Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—¿Sabías, Udrik, que si levantas a trece legiones de kruls, puedes mandarlos tú mismo pero, si creas aunque sea solo uno más, tienes que dominar a un arcángul?
—¿Un qué? —Las cejas de Udrik todavía llevaban una espesa capa de kohl, que resultaba amenazante a pesar del miedo que tenía.
—Es una criatura que estos salvajes no se atreven a intentar dominar —explicó Langor—. Dime, hermano, ¿es mejor que muera un hombre, o todo un pueblo?
Los ojos de Udrik se abrieron, y luego se abrieron más aún cuando Langor le cortó la garganta con el cuchillo de obsidiana. Cayó de rodillas, con un chorro de sangre brotando de su cuello, y después se desplomó como un fardo sobre su espalda. Dorian sintió, o imaginó, el júbilo de un millar de Extraños. Parpadeó.
Contrólate, Dorian. Contrólate.
No se atrevía a mirar qué aspecto tenía aquella siguiente parte desde la otra realidad.
Extendió los brazos y las alas hacia la hueste que tenía delante.
—¡Arcángul! ¡Ven! ¡Date a conocer para mí!
Las tramas manaron de él con tanta facilidad como si el vir mismo lo estuviese ayudando, como si hubiera hecho aquello un centenar de veces. Un rayo verde danzó a su alrededor, y lo envolvió una cinta de fuego azul. Entonces el suelo empezó a bullir en torno al cadáver de Udrik. Unos pegotes de tierra saltaron y se pegaron al cuerpo. Unos fogonazos de luz bailaron sobre Udrik; los músculos del cadáver se desgarraron, la piel cedió.
Los chamanes vieron su error. No se habían atrevido a levantar a un arcángul, y Dorian sí. Una trompa de cuero de uro llamó a los salvajes a la carga. Solo obedeció la mitad.
Un rayo rajó la tierra ante Langor y lo deslumbró, mientras el trueno bramaba sobre él y los dos ejércitos; hombres de ambos bandos se lanzaron al suelo.
Cuando Langor recuperó la vista, la carga de los salvajes se había frenado e interrumpido. Había un hombre de pie donde había yacido Udrik y todas las miradas estaban puestas en él. Medía más de dos metros diez y tenía una cabellera de oro fundido que le caía hasta la nuca. Aunque tenía la piel del color de la plata bruñida, no resultaba brillante ni artificial. Sus ojos eran de un arrebatador esmeralda, apenas dentro del espectro humano posible. Quizá un hombre de cada millón tendría unos ojos así. Tal vez por imitar a Langor, él también llevaba el pecho al descubierto, aunque su cuerpo era esbelto y anguloso. Era el hombre más hermoso que hubiera visto nunca.
El arcángul se rió, y hasta su risa era bella.
—Somos Extraños, rey dios, no monstruos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Langor.
—Soy Ba’elzebaen, el Señor de las Serpientes.
—Mucho frío en los Hielos para una serpiente.
—Pero ya no estoy en los Hielos, ¿verdad?
—Quisiera que me sirvieses, Ba’elzebaen —dijo Langor. Rabiaba por ver al Extraño como era, pero no se atrevía. Si se perdía en la locura en ese momento, Ba’elzebaen podría apropiarse de su cuerpo en vez del de Udrik.
El Extraño soltó una risilla.
—Y yo quisiera que el sol y la luna se postrasen ante mí.
—Pero una de esas cosas sucederá.
Ba’elzebaen se rió como si tuviera delante a un niño precoz.
—Soy más fuerte que tú.
—Solo importan la voluntad y la llamada. Yo te he llamado, y mi voluntad es implacable.
Los maravillosos ojos verdes se clavaron en los suyos, y Dorian solo tuvo que pensar en que se llevarían a Jenine si no doblegaba a aquella serpiente. Sintió que la voluntad del arcángul se levantaba contra él, cada vez más alta. Ba’elzebaen era muchísimo más que aquel cuerpo delante de Dorian. Era inmortal, omnipotente, no había nada que Dorian pudiera hacer para detenerlo. No había nada que hacer. Debería postrarse y suplicar clemencia.
Dorian sabía que ese era el ataque del arcángul, y se aferró a lo que conocía. El arcángul obedecería, se postraría, serviría.
Yo soy el rey dios. Soy implacable. Destruiré a quienes se enfrenten a mí. No serviré a nadie. Soy un dios.
Ba’elzebaen se relajó y los ataques cesaron.
—Muy bien, rey dios, os serviré.
—¿Dónde está mi hermanastro Moburu?
—Intentó hacerse con el mando de las diez tribus. Fracasó. Solo una tribu se le unió, pero sí se llevó huesos suficientes para levantar una legión de kruls. Se dirige al Túmulo Negro. —Una legión estaba formada por unos dos mil kruls. No era una buena noticia, pero era mucho mejor que vérselas con Moburu a la cabeza de aquel ejército—. Pero no es de Moburu de quien debéis preocuparos.
—Neph —adivinó Dorian, que veía confirmadas sus sospechas.
—Sí. Fue Neph quien enseñó a los salvajes a levantar kruls. Todo esto no era más que una distracción para mantener a cualquier Ursuul lejos del Túmulo Negro.
—¿Qué está intentando?
—Hacerse rey dios, sea levantando un titán o encarnando a Khali.
A buen seguro Neph Dada no pretendía levantar a la mismísima Khali. Sería una locura. Si lo que había visto Dorian de la naturaleza de los Extraños era cierto, dotar de carne a su líder sería invitar a la destrucción de todo Midcyru. La buena noticia era que nadie desde Roygaris Ursuul había sido lo bastante poderoso para darle un cuerpo a Khali. Un titán, en cambio, resultaba mucho más probable, y ya era un plan más que terrorífico. ¿En qué escalafón de la jerarquía de los Extraños quedaba un titán? ¿Dos rangos por encima de Ba’elzebaen? ¿Tres? Por el Dios.
Sin embargo, toda esa conversación tendría que esperar a otro momento.
—Para reclamar los kruls de los salvajes, tenemos que liquidar al chamán que los controla, ¿correcto? —preguntó Langor—. ¿Quién es?
Ba’elzebaen señaló a un salvaje cubierto de arriba abajo de tatuajes azules. El hombre estaba rodeado por docenas de escudos, tanto suyos como de otros magos pero, con el gesto de Ba’elzebaen, las defensas desaparecieron como si tal cosa. Langor lanzó un único proyectil de fuego verde contra el chamán. El hechicero lo miró con desprecio, confiado en sus escudos, hasta que le abrió un agujero en el pecho. Murió con una expresión de asombro en la cara.
Ba’elzebaen sonrió y Dorian vislumbró algo extraño en las arrugas que se le formaron en las comisuras de sus ojos: la piel del arcángul estaba hecha de miles de minúsculas escamas.
—Amo —dijo Ba’elzebaen—, ¿qué deseáis que hagan los Caídos?
—Matar a los salvajes. Nada de comer hasta que caiga la noche, y después cargad los huesos en las carretas. Puede que los necesitemos para hacer más kruls en el Túmulo Negro.
—Como deseéis.
Ba’elzebaen hizo una reverencia. Para cuando se enderezó, ya se elevaban alaridos de pánico entre el ejército de los salvajes, pues los kruls de sus propias filas se volvían contra ellos.
—Ya tenemos encima la primavera —dijo Elene.
Vi se unió a ella en el balcón, todavía sudorosa a causa de sus esfuerzos con los centenares de magas que practicaban en el patio de abajo. Kylar estaba fuera de la ciudad, entrenándose de nuevo con su maestro, y Elene le había pedido un encuentro. Vi intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta mientras Elene se volvía y le sonreía.
—Me has estado evitando —dijo Elene.
Vi quería aducir que había estado ocupada. Era verdad. Las Prendas se estaban congregando, todos los días se unían mujeres a las Hermanas del Escudo de Vi, había que transmitir mensajes en secreto a la rectora y siempre había tácticas y magia que practicar. Sin embargo, nada de eso era el motivo de que no hubiese coincidido con Elene. Los últimos dos meses las habían visto desarrollar una extraña amistad, pero la llegada de la primavera era una espada desnuda.
—Necesito tu consejo, Vi. Tú sabes cómo funciona el don de Kylar, y también su cabeza. Tengo miedo de que intente alguna estupidez para salvarme, si... —Se puso una mano en el estómago.
—¿Si qué? —preguntó Vi. Entonces cayó en la cuenta—. ¡Oh, mierda, estás embarazada!
Elene se ruborizó y dijo en voz baja:
—Una sanadora me lo ha confirmado esta mañana. Estoy de un mes. No he tenido mareos matutinos ni nada. Soy afortunada, supongo.
Afortunada. Era una manera de decirlo. Si Kylar se enteraba... En realidad, Vi no tenía ni idea de qué haría, pero el heroísmo estúpido era una probable reacción. Por desgracia, tampoco sabía cómo se manifestaría ese heroísmo estúpido.
—Complica las cosas —prosiguió Elene. Vi adivinó por su cara que no se refería solo para Kylar.
—Puedo hacerte té de tanaceto —se ofreció Vi.
Elene no daba crédito a lo que había oído.
—¡Si lo quisiera ver muerto, esperaría un mes! Dios, es lo más estúpido e insensible que me han dicho nunca.
Vi se quedó paralizada.
Soy estúpida e insensible. Por eso no conviene abrirle la puerta a nadie. Si lo haces, te llenan de mierda.
Elene cerró los ojos y, cuando los abrió, la furia había desaparecido.
—Lo siento. Estoy muy alterada, con los nervios a flor de piel, pero eso no significa que tenga derecho a hacerte pagar el pato. No eres estúpida. Lo siento.
—Pero soy insensible.
Elene hizo una pausa.
—Has pasado por un infierno, Vi. Eres insensible, pero menos con cada día que pasa, y siento haberlo dicho. ¿Me perdonas?
Lo que tenía Elene que la hacía una buena amiga y una tocapelotas era que no mentía, ni siquiera cuando se disculpaba. Si hubiera sido menos bondadosa, esa falta de malicia habría dado rabia. Hu Patíbulo
siempre decía la verdad
y la usaba para machacar a todo el mundo. La amabilidad de Elene hacía que costase permanecer enfadada.
—Sí —dijo Vi—. ¿Qué necesitas?
Elene sonrió poco a poco y fue como ver asomar el sol entre nubarrones oscuros. Cuando sonreía sin afectación resultaba beatífica. No tenía una belleza de cortesana, aunque los dioses y Vi sabían que Elene había dedicado buena parte de los últimos dos meses a explorar las mañas y placeres de las cortesanas, pero sí era femenina y sumamente atractiva. Cuando Elene sentía alegría, siempre era una alegría compartida. Su inocencia al esperar lo mejor de los demás de algún modo sacaba lo mejor de ellos.
—Me alegro de que seas mi amiga, Vi. Hace un tiempo que quiero tener esta conversación contigo.
Arrugó la frente, pues no sabía por dónde empezar. Vi sintió que volvía a formársele el nudo en la garganta, pero no había salida, no había escapatoria.
—Voy a morir —comenzó Elene—. Tengo miedo, sobre todo con esto. —Se puso una mano protectora sobre la barriga—. Me he quejado mucho al Dios por ello, para serte sincera. Sé que piensas que soy una auténtica santa o una auténtica ilusa, pero le he rogado a Dios de todas las maneras que conozco para que me deje vivir sin que eso desbarate su plan. Quiero vivir, quiero que Kylar viva, quiero que nuestro bebé viva y quiero que Kylar haga todas las grandes cosas para las que Dios lo creó.
—¿Y qué dice tu Dios? —preguntó Vi. La manera de Elene de relacionarse con su Dios no tenía nada que ver con la relación de Vi con Nysos pero, existiese o no, a ojos de Elene era real y no estaba bien mofarse de las creencias de alguien tan cercana a la muerte.
—Dice que está conmigo.
—Eso ayudará —comentó Vi.
—Sí —dijo Elene, que no captó o prefirió no captar el sarcasmo—. Kylar cree... Kylar teme ser un hombre nacido para estar siempre solo. Cree que el último par de meses ha burlado al destino. No es un hombre nacido para estar solo, Vi, pero hay mentiras que tardan mucho en sanar. Yo no tengo tiempo. Cuando no esté, quiero que cuides de Kylar. En todos los sentidos. Es lo más preciado de este mundo para mí, y te lo confío. Te necesitará. Sabrás cuándo está listo, y cuándo lo estás tú.
A Vi se le había pasado por la cabeza, por supuesto. Sentada en su cuarto con los recién casados besuqueándose al otro lado de una pared demasiado fina, había pensado en ello cien veces: aquella tortura no duraría por siempre, Elene moriría al llegar la primavera. Peor aún: había pensado que, una vez que Elene estuviera muerta, podría quedarse con Kylar.
—He sido egoísta —prosiguió Elene—. Sabía que solo disponíamos de un par de meses, de modo que he sido egoísta por mí y por Kylar. Sé que tú has pagado el precio. Te he visto la cara algunas mañanas después de... —Elene carraspeó—. Después de que Kylar y yo nos fuéramos a dormir tarde. Sé que lo amas, Vi, y no puedo ni imaginarme cómo me habría sentido yo si nuestros papeles se hubieran cambiado. Si estuviese en tu lugar, esperaría con ganas que... esto acabase. No pasa nada.
—Sí que pasa, si deseas que tu amiga se muera —dijo Vi envarada. Le escocían los ojos.
—Por eso y por cualquier otra cosa que puedas haber pensado o hecho, te perdono, Vi. De verdad que todo saldrá bien. Dios tiene un propósito con todo esto, aunque nosotras no lo veamos.
—Te vas —dijo Vi.
—Sí.
—Y no se lo has dicho.
—Lo he intentado. Kylar no está preparado para oírlo. Vi, ayúdale a saber que amar de nuevo no es traición. Es inmortal, y vivir para siempre sin amor es el infierno.
—¿Cuándo te vas? —preguntó Vi.
—Ahora.
—¿Adónde?
—El rey Gyre marchará a Khalidor dentro de unas semanas. Hay mujeres en su ejército. Me uniré a ellas. Por lo menos ese es mi plan. Dios quizá me tenga reservado algo diferente.
—¿Por qué unirte a ellas?
—Para obligar a Kylar a ir. Ha jurado que no volvería a dejarme por Logan, pero allí es donde debe estar. En el peor de los casos, moriré luchando por algo.
—No eres una guerrera, Elene.
—No, pero soy una luchadora.
—¿Tienes alguna idea de lo que hará Kylar cuando lo descubra? —preguntó Vi.
—Le he dejado una nota en la mesa, donde le explico que pasaré la noche en la Capilla. Espero mentir mejor por escrito que en persona, porque necesito la ventaja. Toma: esta otra nota explica la verdad. —Hizo una pausa—. Bueno, no toda la verdad. No le conté que estaba embarazada. Ya va a dolerle bastante. Por favor, asegúrate de que la reciba. —Le entregó la nota a Vi.
—¿Me estás metiendo en mitad de este lío?
—Kylar sentirá tu complicidad a través del vínculo. A lo mejor te conviene pasar un par de días en la Capilla.
Elene la abrazó. Al principio con torpeza y después con sentimiento, Vi correspondió. Los ojos se le llenaban de lágrimas más deprisa de lo que acertaba a contenerlas parpadeando y, a través del vínculo, notó la súbita alarma de Kylar a más de un kilómetro de distancia. No lo expresó con palabras, pero sentía su perplejidad:
¡¿Estás llorando?!
. Le envió una onda para tranquilizarlo que lo dejó más perplejo todavía.