Al volver, había en la mesa tres jarras de cerveza oscura, olorosa. En el borde de la esfera nubosa, un trío desastrado tocaba la trompeta, el bajo y la batería. Ahora el aire contenía el recuerdo insípido, aceitoso de la comida frita de ayer. El camarero estaba apostado en un tosco mostrador de roble y los fulminaba con la mirada.
Tras él, prendido a un espejo empañado, un letrero mugriento rezaba:
RESERVADO EL DERECHO DE NEGAR EL SERVICIO A CUALQUIERA.
— ¿Supones que se refieren a nosotros? —preguntó Nigel, tratando de hacerse al ambiente.
—Pensé que te gustaría un viejo local de la Tierra. Mira, puedo actualizarlo si tú... — Tecleó en la muñeca y se encendió una 3—D junto al codo de Nikka. El bar se desvaneció.
Un hombre obeso estaba admirando un montón de huevos, delicadamente revueltos con compota de crema. Se puso a ingerirlos, sorbiéndolos con una cañita. Nigel miró desde más cerca y vio que el hombre mismo estaba hecho de espinacas con ajo, hebras aceitosas de
tagliatelli
, y que sus pantalones eran de paté.
— ¿Glotonería chic? —inquirió él, y se volvió a Nikka—. Amor mío, llevas dos meses fuera de las Cámaras, ¿cuánto tiempo hace falta para acostumbrarse a esto?
—La cuestión es —explicó Nikka despacio— no acostumbrarse. Se supone que añade una variedad interminable.
— ¿Esto también fue idea de la Tierra?
—La nave y la Tierra lo planearon juntas. Hay una nueva teoría sobre la interacción variable...
—Discúlpame. Esto parece un maldito parque de atracciones. —Carlotta frunció el ceño y alargó la mano para sintonizar su cabello de negro a blanco. Nigel echó un vistazo alrededor. Carlotta se levantó para saludar a una pareja que pasaba. Ella permaneció a un lado, asiendo un codo, subida a unas nuevas sandalias con plataforma como un animal ungulado, frágil. Las mujeres parecían sentir mayor aplomo con esa postura, pero pensó que a él le daba la impresión justamente contraria.
En el gentío, Nigel vio hombres a quienes el pelo les crecía por toda la espalda y en sinuosas espirales alrededor del cuerpo; mujeres con pigmentos epidérmicos a modo de parches que cambiaban según se miraba; hombres con pechos; mujeres sin cabello.
Meneó la cabeza. Carlotta le presentó a una pareja y Nigel asintió, recordándolos vagamente. Se entabló una conversación que no pudo seguir y se marcharon.
—Ah... no me he enterado...
—Eran Alex y David —dijo Carlotta.
—Pero... Alex...
—Bueno, se ha hecho el Cambio, por supuesto.
— ¿Ha cambiado de sexo?
—Es sólo un experimento. Es completamente reversible. Unos seis meses en las Cámaras, redistribuyendo la masa corporal, generando nuevas glándulas y demás.
—Pero Alex... era tan...
—Mira —repuso Carlotta—, poseía cantidad de facetas personales que había suprimido. Eso estaba claro, ¿no?, por el modo tan severo en el que se desenvolvía.
—Pensaba que simplemente era disciplinado, bien organizado.
—Mira, muchos ingenieros tienen ese aspecto, pero si los abres, si echas un vistazo a sus entrañas...
—No parece posible, de alguna forma, yo... —Confundido, Nigel quedó sentado en mitad de la silla, pretendiendo ir tras Alex y...
¿Y qué?
, reflexionó...
¿Preguntarle cómo, en
nombre de Dios, podía llegar a hacer tal cosa?
Nigel se detuvo. Era un asunto muy personal, después de todo. No debía inmiscuirse en lo que era, indudablemente, una época difícil para Alex. Volvió a sentarse.
—Pareces algo aturdido —dijo Carlotta afablemente. Él asintió en silencio.
Transcurrieron unos instantes. La música se filtraba desde otras zonas. El aire fluía aromatizado con ozono y perfume. Nikka y Carlotta empezaron a hablar de los miembros de la tripulación que estaban en nuevas tareas, tenían nuevos amantes, o que, en cualquier caso, habían hecho algo digno de cotilleo en los últimos cinco años. A Nigel esta conversación le sonaba a algo así como una puesta al corriente de chismes intrascendentes, similares a los que se pueden oír en cualquier gran edificio de oficinas. Su ordinariez hizo mella en él. ¿Quién hubiera imaginado que una astronave que recorría el espacio en un viaje que se medía en años luz llegaría a asemejarse, en su dimensión humana, a cualquier otra empresa burocrática? Dejó pasar la mayoría de los detalles y, por ello, se vio aludido de improviso cuando Nikka casualmente remarcó que se había mudado a la pequeña cabina de Carlotta. Estaba viviendo allí desde que salió de la Cámara de Sueño, hacía dos meses.
— ¿Entonces no has hecho nada por volver a poner en orden nuestro apartamento? — preguntó. Nikka apretó los labios.
—Ha habido tanto que ver, que comprender. El
Lancer
es mucho más emocionante ahora, Nigel, después de todos estos cambios.
—Cierto —repuso él irónicamente.
—Y, no sé por qué, Carlotta y yo nos hemos divertido tanto juntas. Desde luego, me entristecía que no hubieran fijado nuestra salida de las Cámaras al mismo tiempo. Pero me daba una oportunidad para adaptarme a, a todo esto. —Indicó la cavidad con una mano.
Carlotta sonrió triunfalmente.
—Y es magnífico teneros de vuelta —oprimió la mano a Nikka—. A ambos.
—Todavía no logro entender por qué el
Lancer
habría de necesitar tal, tal... —Nigel dejó que su voz se perdiera. Carlotta acometió una explicación psicosocial, en parte la consecuencia de las últimas décadas de trabajo en la Tierra, que había llegado hasta el
Lancer.
Escuchó atentamente, preguntándose todo el tiempo si su idiosincrasia británica le hacía imposible apreciar plenamente estos giros fulgurantes de la matriz social. Su pasado no consistía sólo en haber aprendido a degustar el té a media tarde, los baños fríos, el críquet, un cierto grado de incomodidad doméstica y el ocasional acento patricio. Había corrientes en la sociedad que fluían a mayor profundidad y, consideró instintivamente, no podían ser tan casualmente desplazadas por un poco de tecnología encandiladora. No es preciso ser un especialista en lo que Snow llamó las dos culturas para verlo.
Algunas parejas más se detuvieron en su mesa, les reconocieron y les estrecharon las manos calurosamente. Nigel pudo recordar la mayoría de sus nombres: sus vestidos insólitos o pelo o rostros alterados, no parecían tan importantes después de haber oído el usual estilo de conversación, “¿cómo—va—la—cosa—con—Nikka?”, “¿has—dormido—bien?”, ”digamos—que—os—vamos—a—tener—a—todos—fuera—para—cenar—muy—pronto”. Era gente a la qué aún conocía muy bien. Desubicado en el tiempo, sí, y deslumbrado por un aire social de novedad que no acertaba a comprender, del todo. Con tiempo, sin duda...
Y, sin embargo; y, sin embargo...
Eran muchos más los que trabajaban ahora en Estadio Interactivo, acoplados por computadora a las vastas máquinas que trepidaban en las entrañas del
Lancer.
Mantenían el fuego de fusión de popa, reparaban los aparatos de soporte vital, registraban el flujo de agua y gas que mantenía regulada la biosfera. Esto les había cambiado a lo largo de los años. Hablaban como si siempre estuviesen escuchando una voz distante, oída a medias, que murmuraba justo más allá de lo captado en el momento. Se frotaban en las grandes conexiones en carne viva, en la cadera, el codo, los omóplatos, donde confluían constelaciones de nervios motrices. Pensaban de forma distinta; hablaban poco, parecían apoyarse en cada palabra como si debiera tener más significado del que, posiblemente, podía tener para Nigel. Descubrió que, cuando deseaban averiguar algo, intercambiaban moldes cerebrales con alguien que conociera la materia. La técnica había sido transmitida desde la Tierra tres años antes. Ahora, cada cuatro meses llegaba el envío de un sumario tecnológico por la conexión radial, para poner al día especulaciones paralelas con la Tierra. Nigel sonreía, reía y lo archivaba todo para una reflexión futura. La cavidad vibraba con estruendosas fantasías holoaudio, compitiendo con vistosos haces lumínicos, con insulsos aromas en la brisa. Nikka y Carlotta se mezclaron con la muchedumbre en aumento. Bob Millard pasó por allí, una cara inalterada que Nigel se alegró de ver. Pensara lo que pensase del manejo de Bob de la exploración en Isis, la sencilla hospitalidad del hombre era bien venida. Ambos hicieron bromas de pasada sobre los caprichos que los rodeaban y luego Bob intercaló casualmente:
—He estado echando un vistazo a tu rendimiento en el montaje médico hoy mismo. Es muy bueno.
—Hum. Ajustaron mi combinación destoxificadora, depuraron el viejo flujo sanguíneo. Parece haber ayudado a los músculos, ligamentos y demás. —Nigel mantuvo un tono de voz ligero, airoso.
—Tu respuesta motora ha vuelto a ascender. Sorprendente. ¿Pretendes hacer trabajo manual de nuevo? Una pausa pertinente.
—Me gustaría, sí.
—Hay una faena en la tobera de propulsión. Hay que evacuar el crudo que se acumula, liberar el flujo vital. —Enarcó una ceja.
Nigel asintió.
—Estoy listo.
Pasó este momento peliagudo, y la fiesta prosiguió bulliciosamente en torno a ellos.
Más tarde, Nigel dijo cavilosamente:
—Debo decir que lo esperaba.
— ¿Un trabajo manual? —Carlotta asintió—. Le conté a Ted que deseabas volver a ensuciarte las manos. Hay un montón de chapuzas por hacer. Cuanto más vieja se hace esta nave, más requiere. Ted debe de haberlo expuesto al Consejo de Trabajo.
— ¿Sin pedirlo siquiera?
—Mira, hace años que estabais en discordia vosotros dos. Ted tiene buen corazón.
Nigel asintió para sí mismo, intentando conciliar los años borrados.
El tiempo había enturbiado y suavizado todas las cosas.
Tenía que recordar que ésta era gente distinta y que no podía proseguir con las antiguas emociones.
—Una idea anacrónica.
—Sí. Un buen comienzo, Nigel. Te ha ido realmente bien en las Cámaras. Tienes un aspecto magnífico.
—Espero poder arreglármelas con el trabajo.
—Claro que puedes. Bob no te hubiera adjudicado la tarea si los informes médicos no fueran buenos.
Nigel volvió a asentir. Un nuevo comienzo. Sintió una vivida oleada de júbilo.
—Así pues, ponme al corriente. ¿Qué más hay de nuevo?
Proción era una refulgente estrella blanca F5 con una compañera binaria insignificante, anodina. La nave en vuelo de pasada enumeró los planetas y midió el viento estelar, antes de aproximarse al único planeta interesante, del tamaño de la Tierra. Estaba moteado y tachonado de nubes. Un océano envolvía el planeta de polo a polo, no había tierra. El vasto mar mostraba extrañas líneas de emisión química. La sonda comprobó y volvió a comprobar y, en una tormenta cibernética de confusión, retransmitió la respuesta. Este mundo estaba anegado de petróleo. ¿Habían sido presionadas hasta la superficie las reservas de la roca? ¿O se condensaban los elementos orgánicos del aire de esta manera? Era crudo de baja calidad, salobre y alto en azufre. Discurría en mareas y giraba en embudos bajo tormentas torrenciales. La evaporación del agua regulaba el ciclo climatológico, pero el petróleo era el fluido de superficie relevante.
Nada vivía en ese mar.
Ninguna esfera pétrea orbitaba el mundo.
Pero a su alrededor daban la vuelta vehículos destartalados, deteriorados. La sonda pasó veloz junto a uno y vislumbró un objeto cuadrangular, color estaño. Poseía velas solares, parcialmente desplegadas. Ninguno de los extraños objetos mostró la menor señal de haber detectado al intruso que pasaba. Había miles de ellos en órbita. Unos cuantos descendieron a la superficie mientras la sonda observaba. Unos cuantos ascendieron desde plataformas de lanzamiento que flotaban en el mar. Al concluir su arco ascendente, extendieron bolsas inmensas con forma de lágrima. Emprendieron órbitas de larga duración y los penachos anaranjados de sus motores menguaron hasta desaparecer.
Órbitas estacionarias. Por el promedio de lanzamientos era fácil estimar cuánto tiempo se habían estado acumulando los miles de vehículos: varios siglos. Su cargamento era, evidentemente, petróleo; la sonda distinguió arácneas estaciones de bombeo flotando debajo.
El convoy estaba esperando, tal vez, hasta que cada nave estuviese repleta. Pero ¿adonde irían? No había nada más en el sistema Proción, salvo gigantes gaseosos y lunas muertas. ¿Cuánto les llevaría alcanzar cualquier destino ulterior?
Nigel yace mudo, ciego e impedido en su sofá y, por un momento, no siente nada salvo el silencio indistinto. Se aglutina en él, eliminando el vago roce de las terminaciones que se adhieren como lampreas a sus nervios y músculos, amplificando cada movimiento, un abrazo opresivo, y...
...
bang...
...se zafa de los cables de sujeción, lo inunda un torrente de visión—sonido—gusto—tacto, un tumulto de sensaciones tan fuerte e inusitado que se sacude con el impacto. Se halla servoasistido en una anguila que nada, colea y se zambulle en una danza ululante de protones. Su cuerpo está a trescientos metros de distancia, a salvo detrás de moles de roca. Pero la anguila es suya, la anguila es él. Se estremece, sacude y retuerce, deslizándose por hebras fláccidas de campos magnéticos. Para Nigel, es como nadar.
El torrente se precipita a su alrededor y siente su punzante respiración, hojas de otoño que queman. Nigel cae en picado en un brillo naranja cegador, siente que su dominio del robot servoasistido crece según adquiere percepción de él. El espléndido aparato está envuelto por una crisálida de campos magnéticos circunvalantes que repelen los protones, lanzándolos como en una antigua danza, una gavota demencial, con lo que las pesadas partículas no pueden crepitar y relumbrar sobre la chamuscada piel lisa.
Nigel distiende la piel, flexible y resistente, y se desliza a través de la turbulencia magnética de delante. Experimenta las líneas de fuerza magnéticas como manos gomosas. Se escora y acelera.
Chorros de protones evolucionan sobre él. Ejecutan una danza de colisiones unos contra otros, pero no reaccionan. La repulsión entre ellos es demasiado grande y, por consiguiente, este plasma no puede hacerlos arder, no puede hacerlos chocar con suficiente violencia. Hacer entrechocar meros protones desnudos es como intentar prender leña húmeda. Se requiere algo más o, de lo contrario, el estatocolector de la nave no logrará recolectar los átomos de hidrógeno simple, no logrará convertirlos en energía.