Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Como he dicho, rápido y limpio. Luego ya lo haremos lento y sucio.
Pobre zorra, ni siquiera sabes lo que es esto.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no ponía fin a aquella triste farsa?
Remata el trabajo, Kylar.
Mientras Terah lo empujaba a la cama, Kylar cerró los ojos pero, en cuanto lo hizo, se imaginó a Vi plantada junto al lecho. Parecía cabreada. Abrió los ojos de sopetón mientras Terah se le colocaba encima reptando y se bajaba el escote.
—Bésame —dijo.
Vi parecía estar derecha allí mismo, con los ojos en llamas, retando a Kylar a seguir adelante y sentir su furia. La imagen era absurda, pero eso no le restaba ni una pizca de energía.
Terah gimió como haciendo pucheros y se bajó más el vestido antes de frotar sus pechos contra la cara de Kylar. Él sintió un repentino escozor en la oreja, seguido de una oleada de mareo y repulsión. Se le atenazó el estómago.
Sonó un grito inarticulado de furia animal desde la puerta. Kylar parpadeó como un loco, intentando despejar las chiribitas que bailaban ante sus ojos. Terah apenas se había incorporado cuando un cuerpo chocó con ella y la apartó de encima de Kylar.
Kylar se cayó de la cama y se puso en pie con esfuerzo. Cuando se le despejó la vista, vio a Luc de Graesin encima de su hermaa, moliéndola a puñetazos y chillando obscenidades. Al final, con la respiración trabajosa, se apartó de ella.
—Tú mataste a Natassa —dijo, mientras desenfundaba una daga corta que llevaba al cinto—. Mataste a nuestra hermana.
—No —replicó Terah—. Lo juro. —Sangraba de un corte en la frente y los puños de Luc le habían dejado los labios hinchados y sanguinolentos.
El último fragmento de oscuridad que Kylar había visto en los ojos de Terah cobró sentido por fin.
—Envió un mensajero al rey dios —explicó—, para informarle de que Natassa viajaba a Havermere, y se encargó de que solo la acompañaran dos guardias.
Terah se quedó boquiabierta, pero los ojos de Luc no se apartaron en ningún momento de su cara, donde tenía la culpabilidad escrita.
—Lo hice por nosotros. ¡Iba a traicionarnos! Por los dioses, ayúdame, Kylar —suplicó Terah.
Fue un error. Ella podría haber disuadido a Luc. Lo último que debería haber hecho era recordarle al hombre al que había estado a punto de follarse. Luc volvió a gritar y la apuñaló en el estómago. Terah chilló y Luc se echó atrás y luego volvió a atacar, haciéndole un corte en el brazo mientras ella intentaba levantarse torpemente. Lanzó otra puñalada a la espalda cuando Terah corrió hacia una pared; la daga solo alcanzó el canalé del vestido y Luc la soltó.
Terah encontró un tirador e hizo sonar la campanilla una y otra vez.
Luc recogió la daga ensangrentada y caminó hacia ella convertido en la viva imagen del dolor y la furia, llorando e insultando. Se plantó ante su hermana mientras esta se derrumbaba en el suelo. Kylar se preguntó si Luc veía lo mismo que él. Terah de Graesin despojada de poder, sin su altivez, era una sombra penosa. Se acurrucó en un rincón, lloriqueando.
—Por favor, Luc, por favor. Te quiero. Lo siento. Lo siento mucho.
Quizá Luc sí veía lo mismo que Kylar, porque se detuvo, paralizado. Aún tenía la daga en la mano, pero Kylar sabía que ya no iba a usarla.
Las heridas de Terah no eran mortales, de eso estaba seguro, sobre todo con una maga verde en el castillo. Terah se recuperaría, y contraería una deuda enorme con la Capilla. Condenaría a muerte a su hermano y sacaría partido de la compasión del pueblo para actuar contra sus enemigos, reales o imaginarios. Pobre Luc de Graesin. El muy blandengue no tenía ni dieciocho años.
Kylar atizó una bofetada fuerte al joven y le quitó la daga de las manos sin hacer ni fuerza. Luc se cayó.
—Mírame —le ordenó Kylar.
Los guardias reales estaban en camino. Podían llegar en cualquier momento. Kylar no podía degollar a Terah, dejar inconsciente a Luc, salir por la ventana y reincorporarse a la fiesta. Decapitarían a Luc por traición y asesinato y coronarían a Logan. Sin duda, esa era la intención exacta de quien le hubiera revelado al chico la traición a Natassa.
Luc lo miró a los ojos y Kylar sopesó el alma del joven. Luego renegó en voz alta.
—No eres ningún asesino, Luc de Graesin. Has venido aquí corriendo, ¿no es así? ¿Pasando por delante de una docena de testigos? Ya me lo parecía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Terah—. Ayúdame.
Kylar volvió a mirar a los ojos de Luc y vio a un joven atado por unas cadenas que no había forjado él. No era ningún santo ni tampoco una víctima sin tacha, pero no merecía la muerte.
—Dime una cosa —dijo Kylar—. Si pudieras ocupar el trono, ¿lo harías?
—Ni de coña —respondió Luc.
Decía la verdad.
—Entonces te haré unos cuantos regalos, Luc. El primero, el saber: no eres un asesino. Estas heridas no matarán a tu hermana. El segundo, tu vida. Aprovéchala. El tercero, te ahorro una imagen que nunca borrarías de tu cabeza.
—¿Qué? —preguntó Luc.
Kylar le dio un puñetazo en la frente. Luc cayó como un fardo. Después Kylar frotó las manos ensangrentadas del joven con las suyas. Cortó la túnica de Luc en dos sitios con la daga y por último se la clavó, superficialmente, en la parte carnosa del hombro.
Terah observaba horrorizada.
—¿Qué haces?
Kylar impuso sobre su cara la máscara del juicio.
—He venido por ti, Terah. —Dejó que el ka’kari volviera a esconderse bajo su piel.
Terah gritó. Kylar la agarró del pelo y la puso en pie. Le clavó la daga en el hombro y le apretó la mano derecha, ya libre, contra el estómago herido para manchársela de sangre. Se esparció un poco por ambos lados de la cara y recuperó el arma sacándosela del hombro. Se colocó detrás de ella, interponiendo su cuerpo entre él y la puerta a modo de escudo. Terah suplicaba, gritaba, insultaba e imprecaba, pero Kylar apenas la oía. Suspiró y, al inhalar, olió su pelo. Olía a juventud y promesa.
Se oyó un tintineo de armadura y unos pasos pesados procedentes del pasillo. Una docena de guardias reales irrumpieron en la habitación, armados hasta los dientes. Tras ellos, Logan de Gyre y el duque de Wesseros se abrieron paso hasta el dormitorio. En cuestión de segundos, formaron medio círculo en torno a Kylar y la reina. Docenas de armas apuntaban al centro.
—¡Suelta la daga! —gritó un guardia—. ¡Suéltala ahora mismo!
—Ayudadme. Por favor —suplicó Terah.
—Por los dioses, Kylar —gritó Logan—. No hagas esto. ¡Por favor!
Para el trabajo, resultaba perfecto. Docenas de testigos habían visto que Logan ordenaba a Kylar que parase. Solo faltaba un detalle. Adoptó una expresión desesperada.
—Luc ha intentado detenerme, y no ha podido —chilló—. ¡Y vosotros tampoco podréis!
Rajó con la daga la garganta de Terah de Graesin, y el mundo entero gritó.
—Madre —dijo Kaede, al entrar en el estudio—, ¿cómo van los preparativos de la boda?
Daune Wariyamo alzó la vista de los papeles que cubrían todo su escritorio. Le encantaban las listas.
—Nuestras responsabilidades están bien atendidas. Todo el mundo ha sido informado de su orden de precedencia y de los protocolos esperados. Solo me preocupa la madre de Oshobi. Diría que tiene el cerebro de un colibrí, si no fuera porque los colibríes pueden flotar durante un momento o dos. Pronostico que la mitad de la ceremonia que corre a cargo de los Takeda será un desastre sin paliativos. —Se quitó los anteojos—. Dicen que ha llegado un lunático que dice ser un Tofusin.
Un Tofusin
, decía. Como si hubiera más de uno.
—No es nada. Un chiflado con el pelo blanco —dijo Kaede, restándole importancia—. Madre, quiero tu opinión. Se ha insultado al honor de nuestra familia de un modo que algunas personas podrían tener presente durante esta ceremonia, de manera que en mi opinión debo resolverlo ahora. Una de las primas engañó a su marido. Jura que fue hace mucho y por poco tiempo, pero sus efectos persisten. ¿Qué debo hacer?
Daune Wariyamo arrugó el entrecejo, como si la respuesta fuera tan obvia que Kaede pareciese una tonta por preguntar.
—No puede tolerarse a una guarra, Kaede. Una puta nos deshonra a todos.
—Muy bien. Me encargaré de que se ocupen del asunto.
—¿De quién se trata?
—Madre —dijo Kaede con voz pausada—, voy a hacerte una pregunta y, si me mientes, las consecuencias serán más duras de lo que puedas imaginarte.
—¡Kaede! ¿Así le hablas a tu madre...?
—No sigas por ahí, madre. ¿Qué...?
—Qué tono tan irrespetuoso, no...
—¡Silencio! —gritó Kaede.
Daune Wariyamo por un momento quedó demasiado estupefacta para arrancar con las tácticas de costumbre.
—¿Interceptaste o no las cartas que Solon me enviaba? —preguntó Kaede.
Daune Wariyamo parpadeó rápidamente y luego contestó:
—Por supuesto que sí.
—¿Durante cuánto tiempo?
—No lo recuerdo.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Kaede, con tono amenazante.
La madre de la emperatriz no dijo nada durante un largo rato.
—Años —contestó por fin—. Llegaban cartas todos los meses, a veces con más frecuencia.
—¿Todas las semanas?
—Supongo.
—¿Qué hiciste con ellas, madre?
—Ese Solon era peor que su hermano.
—No me vuelvas a hablar jamás de ese monstruo. ¿Dónde están las cartas?
—Eran una sarta de mentiras. Las quemé.
—¿Cuándo dejó de enviarlas? —preguntó Kaede.
Su madre puso cara de extrañeza por un momento, y luego dijo:
—No lo sé, ¿hará unos diez años?
—No paró, ¿verdad? No oses mentirme, por los dioses, no oses.
—Ya solo llegan un puñado de veces al año. Si quieres mi opinión, se trata de un impostor que espera romperte el corazón una vez más, Kae. No dejes que este desconocido lo eche todo a perder. Aunque sea Solon de verdad, no lo conoces. Si pospones esta boda, podría ser tu fin. La cosecha es el único momento para que una reina se case y, si lo aplazas, los mares se volverán innavegables. Los señores de las otras islas no podrán asistir. Necesitas esto. No podemos ofender a los Takeda otra vez.
El clan Takeda había sido una china en el zapato de Kaede desde que había ocupado el trono. Llevaban años maniobrando y manipulando para conseguir esa boda y, por bien que cuando era más joven había jurado que nunca se casaría con Oshobi, ahora sabía que no había alternativa.
—Madre, ¿hay algo más que no me hayas contado? ¿Algo que quieras confesar?
—Pues claro que no...
Kaede levantó un dedo.
—Quiero que recapacites con mucho cuidado. No eres tan buena mentirosa como te crees.
Su madre vaciló, pero la expresión de su cara era la de una mujer indignada ante las sospechas ajenas.
—No hay nada.
Kaede se había equivocado. Su madre era una mentirosa excelente. Se volvió hacia un guardia.
—Manda llamar a mi secretario y al chambelán.
—Kae, ¿qué haces? —preguntó Daune.
Los funcionarios aparecieron en la sala enseguida. Kaede los tenía esperando fuera.
—Madre, la mujer a la que has llamado guarra y puta eres tú. Engañaste a mi padre y nos deshonraste.
—¡No! Yo nunca...
—¿Esperabas salirte de rositas? Fornicaste con un emperador, un hombre rodeado de guardaespaldas y esclavos a todas horas, y siendo una dama de la alta nobleza, con sus propios guardaespaldas y esclavos. ¿Creías que nadie se daría cuenta?
Había auténtico miedo en el rostro de Daune Wariyamo por primera vez en vida de Kaede.
—No significó nada, Kae.
—Hasta que te quedaste embarazada y no supiste quién era el padre.
Daune Wariyamo estaba paralizada, como si no pudiera creer que todos sus secretos estuvieran dando su fruta podrida ese mismo día. Todos los funcionarios y guardias presentes en la sala escuchaban boquiabiertos, sin atreverse casi a respirar.
—Durante años, madre, me pregunté por qué una mujer tan ambiciosa no quería que tuviese nada que ver con el príncipe Solon. Fue porque tenías miedo de que fuera mi hermano. Tenías miedo de que tus guarradas me abocasen, en mi inocencia, a un lecho incestuoso. Al parecer tu sentido del honor solo está enfermo, en vez de no existir.
Corrían lágrimas por las mejillas de Daune.
—Kaede, era joven. Dijo que me quería.
—¿Creíste a los magos verdes cuando me examinaron? En su momento no supe por qué, solo tenía nueve años; demasiado joven para manifestar Talento todavía. Descubrieron que era una Wariyamo, ¿no es así? ¿No sentiste alivio?
—Durante una temporada. Cuando Solon llegó a casa, un mago azul hecho y derecho a los diecinueve años, pidió permiso para hablar conmigo en secreto. Fue entonces cuando lo supe. Intentó ser sutil, juró que nunca te haría daño, pero debajo de toda la palabrería había amenazas, Kaede. ¿Qué pasaría cuando se cansara de ti? ¿Y si alguna vez lo contrariaba yo? Podía destruirme con una palabra. Sería su esclava durante el resto de mi vida. ¿Y si te enfrentabas a él? Podía mentir, decir que los magos demostraron que eras ilegítima. Él mismo era mago; todo el mundo lo creería. Lo perderíamos todo. Nuestra única esperanza era mantenerlo alejado de nosotras. Tampoco le estaba haciendo ningún daño. Hasta le conseguí una oferta para seguir estudiando en Sho’cendi, lo cual suponía un gran honor.
La cara de Kaede se relajó a pesar de su furia. La decisión estaba tomada. La verdad había salido a la luz. Ya había margen para la pena.
—¿De manera que arruinaste mis posibilidades de ser feliz porque no podías creer que el hombre al que amaba sería fiel a su palabra?
—Lo hice para protegernos. Nadie es tan bueno como aparenta —replicó Daune.
—Cierto, en tu caso —dijo Kaede. Se volvió—. Secretario Tayabusa, que conste que la reina madre en adelante queda despojada de todos sus privilegios y títulos. Queda desterrada de todas las islas y territorios de Seth, de tal manera que, si se la encuentra en ellos después de mañana, su pena será la muerte. Al amanecer, chambelán Inyouye, harás que la acompañen a los muelles. Pagarás su pasaje a cualquier puerto que escoja. Le entregarás diez mil yasses y te asegurarás de que zarpe. Puede acompañarla una sirvienta si se encuentra alguna que se ofrezca voluntaria para tal cometido.
Todos se quedaron anonadados.
—Madre —prosiguió Kaede—, si esta fuese la primera vez que me mientes, no haría esto. Será, sin embargo, la última. Guardias, deseo que dos de vosotros permanezcáis con ella en todo momento. Dudo que intente hacerse daño, pero se ha demostrado una adúltera y una mentirosa. La veo capaz de rebajarse a robar.