Más Allá de las Sombras (32 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Vi no podía ni hablar. Entró y cogió la taza con la mano izquierda.

—Siéntate —dijo la hermana Ariel. Su habitación no era grande, y en su mayor parte estaba cubierta de pilas de libros y pergaminos, pero había dos sillas.

Vi se sentó.

—Presta atención y mantente quieta —dijo la hermana Ariel. Cogió la inflamada mano derecha de Vi y chasqueó la lengua—. Savaltus. —Vi sintió una punzada de dolor en la mano, que al cabo de un rato se desvaneció como sus cardenales—. Tienes la desafortunada costumbre de golpear cosas que son más duras que tu mano. La próxima vez que tu contumacia se materialice en forma de automutilación, no te curaré.

Vi no tenía ni idea de lo que significaban las palabras, pero comprendía la idea general.

—Quiero que lo pares —dijo.

—¿Perdón?

—Me engatusaste para que anillara a Kylar. Quiero quitarme este maldito trasto.

La hermana Ariel ladeó la cabeza, como un perro. Sus ojos resplandecieron.

—Has tenido un sueño lúcido, ¿verdad?

—¡Joder! ¡Deja de usar palabras que no entiendo!

Algo le dio un azote tan fuerte en el trasero que gritó.

—La lengua es una llama, niña —dijo la hermana Ariel, con los ojos fríos—. Las que hablamos para usar magia aprendemos a controlarla, porque si no nos quema. ¿Sabes lo que hacía yo mientras tú estudiabas hoy?

—Me importa una mierda.

La hermana Ariel negó con la cabeza.

—Tus palabrotas no me causan ningún remilgo moral, energúmena tabernaria. Cuando una cagarruta de alcantarilla reniega, el mundo no puede ni oírlo, Vi. Cuando una maga maldice, el mundo tiembla. De modo que he ideado unos cuantos castigos. Imagino que los agotarás antes de que yo agote tu rebeldía, pero ya estamos comprometidas. Tu rebeldía tan solo alarga el camino. Sa troca excepio dazii.

Aunque había visto que el aura de la magia rodeaba por un instante a la hermana Ariel, Vi no sintió nada.

—¿Qué has hecho? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—Eso, querida, es la mitad de la gracia. Con cada nuevo castigo, tendrás que descubrirlo. Veamos, vienes porque has tenido un sueño especialmente vívido, ¿no es así?

Vi contempló el fondo de su taza. ¿Por qué de repente le daba reparo hablar de sexo?

—Era él. Ha venido a mi cama. Era real.

—¿Y?

Vi alzó la vista.

—¿Cómo que
y
?

—Has soñado que te acostabas con un hombre. ¿Y qué? ¿Tienes miedo de quedarte embarazada?

Los ojos de Vi volvieron al ootai.

—No hemos, esto... No hemos llegado a... ya sabes.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—¿Es por los pendientes?

—¿Tu sueño? Sin duda. Permiten que los maridos y esposas que no pueden estar juntos se comuniquen. O se ayunten. Solo un puñado de los anillos más antiguos otorgaba esa capacidad, por cierto. Si mal no recuerdo, no pocas hermanas perdieron décadas estudiándolo para encontrar un modo de transmitir mensajes al instante a larga distancia. Nunca funcionó. No recuerdo por qué. Sin embargo, desde que el Tercer Acuerdo de Alitaera prohibió a las magas casarse con hombres con Talento, nadie lo ha estudiado.

—¿O sea que lo que yo he soñado, Kylar lo ha soñado también? —Vi palideció.

La hermana Ariel la miró intrigada.

—Eso he dicho, ¿no? —Hacía que Vi se sintiera estúpida una vez más—. O sea que te ha asustado.

—No exactamente —reconoció Vi.

—A veces hablar contigo es como intentar dominar la Trama Vengariziana.

—Bah, a la mierda —dijo Vi. De repente, su boca pareció incendiarse. Se puso en pie de un salto, pero la hermana Ariel habló y algo le golpeó las corvas de tal modo que cayó sobre la silla—. ¿Qué cojones ha sido...?

Su boca volvió a llenarse de fuego y, al ver la sonrisita nada sorprendida del rostro de la hermana Ariel, Vi lo comprendió. Tras otros cinco segundos, el dolor remitió y dejó a Vi boqueando de escozor y de rabia. Se tocó la lengua, esperando que quemase, pero la notó normal.

—Mi madre usaba jabón —dijo la hermana Ariel—, pero no se me ha ocurrido una trama para eso. Veamos, me has despertado por un motivo. Cuando me hayas dicho de qué se trata, podrás volver a la cama.

Después de treinta segundos, Vi se dio cuenta de que la hermana Ariel hablaba en serio.

—¿Pero tú alguna vez has siquiera fo... practicado el sexo? —preguntó.

—En realidad —dijo la hermana Ariel—, perdí la virginidad montando a caballo.

—No tenía ni idea de que tuvieses tanta coordinación. —Vi lo había intentado una vez. No había acabado bien.

La hermana Ariel rompió a reír.

—No sabía que fueses tan ingeniosa —dijo—. Cada vez me caes mejor, Vi.

Ah, por montar a caballo, no mientras montaba a caballo. Vi se rió. No pudo evitarlo; preferiría la muerte que echar a perder el poco aprecio que le tuviese Ariel. También era una diestra evasiva a la pregunta de Vi. Maldición, no había nada que hacer. Estaba cansada y seguía sintiendo retortijones.

—Yo me... Me he acostado con docenas de hombres —dijo.

—Bien hecho —dijo la hermana Ariel—. La corrección, me refiero, no la promiscuidad.

—Nunca sentí nada, con ninguno de ellos, no desde que era pequeña. Pero con Kylar...

—No soy ninguna autoridad, pero creo que en teoría es diferente con alguien a quien amas.

La palabra sacó a Vi de sus casillas.

—¡No es que no sintiera nada por ellos! ¡No los sentía a ellos! Soy totalmente insensible allí abajo. Pero esta noche...

Cerró la boca de golpe. Desde que era pequeña, follar era algo que Vi observaba, algo que los hombres le hacían a ella. Poco a poco esa impotencia se había convertido en su poder. Los hombres eran esclavos de su carne. El cuerpo de Vi era una simple moneda, con la ventaja de que podía gastarla una y otra vez.

La primera vez que había pensado en follar con Kylar, había sido solo porque, después de lo que le había hecho, creía que se lo debía. Lo que acababa de pasar era algo terroríficamente distinto. Distinto incluso de su anterior sueño con Kylar. Lo había deseado de más modos de los que nunca podría haber imaginado. Su cuerpo lo ansiaba. Era como si despertara algo que antes dormía tan adentro de ella que lo había dado por muerto. Follar con Kylar no sería una despreocupada cesión del uso de su cuerpo. Sería una rendición.

—Tienes que quitarme este pendiente —dijo. Estaba temblando, con la frente perlada de sudor frío—. Por favor, antes de que vaya a ver a Elene. Sigue aquí, ¿verdad?

—Lo siento, niña. Sí, está aquí. Hablarás con ella mañana. —La hermana Ariel suspiró—. Viridiana, he leído todo lo que he podido encontrar sobre esos anillos. El lazo es inquebrantable. Parecía una buena idea cuando los hicieron, supongo. En un principio los usaron para unir a un mago y una maga que sabían dónde se metían. Después otros empezaron a usarlos para los matrimonios políticos. Reyes y reinas por igual empezaron a exigir que los orfebres exagerasen las propiedades de compulsión hacia un lado o el otro, como están exageradas las tuyas para darte el control. No sé si podemos entender el calado de infelicidad humana que crearon esos magos pero, al ver lo que habían hecho, los vy’sana, los Hacedores, pronunciaron el juramento de nunca más fabricar esos anillos. Reunieron todos los que pudieron encontrar y los destruyeron junto con todos los textos sobre su elaboración. Ese anillo que llevas en la oreja tiene como mínimo cuatrocientos años. Que haya sobrevivido hasta el presente solo puede calificarse de milagro.

—¿Milagro? ¿A esto llamas milagro?

La hermana Ariel abrió los brazos en ademán de impotencia.

* * *

Su carruaje la estaba esperando, pero cuando Mama K entró, no estaba sola. El borrón oscuro del asiento de enfrente se definió como Wrable Cicatrices en cuanto estuvo sentada.

—Buenas tardes, Mama K —dijo—. ¿De camino a la coronación?

—Pues ya que lo dices, sí. ¿Necesitas que te lleve?

—No creo. Parece que he perdido el favor de la reina.

—¿Parece?

—Me despierto de una buena curda y cuando voy a echar un traguito para matar la resaca me encuentro con cinco tiparracos contándome historias sobre lo que le había hecho a la reina. Por algún motivo, la fecha no es la que toca. Me emborraché, ¡pero no debería haber dormido un día y medio!

Durzo. A Mama K le dio un vuelco el estómago.

La cara de Ben Wrable estaba tan pálida como sus cicatrices.

—Es Durzo, ¿verdad?

—No seas ridículo. Durzo está muerto.

—Lo sé. Yo lo maté, ¿recuerdas? —Ah, sí. Wrable había matado a Kylar cuando este iba disfrazado de Durzo—. Juró que no me perseguiría desde la ultratumba, pero ahora mi mejor clienta me quiere muerto.

—A pesar de todo, lo mataste. Eso tiene que molestar.

—No estás jugando conmigo, ¿verdad? ¿No mandarías a otro ejecutor a hablar con la reina Graesin?

—Yo no he enviado a nadie. No organicé la escena para que los embajadores se sintieran insultados. No he actuado contra Terah de Graesin. —
Todavía
—. Sal de la ciudad durante una temporada, Ben. Probablemente Durzo solo quería asegurarse de que no aceptaras ningún trabajo más de la mujer que encargó su muerte.

Ben Wrable asintió, sin pensar, y ese asentimiento natural confirmó a Mama K lo que ya sospechaba: en efecto, había sido Terah de Graesin quien encargó la muerte de Durzo. La muy zorra. Bueno, ya se lo haría lamentar. Pronto.

Capítulo 44

El gran salón estaba lleno con la flor y nata del reino, aunque dadas las privaciones del año anterior, esa nata parecía más bien leche aguada. Muchos de los grandes señores y señoras del país llevaban prendas con las que no hubiesen vestido a sus sirvientes un año atrás. El número de nobles también se había reducido considerablemente. Algunos habían muerto en el golpe o en la arboleda de Pavvil. Otros se habían posicionado temprano con el rey dios y a esas alturas habían huido. El chambelán se había desvivido por rellenar los huecos y decorar el gran salón como la ocasión lo merecía, pero al fasto se le veían un poco las costuras. Por una vez, sin embargo, no hubo críticas. Era demasiado duro criticar los uniformes raídos de los guardias reales, parcheados deprisa y corriendo con los colores de la Casa de Graesin, cuando una llevaba un vestido con manchas y joyas prestadas.

Kylar entró por una puerta de servicio. No tenía ningún deseo de que lo anunciaran; solo quería presenciar los efectos de sus desvelos. La entrada de servicio tenía un problema, no obstante: estaba llena de sirvientes.

—¿Mi señor? ¿Mi señor? —preguntó un hombre jovial.

—Eh, todo bien —dijo Kylar.
Si te uso para cubrir esta ropa, ¿piensas comerte un trozo de la bragueta?

—No te sabría decir. —El ka’kari pareció sonreírse.

—Esto, ¿mi señor? ¿Mi señor se ha perdido? —El criado jovial no esperó una respuesta—. El señor puede seguirme.

Se volvió y arrancó a caminar, y Kylar no tuvo más remedio que seguirlo. Algunos sirvientes, pensó, eran demasiado listos para su propio bien.

El criado lo condujo hasta la entrada principal y lo dejó en manos del chambelán, un hombre desabrido que lo miró de arriba abajo, estirando el cuello como un pájaro.

—Os habéis saltado el orden, marqués, debíais entrar después de vuestro señor.

Kylar tragó saliva.

—Lo siento, me tomas por otro. Soy el barón de Stern. No hace falta que me anunci...

El chambelán repasó su lista.

—El duque de Gyre me ha informado sin dejar lugar a duda de que debía anunciaros. —Se volvió con un movimiento perentorio y golpeó el suelo con su bastón—. El marqués Kylar de Drake, señor de Havermere, Lockley, Vennas y Procin.

Sintiéndose como si no controlara su propio cuerpo, Kylar avanzó. Muchos ojos se volvieron hacia él, y más de una vez oyó:
Perro Lobo
. Logan no solo había legitimado a Kylar concediéndole un título genuino, a diferencia de la baronía en tierras dominadas por los lae’knaught, sino que lo había ascendido a cotas de vértigo. Un marqués solo tenía por encima a los duques de Cenaria. Sintió una opresión en el pecho. Era un título real, con tierras reales y responsabilidades reales. Peor aún, Logan debía de haber trabajado con el conde Drake para que este adoptase formalmente a Kylar. Habían limpiado de un plumazo su pedigrí fraudulento. Logan estaba poniendo su propia integridad al servicio de Kylar. Era su último intento de salvarlo de sí mismo.

Ocupó su lugar a la izquierda de Logan en la primera fila. Su amigo sonrió, y el muy cabrón era tan carismático que Kylar se notó correspondiendo a su sonrisa, demasiado asombrado para enfadarse.

—Bueno, bueno, amigo mío —dijo Logan—. Casi esperaba verte reptando por las vigas. Cómo me alegro de que hayas decidido unirte a los mortales del suelo.

—Ya, las vigas, sí. Está muy visto. —Kylar carraspeó, estupefacto—. Has causado todo un escándalo.

Sin apartar la vista del frente, Logan contestó:

—No renunciaré a mi mejor amigo sin pelear.

Silencio.

—Me honras —dijo Kylar.

—Sí, es cierto. —Logan sonrió, claramente orgulloso de sí mismo, pero de un modo encantador.

—¿Mama K te...?

—Se me ha ocurrido a mí solito, gracias, aunque el conde Drake aportó un toque personal.

—¿La adopción?

—La adopción —confirmó Logan—. Seis filas más atrás, a la izquierda.

Kylar miró, y su rostro perdió todo el color. En una sección de barones modestos, un noble de mediana edad y su mujer, rubios y vestidos de manera más humilde si cabe que los demás, estaban de pie bajo el estandarte de los Stern. A su lado había un joven, tan moreno como ellos eran pálidos: su hijo, el barón.

—Eso podría haber sido... incómodo —dijo Kylar.

—Todos necesitamos amigos, Kylar —repuso Logan—. Yo el primero. He perdido a casi todas las personas en quienes podía confiar. Te necesito.

Kylar no dijo nada. Reparó en la ropa de Logan por primera vez. El duque llevaba túnica y calzas oscuras, de buen corte pero negras, sin nota alguna de color. Seguía de luto por Jenine, por su familia entera, muchos de sus sirvientes y tal vez Serah Drake también. El viejo malestar se rebeló de nuevo en el estómago de Kylar. Tanto Logan como el conde Drake estaban empeñando su honor, que para ambos era su posesión más sagrada, en rehabilitar a Kylar. El asesinato de Terah de Graesin sería ahora algo más que una trágica discrepancia de opinión. Para Logan supondría una traición.

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