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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Científica

Un punto azul palido (49 page)

BOOK: Un punto azul palido
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A veces con la ayuda de un rayo de sol, y otras por la conveniencia de un cometa, fueron deslizándose de esfera en esfera, como un pájaro salta de rama en rama. En muy poco tiempo, atravesaban raudos la Vía Láctea...

Estamos descubriendo, incluso ahora, enormes cantidades de discos de gas y polvo alrededor de estrellas jóvenes, las mismas estructuras a partir de las cuales, 4500 millones de años atrás en nuestro sistema solar, se formaron la Tierra y los planetas. Estamos empezando a comprender cómo finos granos de polvo se convierten en mundos, cómo grandes planetas similares a la Tierra se acretan y luego capturan rápidamente hidrógeno y helio para formar los núcleos ocultos de gigantes gaseosos, y cómo los pequeños planetas terrestres se quedan comparativamente escasos de atmósfera. Estamos reconstruyendo la historia de los mundos, cómo se reunieron principalmente hielos y materia orgánica en los fríos suburbios del sistema solar primitivo, y básicamente roca y metal en las regiones interiores calentadas por un joven Sol. Hemos empezado a reconocer el papel predominante de las colisiones primitivas a la hora de voltear mundos, excavar enormes cráteres y cuencas en sus superficies e interiores, hacerlos girar, crear y destruir lunas, formar anillos, y luego depositar una capa de materia orgánica, a modo de hábil toque final en la creación de mundos. Estamos empezando a aplicar este conocimiento a otros sistemas.

En las próximas décadas dispondremos de una oportunidad real para examinar la disposición y algo de la composición de muchos otros sistemas planetarios maduros que rodean a estrellas cercanas. Empezaremos a conocer qué aspectos de nuestro sistema constituyen la regla y qué otros la excepción. ¿Qué resulta más común, planetas como Júpiter, planetas como Neptuno o planetas como la Tierra? ¿O bien todos los demás sistemas poseen Júpiters, Neptunos y Tierras? ¿Qué otras categorías de mundo existen que desconozcamos en la actualidad? ¿Están todos los sistemas solares incrustados en una vasta nube esférica de cometas? La mayor parte de las estrellas del cielo no son soles solitarios como el nuestro, sino sistemas dobles o múltiples en los cuales las estrellas se orbitan mutuamente. ¿Hay planetas en esos sistemas? De ser así, ¿cómo son? Si, como ahora creemos, los sistemas planetarios constituyen una consecuencia rutinaria del origen de soles, ¿han seguido en otra parte caminos evolutivos muy distintos? ¿Qué aspecto tienen los sistemas planetarios más antiguos, miles de millones de años más evolucionados que el nuestro? En los próximos siglos nuestro conocimiento de otros sistemas tendrá un alcance cada vez mayor. Empezaremos a saber cuáles debemos visitar, cuáles sembrar y cuáles colonizar.

Imaginemos que pudiéramos acelerar de forma continua a 1 g —con lo bien que se está en nuestra vieja tierra firme— hasta la mitad del viaje, y decelerar de forma continua a 1 g hasta que alcanzáramos nuestro destino. En ese caso, nos llevaría un día llegar a Marte, una semana y media a Plutón, un año a la Nube de Oort y unos pocos años a las estrellas más cercanas.

Incluso una modesta extrapolación de nuestros avances recientes en el ámbito del transporte sugiere que, en sólo unos pocos siglos, seremos capaces de viajar a una velocidad cercana a la de la luz. Quizá sea una predicción desesperadamente optimista. Tal vez, en realidad, tardemos milenios o más. Pero, a menos que nos autodestruyamos antes, estaremos inventando nuevas tecnologías, tan extrañas para nosotros como los
Voyager
lo serían para nuestros antepasados cazadores-recolectores. Ya en la actualidad podemos imaginar maneras —torpes, ruinosamente caras e ineficaces, sin duda alguna— de construir una nave espacial que se aproxime a la velocidad de la luz. Con el tiempo, los diseños se harán más elegantes, más asequibles, más eficientes. Llegará un día en que superaremos la necesidad de saltar de cometa en cometa. Comenzaremos a planear sobre los años luz y, como dijo san Agustín de los dioses de los antiguos griegos y romanos, colonizaremos el cielo.

Esos descendientes pueden estar a decenas o centenas de generaciones de distancia de todo el que alguna vez habitó la superficie de un planeta. Sus culturas serán diferentes, sus tecnologías mucho más avanzadas, su asociación con la inteligencia mecánica mucho más íntima, sus lenguajes habrán cambiado, y quizá su misma apariencia estará marcadamente alterada en comparación con la de sus casi míticos antepasados que intentaron por primera vez, avanzado el siglo XX, zarpar hacia el mar del espacio. Pero serán humanos, al menos en una parte importante; serán profesionales de la alta tecnología; tendrán memoria histórica. A pesar del juicio de Agustín sobre la mujer de Lot, de que «nadie que sea salvado debe añorar lo que deja atrás», ellos no olvidarán del todo la Tierra.

Pero estamos muy lejos de estar preparados, puede estar pensando alguien. Como escribió Voltaire en su
Memnon,
«nuestro pequeño globo terráqueo es el manicomio de esos cien mil millones de mundos».
[38]

Nosotros, que ni siquiera somos capaces de poner orden en nuestro propio hogar planetario, convulsionado por rivalidades y odios, nosotros que saqueamos nuestro entorno medioambiental, nos matamos unos a otros llevados por la ira y el descuido, así como de forma intencionada; una especie, además, que hasta hace muy poco tiempo estaba convencida de que el universo se había creado para su exclusivo beneficio... ¿nosotros vamos a aventurarnos en el espacio, desplazar mundos, remodelar planetas y extendernos a sistemas estelares vecinos?

Me imagino que no seremos precisamente
nosotros,
con nuestras actuales costumbres y convenciones sociales, los que estaremos presentes ahí fuera. Si continuamos acumulando solamente poder y no sensatez, con toda seguridad nos autodestruiremos. Nuestra misma existencia en ese futuro distante requiere que hayamos cambiado nuestras instituciones y también nuestra forma de ser. ¿Cómo puedo atreverme a efectuar suposiciones sobre los humanos en un futuro lejano? Yo creo que es una mera cuestión de selección natural. Si nos volvemos sólo un poco más violentos, cortos de miras, ignorantes y egoístas de lo que somos hoy, casi seguro que no tendremos futuro.

Si es usted joven, cabe la posibilidad de que a lo largo de su vida demos los primeros pasos sobre los asteroides cercanos y sobre Marte. Extender esa predicción a las lunas de los planetas jovianos y al Cinturón de cometas Kuiper exigirá más generaciones. La Nube de Oort deberá esperar todavía mucho más. Cuando llegue la época en que estemos preparados para colonizar otros sistemas planetarios, incluso los más cercanos, habremos cambiado. El simple tránsito de tantas generaciones nos habrá cambiado. Las diferentes circunstancias bajo las que viviremos nos habrán cambiado. Las prótesis y la ingeniería genética nos habrán cambiado. La necesidad nos habrá cambiado. Somos una especie adaptable.

No seremos nosotros los que alcancemos Alpha Centauri y las demás estrellas cercanas. Será una especie muy parecida, pero con mayor presencia de nuestras virtudes y menos de nuestros defectos, una especie que ha regresado a unas circunstancias más parecidas a aquellas para las cuales evolucionó, más confiada, más perspicaz, más capaz y más prudente, la clase de seres que nos gustaría que nos representasen en un universo, por lo que sabemos, repleto de especies más antiguas, mucho más poderosas y muy diferentes.

Las inmensas distancias que separan las estrellas son providenciales. Los seres y los mundos están en cuarentena unos frente a otros. Y la cuarentena se levanta solamente a aquellos que tienen autoconocimiento y juicio suficientes como para haber viajado de forma segura de estrella a estrella.

E
N PLAZOS INMENSOS DE TIEMPO
, en cientos de miles de millones de años, los centros de las galaxias explotan. Contemplamos, esparcidas por el espacio profundo, galaxias con «núcleos activos», quasars, galaxias deformadas por colisiones, con sus brazos espirales rotos, sistemas estelares reventados por la radiación o absorbidos ávidamente por agujeros negros, y deducimos que, en esos plazos, incluso el espacio interestelar y las galaxias pueden no ser seguros. Existe un halo de materia negra rodeando a la Vía Láctea, extendiéndose quizá hasta la mitad de la distancia que nos separa de la siguiente galaxia espiral (M 31 en la constelación de Andrómeda, la cual contiene también cientos de miles de millones de estrellas). No sabemos qué es esa materia oscura, ni cómo está dispuesta, pero una parte de la misma puede hallarse en mundos que no están ligados a estrellas individuales.

Puede ser en su mayor parte materia que no está compuesta por partículas subatómicas, que no contiene nuestros conocidos protones y neutrones, y tampoco es antimateria. Más del noventa por ciento de la masa del universo parece estar sumido en este oscuro, depuradísimo y profundamente misterioso material, completamente desconocido en la Tierra. Quizá un día no sólo comprenderemos lo que es, sino que además tal vez encontremos una manera de utilizarlo.

De ser así, nuestros descendientes del futuro remoto tendrán una oportunidad, en inimaginables intervalos de tiempo, de establecerse en el espacio intergaláctico y de pasar a otras galaxias.

Pero en el plazo de tiempo necesario para poblar nuestra galaxia, si no mucho antes, debemos preguntarnos: ¿hasta qué punto es inmutable este anhelo de seguridad que nos empuja hacia fuera? ¿Nos sentiremos un día satisfechos con el nivel que ha alcanzado nuestra especie y con sus éxitos y nos retiraremos voluntariamente del escenario cósmico? Dentro de millones de años a partir de ahora —probablemente mucho antes— nos habremos convertido en seres diferentes. Aunque no hagamos nada de forma intencionada, el proceso natural de mutación y selección habrá labrado nuestra extinción o nos habrá hecho evolucionar hacia alguna otra especie precisamente en ese plazo de tiempo (a juzgar por el ejemplo que nos brindan otras especies de mamíferos). Durante el plazo de existencia de una especie de mamíferos —incluso aunque fuéramos capaces de viajar a la velocidad de la luz y no nos dedicáramos a ninguna otra cosa— no podríamos, en mi opinión, explorar ni siquiera una porción representativa de la galaxia Vía Láctea. Sencillamente, es demasiado grande. Y más allá hay cien mil millones de galaxias más. ¿Perdurarán nuestras motivaciones actuales a lo largo de plazos geológicos, y no digamos ya cosmológicos, si nosotros nos hemos transformado? En el transcurso de épocas, puede que encontremos salidas mucho más importantes y dignas para nuestras ambiciones que el mero hecho de poblar un número ilimitado de mundos.

Algunos científicos han imaginado que tal vez un día crearemos nuevas formas de vida, conectaremos mentes, colonizaremos estrellas, reconfiguraremos galaxias o impediremos, en un volumen cercano del espacio, la expansión del universo. En un artículo de 1993 en la publicación
Nuclear Physics,
el físico Andrei Linde —posiblemente en tono humorístico— sugiere que a la larga podría ser posible crear, en experimentos de laboratorio —aunque tendría que ser todo un señor laboratorio—, universos separados, independientes y en expansión. «Sin embargo —me escribe—, ni yo mismo sé si [esta sugerencia] no es más que una broma o es algo más.» Ante una lista así de proyectos para el futuro lejano no tendremos reparos en reconocer una constante ambición humana por arrogarnos poderes que, en su día, fueron considerados propios de un dios, o, empleando una metáfora más estimulante, por concluir la Creación.

A
LO LARGO DE MUCHAS PÁGINAS
hemos abandonado el dominio de las conjeturas plausibles para pasar a la temeraria intoxicación que supone la especulación casi sin límites. Ya es hora de volver a nuestra propia época.

Mi abuelo, que nació antes de que las ondas de radio fueran ni siquiera una curiosidad de laboratorio, vivió casi lo suficiente como para ver el primer satélite artificial contemplándonos desde el espacio. Hay personas nacidas antes de que existiera nada parecido a un avión que vieron en el crepúsculo de sus vidas cómo eran lanzadas cuatro naves rumbo a las estrellas. Con todos nuestros fallos, a pesar de nuestras limitaciones y falibilidades, los seres humanos somos capaces de lograr la grandeza. Eso es válido para nuestra ciencia y para algunas áreas de nuestra tecnología, para nuestro arte, música, literatura, altruismo y compasión, e incluso, en raras ocasiones, para nuestra política. ¿Qué nuevas maravillas jamás soñadas en nuestro tiempo serán labradas en otra generación?
¿Y
en otra? ¿Hasta dónde habrá caminado nuestra especie de nómadas a fines del próximo siglo?
¿Y
al finalizar el próximo milenio?

Dos mil millones de años atrás nuestros antepasados eran microbios; quinientos millones de años atrás, peces; cien millones de años atrás eran parecidos a los ratones; y hace un millón de años, protohumanos intentando domesticar el fuego. Nuestro linaje evolutivo está marcado por la supremacía del cambio. En nuestro tiempo, el ritmo se está acelerando.

La primera vez que viajemos a un asteroide cercano, habremos penetrado en un hábitat que puede cautivar a nuestra especie para siempre. El primer viaje de hombres y mujeres a Marte constituye el paso clave para transformarnos en una especie multiplanetaria. Estos acontecimientos son tan trascendentales como la colonización de la tierra por nuestros antepasados anfibios y el descenso de nuestros antepasados primates de los árboles al suelo.

Los peces, provistos de rudimentarios pulmones y aletas poco adaptadas para caminar, debieron morir en ingentes cantidades antes de poner un pie en firme sobre la tierra. A medida que las selvas retrocedían lentamente, nuestros antepasados bípedos parecidos a los simios se escondían a menudo entre los árboles, huyendo de los predadores que acechaban en las sabanas. Las transiciones fueron dolorosas, se prolongaron durante millones de años, y fueron imperceptibles para los que se hallaban involucrados. En nuestro caso, la transición ocupa solamente unas cuantas generaciones y comporta solamente la pérdida de un puñado de vidas. El ritmo es tan vertiginoso que apenas somos capaces de comprender lo que está ocurriendo.

En cuanto nazcan los primeros niños fuera de la Tierra; cuando tengamos bases y puestos en asteroides, cometas, lunas y planetas; cuando vivamos de la tierra y eduquemos nuevas generaciones en otros mundos, algo habrá cambiado para siempre en la historia humana. No obstante, habitar otros mundos no implica abandonar éste, al igual que la evolución de los anfibios no significó el fin de los peces. Durante muchísimo tiempo solamente una pequeña porción de nosotros estará ahí fuera.

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