Robert se acordó inusitadamente de Manuel.
Dios, espero que estémuerto ya.
Sería mejor si se daba la posibilidad de que la vida lo hubiese abandonado para siempre. La terapia había borrado y suprimido a Manuel. Los terapeutas estaban muy convencidos de que era lo mejor.
Helen se movía enérgicamente debajo de él, tratando de provocarle una pasión que ya no sentía.
Cristo
, pensó. Experimentó una nueva empatía hacia ella, por la ayuda que ella pudiese hallar en esto.
Repentinamente, se sintió por encima de los cuerpos entrelazados que se afanaban en la cama. Vio la pasión desde una perspectiva elevada aunque sin menoscabo alguno, una doble visión de sí mismo. Era como las múltiples capas de la impresión que uno tenía en el senso, la impresión de ser varias personas a la vez. Pero más extraña y más honda.
Vio que el simple hecho de la cópula estaba rodeado de un aura, un halo diferente de asociaciones para cada sexo. Un acto de esencial autodefinición.
Ciertamente era difícil expresar cuan profunda era la diferencia.
Experimentó un choque y volvió a pensar en Manuel. La muchacha vivaz, confiada de allí... ¡había deseado a Manuel tan desesperadamente! Y, cuando él se fue, el único medio de aferrarse a él era intentar, de una manera insólita, huir de sí misma y convertirse en lo que había querido retener.
Helen gimió y se apretó contra él, como para guarecerse en esta tormenta privada, y profirió un grito agudo, desgarrador. Él la acarició, lloró y, por primera vez en muchos años, vio verdaderamente de nuevo, en Helen, a esa muchacha de antaño, la otra margen de un ancho río silencioso que nunca podría volver a cruzar.
Nigel se estremeció. El drama había sido intenso, cercano, más íntimo que nada artificial que hubiera experimentado. Obviamente, habían seleccionado un drama acorde a su edad, su sexo, y luego le quitaron la alfombra de debajo, dispararon sus expectativas.
Él no era ese hombre tan cansado, tan aburrido, y, sin embargo, sin embargo había algo... Incluso el diálogo del hombre era ligeramente británico, como alguien que ha vivido en el extranjero durante décadas, al igual que Nigel. Sí, era un asunto condenadamente acorde. Y no del todo divertido.
Pero el divertimento no era la meta. Con una turbia sensación de movimiento, todo variaba, se fundía, adquiría otra forma.
Y él era el hombre demacrado y bajo, divisando a su presa en la sórdida calle de Berkeley. Nigel se sintió arrastrado al aproximarse a la figura corpulenta, distraída, y decía:
— ¿Quiere algo?
A partir de ahí, el drama procedía como antes, dando a Nigel una visión bastante distinta de los hechos, dejando que las emociones se perdieran...
Otra transición atorbellinada, difusa. Nigel se trocó en Helen.
—No estamos haciendo nada —dijo, y sintió la creciente irritación enojosa. Sabía lo que iba a venir y, no obstante, las emociones que le llegaron desde la ficticia Helen le conmovieron. Los hechos le transportaron hacia adelante. Robert, sumido en la ira que crispaba su gesto. Comenzó el senso, la conmoción de Helen lacerándole...
Y vio que era como el suyo propio, con Carlos. Aunque peor. Hacía mella en lo profundo. Conllevaba traición, la sensación abismal del suelo abriéndose debajo de Helen. Ella se había debatido por ver su propio pasado claramente. Todo cuanto había sentido, cada día, significaba ahora algo diferente. Este extraño taciturno sentado junto a ella en la lustrosa silla lo sabía todo sobre ella, pero se había estado ocultando a sí mismo, a sí misma, cada día de sus vidas. Helen le había acariciado, le recibió en sí misma, aceptó y saboreó su masculinidad, todo sin un pensamiento...
Helen pugnó con fuerza, tratando de hallar un asidero. Tendría que empezar de nuevo, aprender a aceptar a Robert como alguien que estaba por encima y por debajo de lo que había creído, hacerse...
Nigel se arrancó del hervidero de emociones. Pulsó HUIDA y la enmarañada palabra se esfumó.
Retiraron la vaina y penetró la hiriente luz. Salió. Los asistentes sonreían profesionalmente. Ignoró sus voces cálidas, bien moduladas, sus preguntas amables. Se envolvió cómodamente en un albornoz azul y se dirigió hacia el vestidor.
— ¡Espere! Su consulta...
—No tengo ninguna.
—Es parte de...
—No es obligatoria, ¿verdad?
—No, pero nosotros...
—Eso pensaba. No tengo por qué hablar con vosotros, gilipollas, y no tengo ni puñetera intención de hacerlo.
—Aparecerá en el historial —repuso la mujer a modo de advertencia.
—Peor para mí. Lástima.
— ¿No resulta un poco obvio ser tan hostil al análisis?
Nigel titubeó, sabiendo que debiera ser cortés con esta persona, aunque estuviese agitado. Se balanceó en el borde, sintiendo el peso de la expectación de ella, cómo evaluaría esto la sociedad de la nave, y, durante un dilatado instante, tuvo la certeza de haber estado allí antes, aunque habiendo perdido años con anterioridad.
—Al carajo —dijo tajantemente.
— ¿Cómo te ha ido? —preguntó Nikka. Él yacía de espaldas, dejando que su máquina manipulada le atendiese. Burbujeaba, succionaba y las bombas traqueteaban, pero funcionaba. Verdaderamente había llegado a sentir un cierto afecto por la maldita cosa.
—Lo aborrecí. Ella suspiró.
—Eso no te hará progresar en el favor de...
—Lo sé, lo sé.
— ¿Has visto los mapas de la luna? Cráteres por todas partes. La están llamando Viruelas. Todavía no hay nombre oficial.
—Apropiado. ¿Crees que podrás hacerte con algún trabajo de superficie?
— ¿Qué trabajo de superficie? —Ella se incorporó—. La red ni siquiera ha discutido...
—He hallado una interfaz de sistemas en la sección de máquinas. Tienen mayor escasez de la que creían en el inventario de deuterio. Antes de que volvamos a encender el impulsor, necesitarán repostar un poco.
—De la luna, ¿eh? Viruelas.
—Exacto.
—
Mira, hombre, Viruelas es un colador, como Europa, Calisto y el resto de las lunas jovianas. Hay docenas como
ésta. Vista una, las has visto todas.
—Hay algunos flujos de hielo interesantes. Observa, eso puede ser una escarpadura de metano.
—Tal vez deberíamos enviar abajo a algún personal científico con la cuadrilla minera.
—Podrían ser precisas algunas perforaciones profundas, incluso hallar una abertura para acceder a mayor profundidad. Si obtenemos una buena medición de abundante metal, haremos felices a los Exogeólogos de la Tierra.
—El problema es que todo el hielo estáformado por dióxido de carbono, metano, amoníaco. No hay mucha agua.
—Más nos vale mandar ese equipo de inmersión.
— ¿De quéestás hablando?¿De usar ese trasto sumergible?
—Claro, funcionóen Ganímedes. Lo trajimos para un caso exactamente de esta
índole.
—Esa piel de hielo tiene
,
¿cuánto?, quince klicks de grosor.
—Hay grietas y aberturas. Ya las divisamos en el reconocimiento.
—Claro, abriros paso por ellas, el sumergible se las apañarábien con esa presión. Recuerda que la gravedad es menor de un quinceavo de g.
—Penetrar la superficie de hielo. Cristo.
—No lo sé. Descortezando, la minería es más segura, y podéis largaros si algo va mal.
—Cieno, pero la cuadrilla de trabajo es tres veces mayor, y hay que buscar yacimientos
de agua por los alrededores.
—Sí, los submarinos son mejores, pueden excavar mucho.
—
Y se trata de agua pura, no de impurezas procedentes de los meteoritos.
—Ted, yo recomendaría que, si quieres algo oficial...
—No tengo problema con eso. No hay necesidad de ser tan protocolario, Bob. Mandaremos a un equipo bien grande. Quiero ese deuterio rápido.
—No hay razón para esperar con ese Vigilante cerca.
—Si se me permite opinar, debo decir que sigue sin gustarme perforar Viruelas estando
al alcance de ese Vigilante. Es condenadamente arriesgado.
—No hay ninguna alternativa
óptima, como decidimos ayer.
¿Dónde has estado, Nigel?
No hay ninguna otra luna aquíque posea la topografía apropiada. Las restantes son rocas.
—Todo el sistema estáseco. Debe de tener todos los elementos ligeros confinados en los gigantes gaseosos.
—Viruelas es una luna bola de nieve típica, una fracción por encima de los dos mil klicks de radio, noventa por ciento de aguanieve en el interior con una costra de hielo.
—Se parece mucho a Ganímedes, sólo que con más cráteres y con multitud de movimientos de la corteza.
—Nigel, has estado fuera de la onda demasiado tiempo. Remítele la recapitulación de esa sonda que enviamos al Vigilante.
— ¡Qué! Has metido las narices...
—No te pongas tan exaltado. Míralo de esta forma, estábamos sometiendo a prueba la Regla de Walmsley dándole una
última oportunidad.
—Fallótambién. Ya te darás cuenta.
—Escucha, la sonda recorriótodo el Vigilante, golpeóel casco, tomóuna muestra
—nada especial, una aleación endurecida por los gamma—, probócon la radio y el IR, y...
—Encontróun montón de sensores viejos y material en la superficie. Estaba tan muerto
como...
—Se adentróunos treinta metros. Todos los circuitos están inactivos, ninguna pauta acústica, ningún signo de nada en funcionamiento.
—
Un equipamiento curioso. Unos circuitos muy simples que me parecieron completamente estropeados. Es infernalmente antiguo, también.
—No
obstante, eso no significa que no hayáis puesto en marcha algo...
—Nigel, soy Ted. Tenemos trabajo que hacer, y puedes conseguir todo eso en la recapitulación. Te aconsejo que salgas de la red y vuelvas cuando...
—Estácabreado porque su Regla no funcionó.
—No, no se trata de eso en absoluto. Meramente quiero decir...
—Demonios, Walmsley. En primer lugar hemos probado que tu teoría no vale una mierda. Nunca ha habido vida en esa luna. Observa los vuelos de inspección, no hay ningún bioproducto en la superficie, ni atmósfera. Sólo cantidades ingentes de hielo y roca
que ha sido pulverizada a lo largo de billones de años.
—Asípues, el Vigilante no estáaquíal acecho de la vida. Demonios, probablemente se
quedósin gasolina explorando este sistema y se desactivó. Parece una nave poco veloz, bastante tosca, que quema su propia roca para obtener una reacción en masa.
—Sí, un fragmento de tecnología chapucera, si quieres saber mi opinión.
—Hace falta una eternidad para llegar a la próxima estrella.
—Bueno, si has estado incordiando siempre...
—Afróntalo, Walmsley. Los Vigilantes no son todos iguales. Son armas excedentes o exploradores. No hay razón para pensar que estén relacionados unos con otros.
—La materia en
órbita perdura mucho tiempo, eso es todo.
—Hay demasiada evidencia para ignorarla. Dejando a un lado mi maldita Regla...
—No, Nigel, soy Ted. Ahora me gustaría que salieras de la red, tómate un descanso. Repasa el reconocimiento y elabora un informe con nosotros más adelante, si quieres soltar tu discurso. Pero no podemos estar haciendo controversia teórica cuando tenemos que realizar un enorme cálculo minimax sobre la operación minera.
—Yo daría...
—Muy bien, Ted, eso haré, pero...
—Bien, ahora quiero un aterrizaje faro, iniciar las excavaciones. Sheila, sitúa esos sumergibles en los aparatos de superficie. Quiero cuadrillas de apoyo repartidas por toda la línea, también.
—Adiós, gilipollas.
Él nunca había pretendido que Nikka, Carlotta y él optaran por formar una Familia Nuclear, pero los viejos tiempos entre ellos habían suscitado un torrente de sangre impetuosa, según cada uno resbalaba por la piel de los otros, alisada por el amor, jadeando ante el vertiginoso deslizarse de los dedos, buscando la lasitud de los músculos envejecidos sin juzgar, rindiéndose a la prominencia del hueso. Recordaba vagamente cuánto desenfreno había habido entre ellos. Más tarde vino el sosiego.
Ahora afloraban las inexpresadas ambiciones del pasado, y Carlotta estaba recubierta de aparatos.
Nigel se desconectó cautelosamente de la máquina. Selló la tapa de entrada en la vena de la pierna. Los recuerdos afloraban con frecuencia ahora. Había recuperado gran parte de su antiguo equilibrio mental, lo bastante para permitir que reaparecieran las viejas heridas y alegrías.
Lo que quiera que hubiese aprendido en él a reprimir, se estaba batiendo en retirada.
Nikka hizo un amago de ayudarle a levantarse pero él la rechazó.
—Me siento mucho mejor. Más fuerte.
—Sigo deseando que reposes más. Has estado trabajando demasiado en los jardines.
—No, apenas lo bastante. Estoy empezando a creer que todo esto del desequilibrio sanguíneo, el aumento de las malévolas células rojas y la putrefacción (literalmente, putrefacción), se debe todo a algo causado por la lesión que sufrí en la tarea de limpieza del flujo vital. —Se desperezó, disfrutando del crujido delicioso de sus articulaciones.
Nikka sonrió tolerantemente. Cuando ella abrió la boca para hablar, vio fugazmente su fatiga, contenida hasta más allá de lo perceptible, sedimentada en su interior por las corrientes de desesperación que debía haber sufrido en estos años que le vieron tornarse apático e indiferente paulatinamente. La trama de arrugas que tenía junto a los ojos y que se habían vuelto más profundas y se torcían hacia abajo. Su risa estaba apagada ahora, rara vez audible, apesadumbrada.
—Las cosas van a ir mejor ahora —dijo él impulsivamente—. Estoy seguro de haberlo superado.
—Sí —repuso ella, y le rodeó con los brazos—. Sí.
Vio que ella no le creía. Ella pensaba que sus palabras no significaban más que el compulsivo optimismo de un hombre que sabía a ciencia cierta que iba a morir.
—No, quiero que la veas... que veas la mejoría. Estoy...
Un golpe en la puerta. Fueron a la sala de estar, cerrando la puerta del dormitorio para ocultar las máquinas médicas. Nigel abrió la puerta. Mantuvo el rostro impasible al ver que eran Carlos y Ted Landon. Carlos había estado viniendo regularmente, pero Nigel había decidido que, por el momento, era mejor no ser ni amistoso ni hostil. La simple distancia podía ser lo mejor.