Más Allá de las Sombras (14 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—Solon —respondió, sin dar el nombre de su clan como correspondía a un exiliado.

El práctico lo agarró de la barbilla y examinó con detenimiento sus mejillas y orejas, primero por un lado y luego, frustrado, por el otro. Frunció el ceño, sumido en la confusión. No solo no había cicatrices allá donde le habrían arrancado los anillos de su clan, sino que tampoco presentaba señal alguna de los agujeros originales.

—¿Raesh kodir sethi? —preguntó airado.
¿No eres sethí?

—Sethi kodi —reconoció Solon, con perfecta dicción en sethí antiguo.

El funcionario soltó la cara de Solon como si quemase.

—¿Cómo te llamabas antes?

—Solonariwan Tofusin.

Uno de los marineros modainíes soltó una palabrota. El bronceado rostro del ayudante de práctico se volvió verde. Reparó en que seguía blandiendo su cuchillo largo y lo guardó como si abrasara.

—Creo que será mejor que me acompañéis... eh, señoría.

—¿Qué pasa? —preguntó el capitán.

Ni Solon ni el práctico contestaron. Solon bajó al bote con el otro sethí. El marinero que había renegado dijo:

—Los Tofusin reinaron durante quinientos años.

No exactamente. Fueron cuatrocientos setenta y siete.

—¿Reinaron? ¿Ya no reinan? —preguntó el capitán, con un hilo de voz. Mientras saltaba al bote, Solon no pudo evitar sonreír.

—No, mi capitán. El último murió hace diez años. Si este es de verdad un Tofusin, se va a armar una gorda.

Eso, en cambio, lo ha clavado.

Capítulo 18

—Sangre de Khali —blasfemó Paerik, mientras avanzaba confiado por el Puentelux hacia Dorian—. Ha sido la mar de impresionante. ¿Quién eres tú? —Sus ojos captaron a Jenine pero pasaron de largo.

—No ocurre nada —le dijo Dorian a la chica, aunque no fuera verdad.

Había destruido a un puñado de adolescentes que lo habían subestimado. Paerik Ursuul era un hombre en la flor de sus poderes. Y estaba fresco. Y tenía seis vürdmeisters veteranos de varias batallas a su lado.

Uno de estos últimos susurró algo al oído de Paerik.

—No, venga ya. ¿Dorian?

Paerik dio un paso al frente y Dorian se adelantó también, reacio a dejar que su hermanastro llegase al final del Puentelux sin oposición. Paerik sonrió. Al ver esa mueca burlona, Dorian lo odió, lo despreció, sintió ganas de aplastarlo.

—Soy Dorian —anunció con aire desafiante. Seis vürdmeisters y Paerik. Maldición, él solo quería partir. Unos nubarrones oscuros los sobrevolaban a toda velocidad, fríos e imparciales.

—Te creíamos muerto desde hace mucho,
hermano
—dijo Paerik—. Un error que enseguida remediaremos.

Dorian arremetió con vir y Talento a la vez, dividiendo las tramas para barrer a los vürdmeisters del puente y al mismo tiempo arrancar los pilares mágicos de tal modo que la estructura cayera al abismo.

Rechazaron sus ataques sin despeinarse. Incluso con el amplifiae, Dorian no era rival para siete vürdmeisters juntos.

—Hermano, hermano —le reprendió Paerik—. Este puente nunca dejaría caer a un Ursuul de nacimiento. —Se rió y las calaveras incrustadas en el Puentelux parecieron reírse con él, con sus ojos resplandecientes de fuego mágico—. A decir verdad, si alguno de los hijos de Garoth estuviera en peligro serías tú: Dorian, el adiestrado por los magos.

—Con eso cuento —replicó Dorian. Dio un paso al frente, sacando un pie del zapato que había desanudado con su Talento, y lo posó descalzo en el puente.

Se produjo un destello de luz cuando el último cuarto del puente detectó a un mago y se desentramó.

Paerik gritó mientras caía con una lluvia de calaveras que ya no se reían. Él y los vürdmeisters se precipitaron más y más abajo. Lanzaron vir a las paredes lejanas, con la esperanza de sujetarse, pero los muros mismos estaban hechizados para no ofrecer asidero mágico. Los vürdmeisters desaparecieron entre las densas nubes infectas del abismo. Dorian percibió su magia durante varios segundos más, intentando cualquier cosa, lo que fuera, a la desesperada. Después se apagaron, todos a la vez.

Ante ellos el Puentelux se reformó. Dorian volvió a calzarse el zapato con suela de plomo y lo probó en el puente. Emitió un destello verde y empezó a volverse transparente. Había usado demasiado Talento hacía demasiado poco para que la fina defensa de la plancha de plomo resultase suficiente, de modo que tendió el vir una vez más y tanteó debajo del puente para afianzarlo.

—Tenemos que hacerlo deprisa —le dijo a Jenine—. No te alejes de mí.

Ella asintió, mordisqueándose el labio. Por el Dios, qué guapa era. Valía la pena.

Dorian apoyó su peso en el Puentelux, y este aguantó. Resultaba más inquietante incluso cruzar sin las calaveras. Contemplar los inofensivos cráneos de los muertos lo asustaba menos que ver nubes muy por debajo de sus pies.

En unos momentos, llegaron al otro lado. Los centinelas que vigilaban la torre de la Puerta abrieron la boca y se hincaron de rodillas. Dorian reconoció a Rugger.

—Lo siento —dijo.

Rugger alzó la vista, seguro de que iba a morir. Dorian Sanó su quiste con un toque. Sin la desagradable protuberancia, Rugger no tenía mucho de feo. El hombre se llevó las manos a la frente con incredulidad.

Cogidos de la mano, Dorian y Jenine atravesaron el rastrillo de hierro y contemplaron la ciudad desde las alturas.

El ejército de Paerik serpenteaba en las calles y se extendía por la llanura. Su vanguardia empezaba en ese momento a remontar la cresta en la que se encontraban Dorian y Jenine. Los hombres y mujeres de la avanzadilla no eran soldados; eran meisters y vürdmeisters, doscientos en total. Y ya habían recorrido medio camino hacia Dorian. No podían por menos que haber notado la tempestad mágica en la que acababa de participar. Todos tenían la vista clavada en él.

—¿Vamos a morir? —preguntó Jenine.

—No —respondió Dorian—. Esta gente ha vivido bajo la tiranía durante tanto tiempo que no tiene ni idea de qué hacer cuando has matado a su líder. Un farol más y estaremos de camino a casa. —
¿Qué casa es esa, Dorian?

—¿De verdad crees que puedes farolear contra eso de ahí? —preguntó Jenine, señalando al ejército entero.

Dorian sonrió y se dio cuenta de lo mucho que hacía que no pensaba en el futuro. Ya no era profeta, pero sí, estaba seguro. Estaba a punto de jugárselo todo por última vez. Unas cuantas órdenes, unas pocas palabrotas, quizá un puñado de muertes, y él y Jenine partirían rumbo a Cenaria. Funcionaría. Podía funcionar, como mínimo.

Algo frío le tocó la mejilla. Dorian parpadeó.

—¿Qué? —preguntó Jenine al ver morir la esperanza en su cara—. ¿Qué pasa?

La joven siguió su mirada hacia arriba.

—Nieva —respondió Dorian con voz queda—. Los pasos estarán cerrados. Estamos atrapados.

En la distancia, apenas audible bajo el siseo de la nieve, Dorian creyó oír a Khali riendo.

* * *

La nieve era el peor tiempo para la invisibilidad. En Cenaria solía derretirse en cuanto tocaba el suelo, pero esa noche estaba cuajando lo suficiente para revelar las huellas. La propia aguanieve contorneaba el cuerpo de Kylar al deslizarse por sus extremidades. Tenía que moverse hacia el campamento ceurí tan despacio como si fuera un asesino. Por lo menos aún se acordaba de cómo ser sigiloso. Y por lo menos las nubes tapaban la luna. Aun así, hacía frío. Como de costumbre, Kylar solo llevaba la ropa interior bajo el ka’kari, y no era suficiente.

Se tiró del pendiente, enterrando la remota consciencia de Vi. Temblando, se encaramó a un montículo rocoso para tener mejor vista. Los ceuríes tenían a cuatro hombres acampados en la ventosa colina, acurrucados en torno a una hoguera semienterrada, con antorchas empapadas en aceite al alcance de la mano para poder transmitir señales al ejército de debajo. Kylar se hallaba a cinco pasos de un cansado centinela. El hombre era un campesino de infantería y no un sa’ceurai. Su armadura estaba formada por placas cosidas a la tela. En vez de asegurarla con cuero, que era duradero pero se endurecía y encogía si se mojaba demasiado a menudo, los ceuríes siempre afianzaban su armadura con lazos de seda lodricaria desorbitadamente caros.

Después de la batalla de la arboleda de Pavvil, el plan de Garuwashi había consistido en tirar del ejército de Cenaria hacia el este en pos de sus hostigadores
khalidoranos
mientras el grueso de su propio ejército se colaba detrás de los cenarianos y tomaba la capital. Habría funcionado, de no ser por algo que jamás hubiera podido prever: las murallas.

La mayor parte de las antiguas murallas de Cenaria habían sido rapiñadas por su piedra. Ya cuando Kylar era pequeño, generaciones de conejos demasiado pobres para pagar materiales de construcción habían dejado por fin sin murallas a las Madrigueras. El lado este, más rico, había vivido una erosión parecida, si bien más lenta. Sin embargo, en los pocos meses transcurridos desde que Kylar se había ido, habían aparecido murallas en torno a toda la ciudad. Era sobrecogedor. Con la corrupción endémica de Cenaria, habrían hecho falta cinco generaciones de reyes y millones de coronas para igualar lo que la crueldad y la magia de Garoth Ursuul habían conseguido en dos meses. Por supuesto, el rey dios también había contado con una reserva fácil de piedra procedente de todas las casas que los seguidores de Terah de Graesin habían abandonado. Y cuando acabaron con ellas, los khalidoranos no tuvieron más que demoler más hogares y coger lo que necesitaban.

En ese momento, el ejército ceurí estaba formado en un semicírculo que bordeaba el sur y el este de la ciudad. Al topar con murallas, los generales de Garuwashi habían preparado un asedio hasta que su caudillo pudiera unírseles, como había hecho ya a esas alturas. El lado occidental de la ciudad era una península que alternaba pantanos y pedregales y que contenía las Madrigueras. Al oeste de ellas se extendía el océano. Al norte de la ciudad había montañas y un solo punto para cruzar el río Plith. Garuwashi se había conformado con quemar ese puente para poder concentrar sus fuerzas en el lado este del río y las dos puertas que probablemente asaltaría.

El ejército de Garuwashi estaba acampado como el destacamento en el que Kylar se había infiltrado al borde del bosque de Ezra. Las tiendas formaban una cuadrícula con calles pequeñas entre cada una y otras más anchas entre las divisiones, tiendas de oficiales a intervalos regulares, adosadas a otras ocupadas por los correos, y letrinas y hogueras distribuidas con precisión.

Lo que no tenían era carros. Fueran cuales fuesen los túneles que habían usado los ceuríes, saltaba a la vista que habían sido demasiado pequeños, abruptos o claustrofóbicos para los caballos. Garuwashi lo había sacrificado todo en aras de la velocidad. El caudillo en persona probablemente solo había alcanzado a su ejército a tiempo para ver con sus propios ojos el horror de las murallas. Y encima había empezado a nevar.

No iba a ser un asedio prolongado. Cuando Terah de Graesin había dejado Cenaria, sus seguidores habían prendido fuego a sus posesiones para impedir que cayeran en manos khalidoranas. ¿Cuántos graneros habían sido pasto de esas llamas? Quizá una pregunta mejor era cuántos hornos, molinos y almacenes quedaban. Por su parte, los hombres de Lantano Garuwashi disponían de libertad de movimientos, pero todas las cosechas hacía tiempo que estaban recogidas dentro de la ciudad. Las tropas de Lantano podían saquear las aldeas que estuvieran a unos días de distancia pero, sin caballos, no podrían llevar la comida al campamento con rapidez, y solo podrían transportar lo que fueran capaces de acarrear. Aunque robasen caballos y construyeran un puñado de carros, eso llevaría tiempo, y tenían un ejército entero que alimentar.

Los dos bandos estarían sumidos en una absoluta desesperación en cuestión de días.

La fuerza que Logan tenía extramuros seguramente no bastaría para inclinar la balanza, no sin poder comunicarse con Terah de Graesin. Si lograban transmitirle a la reina que aguantase y no cometiese ninguna estupidez, Logan podría usar su caballería para destruir cualquier intento de forrajeo de Garuwashi. Con trece mil soldados de infantería estancados, unos centenares de caballos podían cambiarlo todo. Siempre que Terah no hiciese ninguna tontería.

Lo que significaba que alguien tenía que hablar con ella.

—¿Alguien? A ver si lo adivino.

Kylar tenía seis horas hasta el amanecer. Iba a ser una noche ajetreada. Antes de partir, por pura diversión, ató una a otra las cuerdas de seda de las perneras del centinela.

Capítulo 19

—Lo siento, Jenine —dijo Dorian—. Siento que no partiésemos antes.

Si ya estaba nevando, tendrían que haberse marchado una semana antes para afrontar los pasos de montaña. Una semana antes, ni siquiera había encontrado aún a Jenine. No podría haber hecho nada de otra manera. Aun así...

—Has hecho todo lo que has podido. Has estado espléndido —repuso Jenine. La manera en que lo dijo, con tal valentía y admiración sin reservas, le reveló a Dorian que esperaba morir. Cómo no. Veinte mil buenas razones para creerlo desfilaban en ese momento por la ciudad. Era tan valerosa que a Dorian le dolía.

—Te amo —dijo. Se le escapó tal cual. Abrió la boca para disculparse, pero ella le puso un dedo en los labios.

—Gracias —replicó. Se puso de puntillas y lo besó con suavidad.

No deberían haber significado tanto, esas palabras, ese beso, procedentes de una chica que creía que estaba a punto de morir, pero para Dorian fueron fuego líquido, esperanza y vida.

—Tenemos una oportunidad —declaró.

—¿De verdad?

Dorian se sacudió y Mediombre —por lo menos las orejas y cejas haduríes y las porciones menos cómodas de su disfraz de eunuco— saltó en pedazos y se desintegró.

Rugger profirió una exclamación.

—¿Dorian? —balbució.

Dorian lo fulminó con la mirada. Rugger se postró.

—Santidad —dijo.

Fue así de sencillo. Garoth Ursuul había sido un monarca absoluto y, si uno se desentendía de las dimensiones morales, había gobernado con eficacia y criterio. Su muerte dejaba un vacío y un pueblo que esperaba ser dirigido como antes. Era una sociedad acostumbrada a obedecer las órdenes al instante. Dorian y Jenine cruzaron a la carrera el Puentelux y entraron en el castillo.

De algún rincón de su cabeza, Dorian desenterró las secuencias correctas y desplazó los pasillos para que la puerta frontal condujera al Salón Menor, que después daba paso al Salón Mayor y por último al salón del trono. Las piedras chirriaron, se agitaron y le obedecieron.

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