Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Los materiales mágicamente reactivos se guardan en unas salas especiales del piso siguiente; estos archivos son solo para los registros mundanos. A causa de cómo se conservan, solo tienen que ser copiados por novicias industriosas como tú cada pocos siglos, si no se abren con frecuencia —explicó la hermana Ariel.
La caja se abrió con un siseo y la maga extrajo con cuidado unas hojas de pergamino cosidas que a ojos de Vi apenas parecían tener diez años.
—En la época del matrimonio de Jorald y Layinisa, los anillos vinculantes llevaban prohibidos casi cincuenta años. Seguían siendo habituales entre las familias reales, por supuesto, que rara vez estaban dispuestas a renunciar a ellos. Los anillos siguieron causando tragedias siempre que se usaban y todos los magos fueron convenciéndose cada vez más de que prohibirlos había sido una de las mejores decisiones que habían tomado nunca la Capilla y las hermandades. Todos los grupos eliminaron la documentación sobre ellos y cómo construirlos en la medida de sus posibilidades. La sangre llegó al río en una serie de ocasiones, sobre todo entre los vy’sana, los Hacedores, que aun a día de hoy son una hermandad pequeña. Cuando Layinisa ideó un modo para circunvalar la magia, estalló un gran debate entre nosotras. Algunas querían seguir con su investigación para encontrar la forma de romper por completo el vínculo. La mayoría, sin embargo, temía que cualquier nuevo escarceo con esas artes condujera a un redescubrimiento de cómo vincular. El padecimiento de los pocos que estaban anillados en el momento se comparó con la posibilidad de un sufrimiento enorme si la vinculación era redescubierta por gente de pocos escrúpulos. No sé si has experimentado con tu vínculo, Vi, pero es cierto que tiene un elemento de compulsión. Eso es lo que hizo que rompiese la compulsión del rey dios sobre ti. El orden del anillado hace que la compulsión, en el caso de vuestros anillos, fluya de ti hacia Kylar.
—¿Qué? —preguntó Vi—. ¿Quieres decir...?
—Quiero decir que, si le ordenaras a Kylar caminar haciendo el pino hasta Cenaria, encontrarías su cuerpo en algún punto de un puerto de montaña con muñones en vez de manos. Es una compulsión mucho más fuerte que la que el rey dios usó sobre ti.
—¿Pero hay una salida? —dijo Vi, con un nudo en la garganta.
—Salida, no, niña. Como eres el ama del vínculo, sin embargo, puedes hacer lo que hizo Layinisa.
—¿O sea?
—Usó la compulsión del vínculo para obligar a Jorald a divorciarse de ella y casarse con una princesa. Entonces pudo suspender el vínculo para permitirle engendrar un heredero.
—¿Qué pasó?
—Él murió pero el imperio sobrevivió, aunque sin el país de Gyle, que tomó como un grave insulto que Jorald se divorciase de su Veedora. Layinisa sirvió a la nueva esposa de Jorald y apoyó su regencia durante cinco años, hasta que la nueva emperatriz marchó contra Gyle, momento en el cual se suicidó. La enemistad entre Alitaera y Ceura tardó siglos en enfriarse y probablemente seguiría al rojo vivo si los países todavía tuviesen frontera en común. La cuestión es que, si lo deseas, puedes suspender el vínculo, en parte. Una maga llamada Jessa trabajó con Layinisa en los anillos. Era de las que deseaban aprender más sobre cómo romperlos, de modo que, cuando la Capilla lo prohibió, sospeché que habría intentado saltarse la imposición. Jessa era una sanadora, pero también tenía interés en la jardinería, de manera que he estado repasando sus libros. No son un pozo de sabiduría; otras lo hicieron mucho mejor y ella no fue una maga importante, o sea que no creo que nadie estudiara nunca sus libros. De lo contrario, habrían descubierto lo que yo. Lo escondió a plena vista, y no muy bien. La criptografía no era lo suyo. Después de leer los libros, empecé a aplicar claves y después trabajé con sus notas marginales. Si supieses leer el ceurí antiguo verías lo ridículo que es: escribía con mayúsculas una palabra extraña en sus notas al margen y todo lo que iba desde esa mayúscula hasta la siguiente formaba parte de su mensaje secreto. Si se repasan todos los márgenes desde el último al primero, aparece el mensaje. Ni siquiera entiendo todo lo que Jessa escribió, pero creo que tú lo harás. Ah, una cosa más: Vi, no les he hablado de esto a Kylar o Elene, ni pienso hacerlo. Esta carga es tuya. Tú decides si el precio vale la pena.
Doce horas más tarde, con ojeras, Vi encontró a una alegre Elene preparando el desayuno.
—¿Qué pasa? —preguntó Elene—. ¿Estás bien?
—Sé que es un mes tarde, pero Elene... —Una tímida sonrisa se abrió paso entre el cansancio de Vi—. Tengo un regalo de bodas para ti.
Empezaban a llamarlo Solon Cabalgatormentas. Decían que el pelo le crecía blanco por los mares nevados que sus barcos largos surcaban. O contaban que se le había descolorido después de que el mar de invierno masticara a Solon, lo encontrase demasiado duro y lo escupiera a la superficie. Su barco había volcado una vez y la magia a duras penas lo había mantenido vivo mientras nadaba una milla a través de un mar embravecido por la tormenta. Por supuesto, el pelo le crecía blanco desde que había usado a Curoch mucho antes de ese loco invierno y así se lo había explicado a los soldados y marineros que habían empezado a seguirlo, pero ellos preferían sus versiones.
Ya había llegado la primavera, y Solon se dirigía a ver de nuevo a la reina Wariyamo, tras destruir a sus enemigos. Le había dedicado una reverencia después de salvarle la vida y ella le había dicho, con un deje de furia en la voz, que el precio de su mano era limpiar las islas de la rebelión que él mismo había iniciado matando a Oshobi Takeda. A Kaede no le gustaba ser débil, no le gustaba necesitar a nadie, pero su mal genio siempre se enfriaba con el tiempo. Al menos, antes era así.
Todo el mundo esperaba que Solon aguardase a la primavera y llevara un ejército a cada una de las islas de los Takeda. En lugar de eso, había comenzado de inmediato y solo. En una canoa, había surcado a remo las dieciocho millas hasta Durai. Allí, había anunciado el ultimátum que repetiría docenas de veces a lo largo del invierno. Rendíos, jurad lealtad a la reina y entregadme todas vuestras armas, o mataré a todo hombre que luche y tomaré como esclavos a los que se rindan.
Gulon Takeda se había reído de él y había muerto, junto con dieciocho de sus soldados. Solon había regresado con veinticuatro soldados estupefactos en un barco largo. Los había entregado al nuevo mikaidon y había dormido en una taberna portuaria, sin intentar siquiera cruzar una palabra con Kaede. Para cuando se había despertado y dirigido a su canoa, una veintena de los marineros más locos que había visto nunca y un capitán que había jurado venganza contra los Takeda se ofrecieron voluntarios para unirse a él.
Pronto, las tormentas los azotaron cada vez que salían del puerto, y el dominio de la magia climática que Solon tenía creció por necesidad. Sin embargo, las tormentas invernales sethíes no eran algo que ningún mago pudiera domar, y cada día era una lucha. Varias veces, los Takeda con los que se habían enfrentado estaban tan anonadados al ver que alguien había podido hacer la travesía que se rendían en el acto. Y cuando Solon volvía a Hokkai una vez más, de nuevo victorioso, se encontraba con que los soldados Takeda a los que había reclutado eran miembros de plena confianza del ejército sethí, extrañamente orgullosos de haber sido derrotados por el Cabalgatormentas.
Y ya estaba hecho. La isla natal de los Takeda, Horai, no había esperado un ejército hasta al menos seis semanas más tarde. Pillaron a los cabecillas del todo desprevenidos, y tener casi tres mil hombres ante los cuatrocientos de Solon no les sirvió de nada. Antes de que pudiera movilizarse el ejército de los Takeda, sus comandantes estaban muertos, y la voz amplificada mediante magia de Solon había ofrecido unos términos generosos a los supervivientes. La rebelión estaba aplastada y casi todos los muertos eran Takeda.
Con el primer día de primavera, el primero lo bastante despejado para que los mercaderes estuvieran en sus barcos preparándose para los primeros viajes de la temporada, comprobando daños, reparando velas y redes y gritando órdenes a hombres oxidados tras meses en tierra firme, la pequeña flota de Solon entró en el puerto de Hokkai.
Fueron recibidos como héroes, y los insensatos que se habían unido a Solon los primeros eran ya soldados hechos y derechos. Los marineros dejaban caer sus aparejos para saludarles, los capitanes olvidaban sus gritos y los comerciantes y vinateros del puerto se agolpaban en las calles para vitorearlos. La marea humana los llevó hasta el castillo, y el corazón de Solon se aceleró de miedo y expectación.
Kaede, por favor, amor mío, no te tomes mi gloria como un insulto. Sin ti, no significa nada.
La muchedumbre lo llevó hasta el castillo del Risco Blanco, que resplandecía al sol de la primavera. Kaede estaba de pie en la tarima donde meses antes había estado a punto de ser derrocada. Llevaba una nagika azul marino y una tiara de platino con zafiros. Levantó las manos y los hombres y las mujeres callaron.
—¿Qué nuevas traes de las islas, Cabalgatormentas?
—Las islas están en paz, majestad.
La gente lo aclamó, pero el rostro de Kaede todavía era taciturno. Dejó que la gente vitorease y después volvió a levantar las manos.
—Dicen que eres un mago, Cabalgatormentas.
—Lo soy —dijo Solon.
La muchedumbre bajó un poco el tono al notar la solemnidad de la reina. Esa solemnidad refrescó a no pocos la pregunta que la gente se había hecho cuando Solon fue enviado por primera vez a estudiar con los magos midcyreños: ¿para quién serían sus lealtades?
—Dicen que eres un dios, Cabalgatormentas, por haber desafiado a los mares de invierno tú solo.
—Ni un dios, ni yo solo, majestad. Soy un leal hijo de Seth que surcó los mares con hombres y mujeres intrépidos como tigres, más fieros que las tormentas y más bravos que los mares. Ni siquiera las olas del invierno podrían impedir que unos hombres así os sirvieran.
Sonaron murmullos esperanzados entre la muchedumbre y los Cabalgatormentas de Solon rebosaron de orgullo al ver que compartía la gloria con tanto desprendimiento, pero Kaede atajó el momento enseguida.
—Dicen que eres nuestro príncipe, Cabalgatormentas. Dicen que he robado tu trono.
Silencio.
—Príncipe fui, de una casa antigua que mi hermano mayor degradó y deshonró. Él rompió la alianza sagrada entre rey y país, y yo ya no soy príncipe. Si así lo ordenas, zarparé hacia el sol poniente o las rocosas orillas de la muerte. No soy sino un hombre. —Bajó la voz, pero aun así resultó audible para la muchedumbre silenciosa—. Un hombre que os ama, mi reina.
Kaede guardó silencio y la gente contuvo el aliento, pero Solon vio que los ojos le resplandecían.
—Entonces, Solon Cabalgatormentas, Solon Tofusin, adelántate y recibe tus recompensas como mago, como leal hijo de Seth y como hombre.
Solon se sintió flotar mientras la muchedumbre lo empujaba hacia delante entre risas, vítores y gritos. Kaede en primer lugar le entregó un colgante con un resplandeciente rubí iluminado desde dentro por alguna magia antigua. Solon no lo había visto nunca ni había oído hablar de artefacto semejante pero, antes de que pudiera reflexionar sobre él, Kaede le puso una corona en la frente. Era la corona de su padre, un aro de siete hojas de parra doradas entremezcladas con siete olas de oro.
—Un rubí propio de un mago, una corona propia del hijo más leal de Seth y, si me aceptas, una mujer orgullosa y problemática impropia para cualquier hombre.
—Excepto uno —dijo Solon, que la envolvió entre sus brazos y la besó.
Vi no sabía cómo Elene se lo habría explicado a Kylar, aunque sí cuándo gracias al repentino estallido de confusión, esperanza y anhelo de Kylar que había notado a través del vínculo. Esa noche era la noche. Había repasado la magia unas cuantas veces con la hermana Ariel. Como esta le había advertido, Vi no estaba cercenando el vínculo, solo lo suspendía en parte.
En primer lugar, solo permanecería suspendido mientras Vi usara activamente magia contra él. Si había alguna buena noticia, pensó Vi, era que Kylar era virgen. Él se avergonzaba de eso, pero a Vi le parecía extraordinario y tirando a mono, lo cual lo avergonzaba más aún. Llegados a ese punto, sin embargo, tan solo esperaba que eso significara brevedad cuando hiciera el amor. Vi le había dicho a Elene —que había decidido callárselo a Kylar— que la suspensión del vínculo solo funcionaba en un sentido: Kylar no sentiría a Vi, pero ella sí que lo notaría a él.
Vi tenía sus materiales: una túnica de lana que picaba, que esperaba que la distrajese de cualquier sensación física que se colara por el vínculo, y una jarra de vino para eliminar después su raciocinio. La hermana Ariel no lo aprobaba exactamente, pero tampoco lo prohibió. Solo podía esperar que Kylar fuese uno de esos hombres que caen dormidos enseguida tras el sexo, porque, en cuanto ella dejara escapar la magia, volvería a sentirla una vez más. Si Kylar se enteraba de que Vi básicamente lo oía mediante magia mientras hacía el amor, se preocuparía. Elene creía a pies juntillas que moriría hacia la primavera, y se merecía toda la atención de su hombre que pudiera recibir.
Kylar subía por la escalera. Él y Elene habían terminado una cena romántica en la cocina —por supuesto, no podían salir donde la gente pudiera verlos— y Elene lo llevaba de la mano. Vi sintió su expectación y su incredulidad. Kylar sondeó en la dirección de Vi, pero ella alzó un muro de piedra y empezó a recitar.
Según la hermana Ariel, las tramas en sí no eran lo más complejo del mundo; lo difícil era usarlas con la fuerza precisa durante el tiempo necesario. Además, prosiguió la hermana Ariel, seguramente resultara agotador desde el punto de vista emocional. Opinaba que Vi probablemente podría mantenerlas durante veinte minutos.
La hermana Ariel sin duda podría soportar el agotamiento emocional por siempre. Las palabras
mala puta
se abrieron paso en los cánticos de Vi, pero no tenían la fuerza de otrora. Al fin y al cabo, era la hermana Ariel la que se había encargado de toda la investigación que había hecho aquello posible. ¿Era su manera de pedir perdón?
Una capa de magia tras otra rodeó el vínculo, envolviéndolo como la niebla, y al cabo de un momento Vi supo que lo estaba haciendo bien por dos motivos. En primer lugar, Kylar paró, anonadado, cuando se inclinaba hacia delante para besar a Elene mientras se sentaban al borde de la cama. En segundo lugar, Vi sabía que Kylar se había parado al inclinarse hacia delante mientras se sentaba en el borde de la cama. Fuera lo que fuese lo que estaba haciendo para bloquear el lado de Kylar del vínculo, parecía estar amplificando el suyo.