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Authors: Luz Gabás

Tags: #Narrativa, Recuerdos

Palmeras en la nieve (66 page)

BOOK: Palmeras en la nieve
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—Sade afirma —decía Julia— que tú eres el padre y que en cuanto lo has sabido has decidido terminar con ella.

Bisila contuvo la respiración.

—En primer lugar, Julia, me acabo de enterar por ti de que Sade está embarazada. —La voz de Kilian sonaba serena—. Y en segundo lugar, es imposible que yo sea el padre.

—Sí, ya sé que es una mujer…, quiero decir, que no solo tú… —Chasqueó la lengua, un poco incómoda por la situación—. Pero ella lo tiene claro.

—¿Y tú qué opinas, Julia? Si has venido a toda prisa a decírmelo es porque tienes dudas…

—Kilian, hasta yo sé que en todos estos años solo has querido estar con Sade. Es lógico que cualquiera pueda pensar que…

—Deberías preguntarle a Gregorio. ¿O es que no te has enterado de que hace meses que ella se ha convertido en su
mininga
favorita? Tal vez ambos creyeran que con eso provocarían mis celos, pero no ha sido así. Sade se habrá inventado esta historia por despecho… —Se produjo un largo silencio—. Julia, te doy mi palabra de que la última vez que estuve con Sade fue antes de irme de vacaciones a España. Cuando regresé, ella vino a mí una tarde y entonces le dejé bien claro que…, bueno…, nuestra amistad… había terminado. Es imposible que yo sea quien la haya dejado embarazada y no admitiré ningún tipo de chantaje. ¿Te ha quedado claro? —La pregunta fue formulada en un tono duro.

—Siento haber dudado de ti. —Julia bajó la voz—. No sé qué decir… Si las razones de Sade son las que sospechas, no creo que pierda la ocasión para difamarte.

—Nadie puede decir que me ha visto con ella en los últimos meses. —Kilian hizo una pausa—. Tú me conoces mejor que nadie, Julia. ¿De verdad has podido creer, ni por un segundo, que llegado el caso eludiría mi responsabilidad?

A pesar de la pared que los separaba, Bisila percibió el tono de reproche de Kilian. Pasaron unos segundos y Julia no respondió. Lo siguiente que escuchó Bisila fue el ruido de la puerta al cerrarse. Aún esperó unos momentos antes de regresar a la sala de curas.

El semblante de Kilian se iluminó cuando la vio.

—Temía que no volvieras.

—Me has pedido que continuáramos más tarde…

La conversación que había escuchado Bisila le había dejado claro que hacía tiempo que Kilian no estaba con Sade, pero no quería hacerse demasiadas ilusiones de nuevo. Existía la posibilidad de que la hubiera cambiado por otra
amiga
. Sin embargo, el alivio que había sentido al saber que ya no compartía su tiempo libre con aquella hermosa mujer la volvió tan audaz como las primeras sombras de la noche.

—¿Y qué haces después del trabajo? ¿No tienes a ninguna mujer que te acompañe?

—Claro que la tengo —respondió Kilian con contundencia. Bisila lo miró, sorprendida por su rápida y clara respuesta, y él, con un brillo cargado de intención en los ojos, aguantó su mirada un largo rato, antes de continuar con voz ronca—: Nunca estoy solo. Ni un segundo al día. Desde hace meses, tú eres la única que me acompañas en mis pensamientos.

Cuando Bisila llegó a la entrada de los secaderos vio a su padre, a Simón y a Kilian, y una sonrisa triunfal iluminó su cara. El secreto compartido entre ambos la acompañaba a todas horas resonando en su interior con la fuerza de cientos de tambores. Reprimió un suspiro. Probablemente tendrían que conformarse con sus intensos encuentros fugaces a solas y sus saludos neutros en público durante el resto de su vida…, a no ser que los espíritus se apiadasen de sus sentimientos y cambiasen el curso de las cosas. De momento, se consoló, el día había comenzado bien.

Esa mañana Simón se movía impaciente de un lado a otro sobre las planchas en las que el cacao formaba una alfombra rugosa, asegurándose de que todo funcionaba correctamente.

—¿A qué vienen esos nervios, Simón? —preguntó Kilian, secándose el sudor que le cegaba la vista. Hacía un calor horroroso—. Ni las cintas avanzarán más deprisa ni los granos se tostarán antes por muchas vueltas que des.

—No quiero que haya retrasos,
massa
. No quiero que el
big massa
me obligue a estar aquí el sábado.

—¿Y qué pasa el sábado?

—Mi padre va a ser el nuevo jefe o
botuku
de la zona de Bissappoo. —Simón bajó la vista hacia Kilian mostrando el orgullo que tal hecho le producía.

—Vaya, enhorabuena, Simón —dijo Kilian, sorprendido—. Tengo ante mí al hijo de un jefe.

—Sí, de un
auténtico
jefe —precisó Simón—. Y no como ese, el vuestro, que ha pretendido serlo sin merecerlo.

José lanzó una mirada severa a Simón. Estaba seguro de que el joven apreciaba a Kilian y por eso le hablaba con franqueza, pero también era un bubi que deseaba la completa independencia de la isla, separada de la región continental, y eso hacía que no desaprovechara la ocasión para criticar al colonizador blanco. José compartía muchas de sus ideas, pero tenía mucho cuidado en no ofender a Kilian.

Kilian había oído comentarios acerca de que el pueblo bubi iba a nombrar
abba
o jefe espiritual al gobernador. La idea le había parecido ridícula porque, cualquiera que supiera algo de la cultura bubi, sabía que
abba
era el nombre que se le daba al sacerdote principal de la región de Moka y tenía una influencia sagrada en toda la isla. Era un título que se heredaba; no se podía nombrar
abba
a cualquiera. Por eso, había dado por supuesto que era solo un rumor malintencionado. A ningún bubi se le podía ocurrir conceder el honor de ser el jefe espiritual supremo a un blanco.

—Un poco más y lo consigue.

Simón bajó hasta ellos de un salto. Su cara estaba colorada por el calor y por un incipiente enfado. Cogió una escoba y empezó a barrer con ímpetu las cáscaras que habían caído de la cinta transportadora.

—Yo estuve con mi padre en varias reuniones entre jefes de poblados y blancos. Tú ya sabes… —desde que había dejado de ser el
boy
de Kilian, Simón había abandonado el
usted
de manera automática— que a mi gente no le gusta ser descortés, así que decidieron consultar la propuesta a los espíritus de nuestros antepasados.

—Ah, ¿y qué dijeron los espíritus? —preguntó Kilian en tono de burla, girando la cara para que el otro no viera que, tanto el comentario como la expresión sonrojada de su cara surcada por las escarificaciones, le provocaba una sonrisa, y entonces vio a Bisila cerca de ellos.

Llevaba una falda blanca y una blusa del mismo color con las mangas enrolladas por encima de los codos, que resaltaban sobre su piel de caramelo oscuro. Normalmente lucía la corta melena suelta, pero ese día se había recogido el cabello en finas trenzas, lo cual resaltaba sus facciones proporcionadas y sus enormes ojos. La visión de la hermosa mujer le produjo un agradable estremecimiento.

La miró fijamente y ella le sostuvo la mirada. No se dijeron nada, para no despertar sospechas en los otros hombres. Era muy difícil, pero intentaban con todas sus fuerzas no mostrar en público el menor signo de la especial relación que habían entablado.

Bisila se llevó los dedos a los labios para que Kilian guardara silencio mientras Simón continuaba su explicación en voz alta y clara:

—Los espíritus no son tontos, ya lo creo que no, y hablaron a través de diferentes hombres para enseñarnos que semejante cosa tenía que ver más con la labor de los españoles que con el homenaje. Algunos decían que los bubis queríamos vender la isla a España. Otros aconsejaban arrendar la isla por cuarenta años y seguir con vosotros siempre que nos cuidaseis bien. Otros recordaban que no siempre nos habíais querido, y ponían como ejemplo la matanza en la rebelión de los bubis de 1910. —Hizo una pausa para coger aire—. Y también otros os defendían diciendo que había muchos españoles buenos, que no habíais venido aquí a colonizar, sino a trabajar, y que nos habíais ayudado a prosperar.

—Yo mismo he escuchado a más de un español criticar ese acto y llamarnos tontos —intervino José, obligando al joven a que apartara la vista de Bisila y prestara atención a la conversación—. Son blancos que quieren que el bubi sea antiespañol e independiente, supongo que con la intención de que en caso de conseguir la independencia, puedan ellos manejar el país gracias a sus amigos nativos.

Kilian se frotó la frente, asombrado y confuso:

—Yo soy español, no tengo intereses ocultos y también me parece una estupidez. ¿Y en qué ha quedado la cosa?

—Para suavizar la situación y no ofender ni al blanco ni al bubi, se pensó que se le podría nombrar simplemente
motuku
o
botuku
, es decir, jefe, hombre de bien, cabeza visible de un lugar o zona, o persona a la que se debe obedecer por su personalidad. Se le concedería el título en una ceremonia de respeto en la que recibiría recuerdos típicos de la artesanía bubi…

—Y también una joven virgen… —añadió Bisila mientras se acercaba a los tres hombres—.
Tuë´a lóvari é
. Buenos días, Kilian.


Wë´á lo è
Bisila —respondió José, con una sonrisa. No podía ocultar lo orgulloso que se sentía de su hija preferida—.
Ká wimböri lé
? ¿Qué tal te has despertado hoy?


Nimbörí lèle, potóo
. Me he despertado bien, gracias.

A Kilian le encantaba el sonido de la lengua bubi, que en los labios de Bisila se tornaba atrayentemente grave. Recordó las veces que ella había intentado, sin éxito, que él aprendiera algo más que unas cuantas palabras de saludo y despedida en la improvisada aula en la que se había convertido la sala de curas del hospital. Con la expectación de un alumno muy aplicado, Kilian dejaba que ella cogiera su mano para que sintiera las vibraciones en la garganta cuando un sonido era especialmente difícil, pero enseguida él se olvidaba de las enseñanzas y comenzaba a acariciarla suavemente, primero el cuello, y luego los huesos de su mandíbula de camino hacia las mejillas. Entonces, ella cerraba los ojos, levantaba la barbilla y le ofrecía los labios para que absorbiera las letras, las palabras y frases que él sí podía comprender.

Kilian sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos que se empeñaban en producirle unas deliciosas sensaciones en la entrepierna. Ahora no estaban solos. Tenía que controlarse…

Bisila continuó, con cierta ironía:

—Ah, pero eso sí, el trato era que el gobernador la mantuviera íntegra, tal cual la recibió, y la aceptara en realidad como una hija, con todo amor y afecto.

El rostro de Simón adoptó una expresión triunfal.

—Entre las protestas y la carta que le enviamos solicitando que lo anulase, el caso es que el gobernador ha dicho que tiene que irse y no habrá homenaje. Y ahora, si os parece bien —les dio la espalda—, no perdamos más el tiempo y acabemos con esto cuanto antes.

José sonrió por la brusquedad con la que Simón retomó sus tareas provocando un breve silencio. Se dirigió a su hija.

—¿Y qué te trae hoy por aquí, Bisila?

—¿Subirás el sábado a Bissappoo para la coronación del nuevo jefe?

José asintió mientras miraba de reojo a Kilian, que escuchaba con interés.

—A mí también me gustaría asistir —añadió Bisila—, pero no quiero subir sola.

¿Sola? ¿Sin Mosi? Kilian ya tenía claro que él también quería ir. Una punzada de culpabilidad le latió en el pecho. No debía pasar por alto que Bisila era una mujer casada, y en las últimas semanas ambos habían actuado como si no lo fuera.

Pero unos días con ella en una fiesta fuera de Sampaka…

—Ösé —empezó a decir, deseando ser invitado—, el viernes terminamos el trabajo de secado… No hay ninguna razón para que no acompañes a Simón en un día tan especial.

Kilian esperó impaciente a que José, por fin, dijera:

—¿Tal vez te gustaría asistir a la ceremonia de nombramiento del jefe?

—Será un honor, Ösé —se apresuró a contestar Kilian, dirigiendo una rápida mirada de satisfacción hacia Bisila, quien bajó la cabeza para que no notasen cómo se alegraba.

Bisila dijo que tenía que regresar al hospital, y se despidió de ellos.


Ö má we è
, Simón.
Ö má we è
, Ösé.
Ö má we è
, Kilian.

—Adiós, Bisila —respondió Kilian, quien ante el asombro de los demás intentó repetir las mismas palabras en bubi—:
Ö má… we… è
, Bisila.

Unos pasos más allá, Simón se rio abiertamente.

Kilian retomó su trabajo rápidamente. Todavía era miércoles. Faltaban tres largos días para terminar… Comenzó a caminar de un lado para otro comprobando que todo funcionaba correctamente.

Sus motivos eran bien distintos, pero se había contagiado de la impaciencia de Simón.

Cuando salieron de los secaderos era ya casi de noche. El día había sido agotador, a pesar del soplo de aire fresco que había supuesto la visita inesperada de Bisila.

Los hombres no habían vuelto a conversar sobre la situación política, pero Kilian sí había pensado en ello. Mientras cruzaban el patio en dirección a sus respectivos alojamientos, le dijo a José:

—Después de escuchar a Simón tengo la sensación de que esta nueva época está tomando forma a base de habladurías. Nos enteramos de las cosas más por rumores que por lo que se dice abiertamente. Ni en el
Ébano
, ni en el
Poto-Poto
, ni en la
Hoja del Lunes de Fernando Poo
, vamos, ni siquiera en
La Guinea Española
o en el
Abc
, se dice una sola palabra de todos estos movimientos diferentes y opiniones encontradas que me habéis comentado. Al revés, solo se habla de paz y armonía entre blancos y negros.

José se encogió de hombros.

—Puede ser que al Gobierno no le interese que los blancos que vivís aquí sepáis con total seguridad que más pronto o más tarde se va a terminar la colonización y os pongáis nerviosos…

—Pues entonces nos tenemos que poner todos nerviosos. —Kilian levantó las manos hacia arriba y preguntó con ironía—: ¿No somos todos españoles? Tú ahora eres tan español como yo.

—¿Ah, sí? Me gustaría saber qué cara pondrían tus vecinos de Pasolobino si me fuera allá a vivir contigo. ¿De verdad crees que me considerarían tan español como ellos? Puede que las leyes cambien deprisa, pero las personas no, Kilian. Tal vez ahora alguien como yo pueda frecuentar los sitios reservados a los blancos, ir al cine, coger el coche de línea, sentarme a tu lado en la catedral y hasta bañarme en la misma piscina sin temor a que me detengan, pero eso no significa que algunos tuerzan el gesto incluso con asco… Los papeles dicen que soy español, Kilian, pero mi corazón sabe que no lo soy.

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