Viernes y sábados por la noche las discotecas bullían creando una cultura propia en todos los aspectos: musical, estética, personal… La película
Saturday Night Fever
lanzó a John Travolta y recuperó a los Bee Gees. Fue la más taquillera de la historia del cine musical norteamericano. Además disparó una fiebre de películas discotequeras. Pero la influencia de la discoteca fue más allá de todo esto, ya que, en paralelo, se creó algo muy novedoso y que de nuevo puso la música hecha por los afroamericanos en el primer plano. Todo empezó con los
block partys
.
—¿Y eso qué era? —Juanjo puso cara de póquer.
—Nueva York bullía con la fiebre discotequera, pero la población afroamericana o no tenía dinero para pagarse una entrada en una de las discotecas de Manhattan o no los dejaban entrar. Así que se pusieron a bailar en los patios de sus casas, los espacios abiertos entre bloques de pisos, de ahí el nombre. Así nació el
breakbeat
. Un disc-jockey llamado Kool Herc empleó dos discos iguales y un mezclador para enlazar temas sin necesidad de hacer pausas. De esta forma se mantenía el clímax pasando de un tema a otro. Un
break
rítmico. En el momento de la mezcla también hablaban para animar al personal, largas o cortas parrafadas llenas de ritmo. Otra innovación surgida de los
block
partys
fue el
double-backing
, un disco sonaba un poco retrasado con relación al primero y así daba la impresión de que hubiera un eco. Y no solo era la música, también hubo innovaciones en el baile, porque una parte fundamental de la cultura hip-hop fue el
breakdance
, pintoresco, retorcido, novedoso y endemoniado. Inglaterra también se las ingenió para mantener la innovación musical, llegó la new wave, nueva ola, que englobó un buen número de nuevos géneros, cada uno con sus características. Los nuevos románticos usaban maquillaje; los nuevos
mods
, corbatas y trajes; los nuevos heavys, cabellos largos, camisetas, cazadoras de cuero negro,
badges
o
studs
, muñequeras de metal, vaqueros ceñidos y estética rockera. Fueron los que más perduraron, fieles a su impronta.
—¿Qué son los
badges
y los
studs
? —preguntó Valeria.
—Los
badges
eran chapas o parches de tela, cosidos, con logotipos o dibujos significativos. Las
studs
eran tachuelas que se adherían a la ropa para darles más imagen y forma —le explicó Lester—. Tendencias aparte, hubo artistas que simplemente hicieron música y perduraron en el tiempo. Dire Straits, con el genial Mark Knoffler a la guitarra; Pretenders, con Chrissie Hynde de cantante; Kate Bush, la voz más singular surgida en estos años; los inetiquetables Devo, que procedían de Akron, Ohio, un nuevo foco musical, y que vestían de forma extravagante, clones de sí mismos y con menos recorrido los divertidos Frankie Goes to Hollywood de «Relax».
—Pero has hablado de muchos pequeños géneros…
—Claro. El pub rock, hecho en locales pequeños, tuvo en Ian Dury & The Blockheads a su líder. Era poliomielítico y actuaba con muletas, un tipo curioso y con mucha personalidad. Hizo el himno «Sex and drugs and rock and roll». El revival
mod
se afianzó con The Jam, supervivientes del punk; a la cool wave la fortalecieron Yazoo, Depeche Mode, Heaven 17 y BEF; el tecno, con OMD, Orchestral Manoeuvres in the Dark; los nuevos románticos, con Spandau Ballet, Visage y Adam and The Ants; la vanguardia tecnológica, con Gary Numan; el ska-bluebeat; el heavy metal…
—Empieza por el heavy.
—Hubo una primera oleada con los supervivientes del rock duro de comienzos de los años setenta, como Whitesnake, que procedían de Deep Purple, pero allí surgieron Iron Maiden o los tremendos AC/DC australianos. Se cambió la etiqueta heavy rock por heavy metal. En Inglaterra acabó llamándose al fenómeno New Wave of British Heavy Metal. Incluso España aportó dos buenas bandas: Barón Rojo y Obús. Japón fue uno de los países más consumidores de música heavy, tal vez por la violencia arraigada en su milenario pasado. Ni que decir tiene que los que superaron todas las expectativas fueron AC/DC, con Angus Young a la guitarra. Sabes que al padre de éste le apodan Angus por él, ¿no?
—No lo sabía. —Valeria abrió los ojos.
—Hasta hubo bandas de chicas, como Girlschool o Joan Jett & The Blackhearts. El heavy aportó mucho y variado en los ochenta. Con todo, se volvió a la coexistencia pacífica con otras tribus urbanas y musicales.
—Los del ska me parecen ridículos —comentó Juanjo.
—Cuestión de gustos, aunque en esos días yo pensaba lo mismo. —Miró a Valeria—.
Los ritmos cálidos seguían entusiasmando, y el reggae era el amo, pero se fue a la raíz, el ska, y nació el ska-bluebeat. Además de musical, fue una moda visual gracias al sello 2-Tone, Dos Tonos, blanco y negro. Los grupos de ska-bluebeat tenían muchos miembros, eran multiétnicos, utilizaban instrumentos convencionales con el añadido del viento, llevaban trajes mal cortados, pelo corto y sombreros ridículos. El impulsor de todo esto fue el grupo The Specials y más su líder Jerry Dammers. Pero mejor hablamos del rock cibernético, los no músicos, la cool wave, los nuevos románticos, el tecno y el synth-pop.
—¿Todo esto?
—Fue la mejor respuesta a la crisis energética de 1979. Los ochenta nacieron frescos, incluso con recuperaciones del pasado. Los no músicos eran lo más alejado que uno pueda imaginarse del clásico rockero con guitarra. Manipulaban dígitos, pura electrónica, y creaban sus sonidos en estudios de grabación con programas, no con instrumentos. Los sintetizadores de última generación ofrecían muchas alternativas.
Como esto parecía «frío», se los llamó no músicos y dominaron la ola fría, la cool wave.
En cambio los nuevos románticos se decantaban por la imagen, la fantasía, hijos del glam. Esa variante se extinguió rápido, pero la cool wave derivó hacia el tecno-pop, técnica y electrónica. En un maxi single era normal poner la canción en versiones distintas, la normal y luego
a cappella
, con solo las voces, la
mix
, la
overdub
, la
drum-beat
…
El tecno-pop fue una bocanada de alegría. Escuchabas «Video Killed the Radio Stars» de los Buggles y te ponías a bailar, o, dando un salto, «My Sharona», de los norteamericanos The Knack. Hubo un invento decisivo en esos años: el
walk-man
.
Permitía escuchar música en todas partes, haciendo
footing
, en un avión… Fue el abuelo del iPod. De este período nos quedan grupos notables: OMD, Human League, Spandau Ballet, Duran Duran, Simple Minds, Depeche Mode y Joy Division. No quiero soltaros cincuenta nombres que no os dirán nada, aunque muchos tuvieran un disco de éxito que los hizo famosos. Y que no me olvide: en Japón la música electrónica pegó mucho. De allí nos llegó la YMO, Yellow Magic Orchestra, con Haruomi Hosono y Ryuichi Sakamoto.
—Antes has mencionado dos grupos españoles al hablar del heavy —recordó Juanjo.
—Franco ya había muerto y soplaban nuevos vientos. La movida madrileña trajo una buena renovación, pero lo que nos internacionalizó fueron bandas rockeras antes de que Mecano se convirtiera en lo más exportable de nuestro tecno. El país que más empezó a exportar fue Australia. —Suspiró y agregó—: Y ahora, si me lo permitís antes de acabar por hoy, un recuerdo: yo estuve en el festival de Knebworth de 1979, y fue la última vez que vi a Led Zeppelin porque John Bonham moriría poco después. Dicho lo cual —se levantó—, ¡ya está bien por hoy! ¡Venga, largaos, que la música os espera y por mucha historia que os cuente éste es vuestro tiempo!
Prácticamente los echó y se encontraron de patitas en la escalera que conducía a la planta baja.
Al cerrar la puerta del local de ensayo se sintieron a salvo del mundo entero.
Solos.
Lester estaba arriba, con su apasionante historia. En los locales de al lado se encerraban otros sueños musicales. Y más allá, en la calle, en el exterior, los desconocidos caminaban buscando su lugar bajo el sol.
Eran los únicos habitantes de su isla.
—Cuando Lester termine de contarnos la historia del rock se inventará algo para seguir con nosotros —bromeó Juanjo.
—Es muy capaz.
—Nos ha cogido cariño.
No querían mirarse a los ojos, y sin embargo…
—¿Qué hacemos? —preguntó Valeria.
Su compañero sacó unas hojas escritas con letra más o menos clara. Las alineó encima del piano eléctrico. Ella leyó algunos párrafos.
—He estado trabajando en algunas canciones —dijo él—. Podríamos ver qué sale, si te parece.
Valeria no respondió. Seguía leyendo.
—¿Cuándo has escrito esto? —musitó.
—Estos días.
Eran letras muy distintas a las que hacía para el grupo. Estaban llenas de lirismo, fuerza, sentimientos.
—Son… preciosas. —Trató de devorarlas todas a la vez.
—Gracias.
—¿Por eso no viniste a clase el otro día?
—Tuve problemas.
—¿Con la grabación de tu padre?
—Sí.
—Oh, Juanjo, lo siento… —Su rostro reflejó el dolor que sentía—. ¿Qué sucedió?
—Él se pasó y yo no tuve cuerda para aguantarlo, así que estallamos a la mitad.
—Sabías que sería difícil.
—No tanto. —Sonrió sin ganas.
—¿Y ahora…?
—No nos hablamos. Es casi divertido.
—No lo hagas.
—¿Qué?
—Enfrentarte a tus padres. Yo ya lo hice cuando la separación, y fue horrible.
—¿Y qué hago?, ¿tragar?
Valeria se sentó en una de las sillas, frente al piano eléctrico y aquel puñado de canciones escritas a mano. Extrajo el violín de su funda y lo dejó sobre sus rodillas mientras hablaba.
—Yo, en cambio, tengo buenas noticias de mi padre.
—¿Cuáles?
—Me dará dinero para que pague mi parte del alquiler de esto.
—¿En serio? —Abrió los ojos, expectante.
—A él le parece bien que toque algo distinto, que evolucione a través del rock o de lo que sea.
—Tu madre le matará.
—Mi madre me matará a mí. No le diré que papá me ayuda.
En otras circunstancias se habría acercado a ella para abrazarla y darle un beso en la mejilla. En otras circunstancias habrían celebrado aquello ante todo como músicos y aprendices de estrellas.
Pero las circunstancias eran las que eran.
Juanjo pensó, por un momento, cómo sería su nueva vida viendo casi a diario a Valeria.
Tocando y cantando con ella.
Solos o con más gente si reformaba el grupo.
—¿Qué piensas? —le interrumpió la chica.
Regresó a la realidad.
—En nada. ¿Tocamos?
—Dime qué quieres que haga.
Cogió su guitarra, la eléctrica, y conectó el equipo. Pasó los dedos por las seis cuerdas y una vez comprobado su afinamiento buscó una de las canciones que había escrito. Se la colocó a Valeria encima de las demás.
—Yo cantaré la primera estrofa. Cuando te haga una seña haces un solo de violín, a tu aire, libre, pero intenta mantener la melodía, sobre todo al final. Me das paso y yo hago la segunda estrofa. Después tocamos los dos la parte final y repetimos el estribillo como cierre.
—Espera, espera, ¿cómo que repetimos el estribillo?
—Lo cantamos, sí.
—¿Quieres que cante? —Valeria se asustó.
—Esto es un local de ensayo. —Abarcó el cuartito con las manos—. Se llama así porque la gente ensaya. Sirve para probar cosas.
—No te pongas chistoso. Yo no he cantado en la vida.
—Tienes una voz hermosa. Pruébalo. De momento con algún coro, a dúo conmigo…
Quién sabe lo que puedas dar de ti misma. Antes de aquella tarde ni se te hubiera ocurrido que pudieras tocar otra cosa que no fuera música clásica.
—Lo dices en serio. —Reflejó el susto que sentía.
—¡Pues claro que sí!
—Estás loco… —suspiró Valeria mirando aquella letra.
—Últimamente me lo dicen mucho, y como me dé por creérmelo… ¿Nos lanzamos o qué?
—¿Y si soy patética?
Juanjo se encogió de hombros.
—Uno nunca sabe de qué es capaz hasta que lo prueba.
Y sin mediar ninguna otra palabra comenzó a tocar la guitarra iniciando la canción.
Hablaban de música.
De canciones, de letras, de cómo tocaba la guitarra, de cómo tocaba el violín, de si con un teclado y un bajo darían más consistencia, de si un batería…
Valeria acababa de descubrir que tenía una bonita voz, sin alardes, nada estridente, dulce y armónica pero a la vez intensa. Otra revelación que la sobrecogía.
Más y más mundos nuevos que explorar.
En los que perderse.
Subieron al autobús y, momentáneamente, dejaron de parlotear como cotorras. Fue entonces cuando uno y otra se dieron cuenta de su nerviosismo, de que hablar era algo más que comunicarse sus sensaciones tras el ensayo.
Hablaban porque cada mirada era fuego.
Y cada roce llegaba envuelto en una crispación.
Se sentaron el uno al lado del otro y el silencio fue peor.
—¿Lo harás?
—Perdona, ¿qué? —Valeria despertó.
—¿Que si lo harás? Poner música a esos dos textos que te he dado.
—Lo intentaré, sí.
—No tengas miedo, ni pienses en cómo lo haría yo. Tú solamente mira la letra y déjate llevar.
—Ya.
—Seguro que eres buena.
—¡Oh, sí!
—También podrías escribir.
—Juanjo… —Se volvió hacia él y lo atravesó con su mirada transparente—. ¿Te crees que todo el mundo puede cantar, componer, escribir…?
—Tú sí.
—¿Por qué?
—Porque llevas la música en la sangre y se te nota. Eres camaleónica.
—Y tú estás ciego.
—No, no lo estoy.
En el autobús viajaban una docena de personas además de ellos, cuatro hombres solitarios, cinco mujeres solitarias, una parejita con sus cuatro manos entrelazadas y una madre con un niño de unos siete u ocho años. Nadie hablaba, así que lo hacían en voz baja.
Una parada.
Dos.
Valeria se preparó para bajar.
Iba sentada junto a la ventanilla, así que pasó por delante de él, rozando sus piernas, el aire que los envolvía. Juanjo sintió una punzada en el pecho.
Le ahogó.
—Hasta mañana —dijo Valeria.