Read Sonidos del corazon Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Sonidos del corazon (35 page)

—Después de los estilos de que me has hablado, en estos primeros años del siglo XXI,

¿qué hay según tú?

—Vives por y para el rock y tu música, ¿verdad?

—Sí.

—¿Ni idea de lo que es el
timestretch
, el 2step, el nu metal…?

—Venga, cuéntamelo tú.

—Todas son tendencias efímeras. El glitch busca la belleza donde, en apariencia, no la hay: ruidos, chirridos, gemidos. El speed garage aparece a finales de los noventa y es otra fusión del house con el jungle, y su novedad es el efecto llamado
timestretch
, mediante el cual se comprime o alarga un sonido de
sample
, voces o cualquier fragmento sonoro, sin que disminuya o se acelere el
pitch
musical básico. Acabó utilizándose para crear ambientes tortuosos con una intensidad repetitiva que llegaba al martirio auditivo.

El speed garage fue muy efímero, pero gracias a él se dio el siguiente paso ya al clarear el siglo: el 2step, una fórmula que recuperó el ryhthm & blues y el soul como partes vocales. Tras el 2step llegaron el garidge, el breakstep… Podría estar hablando de más y más tendencias de hombres que surgen siempre de la moda anterior, por breve que sea: el posfolk; el soul power, punk con soul; el indietronic, rock alternativo más tecnología punta; el new acustic movement, folk actualizado; el clicks & cuts, minimalismo basado en la repetición. ¿Me dejo alguno? —Hizo memoria—. En Inglaterra cuajó la marca nu, con el nu house, y luego aparecieron el smash house, la mezcla de house con alta fidelidad que dio paso al tech-house. Todo lo relacionado con el nu es característico de comienzos de siglo, nu metal, nu jazz, nu soul divas… El nu metal es heavy a la antigua pero con el cantante dándole toques rap. Rage Against The Machine o Marilyn Mason andaron por ahí. Las nu soul divas son las chicas negras opuestas a las vainillas blancas tipo la Spears o la Aguilera. Más allá del nu hay que contar con el electroclash, mezcla de electrónica, tecnología tecno-pop, ideología punk, sexo y chicas, o sea,
glamour & kitch
. Esto nació en Brooklyn en 2001. Y con el stoner, heavy metal duro recuperado. En Francia hubo noticias del filter disco y el french groove; en Alemania, el micro-house o el chill-house, y así año a año. Ya paro. Todo es más de lo mismo con otros nombres.

—¿Y la vuelta de los grupos de guitarras?

—Por supuesto: The Strokes, White Stripes… Volvió la pureza cañera, las listas se llenaron de grupos guitarreros de nueva generación, se resucitaron términos como
alternativo, garage
… Bueno, todo esto obedece a que existía un cansancio con todo lo que te acabo de contar. Los estilos se hacían cada vez más de grupúsculos, eran minoritarios, y encima rápidos. Cuando llegaban al público ya había otro a la vuelta de la esquina.

Eso demuestra que el rock siempre será el rock, y que un tío cantando, un guitarra, un bajo y un batería siempre serán la base… hasta que haya una verdadera revolución que nos haga antediluvianos.

—Ya sólo nos queda la piratería, ¿no?

—Yo de crío robaba discos en los grandes almacenes. Si hubiera tenido Internet y la posibilidad de bajarme la música gratis, ¿lo habría hecho? Probablemente sí. La industria pudo haber bajado precios con el CD y no lo hizo. Pagaron las consecuencias y lo reconocieron. En 1972 la música llegó al número uno de los medios de entretenimiento. Hoy este papel lo ostentan los videojuegos. Hay una globalización, pero las listas de éxitos norteamericanas y las inglesas, los motores, no se parecen en casi nada. Ya no hay discos, hay MP3, 2P2 y otras siglas. La música empieza a estar en el aire. Por eso todos los cantantes y grupos han vuelto a la carretera, al directo. El rock ha vuelto a los escenarios para vivir, o sobrevivir. Y a fin de cuentas ese es el gran espectáculo, ver a unos tíos y tías dando caña con gente vociferando a sus pies. Al resto hay que echarle imaginación, chico. El mundo siempre ha estado loco, y estamos en el siglo XXI, siempre camino del futuro.

Se quedó en silencio tras la última palabra.

Futuro.

Había estado contando el pasado durante un montón de días y finalmente se detenía.

Con un brillo crepuscular en sus ojos.

Era la historia del rock, pero también su historia, la del viejo rockero que lo sabía todo, que lo había escuchado todo, y que le transmitía sus conocimientos a un pupilo escogido, como los maestros griegos de la Antigüedad.

Juanjo comprendió el valor de lo que había hecho Lester.

—Gracias —suspiró con emoción.

—No, gracias a ti, y a Valeria, por dejarme recordar que estoy vivo, y que la música tuvo mucho que ver con eso.

Siguieron mirándose unos minutos.

—¿Te pongo algunas cosillas selectas? —dijo de pronto Lester levantándose de su butaca con renacido ánimo.

Capítulo 66

Razzmatazz estaba lleno a rebosar de un público ecléctico. Por un lado, veteranos de cincuenta y sesenta años que no olvidaban a Agustín
Angus
Rosell ni a Los Renegados de la Vía Apia. Por el otro, treintañeros o cuarentones que habían oído hablar de ellos o, todavía, habían alcanzado a verlos como grupo y a él en solitario. Y por último, adolescentes y veinteañeros que eran fieles a la historia y a las leyendas del pasado. El lleno era casi absoluto, las buenas vibraciones dominaban el ambiente. Muchos y muchas se reencontraban después de años.

Juanjo protegía a Valeria, todavía con el brazo izquierdo vendado después de aquellas dos semanas. La rodeaba con los suyos, por detrás, frente al escenario, y de tanto en tanto le besaba la cabeza, o el cuello, o los hombros desnudos que sujetaban las dos leves tiras de su liviana blusa.

Hacía calor.

Pero sobre todo por la energía que venía del escenario y los impactaba de lleno.

La banda de su padre acabó de interpretar uno de sus viejos éxitos, un poderoso rock con tintes de blues que incluía uno de sus solos más memorables. La gente aullaba.

Aullaba de verdad, en serio, sin concesiones a la veteranía. Allí arriba no había un grupo de dinosaurios, sino un grupo de músicos haciendo lo único que siempre habían sabido hacer bien.

Tocar.

Cuando acabaron los aplausos y los gritos, el responsable de todo aquello se dirigió a los asistentes.

—Hay una persona que siempre ha estado conmigo, en los buenos y en los malos tiempos —empezó a decir su padre—. La culpa de que no siguiera cantando es mía, así que, si me condenáis por ello, lo entenderé y lo aceptaré…

Hubo un puñado de aplausos y silbidos.

—Esta noche está aquí, y va a cantarnos un par de canciones, o las que quiera —

continuó él—. Para empezar, ¿qué mejor que «Águilas blancas»?

La ovación fue estruendosa.

Y mientras ella salía a escena, embutida en un apretado y sexy conjunto de satén negro que realzaba su cuerpo espléndido, Agustín anunció:

—¡Bárbara!

El grupo atacó la canción, a toda mecha. Su madre aferró el micrófono con las dos manos y soltó aquel primer latigazo que él había escuchado tantas veces en disco, pero que nunca había oído en directo. Un alarido capaz de poner los pelos de punta o de quebrar un vaso de cristal tallado.

El público enloqueció.

Valeria se volvió hacia él, alucinada.

—¡Tu madre es increíble! —le gritó al oído.

—¡Tendrías que haberla visto antes!

La banda la formaban tres guitarras, un bajo, un batería, un percusionista y un teclado. Agustín era uno de los tres guitarras, el solista principal. Cuando no cantaba y se limitaba a acompañar a su mujer, la fusión resultaba todavía mejor.

Una y otro se miraron varias veces.

No había transcurrido el tiempo.

La música siempre obraba milagros.

Y para ello, nada como el directo.

Interpretaron «Águilas blancas», «Sin ti» y «Leyenda del rock»; la primera y la tercera, furiosos temas de amplio desarrollo instrumental y vocal; la segunda, una balada cuyo estribillo fue coreado por un buen número de los asistentes. Tras esas canciones, el amo de la noche volvió a ser el protagonista y, con Bárbara; de segunda voz o en los coros, atacó dos de los temas del nuevo disco.

—Suenan de puta madre —reconoció Juanjo, impresionado.

Valeria le cogió por los brazos para que la abrazara aún más, con todas sus fuerzas.

Quedaba muy poco, uno o dos temas más.

Y los bises.

—Algún día tocaremos aquí —le prometió a Valeria.

—Ya lo sé —dijo ella.

Había cambiado. Era capaz de creérselo todo.

El mundo era suyo.

Con la siguiente ovación, un sudoroso Agustín
Angus
Rosell tomó de nuevo el micrófono mientras se colocaba la guitarra en bandolera, con el mástil apuntando hacia abajo. Esperó a que se hiciera un poco de silencio y, como no había forma, lo pidió con las dos manos en alto.

—Esta noche… —lo repitió para dominar un poco más el ambiente—. Esta noche está aquí, en esta sala, el mejor guitarra que existe —aumentó de nuevo el fondo decibélico—

. Es tan bueno, y tan joven, que ni siquiera le conocéis. Pero yo os digo una cosa. Os digo que en muy poco tiempo vais a saber de él. Y os digo que os preparéis, porque me gustaría que subiera al escenario ahora.

A Juanjo se le paralizó el corazón.

Más cuando su padre miró hacia él y le tendió la mano.

—¿Una
jam
, hijo?

El público buscó al elegido. Los que estaban lejos estiraron el cuello. Los que estaban cerca se apartaron formando un pequeño círculo. Juanjo sabía que era una trampa. Una trampa de la que no podía escapar. Una trampa confabulada a conciencia, porque hasta su madre sonreía y le guiñaba un ojo.

—Juanjo… —Valeria se emocionó.

Vaciló una sola vez.

El concierto era memorable. Tanto que en una, dos, tres ocasiones había lamentado no estar arriba, con ellos.

Y ahora…

Su padre esperaba.

La gente gritaba.

Juanjo inició el camino del escenario, se apartó de Valeria tras un beso rápido, saltó la valla de
backstage
ayudado por dos de los tipos de seguridad, con el foco principal que ya no le perdía de vista encima de él y finalmente aterrizó junto a sus padres.

Le abrazaron.

—Son tuyos —oyó que le decía él.

—¿Por qué no hacemos «Las colinas del Mediterráneo» y luego la
jam
?

Agustín
Angus
Rosell abrió una gran sonrisa.

Luego se lo dijo a sus músicos.

Juanjo se encontró con una guitarra en las manos. No tuvo ni que probarla. Estaba preparado. Siempre lo estaba. Siempre lo estaría. Con solo tocarla sintió el ritmo en la sangre, la fiebre en el corazón, la furia en el alma. La guitarra era la llave, la conexión con el más allá del rock, de la música.

El amor de una vida.

Miró a Valeria y se sintió el amo.

Cuando el grupo atacó el tema, se olvidó del resto.

Toda aquella energía, toda aquella lucidez.

La historia del rock pasaba por allí, como un vértigo.

—Va por ti, Lester —susurró para sí mismo.

Y punteó el primero de sus solos en la noche, embriagado por algo que era imposible de explicar o definir.

Quizá fuera el
feedback
de la propia vida.

C
RÉDITOS Y AGRADECIMIENTOS

Toda la documentación relativa a la Historia del Rock de este libro procede exclusivamente de mis enciclopedias
Historia de la música rock
(Orbis 1981—9183) y
Gran
enciclopedia del rock de la A a la Z
(Orbis Fabri 1994—1996), y primordialmente de mi libro
La era rock, 1953—2003
(Espasa, 2003), que ha sido la base principal de las explicaciones del personaje de Lester.

Jordi Sierra i Fabra

JORDI SIERRA I FABRA, nació en Barcelona en 1947. Apasionado de la música rock, ha dirigido y fundado algunas de las publicaciones musicales de mayor relevancia en nuestro país. Ha ganado diversos premios literarios con novelas como
El cazador
(1980, Premio Gran Angular),
El último set
(Premio Gran Angular 1990 y Premio de la CCEI),
Aydin
(Premio Edebé de Literatura infantil, 1993) o
En un lugar llamado guerra
(Premio Abril, 2002). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

Other books

The Glass Coffin by Gail Bowen
After the Before by Gomez, Jessica
Small Apartments by Chris Millis
The Game Player by Rafael Yglesias
Working Stiff by Annelise Ryan
Rift by Kay Kenyon
Vango by Timothée de Fombelle
Unknown by Unknown
Lethal Seduction by Jackie Collins


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024