Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Pero aún tienes mucho que enseñarme.
—¿Crees que esto no va a enseñarte algo?
—¿Y si fracaso? —Le salió en un susurro.
—¿Y si fracasas, qué? No cambiará lo que pienso de ti.
—¡Pero podría condenar al mundo! ¿Es que no te importa?
—Si paso mis últimas horas en brazos de Gwin, la verdad, no mucho. Hacerme viejo con la mujer a la que amo sería mi primera elección, pero morir reconciliado con ella no me parece una mala segunda opción.
—O sea que estoy solo.
—Te dije que ese era el precio cuando exigiste ser mi aprendiz.
—¡No sabía que estaba accediendo para toda la eternidad!
—No seas llorón, das pena. ¿Qué plan tienes para entrar en el bosque de Ezra?
Picado, Kylar se encogió de hombros.
—El ka’kari.
—El ka’kari. —Durzo entonó la pregunta como afirmación, igual que habría hecho Mama K. El viejo de verdad había pasado demasiado tiempo con ella.
—Absorbe la magia, elude la magia, me hace invisible. Ya pensaré algo. —Se dio cuenta de que sonaba a la defensiva.
—¿De quién dices que era este bosque? —preguntó Durzo—. Ah, sí, de Ezra. ¿Y quién hizo los ka’kari? No, no me lo digas: Ezra.
—Ezra no hizo el negro.
—Lo entendió lo bastante bien para hacer seis más. Así que veamos: cincuenta años después de hacer seis ka’kari vino aquí, a esas alturas él y yo ya no éramos muy buenos amigos, y se construyó una fortaleza. ¿Crees que nunca se le pasó por la cabeza que yo podría intentar entrar?
—Esto...
—Chico, puedes asustar a un puñado de hermanas a base de poder en bruto y agallas, pero aquí juegas en otro nivel distinto. Si sobrevives a las defensas de Ezra, las cuales, dicho sea de paso, decuplicaste en poder al lanzar a Curoch al bosque, todavía tendrás que esquivar a una criatura tan poderosa y astuta que podría haber matado al propio Ezra, eso si no es él mismo que se ha vuelto loco del todo. En cualquier caso, la magia en bruto no va a impresionar al Cazador. Tu flamante confianza es tan inspiradora como suicida.
Kylar guardó silencio. Después dijo:
—Nadie me parará.
—Calla, ya llega.
Kylar mandó rodando el ka’kari al centro del fuego. Las llamas se hundieron en la bola y murieron al instante, sumiendo el claro en la oscuridad. Kylar saltó a la izquierda y Durzo rodó hacia la derecha a la vez que una magia púrpura atravesaba el claro como un fogonazo en forma de toscas manos. Kylar extendió un brazo y el ka’kari saltó a él y lo inundó con la energía que acababa de absorber del fuego.
Saltó de árbol en árbol, hundiendo unas garras negras en la corteza, y vio a una maga que daba manotazos a diestro y siniestro, cegaba de repente. A su alrededor bailaban unas lenguas de fuego que la maga agitaba desesperada de un lado para otro, como si fuesen grandes guadañas. La magia chocaba contra los árboles, chamuscaba las cortezas y elevaba gotas de vapor, pero las lluvias y nieves recientes impidieron que se desatase ningún incendio. Durzo, a ras de suelo, quedaba por debajo de las llamaradas, mientras que Kylar las miraba desde arriba.
En breves momentos, la maga había agotado su Talento y, sin sol ni fuego del que proveerse, su magia se fue apagando.
En la repentina oscuridad, ambos hombres se movieron. Kylar se le echó encima casi antes de que pudiera gritar. Pasó volando por encima de su cabeza, agarró capa y ropa al rebasarla y usó el peso del cuerpo de la maga como una viga para girar sobre sí mismo y detenerse, lo que le transfirió su impulso a ella. La maga voló hacia atrás una docena de pasos y se estrelló contra el tronco de un árbol; el golpe le cortó la respiración. Kylar aterrizó sobre una rodilla en el suelo del bosque y se puso en pie, con las facciones contorneadas por unas llamitas azules.
Para cuando la maga logró inhalar dos bocanadas, algo empezaba a elevarse de las profundidades bajo su piel. Era vir, y surgió con la rapidez de un tiburón golpeando desde el abismo, empezando por la punta de sus dedos y extendiéndose por sus manos y sus muñecas, desapareciendo en un serpenteo que hizo agitarse sus mangas para luego reaparecer trepando por su cuello como un rubor negro, y entonces... detenerse ahí. Durzo estaba detrás del tronco del árbol, abrazándolo con los brazos y clavando los dedos en dos puntos de un lado del cuello de la maga. Esta chilló cuando el vir se acumuló contra el bloqueo como un río en plena crecida batiendo contra un dique. Sus alaridos llegaron a un apogeo y después remitieron mientras el vir retrocedía, se desvanecía y se hundía de nuevo bajo su piel.
Durzo salió de detrás del árbol y la agarró por el pescuezo. Sosteniéndola ante él, volvió a hundirle los dedos en aquellos puntos del cuello.
—¿Un truco que no me enseñaste? —preguntó Kylar.
—¿Esperas que te enseñe todo lo que sé en un par de meses? El vir necesita una expresión física. Bloquea esa expresión física y bloquearás la mágica. Es una debilidad del vir oculto de la familia Ursuul.
—¿Es una Ursuul?
—¿Qué mejor uso para las hijas con Talento de Garoth? —preguntó Durzo.
—Creía que las hacía matar.
—Garoth no fue un hombre que desperdiciase sus herramientas, por romas que fuesen. ¿Cómo te llamas, ricura?
La bruja no respondió, de modo que Kylar lo hizo por ella.
—Es Eris Buel. Ay, putilla. Teníamos nuestras sospechas sobre ti.
—No las suficientes para salvar a tu preciosa mujercita —replicó ella. Asomó a sus ojos tal odio que Kylar sintió que su don entraba en acción: vio los asesinatos que jalonaban el camino de Eris hacia el poder, pero no a Elene o Vi muertas. Vio traiciones, juramentos incumplidos y, muy abajo en la lista, haber recibido la espada de Kylar de un ladrón para después entregarla a los espías de Neph.
Toda aquella oscuridad exigía una respuesta.
—Se te ha negado la justicia durante demasiado tiempo —dijo Kylar.
Su daga atravesó el plexo solar de Eris, lo que volvió a dejarla sin aire en los pulmones, y sus ojos culpables se abrieron como platos mientras su luz se iba apagando.
Una mano restalló con fuerza contra la mejilla de Kylar, que se tambaleó hacia atrás por el impacto.
—¡Maldita sea, necesitamos interrogarla, animal! —gritó Durzo. Agarró a Eris por el pelo y la sostuvo erguida—. ¡El ka’kari, Kylar, dame el ka’kari, rápido!
Kylar se lo pasó a su maestro. El muy cabrón casi le desencaja la mandíbula. Se llevó una mano a la cara y la retiró pegajosa. Se miró los dedos. No era sangre.
Durzo soltó el cuerpo de Eris.
Kylar frotó el líquido dorado entre sus dedos.
—¿Peri-peri y janto? —preguntó. Era un veneno de contacto y, aunque solo le provocaría inconsciencia, la tintura dejaba una cicatriz permanente—. ¿En la cara?
—Te mereces una marca de bofetada a perpetuidad, pero sanas demasiado bien.
—¿Por qué? —A Kylar empezaban a flaquearle las piernas.
—Necesitaba esto —dijo Durzo, mientras levantaba el ka’kari—. Dulces sueños.
Kylar se derrumbó en el suelo y se dio con los labios contra una raíz. La boca se le llenó de sangre.
El muy cabrón por lo menos podría haberme agarrado.
Neph Dada recorría las oscuras calles de Trayethell. Era casi mediodía, pero se hallaba dentro de la cúpula del Túmulo Negro y el domo de roca negra maciza que tenía encima sumía la ciudad oculta en una oscuridad perpetua. Solo veía por dónde ir gracias a la luz amarilla que cabeceaba flotando sobre su cabeza y por los millares de antorchas que sus vürdmeisters mantenían ardiendo en torno al monolito que ocupaba el corazón de la ciudad cubierta.
A pesar de la oscuridad, Trayethell era un lugar casi alegre. Tenía el aire de una ciudad cuyos habitantes hubieran salido un instante y fueran a volver en cualquier momento. No había polvo, y el asedio que había presenciado la muerte de la ciudad no había durado lo suficiente para destruir su belleza. Había secciones chamuscadas, ennegrecidas e incluso arrasadas mediante magia, pero muchas estaban impecables. Quizá, sin embargo, la alegría fuera solo cosa de Neph.
Su fortuna había cambiado de manera radical desde el principio del invierno. Había enviado a su ladrón a robar la espada de Kylar, esperando descubrir que estaba cubierta por el ka’kari negro. En cuanto la hubo tocado con magia, supo que no era el ka’kari, sino algo mejor. La espada era Iures, el báculo de la ley. Al igual que Curoch, Iures era obra de Ezra o quizá de Ezra y Jorsin juntos. A diferencia de Curoch, Iures no amplificaba el poder, pero hacía que unas tramas inmensamente complicadas fuesen cien veces más fáciles de hacer... o deshacer.
El monolito cilíndrico estaba a medio camino del castillo de Trayethell colina arriba y se extendía hasta la cúpula como un pilar de cristal. A la luz de las antorchas, parecía un tarro de humo revuelto. El humo revelaba solo atisbos del titán que había aprisionado dentro. Aquí, una garra apretada contra el cristal; allá, el lateral de un pie gigantesco y de aspecto inquietantemente humano. A Neph le irritaba sentir todavía un temblor al ver el monstruo congelado. Con Iures, podría destruir el monolito en un abrir y cerrar de ojos; a fin de cuentas, Ezra el Loco lo había usado para crear el monolito que había atrapado al titán hasta que Jorsin Alkestes lo mató.
La única irregularidad en la vítrea prisión de aire congelado era la herida mortal del titán. Jorsin había lanzado una barra de fuego desde lo más alto del castillo de Trayethell. Había atravesado la prisión y el pecho del titán, en un círculo perfecto carbonizado de tres metros de diámetro. Por la cantidad de magia cruda necesaria para semejante hazaña, Neph quería creer que Jorsin había usado a Curoch.
Se acercó al monolito con pasitos cortos, tosiendo más por hábito que por necesidad. Iures estaba haciendo maravillas con su salud. Los vürdmeisters cercanos le hicieron las debidas reverencias y luego volvieron al trabajo tras su gesto con la mano. Estaban en un andamio, izando cubos de tierra con la que llenaban el agujero que Jorsin había quemado en el titán. Pronto esa tierra sería convertida en carne, y el titán volvería a la vida. Rompería la gran cúpula del Túmulo Negro y después acabaría con cualquier ejército que plantase cara a Neph.
Nadie había tocado nada en su tienda de campaña. Los cincuenta guardias Juramentados y sus conjuros se habían asegurado de ello. Hizo una pausa dentro antes de pasar a la habitación de Khali. Se arremangó los faldones de las vestiduras y con su báculo de plata, la forma que había escogido para Iures, se tocó el tobillo. El artefacto se disolvió y se enroscó limpiamente en torno a su tobillo y su espinilla. Neph lo forzó a ocultarse, a permanecer inerte aunque lo tocara la magia de Khali, para que simplemente registrase toda la magia que ocurriera a su alrededor. Khali ignoraba que tenía a Iures, y Neph no tenía la menor intención de que lo descubriese hasta que fuera demasiado tarde. Iures lo cambiaba todo.
Se recompuso y retiró la cortina. Tenser estaba tirado sobre la cama más elegante que habían podido apañar, con las extremidades sueltas, los rasgos flácidos, la respiración lenta y los ojos abiertos pero desenfocados, casi sin pestañear. Neph fingió dificultades para arrodillarse a los pies de Tenser y extendió la magia tal y como le había enseñado Khali.
—Santa —la llamó—, vengo a serviros.
Tenser cerró los ojos y volvió a abrirlos, y Ella estaba presente. Su presencia cargaba la pequeña tienda de campaña como una nube de hollín que dificultase la respiración.
—Has descuidado tus deberes —dijo Khali. Su voz era la de Tenser pero con la entonación descontrolada y un acento poco familiar—. Este huésped tiene llagas.
La garganta de Neph se relajó.
—Me encargaré de ello en persona. De inmediato. He estado ocupado con vuestros asuntos, reuniendo especímenes para vos. —Se limpió la garganta pero no tosió. Su tos irritaba a Khali—. Tenía la esperanza de que pudiéramos hablar de mi recompensa.
La risa de Khali reflejaba diversión, pensó Neph. Costaba distinguirlo porque, aunque controlaba la voz y los ojos de Tenser, no dominaba sus expresiones faciales, que permanecían inertes, flácidas salvo cuando la lengua y la mandíbula se movían para formar palabras.
Khali quería una encarnación de verdad, no la tosca parodia que tenía en Tenser. Necesitaba tres cosas: que se rompieran las tramas de Ezra en el Túmulo Negro, un huésped dispuesto y un conjuro que exigiría la sangre de un Ursuul y el poder combinado de los doscientos vürdmeisters de Neph. Los reyes dioses del pasado habían cumplido dos de las tres condiciones, pero ninguno había podido desmantelar la obra de Ezra, porque este había usado a Iures para negarle a Khali la posibilidad de encarnarse. Sin embargo, Neph podía deshacer los conjuros de Ezra, porque Iures recordaba todas las tramas que había ayudado a crear alguna vez.
—Quiero dos cosas —dijo Neph—. El rey dios Langor llegará pronto para matarme. Quiero negarle el uso del vir. En segundo lugar, quiero vivir cien años más.
—Imposible —replicó Khali.
—Cincuenta, pues. Cuarenta.
—Una vez encarnada, puedo concederte cien años. Pero no puedo negarle a Dorian el vir.
A Neph se le cayó el alma a los pies. ¿Dorian era el rey dios Langor? De todos los hijos de Garoth Ursuul, el último con el que deseaba vérselas Neph era su antiguo alumno.
—Pensaba que vos controlabais...
—Así es —lo interrumpió Khali—. El vir está formado por parásitos mágicos. La mayoría fueron exterminados en la antigüedad, pero Roygaris Ursuul capturó varios. Lo que le gustaba del vir era que, en las primeras fases de una infestación, abría por la fuerza nuevos canales en el Talento de su huésped, con lo que contribuía a su poder. Por supuesto, devora poco a poco el Talento en sí del anfitrión, pero Roygaris esperaba mantener a los parásitos en esa primera etapa de forma indefinida. Fracasó, hasta que yo le ayudé. Frenamos el avance de una infestación, pero no es posible detenerlos del todo. Intenta usar tu Talento; verás que es una sombra de lo que fue cuando eras joven. Sin embargo, enseñé a Roygaris algo mucho más importante. El vir es como un bosque de álamos. Cada parásito parece un árbol distinto, pero son un solo organismo. Si controlas la parte correcta, controlarás el vir de todo aquel que haya sido infectado con esa cepa. Tu vir, el de Dorian, el de Garoth, el de todos los khalidoranos... Son todos el mismo. Roygaris y yo hicimos un gran trato: su linaje controlaría el vir, y yo controlaría el depósito de magia. Hicimos el juramento de tal modo que romperlo destruiría tanto el vir como el depósito.