Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
La Serafín abrió mucho los ojos, pero Kylar vio que no parecía contrariada.
—A mí también —dijo—, pero cuando una mide noventa metros, vale más pecar de recatada.
—No puedo creer que acabe de decirte eso.
La Serafín lo miró con una ceja arqueada.
—Hum, ¿señora? ¿Mi dama? Lo siento, ¿cómo debería llamaros?
—La impertinencia te sienta mejor, Sin Nombre. Haz tu pregunta.
—Perdí una espada. Creía que la rectora la había robado, pero me equivocaba. ¿Podéis decirme si la robó alguna de las otras hermanas?
La Serafín ladeó la cabeza, estudiando a Kylar.
—Das por sentada la amistad enseguida. No puedo decidir si eso es función de la juventud, la inocencia, la bondad o tus poderes singulares. No todo el mundo puede juzgar un alma de un vistazo, Sin Nombre.
—Perdón por el atrevimiento, mi señora.
—Dame tu mano de la espada.
Kylar se la tendió y ella escudriñó la palma. Kylar vio revolotear magia sobre ella.
—Han pasado tres meses desde que...
La magia murió de repente. Los ojos de la Serafín saltaron de su mano a sus ojos, y en esos ojos de platino Kylar vio miedo.
—Insensato —susurró ella—. ¿Tienes idea de lo que has hecho?
Entre la intensidad de su tono y su miedo, Kylar sintió que una serpiente de terror se le retorcía en las tripas. ¿Qué podía asustar a la Serafín?
—Perdí mi espada, Sentencia. Era mi herencia...
—¿Sentencia? ¿Acaelus quiso hacer una gracia?
Kylar no dijo nada. ¿Qué había revelado? La Serafín le había dicho que era inocente al confiar en ella. ¿Cuánto sabía ahora?
—No sé de qué estáis hablando —dijo con rigidez—. Es una simple espada que lleva grabada una palabra, Justicia o Piedad.
—Y de ti depende administrar la que se merezca de las dos.
—Bueno, sí.
—Y eso no te recuerda nada...
—Em...
—Ves el estado de las almas. Administras justicia o piedad para dar a la gente lo que se merece. ¿En qué te convierte eso?
Kylar recordó las palabras del Lobo, que se había reído de su nombre diciéndole que Kylar Stern era un título.
—En juez —dijo en voz baja.
—¿Y un juez es quien aplica el qué? —preguntó la Serafín, con tono igualmente suave.
—¿La ley? —
Juntos, Jorsin Alkestes y Ezra crearon dos artefactos: Curoch, la espada del poder, y Iures, el báculo de la ley
—. Pero se supone que es...
Dejó la frase en el aire. Había visto a Curoch adoptar cualquier forma necesaria. Había visto a Sentencia presentar las palabras
Piedad
o
Justicia
en diferentes idiomas. ¿Por qué no esconder a Iures como espada? ¿Dónde mejor ocultar a Iures que con Durzo, cuyo ka’kari lo camuflaba? ¿Qué mejor lugar para mantener el ka’kari de la ocultación que ocultando uno de los mayores artefactos de la historia? Kylar debería haber adivinado que Durzo no habría recuperado a Sentencia solo para ahorrarle la molestia de que sus espadas se embotasen. ¿Cuántas veces le había dicho que la espada tenía un valor incalculable?
—¿Sabéis dónde está? —preguntó Kylar.
La Serafín le asió la mano, cerró los ojos y emitió un resplandor dorado. La luz empezó en su frente y se extendió hasta llenar la habitación y después refulgió. Por un momento, Kylar habría jurado que la Serafín entera, la grande, resplandecía. Entonces la mujer abrió los ojos.
—Está en Trayethell.
—¿Trayethell? —Kylar recordaba el nombre vagamente. Acaelus Thorne había sido el príncipe de Trayethell—. Está en el Túmulo Negro.
La Serafín no le había soltado la mano.
—Sin Nombre, el Cetro... Iures no concede a un mago ningún poder adicional, pero le proporciona un control mil veces mayor. Un mago con Iures podría deshacer cualquier trama con el tiempo suficiente.
Entonces, ¿qué estaba haciendo Neph? Con Iures, podría desmontar el escudo que rodeaba el bosque de Ezra y hacerse con Curoch. ¿Qué haría en cuanto tuviese los dos artefactos? ¿Qué no haría? Ni siquiera Jorsin Alkestes los había usado juntos.
No había elección. Kylar era el juez. Si Neph era invulnerable a la magia, Kylar era el único que podía detenerlo. Tal vez fuese el único que conocía la magnitud entera del peligro. Tenía que detenerlo.
Dios, ¿cómo voy a decírselo a Elene?
Al pensar en Elene, sintió que Vi se encogía al otro lado del vínculo. Había allí una profunda sensación de culpabilidad, y de miedo.
Kylar dio la espalda a la Serafín, espoleado de nuevo por la furia. Abrió la puerta del aula, entró de una zancada y cerró de un portazo a sus espaldas. Había cincuenta estudiantes avanzadas en la clase, cada una de ellas rodeada de un nimbo de magia. Vi se encontraba en el centro del grupo. Era la única que no invocaba su Talento.
—¿Qué has hecho? —exigió saber Kylar.
—Ella me hizo jurar que no te lo diría —respondió Vi.
—¿Qué coño has...?
—¿Qué he hecho yo? —gritó Vi—. ¿Qué has hecho tú? ¿Entrando aquí y tratando así a mis hermanas? ¡Cómo te atreves! —Kylar abrió la boca, pero Vi lo atajó—. ¡No! ¡Siéntate y calla la boca!
La orden fue como un latigazo a través del vínculo de sus pendientes. La compulsión hizo que Kylar cerrase la boca de golpe y se sentara en el acto. No había silla, de modo que lo hizo en el suelo.
Vi estaba tan atónita como él. Kylar intentó abrir la boca, pero no podía separar los labios. No podía moverse. Vi le había explicado que los anillos rompieron la compulsión que le había impuesto Garoth porque su vínculo tenía precedencia sobre la magia del rey dios, pero Kylar no había apreciado lo que eso significaba hasta ese momento. El vínculo de los pendientes era compulsivo... en una dirección. Vi podía obligarlo a hacer lo que quisiera, y por la expresión de su cara Kylar comprendió que lo había sabido todo ese tiempo. Simplemente, no había recurrido antes a su poder.
Las hermanas la miraban con los ojos desorbitados. Un momento antes las había aterrorizado aquel hombre que había violado la Capilla y roto las cadenas que su hermana más poderosa le había echado encima. Al siguiente, Vi había saltado en defensa de sus compañeras y él había obedecido su orden como si no tuviera elección. Fueran cuales fuesen las demás repercusiones que tuviera la imprudencia de Kylar, sin lugar a dudas había aumentado el prestigio de Vi entre sus hermanas.
Un aluvión de emociones inundó el vínculo, pero Vi se dominó enseguida.
—Fue a unirse al ejército de Logan —dijo—. Se temía que, de otro modo, no lucharías. —Consciente de que el resto de las mujeres estaban escuchando su conversación con su
marido
, Vi no dijo nada más. Le dio una nota—. Ya puedes levantarte y hablar.
Kylar se puso en pie y cogió la nota, pero no tenía palabras.
La puerta del lado opuesto del aula se abrió de golpe y por ella empezaron a entrar docenas de hermanas, con Ariel a la cabeza. Casi todas, descubrió Kylar, eran magas que se habían adiestrado con Vi.
Una de ellas lanzó algo parecido a una lanza de luz roja y plateada crepitante. Voló derecha hacia el pecho de Kylar... y se disolvió a medio camino.
En toda la habitación, las hermanas empezaron a arrodillarse, boquiabiertas de nuevo. Kylar se volvió para ver quién lo había salvado. La Serafín entró en la sala, resplandeciendo de color dorado.
—Lo siento si mi amigo os ha asustado —dijo—. Perdonadlo. Necesitamos hablar de una amenaza que afrontamos todos. Si él fracasa, todos nuestros afanes habrán sido para nada.
Las sobrecogidas hermanas abrieron paso. Con una última mirada a Vi, Kylar partió.
—No pienso mirar cómo te matas —dijo Durzo.
Él y Kylar llevaban los tres últimos días viajando hacia el oeste. Durzo se dirigía a Cenaria, para ver por fin a Mama K, de modo que se había unido a Kylar. Se habían encontrado el paso embarrado y con nieve, de manera que estaban montando el campamento a apenas unas horas de Vuelta del Torras y unos cientos de pasos del bosque de Ezra.
Kylar tendió su gruesa manta de viaje sobre un tronco caído junto al fuego y se sentó.
—Mi plan no es matarme —dijo.
—Anda, ¿conque hay un plan? Pensaba que te limitabas a improvisar sobre la marcha. Está oscureciendo. Nuestra pequeña rondadora llegará en menos de una hora.
Los habían seguido, torpemente, desde su partida de la Capilla. Ese día habían cabalgado sin tregua para intentar llegar a Vuelta del Torras, y su persecutora no había podido seguirles el ritmo.
—No creo que Khali exista —explicó Kylar.
—No sabía que tuvieras por costumbre experimentar epifanías religiosas.
—Quiero decir que existe, pero no creo que sea una diosa.
—¿Cómo? —preguntó Durzo.
—Ella... eso... es un depósito de magia. El Lobo me dijo que cuando más fuerte es la magia es cuando va pegada a las emociones. El culto de los khalidoranos llena a Khali. Cuando hacen daño a la gente por ella, entonan una plegaria. Pero no es una plegaria: es un conjuro. Vacía su glore vyrden en el depósito. Y es de ese depósito del que los meisters, los vürdmeisters y el rey dios obtienen su poder. Como los mecanismos para extraer magia del mundo y usarla son diferentes, eso significa que a menudo pueden usar mucha más magia que los magos. Significa que pueden usarla de noche. ¿No lo ves? La nación entera recita ese conjuro dos veces al día. El depósito es la clave del poder de Khalidor.
—¿Y eso tiene algo que ver con el motivo de que quieras suicidarte?
—Curoch es anatema para ese poder. Lo vi cuando maté a un meister con ella. Hace que el vir explote. Lo revienta desde dentro.
—Hace unos meses, liquidaste a un hombre que se calificaba de rey dios; ahora vas a por una diosa de verdad. A menos que se te ocurra un modo de matar continentes, después de esto tendrás que jubilarte.
—Sabes que no pienso así —dijo Kylar, ruborizándose.
—¿O sea que esperas encontrar a Khali, clavarle a Curoch y qué? ¿Esperar a ver qué pasa?
Kylar arrugó la frente.
—Haces que parezca una estupidez.
—Ajá.
—Es una manera de ganar, ganar de verdad, de una vez por todas. Vamos, hombre, ¿cuántas veces has peleado con los khalidoranos?
—Más de las que quiero recordar —reconoció Durzo.
—Mira, perdí a Iures. Es un desastre. Lo sé. También es un desastre que contribuiste a provocar al no explicarme nunca qué era el maldito trasto. Con Iures en manos de Neph, nos va a costar de lo lindo matarlo.
—¿Nos?
—Pero si destruimos el vir, Neph ni siquiera podrá usar a Iures. Si sobrevive a la destrucción del vir, aunque tenga Talento, le costará un rato pensar en usarlo. Será vulnerable. Maestro, se ha pasado los últimos tres meses pensando en cómo colarse en el bosque de Ezra y llevarse a Curoch. Si un solo hombre tiene a la vez a Curoch y a Iures...
—No sería bueno.
—¡Sería un cataclismo! —exclamó Kylar.
—¿Te das cuenta de que, si metes a Curoch en el centro de todo el vir del mundo, podría provocar un cambio cualitativo, más que cuantitativo?
—¿Ein?
Durzo lo miró con cara de exasperación.
—Curoch reventó el vir de un brujo y no pasó nada. Si reventara todo el vir del mundo, podría pasar algo.
—Si reventase a todos los brujos del mundo, yo no me quejaría —dijo Kylar.
—¿Y si te revienta con ellos?
—Llegado ese punto, no podré quejarme.
—Quizá no te elimine. Quizá solo te mate y active tu inmortalidad. Ahora ya sabes lo que eso cuesta. ¿Estás dispuesto a arriesgar la vida de un amigo por esto? Joder, podría ser mi vida. No sé si yo estoy dispuesto a que la arriesgues.
—Se nos otorgó este poder por un motivo, maestro. No quiero perder a nadie. No quiero morir, pero si mi muerte puede cambiar una nación, si puede salvar a millares de personas, ¿cómo no arriesgarme?
Durzo sonrió con melancolía.
—Maldito botarate. ¿Eres consciente de que, aun si todas tus teorías son correctas, aun entonces, todavía tienes que robar la espada más codiciada del mundo del lugar más seguro del mundo para después ser perseguido por el cazador de cazadores hasta que llegues al corazón de un país enemigo en mitad de una guerra en la que cualquier bando te mataría de mil amores por traidor, espía, brujo o las tres cosas?
—Ya sabía que te gustaría —dijo Kylar, con un destello en los ojos.
Durzo se rió.
—El Lobo se pondrá de un humor de perros.
—Bueno, espero no verlo pronto. De todas formas, pensé que, si podía convencerte a ti, entonces no habría mucho que él pudiera hacer al respecto.
—¿Convencerme de qué? —preguntó Durzo.
—De que me ayudes —respondió Kylar.
—Ah, no —dijo Durzo—. Conmigo no cuentes.
—¡No puedes!
—Vaya si puedo. Chaval, me quitaste la inmortalidad. Eso me devolvió la vida. Yo...
—¡Me lo debes! —exclamó Kylar.
—Así, no, no te lo debo. Solo me queda una vida. Una. Gracias a ti, puedo hacer con ella lo que quiera. Puedo amar.
Y Kylar no podía.
—¡Pero podemos cambiar el mundo!
—Chaval, ¿tienes idea de cuántas veces he cambiado el mundo? El remolino Tlaxini era una ruta comercial. El Imperio alitaerano abarcaba de costa a costa. Los reyes dioses han amenazado las tierras del sur y estado a punto de conseguir ka’kari media docena de veces. Ladesh antes era... Mira; la cuestión es que yo ya he cumplido. Las aventuras son para los jóvenes, y yo no lo soy se mire como se mire. En Cenaria hay una mujer a la que amo y ninguno de los dos es precisamente un chavalín. Necesito irme.
—Yo te necesito a ti —dijo Kylar—. Intentar robar a solas la espada más codiciada del mundo del lugar más seguro del mundo y ser perseguido por el cazador perfecto hasta una guerra...
—Ya, ya —interrumpió Durzo—. Te he enseñado la mayoría de mis trucos...
—¿La mayoría?
—... y has desarrollado unos cuantos de tu propia cosecha. Ya no eres un aprendiz, Kylar...
—Vale, pero no puede decirse que sea...
—... eres un maestro. Tu aprendizaje ha terminado.
—No me dejes tirado —rogó Kylar. Tenía el corazón en la garganta.
—Te estoy dejando libre —corrigió Durzo.
—¡Pero sigues siendo mejor que yo!
—Y siempre lo seré —dijo Durzo. Se sonrió y, a pesar del disgusto, Kylar no pudo evitar pensar que era bonito ver sonreír a aquel hombre que antes era tan duro y amargado—. En tus recuerdos. Soy lo bastante listo para dejar de luchar contra ti antes de que empieces a ganar. He llegado a lo más alto de mi oficio y me ha costado lo mío. En adelante, solo iré a peor.