estoy convencido de que Ted lo ha memorizado. Nikka repuso.
—Estás exagerando. Ted no ha tenido tiempo...
—No, tiene razón —dijo Carlotta—. Ted probablemente está “formando un archivo”, como dicen los funcionarios.
Nikka alegó.
—Pero los problemas de salud no es terreno para...
—Si la mayoría de nuestros estimados compañeros de tripulación creen que lo es, lo es —repuso Nigel tajante.
Su cara parecía demacrada por una fatiga interior.
Nikka preguntó quedamente.
— ¿Pueden meterte en las Cámaras, entonces?
—La hibernación puede devolverte a un rendimiento apto para un trabajo manual —dijo Carlotta, cavilosa. Nigel suspiró y se encogió de hombros.
—Mira —Carlotta se inclinó adelante—. Cuando menos, te hará vivir más tiempo.
—Y perderme la mayor parte del viaje a Ross 128.
—Es un precio pequeño —repuso Carlotta—. No creo que tengas que hacerlo, sin embargo. Es
mucha
la aprobación con la que cuentas. Quizá no estén de acuerdo con tus teorías, pero la tripulación se acuerda de que todo esto comenzó con el
Snarky Mare Marginis
y...
—Ya te lo he dicho, no quiero ganar poniéndome mis medallas y desfilando por la nave.
—Quieres convencerlos, ¿no? —dijo Carlotta con dureza—. Sólo que ellos ven las cosas de forma diferente. Bueno...
—Basta, los dos. —Espetó Nikka, esbelta, y ágil y distante sobre la hierba—. Nigel, si vas a las Cámaras, yo voy contigo.
— ¡Qué! —Carlotta se puso en pie de un salto.
—No me vendría mal una revisión.
—No se trata de eso. —Carlotta alzó la voz—. ¡Quieres permanecer con él aunque esté dormido!
—Mi índice en el montaje médico tampoco es muy alto —repuso Nikka de modo neutro.
—Me dejaréis atrás sólo para...
—Joder, ¿siempre tienes que pensar en ti misma? —Nigel sacudió la cabeza, irritado— . No estaríamos en la cámara más que unos cuantos años a lo sumo.
— ¡Unos cuantos...! Pero nosotros, nuestro...
—Lo sé —dijo Nikka apaciguadoramente—. He pensado en ello, y lo siento, pero debo permanecer en buenas condiciones físicas. Es distinto cuando eres vieja. No serviré de mucho a Nigel cuando salga si estoy decrépita y...
—Vosotros... ambos... me abandonáis...
Nigel asintió. Con aire resuelto, Carlotta añadió:
—He de hacerlo. Si Nikka me sigue... bueno, eso es cosa suya. Cada uno de nosotros sigue disponiendo de algo de libertad, ya sabes.
—Pero estaré sola.
—Es irremediable —repuso Nikka firmemente—. Me voy con él.
Eso fue cuanto dijo sobre el particular.
Nigel giraba lentamente en la Cámara de Sueño. No era un sueño auténtico, sino un soñar a la deriva, sin rumbo. Experimentaba leves tirones y oscilaciones según le hacían moverse los fluidos que daban masaje a sus músculos agarrotados, cuidaban de los tejidos blandos y arrugados, aseguraban un flujo regular de sangre y oxígeno. Los fluidos mantenían su nivel metabólico una fracción por encima del punto crítico que acarrearía la muerte.
Era como un nadar doloroso y laborioso, asido por corrientes que uno podía sentir sólo difusamente. Reposaba en lo húmedo, libre de la tarea de respirar, llenos los pulmones de una sustancia esponjosa que distribuía fluidos curativos y oxígeno burbujeante directamente en él.
De su piel manaba una nieve de copos y excrecencias, un torrente de impurezas. En su interior, la policía celular buscaba renegados.
Morir resultaba ser, con frecuencia, meramente una respuesta inadecuada al universo.
El modo más sencillo de que el cuerpo se defendiera contra los invasores era generando anticuerpos. Había fracasado, la evolución había forjado una respuesta más profunda. Generaba linfocitos asesinos, células blancas que atacaban a los invasores y hacían un molde de ellos.
Elaboraban elementos específicos, toxinas de corto alcance, variaban el veneno hasta que destruía al invasor. Mucho después de la batalla, los linfocitos portaban el molde de este intruso para reconocer y matar a primera vista a cualquier enemigo que regresara.
Pero esta respuesta inmunológica puede fallar. Por eso era peligroso comer carne. A menos que la carne estuviese bien hervida, alguna porción cruda entraría inevitablemente en la cavidad del cuerpo, a través de orificios en las membranas. Los linfocitos, entonces, desarrollaban una respuesta de eliminación de la proteína animal, dado que no era una célula humana.
El problema era que la proteína animal es muy similar a la proteína humana. Mientras los linfocitos recorrían los ríos sanguíneos, hallando y matando invasores, a veces cambiaban. La radiación o el calor podía dañarlos. Si los cambios fortuitos hacían que el molde de la proteína animal se asemejara a la proteína humana, los linfocitos podían confundirse. Atacarían a las propias células del cuerpo. Un suicidio celular. Cáncer.
Con la edad el cuerpo desarrollaba más y más moldes. Las posibilidades de un error catastrófico se incrementaban. Para combatir esto, el cuerpo intentaba desarrollar el llamado supresor de linfocitos, que podía controlar a los asesinos y detener su multiplicación. A menudo, esto fallaba.
Sin importar cuantas soluciones técnicas pudieran idearse para los problemas cardíacos y la degeneración de órganos, este nudo irreductible del problema persistía. Estaba arraigado en la naturaleza misma de las defensas del cuerpo envejecido.
A la evolución no le importaba si una medida preventiva se desmandaba, una vez pasada la edad de procrear. De hecho, tanto mejor. Constituía un modo sencillo de despejar el escenario, una vez que los actores habían desempeñado sus papeles.
La medicina del siglo veintiuno se preocupaba de las respuestas inmunológicas desenfrenadas, de cuerpos que se habían convertido en extraños para sí mismos.
Nigel percibía difusamente el discurrir de fluidos en su interior, buscando linfocitos desquiciados. Afuera, el mundo continuaba con su chirriar de grillo, el
Lancer
se acercaba a la velocidad de la luz, y pensó en el frío mundo que una máquina inteligente debe experimentar: frágil, árido, un laberinto de diseño lógico y minucioso, un espacio enrarecido y con rigideces geométricas. Muy distinto al mundo lechoso que lo nutría aquí, alisando la piel ahora arrugada como papel viejo de carnicero.
Este tratamiento prolongaría su período de vida, oxígeno libre para que pululase por las partes de su cerebro que ahora declinaban. Pero implicaba años en la nada, entontecido por las drogas, reducido meramente a unos cuantos días autopercibidos. Años restados del ritmo de los acontecimientos.
Ese gran borrador era más hondo que el sueño. Como cualquier tecnología nueva, te hacía la vida más llevadera, te aislaba de un hecho brutal y te dejaba con una visión desazonadora la naturaleza esculpía la mortalidad en sus hijos haciendo que se atacaran a sí mismos.
Carlotta les condujo a una caverna enorme donde nada era real.
—Ésta es —dijo emocionada—. ¿Sorprendidos?
—Moderadamente —respondió Nigel, aunque ya no estaba seguro de lo que era la moderación. Llevaba cinco días fuera de las Cámaras de Sueño y todavía tenía el aire desmadejado, dislocado, de no estar del todo presente. Un efecto secundario esperado, desde luego, pero lo que había visto por la nave había realzado el efecto—. ¿De verdad que Ted y los demás aprueban esto? Carlotta se encogió de hombros.
—No estamos recibiendo muchos consejos desde la Tierra. Se dieron signos de auténticos problemas morales, y los de psicología pensaron... Mira, la Tierra predijo algunas transiciones socioculturales rápidas a bordo de la nave. ¿Fax?
— ¿En cinco años? —inquirió Nikka con calma.
— ¿Se puede hacer que las cosas cambien sólo por, ya sabéis, por sí mismas? Pero mirad, os enteraréis del rollo. Vamos.
La siguieron. Una pareja dio un resbalón por cristales de hielo púrpura arriba. Un gong sordo; los finos cristales se disolvieron en una lluvia de fuego corrosivo. La gente pasaba de largo, murmurando, y Nigel vio que tenían caras que se transformaban como hologramas. Carlotta se polarizó a sí misma en los primarios y se fundió instantáneamente con la jungla lenta, húmeda, que se estaba formando en torno a ellos. Se sentaron a una mesa. Rugió una pantera. Nigel vio unos ojos de gato que brillaban bajo los pliegues de la oreja de un elefante empapado.
—Muestra lo que puede hacer un puñado de chicos listos cuando no tienen nada que los distraiga —dijo Nigel. Carlotta reapareció, llevando un par de guantes. Levantó la mesa casualmente y los guantes refulgieron ambarinos—. He estado analizando los breviarios de la Tierra —comenzó él— y...
—Sobrecogedor, ¿no? Que no acierten a descubrir nada. Te hace pensar —comentó Carlotta.
Nigel asintió. La invasión del océano acaparaba los informes, pero había muchas ramificaciones políticas. Había habido el rechazo acostumbrado en Occidente por las últimas purgas en la Unión Africana Socialista. Estaba saliendo humo, con estridente ulular, del Nuevo Marxismo, el cual se estaba recubriendo de las mismas lacras de antaño: comunismo fanático, brutal eliminación de la disidencia en aumento, ningún milagro económico. Sorprendentemente, incluso los intelectuales franceses lo habían abandonado. Un siglo o más de teoría, desde el fascismo pasando por el rancio marxismo hasta el pseudocapitalismo, estaba cediendo ante los eruditos sociómetras que sometían la Gran Era de la avasalladora Teoría al cómodo gobierno del Número.
—Deduzco por los sumarios que no habéis encontrado ningún emplazamiento de vida —comentó Nigel.
—Todavía no. Cientos de planetas, ya sea en la lente gravitacional o mediante la sonda, y... nada.
—Hum. —Él miró a Nikka—. Creo que daré un paseo.
—Pediré bebidas para nosotras. Nikka, hay mucho que poner al corriente, y...
Nigel atravesó iridiscentes nubes privadas de color amarillo y rosa y rubí. Se convirtió en un intruso revoloteando en un patio de piedra; luego una playa arenosa; una constelación de estrellas; una lucha atorbellinada, embrollada, entre demonios alados, broncíneos; una oficina del siglo diecinueve. Se encontró con un oso panda sonriente con una raqueta de tenis y descartó la proposición susurrada del animal. Alguien le ofreció una bebida, la vertió en su muñeca y sintió el fuerte sabor.