Y volcanes que arrojen más agua, la cual a su vez es separada en hidrógeno y oxígeno por fotones energéticos erráticos, elementos que nutren la ecología adherida a la corteza planetaria.
Una delicada vida que padece las sacudidas, el millón de muertes menores y la reseca aridez. Los vendavales soplan por encima de las montañas llevando su polvo y arrastrando un sempiterno ulular por estos valles angostos, vacíos y sin esperanza de cambio, estridentes y remotos, agostados como el mismo aire.
Avanza,
dump, clump
, con pasos de plomo llevándole a través del cenagoso suelo del valle hacia las colinas, chirriando las vainas de cerámica de sus hidráulicos, en la boca el sabor amargo de una tableta estimulante. Adelante.
Daffler va a la cabeza y una mujer, Biggs, se está aproximando a los EM arracimados desde la otra falda del volcán. Hay un destello naranja y la montaña retumba, y la tierra por un momento se ve inundada de nueva luz. El polvo disminuye y el hálito húmedo del volcán se lleva el borrón de óxido de azufre procedente del Ojo. Alex nunca ha visto a un grupo como éste de EM congregados en los mapas radiales. Algo les trae aquí, lejos de la “aldea”. Por eso ahora un equipo se acerca a los EM mientras que un equipo mayor vuelve a invadir la “aldea”, para echar una ojeada a una película superconductora, para trepar a las cuevas y descubrir lo que puedan. Daffler, Nigel y Biggs son una distracción, una reflexión tardía en realidad, para vigilar a los EM, pero sin hacer nada más. Si ha de establecerse contacto debe surgir de los especialistas, los codificadores y analistas que han permanecido en silencio y aguardando, severos y con los labios apretados, nuevos datos que añadir. Los biomédicos han atrapado ya a una miríada de animales pequeños, los han diseccionado, y no han hallado nada que se iguale a los nervios semiconductores y al cerebro de los EM. El reino animal de Isis es lento, corriente, sustentado por los procesos químicos agotadores e ineficaces de la oxidación, en una atmósfera en la que el hierro y el azufre sustraen el oxígeno a cada instante, dejando que la vida se haga con lo que puedan, antes de que el aire volcánico rico en oxígeno vuelva a quedar constreñido, durante un billón de años, en las rocas hambrientas. Aunque no es oxígeno lo que los EM buscan cerca del volcán según vislumbra Nigel, observando sus motas cambiantes en la sobreimpresión. No se congregan donde la llovizna cae, trayendo oxígeno consigo.
—
Avistado uno al sur. Se dirigía hacia mí. No me muevo.
—
De acuerdo. —La voz de Daffler suena tensa y cauta.
—
Sugiero que te encamines hada
él siguiendo un eje quépase a través de mí. De ese modo no veráningún movimiento lateral.
—
De acuerdo.
Nigel prosigue, activando las piernas. Algo se escabulle a su lado. Un ser pequeño semejante a un roedor, corriendo tan rápido como puede. Aquí los animales poseen reservas anaerobias, al igual que los de la Tierra, pero son deficientes y duran sólo unos cuantos minutos. Después de eso, deben aminorar hasta el porcentaje dictado por el suministro de oxígeno. Nigel escudriña al frente.
Las nubes se están acumulando, arrastradas por el calor de convección cerca del volcán, y el fulgor bermejo de arándano embebe a Nigel en un recuerdo del aura sobre una distante ciudad en llamas, del modo en que las ciudades han sido devoradas desde el antiguo Egipto, las bibliotecas en llamas, Alejandría...
Otra pequeña criatura, corriendo a la izquierda.
La voz de Bob se abre paso claramente:
—Me parece que debes agazaparte, Nigel. No quiero que se repita lo de la última vez.
Nigel aplica sus servofrenos obedientemente. Se posa en el suelo, apaga sus ondas transportadoras en las bandas X, K y R. Se oye un ulular ventoso. Un destello naranja aparece procedente del cráter que está por encima de él. Algo se mueve.
Es del tamaño de un perro con cuatro patas, de un pelaje castaño moteado y con la lengua colgando. Detrás suyo, a setenta metros de distancia y acercándose, aparece un EM, dando regulares zancadas sobre las arenas horneadas, sorteando un estrecho reguero y prosiguiendo tan estólidamente como un tren. Pero el EM está cansado también, deduce Nigel. Se nota el oscilar de las piernas y los brazos que penden fláccidos a los costados. Esto es una persecución, y en el lapso de tiempo que el EM requiere para dar una zancada Nigel registra este último hecho, y todos los datos restantes sobre los EM, y entiende que por supuesto están siguiendo una pauta carnívora, recorriendo la tierra continuamente, pero manteniéndose separados a fin de que cada EM tenga un área para cazar, y en el intervalo entre el paso de cada EM transcurra el suficiente tiempo para que la presa olvide y crezca despreocupada. Ninguna otra criatura de Isis posee el cableado de semiconductores porque han sido abatidos, de la misma manera que el hombre carece de competidor parejo debido a que lo eliminó en el remoto pasado. El EM frena ahora, con la cabeza levantada, escudriñando al norte por donde el ser, semejante a un perro, se ha esfumado. Permanece erguido, quieto, con la cabeza alta y vuelta al este. Parece recobrarse, y Nigel escucha de nuevo el sonido de veloces taponazos, de un crepitar como el del tocino al freírse, más alto, más alto, más alto, hasta que sus circuitos receptores se sobrecargan y se hace el silencio.
—/Nigel! /Maldita sea!, este animal viene corriendo junto a mí, no llega ni a cincuenta metros de distancia, y entonces se desploma.
¿Quéestá...?
Nigel estudia al EM. Éste se afloja a un costado, se afianza. Finalmente comienza a andar, las piernas pesadas y potentes.
—/Maldita sea! Ojalápudiera...
—
Ve hasta ese animal. Echa un vistazo rápido, de cerca.
—Vale.
Hay una pausa. Las cortinas de polvo van a la deriva en una brisa. El EM se pierde de vista, avanzando con fatiga de sus macizas articulaciones.
—Bueno yo... esto está...
— ¿
Qué?
—Estátodo renegrido, y está, parece... quemado.
Nigel no respira durante un momento. Después asiente.
—Exacto. Aléjate de ahí enseguida. Al EM no le queda mucha energía, espero, pero podría ser suficiente.
— ¿Suficiente para qué?
—
Que no te atropelle. Esta vez, no. Podría freírte, con todo, amigo Daffler. Con ondas de radio bien focalizadas.
Aunque no acierta a ver por entre la niebla agitada de fino polvo que ahora remonta el valle, Nigel contempla al EM moverse en la sobreimpresión, y sonríe, pensando en la criatura lenta, descomunal y exhausta, con los condensadores agotados y activando una energía anaerobia almacenada, en tanto que se inclina hacia adelante para reclamar su merecida presa.
Nigel se acuclilla en la voluble umbrosidad, contemplando cómo el dedo anaranjado se abre paso montaña abajo. Más lava. La tierra se encoge. Él aguarda.
Los EM se han congregado a medio klick de distancia y Bob no consentirá ningún contacto más estrecho hasta que entre de servicio un equipo mayor. Hay otros muchos sitios diseminados por Isis y los equipos los están trabajando todos. Cavan en las viejas ciudades consumidas. Clasifican la flora y la fauna en los pasos de las laderas. Se zambullen en la vida, prolija en orín, del fondo de los mares. Vagan por las áridas tierras crepusculares próximas al confín.
La expedición completa ha asumido ahora el tono, amplio y disperso de las mismas fragmentadas especialidades. Hay un ajetreado rumor de trabajo. Primero compilarán los datos, luego pensarán.
Pero no comprenden que cuanto los datos expresan depende a la postre de la forma en que se piensa, y Nigel vuelve a sentir la extraña impaciencia lujuriosa que le empuja hacia adelante, como siempre ha hecho, que penetra y finalmente—se convierte en una parte de la serenidad que descansa detrás de sus, acicates y bríos mentales, por lo que simplemente no puede limitarse a reunir datos como trigo, tiene que inhalar este lugar y verlo al completo, trocarse en los cinco hombres ciegos y el elefante astrofísico, dejar que el cerdo pringoso de este mundo resbale a través de su brazos y, no obstante, deje atrás a cada paso una lección vislumbrada, de forma que se fortalezca y crezca, que oiga a los EM que se encuentran más allá del estruendo de los datos, de la algarabía de los hechos.
—Eh, se están moviendo
—
la voz viene de Daffler.
—Exacto —emite Nigel con regocijo por la banda X.
—
Bob dice que asignaráa un equipo nuevo dentro de una hora. Sylvano y sus muchachos.
—
Demonios, Sylvano es biomédico.
—Habráun especialista en comunicaciones en el equipo, no te apures por eso
—
replica Daffler.
Nigel se encoge de hombros, se percata de que, por supuesto, Daffler es el hombre de comunicaciones de este miniequipo, y por tanto cree que ése es el papel más relevante. Los de comunicaciones se han estado dando importancia últimamente, convencidos de que la comprensión de los EM se basa en saber cómo evolucionaron para ver y hablar por radio. Sin embargo, no tienen ninguna pista acerca de la caza, y el descubrimiento, hacía sólo dos horas, de la capacidad de los EM de calcinar a una presa a una distancia de cien metros obviamente había inquietado a Daffler, a Bob y a todos.
Bravo por el poder de predicción de la ciencia. A pesar de ello deberían haber supuesto algo por el estilo, medita Nigel. Con Ra fijo en el cielo, todas las regiones del planeta tendrían un grado uniforme de iluminación. Sólo que la excentricidad de la órbita de Isis haría que Ra oscilase ligeramente en el transcurso del año, sólo un leve balanceo. En la pauta constante de sombra y luz, o en medio de las tormentas de polvo y fina niebla, la capacidad de sondear, semejante a un radar, resultaría valiosa para un predador. Los ojos normales —pasivos, fácilmente cegados por el polvo— serían menos útiles. Y a la luz enfermiza de la zona vecina, las presas con nervios ópticamente sensibles estarían casi ciegas, serían incluso más vulnerables.
Pero la habilidad crucial era, como siempre, matar. Por lo que la lógica de la evolución había puesto en funcionamiento la visión por ondas de radio. Con la escasez de oxígeno, perseguir a una presa podía fácilmente agotar las reservas energéticas de un EM, haciéndolo vulnerable. Era mucho mejor quemar el blanco y aproximarse precavidamente. El ojo de radio podía sondear, identificar y matar; para luego volver a sondear para captar los signos indicativos de que el sistema nervioso del blanco estaba fuera de servicio. Todo esto, sin necesidad de acercarse demasiado a las garras, los cuernos o las pezuñas de la presa. Por ello, con la portentosa economía de la evolución, el ojo lo hacía todo: ver, hablar, matar, incluso cocinar. Y la mente que recibía el mensaje del ojo pugnaba por mejorar la percepción, la resolución y la acción. El ojo y la mente debían haber evolucionado al unísono, acaso en conjunción solidaria, como el vínculo mano/mente en el hombre.
—
Nigel, van en tu dirección.
—
Como yo esperaba —murmura para sí mismo.
— ¿Qué? ¿Qué es eso? Mira, si algo te ronda la cabeza, Nigel, preferiría no tener a Bob poniéndonos como un trapo por...
—
Calma. No te preocupes, amigo Daffler. Simplemente estoy aquí para ver lo que pueda.
—Habrácantidad de muchachos aquíabajo dentro de una hora. Les cuentas quéestás
buscando y...
—
Yo mismo no estoy muy seguro.
Los guijarros repiquetean contra sus placas, y la tierra se agita debajo de él, una llamarada naranja atraviesa la mortaja de polvo, y Nigel vuelve a ver los torrentes que descienden, más grandes ahora, vertiéndose por las bruñidas caras rocosas, a cientos de metros en lo alto.
— ¡Jesús!, lo estádetectando de huevo. La cara oriental puede deslizarse en cualquier momento, diría yo.
—
La geología no es tu departamento, Daffler. Eres el hombre de las comunicaciones. Yo soy el comodín.
—Bueno, sí, pero la mera...
—
Nada aquí es tan simple. Ocúpate de los EM, ¿eh? Se están desplazando.
— ¿Qué?
¡Oh!, ya veo. Se están dirigiendo hacia ti. Directos a esa vertiente de la cima.
—
Exacto. Difícilmente puedes pedirme que maniobre alrededor de ellos. No, dado que Bob nos previno contra un contacto estrecho hasta que llegue el equipo grande.
— ¡Hum!, sí. Pero...
—
Corto ahora, si no te importa. Quiero cerciorarme de que no he sido visto.
—Ja, ja —masculla Daffler con suspicacia, pero su transportadora guarda silencio.
Nigel está solo en la incierta luz mientras, entre sus pisadas se abren camino hasta él los sordos balbuceos y los pitidos chirriantes que conforman las conversaciones y los continuos sondeos de los EM, dispersando las microondas por los cañones e inundando con ellas esta tierra esquilmada. Pulsa el mapa radial emitido desde el
Lancer y
estudia los puntos agrupados que se dirigen hacia él.
Un animalito se escabulle, asustado, y Nigel se asombra de que el pequeño ser —sin ojos y con un guisante por cerebro— pueda olisquear a los EM a esta distancia y tenga el buen juicio de huir.
El cuerpo mismo del EM puede servir como una gran antena, donde los huesos actúan como receptores de baja conductividad, de modo que en el EM se insinúa una vaga sensación de seres más pequeños que se aproximan. De lo contrario serían vulnerables a parásitos o a ingeniosos gorrones, que podrían encaramarse a ellos y resultar invisibles.
Pero de alguna forma la antena total del cuerpo debía “ver” a los pequeños predadores para que los EM pudieran abrasarlos, pisotearlos y desactivarlos.
Acaso bajo el apremio de la selección, el cerebro había desarrollado alguna técnica de apertura sintética, como las antenas de radio ampliamente separadas de la Tierra que “notaban” el tamaño efectivo de su separación. ¿Servirían sus espinas dorsales como bobinas sintonizadoras?
Nigel se adentra en una quebrada angosta al aproximarse las motas de los EM. Quiere que su actuación no sea blanco de las críticas de Bob y del resto, que parezca una pauta perfectamente responsable, a tenor de los movimientos de los EM. Por ello retrocede a la quebrada, hacia un saliente de roca verde azulada.
Un estallido anaranjado arroja sombras delante suyo. Se detiene en el lugar moteado de azul y verde, intrigado, haciendo memoria, pero el segundo destello le encandila y, después, se produce un estrépito. Le llueven piedras, un rugido bronco le hace mirar hacia arriba donde la montaña vomita nubes y llamas. Ahora manan largos torrentes de lava desde la boca del nuevo cráter. Inmensos chorros de vapor expelidos hasta los bancos de polvo, despejan el aire y los óxidos de azufre se precipitan en el valle situado al otro lado, donde nutrirán a las plantas raquíticas y a los depauperados animalillos que son la base de la cadena alimenticia de la que se benefician los EM, de la que se han estado beneficiando desde tiempo inmemorial, aunque los geólogos no puedan decir cuánto, ya que la corteza de Isis, siempre en ebullición, destruye toda evidencia del pasado.