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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

A través del mar de soles (37 page)

Dio vueltas y vueltas, golpeándose contra la pared, y despertó. Buscó a su esposa con la mano pero había desaparecido. Había dado con nuevas ideas, comprendía más, sí; pero en el frío previo al amanecer se ovilló formando una bola pequeña, procurando dormir de nuevo, pues en el sueño había sido más feliz de lo que recordaba haber sido nunca.

Antes del alba su celda retumbó y un trueno cayó del cielo. Se despertó y miró por las ventanas a través de la pesada malla de alambre. Muy alto en la negrura, cosas luminosas se desplomaban y estallaban en auras azules, carmesíes, para deshacerse luego en la nada. Llegaban distantes truenos sordos, mucho después de que los relámpagos se hubiesen esfumado y los sonidos, a continuación, se perdían en el batir sobre el acantilado.

Por la mañana, el soldado sin barbilla vino de nuevo y cogió el plato de hojalata que Warren había rebañado. Al soldado no le gustaba su cometido y dio dos empellones a Warren para enseñarle hacia dónde caminar. Primero fueron a la playa con el balde de excrementos, que ahora contenía más porque el cuerpo de Warren ya no absorbía casi toda la comida. Desde la playa, contempló los pequeños queches y catamaranes con motor que permanecían cerca de la costa mientras largaban algo al agua, dejando caer por la popa cajas que yacerían sobre el fondo y, Warren estaba convencido, informarían del paso de sonidos y movimientos.

El guardián le llevó al norte y al interior de la isla, justo fuera de la vista del acantilado. Tseng estaba allí con una multitud y todos estaban contemplando las verdes aguas desde muy atrás entre los árboles.

— ¿Los ve? —preguntó Tseng a Warren cuando se hubo abierto camino por entre el grupo de hombres y mujeres.

Warren tendió la mirada más allá de la brillante arena blanca que hería los ojos y vio formas de un azul plateado que saltaban.

— ¿Qué es...? ¿Por qué están haciendo eso? —inquirió.

—Les estamos devolviendo sus señales acústicas. Como una especie de prueba.

—No es sensato.

— ¿Oh? —Tseng se volvió con interés—. ¿Por qué?


No
sabría decirlo, realmente, pero...

—Es una técnica de progresión. Interpretamos sus canciones, apropiadamente moduladas. Vemos cómo reaccionan. Los delfines, eventualmente, se comportaron bien con esta aproximación.

—Éstos no son delfines.

—Así es. Sí. —Tseng pareció perder interés en las formas chapoteantes de la laguna. Se dio la vuelta, las manos pulcramente a la espalda, y condujo a Warren por entre un grupo de consejeros que les rodeaban—. Pero debe admitir que están dando una especie de respuesta.

Warren increpó.

— ¿Hablaría usted con alguien si no dejan de meterle el dedo en el ojo?

—No es una buena analogía.

— ¿No?

—No obstante... —Tseng aflojó el paso, escrutando el agua espejeante a través de los matorrales y las palmeras—. Usted es el único que ha conseguido material sobre cómo vinieron aquí. Fueron capturados y realizaron un largo viaje para luego ser arrojados al océano. Usted consiguió eso. Antes no tenía noticias al respecto.

—Aja.

—Tiene cierto sentido. Peces como ésos... pueden hacer mensajes impresos, sí. Han demostrado que pueden servirse de nuestros pecios y realizar algo semejante a la impresión electrostática bajo el agua, incluso. Pero ¿construir un cohete? ¿Una nave que atraviese las estrellas? No.

—Alguien les trajo.

—Estoy empezando a creerlo. Pero ¿por qué? ¿Para propagar estas enfermedades?

—No lo sé. Déjeme salir y...

—Más adelante, cuando nos hayamos cerciorado. Entonces sí. Pero mañana tendremos más pruebas.

— ¿Han contado cuántos hay ahí afuera?

—No. Es difícil seguirles el rastro. Yo...

—Son muchos menos ahora. Puedo apreciarlo. ¿Sabe lo que ocurrirá cuando los expulsen?

—Warren, tendrá su oportunidad. —Tseng le retuvo con una mano en la manga—. Sé que ha pasado momentos difíciles aquí y en la balsa, pero, créame, somos capaces de...

Gijan se aproximó, llevaba algunos trozos de papel. Parloteó algo en chino y Tseng asintió.

—Me temo que nos interrumpen una vez más. Esos incidentes de la noche pasada, ¿los vio?, nos han involucrado. Un grupo de investigación, en... Bueno, los americanos han sido humillados de nuevo. Sus misiles fueron abatidos fácilmente.

— ¿Está seguro de que aquellos chismes eran suyos?

—Son ellos quienes se están lamentando, ¿no es obvia la conclusión? Creo que ellos y también, quizá, sus lacayos, los japoneses, han descubierto lo mucho que estamos progresando. Con sumo agrado sacarían un provecho nacionalista de los Pululantes y sus larvas. Estos mensajes —agitó un fajo de ellos— son más noticias diplomáticas. Los japoneses han dado a mi gobierno un ultimátum de alguna índole. ¡Ja! ¡Imagíneselos...!— Resopló despectivamente.

— ¿Cree que poseen fuerzas cerca de aquí? —preguntó Warren.

—Es improbable. Otras potencias, sin embargo... —Ojeó a Warren—. Falta uno de nuestros hombres.

— ¿Oh?

—Imaginamos que se escabulló para ir a pescar anoche. En la playa... nadie es lo bastante estúpido para salir al agua solo, ni siquiera un soldado. No regresó.

— ¡Ah! Los Espumeantes generalmente se van más allá del acantilado al anochecer.

No debiera haber nada en la laguna por la noche. Pescar es peligroso, en cualquier caso.

—Un soldado no lo sabría. Quizá pensó en conseguir carne fresca. Comprensible. — Tseng frunció el ceño por un instante y después dijo formalmente—: Estoy seguro de que incluso usted entiende que esto forma parte de un juego de mayor envergadura. China no desea, por supuesto, utilizar a los Pululantes contra otras potencias. Aunque supiéramos cómo hacerlo.

—Yo no sé nada al respecto.

—Pero creí que era americano.

—No creo haber dicho tal cosa.

—Ya veo. Creo que es hora de hacer que el suboficial Gijan le lleve de vuelta a su habitación.

OCTAVA PARTE
CERCA DE ROSS 128
1

Nigel se encaminó despacio por un largo corredor rocoso. Prefería las secciones de baja g de la nave, donde un tropiezo podía reducirse a un ligero desequilibrio, en lugar de convertirse en un golpe estrepitoso con el resultado de algunos huesos rotos. Los miembros de la tripulación le rebasaban fácilmente, pues se conducía con deliberada precaución. Reconocía a pocos de ellos ahora. Se había pasado la mayor parte del viaje desde Isis trabajando por su cuenta, y las caras que veía ya no suscitaban automáticamente nombres y asociaciones. Pero una captó su atención y aflojó el paso, alargó la mano...

—Nigel —dijo el hombre—. No quería que fuese así. Necesitaba unas cuantas semanas más para, para acostumbrarme a...

Entonces cayó en la cuenta. Las similitudes eran demasiado estrechas y sin embargo...

— ¡Carlotta!

—Sinceramente, iba a dejar una carta para ti y para Nikka, pero, en el último minuto, no lograba expresarlo adecuadamente y...

—Te has, te has... —Carlotta poseía la misma complexión nervuda, pero las curvas que la suavizaban habían desaparecido, reemplazadas por una mole de músculos. La cara era más achatada, aunque, bajo los cambios, había visto inmediatamente la misma estructura ósea. Los músculos aún componían la misma sonrisa ligeramente torcida, la inclinación hacia atrás de la cabeza al hablar.

—Vámonos de aquí, puedo ver tu... Bueno, es preciso que hablemos. —Su voz era una versión más grave del familiar acento californiano.

La siguió, confundido y sin habla. Se sentaron en una glorieta que dominaba el rebosante tanque amarillo de Lurkey. Carlotta habló con sencillez, despacio, detallando sus motivos. No pudo entender mucho de lo que ella quería decir.

. Cuando empezó a hablar de Nikka empezó a tenerlo más claro.

—Hay algo entre hombres y mujeres —dijo Carlotta—. No más profundo, quizá, pero ciertamente distinto a la relación entre mujeres, sin importar cuánto empeño pongas en hacerla... —Se detuvo—. No me explico, ¿verdad?

—Yo... Pareces estar diciendo, indirectamente, que has hecho esto por Nikka. Que eres mi rival, ahora.

—Palabras mal escogidas. Pero, si lo quieres así, entonces, sí. Siempre lo fui.

—Pero, tú y yo, dormíamos juntos...

—Al igual que Nikka y yo.

—Tú comprendías... Es decir, yo lo sabía, eso estaba bien.

—Sí. Pero...

—No tengo nada contra ello. Mira, Ted Landon ha estado durmiendo con un tío de Bioingeniería durante años, y nunca socavó su posición. A nadie le importa ya un bledo.

—Estás afirmando que eso está bien, pero lo que yo acabo de hacer...

—Es diferente.

—Sabía que tú no...

— ¿Cómo podías esperar que yo...?

—Aguarda. Aguarda, Nigel. Mira, en una expedición como ésta, ¿qué objeto tiene una mujer? Tener niños lleva mucho tiempo y, en cualquier caso, la población de a bordo no debe incrementarse por encima...

—Razones teóricas.

—Vale. Quiero llevar las riendas de una relación. No sólo servir de ayuda y apoyo. Y deseaba intentarlo. Ver lo que es ser un hombre...

—Hummm.

— ¡Ese maldito “hummm” tuyo! Arrellanado, juzgando... un ruido muy masculino, Nigel. Yo quiero hacer ese ruido, también. —Articuló un sonido a medio camino entre un murmullo y un gruñido.

Nigel sonrió levemente.

—Carlotta, hay más en...

—Carlos.

Algo en el tono de voz hizo que Nigel se enervara.

—Si vas a interponerte entre Nikka y yo...

— ¿No me interponía antes?

—No de esta manera, no...

— ¿No como un “rival”, según has expresado tan encantadoramente?

—Estás tergiversando lo que he dicho.

—No tanto como piensas, lo que realmente piensas. Nigel dijo fríamente:

—Eso permanece...

— ¿Te das cuenta de hasta qué punto se ha convertido esto en una confrontación? Dos hombres, sin ceder un ápice de terreno.

— ¿Por qué habría yo de dar...?

—No tienes que hacerlo. No lo cambio todo. Seguiremos teniendo un triángulo relajado. Mi relación con Nikka será diferente, pero no hay ninguna razón...

—No. No me gusta.

—Quiero, quiero afrontar el mundo con una nueva identidad. Poner a prueba este cuerpo pesado, voluminoso. No tienes ni idea de cuánto lo es.

Carlos contrajo los gruesos músculos de sus hombros experimentalmente.

A pesar de sí mismo, Nigel preguntó.

— ¿Cuan diferente... es?

Carlos sonrió de manera amistosa.

—Mucho.

Carlos empezó a ver a Nikka, pero nunca en compañía de Nigel. Nikka encontraba a Carlos atractivo, y Nigel no podía hallar motivo alguno para oponerse a que ella pusiera en práctica los privilegios que siempre habían acordado recíprocamente. Su relación nunca había sido completamente restrictiva, después de todo. Pero la perspectiva teórica no hacía nada para paliar sus sentimientos de ira y de envidia, profundamente latentes. Carlos era más joven y más enérgico, eso era parte de su atractivo. Adoptó fácilmente el ritmo veloz de los preparativos para explorar el sistema Ross. Nigel se pasaba el tiempo dedicado a la red de análisis, aunque esto le hacía retraerse más.

Habló con Nikka al respecto. Para ella los hechos eran evidentes y, a la luz de la medicocirugía, nada excepcionales. La libertad de alterar el propio sexo era tan básica como cualquier otro derecho. Nigel podía aceptar esto teóricamente, pero experimentaba un fuerte rechazo en el caso específico de Carlos. Había algo en todo el asunto que lo sacaba de quicio, algo más allá de la simple rivalidad, y, sin embargo, no llegaba a captarlo con claridad. Cuando hablaba se le hacía un nudo en la garganta, la voz se le volvía seca y ronca.

Era desconcertante para él, particularmente, puesto que nadie más, ni siquiera Nikka, parecía tomar la aparición de Carlos como un mero cotilleo pasajero, medianamente interesante. Surgió en la conversación entre sus amigos durante una semana o así, y luego se difuminó en el revuelo general relativo a Ross 128.

2


Es un cabrito muy tenue. Apenas podemos identificar a ninguno de sus planetas en la
óptica.

—Bien abajo en el infrarrojo estoy recibiendo muchas señales de los dos planetas de tamaño terrestre. Parece que ambos tienen un albedo elevado.

—Ojalátuviéramos una estrella de tamaño decente para hacer un reconocimiento de
éste, pequeño como Ray con profusión de llamaradas. Echa un vistazo a esa corona con grandes manchas por todas partes.

—Abocado a ser variable, todos los astros pequeños lo son. Asípues, según la teoría, esos de tipo terrestre padecen grandes oscilaciones climáticas.

—Por su aspecto, no parece que
ésos posean una biosfera estable.

—Planetas exteriores a todo el alrededor, del tamaño de Saturno; multitud de lunas y dos anillos; algunos asteroides entre esos dos. Parece una pauta bastante normal.

— ¿Por quéiba a enviar una señal a este lugar muerto el Vigilante de Isis? No lo sé, puede que fuese un error
,
¿eh, Nigel?

—Espera hasta que hayan entrado los retornos.

—He logrado una imagen aquíSí, observa, ese primer planeta de tipo terrestre carece de atmósfera. Albedo elevado, debe ser roca pelada.

— ¿
Tienes ya esos IR del segundo? Séque hay un fallo en ese sensor, pero llevamos esperando mucho tiempo, joder.

—Estáentrando ahora. Parece de unos 178 grados kelvin, muy frío, pero lo esperábamos estando como está, calentado por un sol de pacotilla. Claro que no detecto mucho más.

—Algo de dióxido de carbono, poco amoníaco. Puede que mucho hielo y nieve.

—Baja el telescopio derecho un poco, esa reflectividad lo estáinterfiriendo todo cuando
lo conecto en haz estrecho. Debe significar que hay muchas superficies reflectoras. Pueden ser campos de hielo.

—Ningún signo de bioactividad en esa atmósfera, turbia como agua de fregar los platos.

—La lente gravitacional nos indicóque su aspecto era completamente abominable. Eso
no es ninguna sorpresa.

—Maldita sea, todo este camino y nada más que basura.

—Todo el tiempo supimos que con una estrella M como
ésta, la búsqueda de una biosfera era como esperar rosas en un tarro de mermelada.

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