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Authors: Luz Gabás

Tags: #Narrativa, Recuerdos

Palmeras en la nieve (68 page)

BOOK: Palmeras en la nieve
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Al pasar por la puerta, sintió un dolor punzante en el pie derecho. Bajó la vista y vio que se había cortado con algo y que empezaba a manar abundante sangre de la herida. Entró y buscó un trozo de tela con la que taparse el pie y cortar la hemorragia. La visión de su propia sangre hizo que comenzara a sentirse mareado y se sentó un tanto aturdido.

La puerta se abrió y para su alivio vio que entraba Bisila.

Un sonido de admiración escapó de su garganta.

Se había quitado el vestido europeo y se había adornado con conchas y cuentas de cristal como las otras mujeres bubis. Su cuerpo brillaba por los afeites rojizos y ocres con los que se había untado. Debían de ser especiales, pensó Kilian, porque no olían como la típica pomada
ntola
. Llevaba una tela de colores enrollada al cuerpo que se pegaba como una segunda piel.

Bisila sintió que un agradable calor se apoderaba de su cuerpo ante la intensa mirada de Kilian, pero enseguida vio la herida y se arrodilló para observarla de cerca.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó, mientras cogía el pie suavemente entre sus manos.

—Siempre acabo arrodillada ante ti —bromeó.

Kilian sonrió.

—He pisado algo al entrar. He sentido cómo se clavaba en la carne y ha empezado a salir sangre a borbotones.

Bisila se dispuso a curarlo. Humedeció la tela en un cuenco de agua y le lavó la herida con mucho cuidado.

—Te has clavado un vástago de palmera.

Kilian abrió los ojos, sorprendido.

—¿Quieres decir que hay una palmera creciendo justo en medio de la puerta?

—Creía que sabías que en los umbrales de las casas ponemos conchas de
Achatina
con agujeros por los cuales hacemos pasar vástagos de palmera.

—¿Y para qué hacéis eso, si puede saberse?

Bisila le respondió sin levantar la vista del vendaje que le estaba aplicando.

—Para guardarnos del diablo cuando vaga por las proximidades. Al tocar una de esas conchas con sus garras retrocede inmediatamente.

Kilian echó la cabeza para atrás y soltó una carcajada.

—¡Pues Satanás debe de tener los pies muy delicados si creéis que unas conchas y unos palitos pueden detenerle!

Bisila apretó la venda con fuerza.

—Cuidado, Kilian. Estas cosas no deben tomarse a broma. Y, por cierto, solo ha sido necesario un débil vástago para tumbarte a ti…

Kilian se incorporó y la miró directamente a los ojos.

—No pretendía reírme de ti. En Pasolobino también hay gente que todavía coloca patas de cabra o de aves rapaces para mantener alejados a los espíritus malignos y a las brujas. Es solo que me he imaginado al diablo emitiendo un «¡ay!» de dolor como yo he hecho y me ha resultado gracioso…

En silencio, Bisila encendió el fuego situado en medio de la vivienda, extendió la gruesa esterilla sobre las pieles de ciervo que había en el suelo y colgó la mosquitera de manera que abarcase toda la longitud del improvisado lecho.

Entonces, clavó su mirada en la de Kilian, permitió que la tela que cubría su cuerpo se deslizara hasta el suelo, se giró, se tumbó sobre la esterilla y extendió el brazo para indicar a Kilian que acudiera junto a ella.

Kilian se levantó sin apartar la vista del cuerpo de Bisila.

Le pareció mucho más hermoso de lo que se había imaginado. La maternidad había proporcionado a sus pechos una rotundidad que ocultaban muy bien las camisas blancas que solía llevar. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Se acercó a ella, se tumbó a su lado y puso su brazo izquierdo a modo de almohada para que Bisila se acurrucase junto a él.

Kilian deslizó la mano derecha por su costado hasta llegar a la cintura, se detuvo en la cadera y regresó por el vientre hacia su pecho. Repitió el gesto varias veces para convencerse de que realmente Bisila estaba entre sus brazos. Su piel era suave y tersa. La blanca mano de él resaltaba sobre la piel oscura de ella. Incomprensiblemente, se sentía nervioso. Tenía experiencia con las mujeres, pero Bisila era especial.

Cuando ella sonreía, él se olvidaba de todo.

Bisila aspiraba el aroma del hombre sobre el que se apoyaba. Deseaba impregnarse de ese olor que había deseado durante tanto tiempo. Sentía que su corazón latía de una manera diferente, alegre y expectante. Esa noche no tendrían prisa, ni hablarían midiendo las palabras porque estaban, al fin, solos.

El futuro no importaba.

Mosi no importaba.

—Al final estamos juntos, tú y yo, la nieve y el cacao —dijo Kilian, con voz ronca—. No sabes la de veces que me he imaginado este momento.

Bisila levantó la cabeza hacia él y lo miró con sus enormes ojos.

—Yo también. Deja que esta noche te honre como a un verdadero jefe. Mi cuerpo no es virgen, pero mi corazón sí. A ti te lo entrego. A ti te rindo homenaje.

Kilian se sintió conmovido por las palabras de Bisila. Inclinó la cabeza y posó sus labios sobre los carnosos labios de ella.

—Esta noche tú serás mi reina —murmuró—. Más que eso. Tú serás mi
waíríbo
, la guardiana de mi espíritu.

Los dos cuerpos se acoplaron a la perfección, como si fuera el predecible resultado de una larga espera durante la cual se habían tenido que conformar con miradas, palabras, besos rápidos y prometedoras caricias. Por fin podían sentir el calor del contacto de la piel dentro de la piel y la refrescante humedad del aliento más profundo en todos los recovecos de sus organismos.

Ambos habían estado con otros cuerpos, pero nunca antes habían entregado el alma.

Ahora sí. Desde hacía mucho tiempo, sabían exactamente que eso era lo que deseaban.

Un largo rato después, todavía se escuchaban cantos, aunque con menor intensidad. Kilian supuso que la mayoría de los habitantes se habrían retirado a descansar para poder resistir los siguientes días de fiesta. Pronto Bisila tendría que regresar a su cabaña para no levantar sospechas.

La espalda de Kilian reposaba sobre el vientre de Bisila y su cabeza se acomodaba entre sus pechos. Ella le acariciaba el cabello con movimientos constantes y delicados y, de vez en cuando, se inclinaba sobre su frente y apoyaba los labios en ella. Él se sentía en la gloria, aunque no podía quitarse una preocupación de la cabeza.

—Es injusto esto de tener que escondernos —dijo con voz somnolienta—. No sé si podré disimular cuando te vea.

—Tendremos que tener más cuidado todavía —dijo ella, incorporándose—. Ahora soy una adúltera.

La palabra cayó como una tonelada de sacos de cacao sobre ambos. Bisila pertenecía a Mosi. Y aquello era algo que no tenía remedio. No solo eso: si alguien los descubriera y acusara, Bisila sería duramente castigada. Era un riesgo que habían asumido, pero ella siempre tendría las de perder.

—En esto no hay mucha diferencia entre tu país y el mío —admitió Kilian—. Un hombre puede tener varias mujeres y no pasa nada, pero si se descubre que una mujer le es infiel al marido, solo puede esperar el infierno, en todos los sentidos.

—Cuando era pequeña, para asustarnos, nos contaban que a las adúlteras se las colgaba de un árbol y se les ataban piedras en los pies para aumentar su tormento, o que se les cortaban las manos, e incluso que se las enterraba vivas dejando la cabeza fuera para que las alimañas se la comieran. —Kilian se estremeció al imaginar las escenas—. Sin embargo, a diferencia de otras tribus, aquí, y según la tradición bubi, cuando una mujer enviuda y cumple con rigor los rituales del duelo, entonces sí puede tener todos los hombres que quiera, pero no puede casarse de nuevo.

Kilian no pudo evitar sonreír.

—Si tú fueses mi mujer, no desearía compartirte con nadie.

Bisila deslizó las manos sobre el pecho de Kilian y las posó sobre su corazón.

—Tendremos mucho cuidado —murmuró—. Será nuestro secreto. No podemos aspirar a más. Pero esto es mucho más de lo que yo soñé conseguir.

Kilian cogió sus manos entre las suyas y se las acercó a los labios para besarlas.

—Yo aún sueño con más, mi dulce
waíríbo
, mi guardiana —dijo en un susurro.

Bisila emitió un gemido. La noche había engullido todos los sonidos. En el poblado reinaba la calma más absoluta. Debía irse. Apartó con cuidado la cabeza de Kilian y extendió el brazo para coger la tela de colores. Se puso de rodillas y se envolvió con ella. Kilian se tumbó de costado y flexionó un brazo para apoyar la cabeza sobre el codo. No dejaba de mirarla y de acariciarle los muslos. Bisila detuvo sus movimientos con las manos, se inclinó para besarlo una vez más y se incorporó. Antes de salir sigilosamente se giró para lanzarle una última mirada y decirle:

—Pase lo que pase, Kilian, no olvidaré esta noche. —Un soplo de aire fresco invadió la estancia y transportó las palabras que él juraría que había escuchado cuando ella se alejaba—: Siempre estaré contigo.

Semanas después, Bisila cerró la puerta de la habitación de Kilian con cuidado de no hacer ruido, se aseguró de que llevaba el vestido bien abrochado y caminó por el pasillo, ensimismada por las sensaciones de su último encuentro con él. Giró a la izquierda, en dirección a la escalera, y se detuvo en seco. ¿Había escuchado una voz?

Se retiró unos pasos, pegó su cuerpo a la pared y prestó atención.

Nada. Habrían sido imaginaciones suyas. La posición de la luna indicaba que era más tarde que otras noches. Y, entre semana, todos los empleados dormían a esas horas. Bajó los peldaños agarrada a la barandilla para compartir con ella el peso de su cuerpo y amortiguar el ruido de sus pisadas, como si eso le fuera a servir de mucha ayuda, pensó, en caso de que se encontrase con alguien. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Sabía que era arriesgado desplazarse a la habitación de Kilian, pero ¿qué otra opción tenían?

Desde la ceremonia de nombramiento del padre de Simón como jefe, habían continuado viéndose a escondidas. Él se acercaba al hospital con diversas excusas como recoger una medicina, tomarse la tensión, o visitar a un bracero enfermo justo a la hora en que ella terminaba su turno. Hacían el amor apresuradamente, sin apenas hablarse, en un pequeño cuarto trastero donde guardaban viejas camas que se había convertido en su incómodo nido de amor y en el que nadie entraba a esas horas.

No obstante, ambos preferían aquellas otras ocasiones en las que, aprovechando que tenía turno de noche, Bisila acudía a la habitación de Kilian amparada por la oscuridad. Y precisamente por eso, ella solicitaba con mayor frecuencia trabajar de noche, algo que Mosi aceptaba con conformidad porque pagaban mejor. Entonces podían yacer cómodamente, aunque entre susurros, en la cama de Kilian y disfrutarse con menos miedo a ser descubiertos que cuando estaban en las dependencias del hospital.

Llegó al final de la escalera, atravesó el porche de columnas blancas y caminó pegada a la pared mirando a su derecha y al frente para asegurarse de que el patio principal estaba vacío. No se veía ni un alma. De repente, una puerta, al abrirse, la golpeó con tanta fuerza que se tambaleó. Emitió un grito y se llevó la mano a la cara.

—¡Por todos los santos! ¿Pero de dónde sales a estas horas, muchacha? —Lorenzo Garuz se imaginaba la respuesta. No le hacía mucha gracia que los empleados permitiesen a sus amigas que los visitasen en los dormitorios de la finca, pero después de tantos años en ese clima, había aprendido que lo mejor era simplemente no hablar del tema.

—¡Bisila! —José se acercó a su hija y estudió su rostro.

—¿Te has hecho daño? Es mi hija —explicó—. Trabaja de enfermera con don Manuel.

El gerente entornó los ojos para analizar sus facciones.

—¿Y qué estás haciendo por aquí en plena noche?

Bisila tragó saliva mientras buscaba una excusa plausible. Desde luego, a esas horas realmente no le serviría el argumento de que buscaba a su padre. Dos hombres más salieron del cuarto y reconoció a Jacobo y a Mateo. El rostro de José pasó de la preocupación a la curiosidad. La misma que sentían los demás. Las piernas comenzaron a temblarle. Respiró hondo y respondió con toda la serenidad de la que fue capaz:

—Me han mandado aviso de que Simón no se encontraba bien, ni siquiera para caminar hasta el hospital. —Hizo una pausa que aprovechó para agradecer mentalmente que una nube cubriera la luna y la oscuridad fuera casi completa. Así no podrían ver las marcas de la mentira reflejadas en sus ojos.

—¿Simón? —preguntó Jacobo con extrañeza—. Lo he visto a la hora de la cena y estaba como siempre.

—No podía parar de vomitar. Le habrá sentado mal algo. Pero creo que mañana estará bien. Estas cosas, las indigestiones, solo duran unas horas. Si no les importa, debo regresar a mi trabajo. —Bisila miró a su padre y le dedicó una encantadora sonrisa—. Buenas noches, papá.

La nube se alejó de la luna, que volvió a iluminar claramente a Bisila y a los hombres. Garuz y Mateo se sorprendieron de la inusual belleza de la hija de José; Jacobo recordó que había sido ella quien le había cosido la herida de la mano, y José mantuvo el ceño fruncido. ¿Eran imaginaciones suyas o su hija irradiaba últimamente una extraña felicidad? Ni siquiera después del nacimiento de Iniko la había visto así, tan deslumbrante, tan rebosante de satisfacción…

Bisila continuó su camino con el paso ágil que le marcaba el alivio de haberse salvado de la situación por poco. Por unos segundos, con el corazón detenido en el pecho, había temido que Simón fuera el siguiente en aparecer tras Jacobo y Mateo. Afortunadamente para ella, no había sido así. Pronto, por la mañana, antes de retirarse a descansar, acudiría en su busca para pedirle que mintiera si alguno de los cuatro le preguntaba. Simón haría eso por ella y mucho más. Eran buenos amigos desde la infancia y se tenían mucho aprecio. Suspiró con el ánimo reconfortado y recuperó las imágenes de su encuentro con Kilian.

José se quedó pensativo, pero no comentó nada. ¿Había ido su hija a visitar a un enfermo sin llevar su pequeño maletín de material médico?

A la mañana siguiente, José fue el primero en ver a Simón, mucho antes de que Bisila pudiera encontrarse con él.

—¿Cómo estás del estómago? —le preguntó sin rodeos.

—¿Del estómago? —preguntó a su vez Simón, sorprendido.

José resopló.

—Si alguien te pregunta, di que ya se te ha pasado la indigestión gracias a los consejos que anoche te dio Bisila, ¿de acuerdo?

—¿Puedo preguntar por qué debo mentir? Ya sabes que por ti y por Bisila haría cualquier cosa, pero tengo curiosidad…

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