Más Allá de las Sombras (46 page)

Kylar asintió en silencio. Oírselo decir a Durzo sin tono de burla se hacía muy extraño, y a él mismo parecía maravillarle. Siguió hablando.

—Sabía que tu aprecio no era fácil de ganar y que habías visto facetas mías más siniestras que lo que había dejado entrever incluso a la mayoría de mis esposas. —Soltó una risilla—. Verás, puedo desentenderme si el conde Drake me ama. Es un santo. Todo el mundo le importa. Sin ánimo de ofender, tú no eres ningún santo.

Kylar sonrió.

Durzo contempló el fuego.

—En segundo lugar, yo... —Carraspeó—. Había intentado erradicar todo sentimiento a base de bebida, putas, muertes y aislamiento, y me había convertido en un monstruo, pero aun así fracasé. Seguías importándome más que yo mismo. Eso me dice algo sobre mí. —Se calló.

—¿Y en tercer lugar? —le incitó Kylar.

—En tercer lugar, mierda, no me acuerdo. Ah, sí. Me pasé años dándote la paliza con lo dura e injusta que era la vida. Y no me equivocaba. No hay garantía de que al final gane la justicia o de que un noble sacrificio marque la diferencia. Sin embargo, cuando sí la marca, hay algo que todavía me hincha el pecho. Hay magia en ello. Una magia profunda. Me dice que así es como tienen que ser las cosas. ¿Por qué? ¿Cómo? Joder, no lo sé. Esta primavera cumpliré setecientos años, y aún no lo he descubierto. La mayoría de los pobres desgraciados solo tienen unas décadas. Hablando del tema... —Durzo se aclaró la garganta—. Tengo malas noticias.

—¿Hablando de qué tema? —preguntó Kylar, que sintió una opresión en el pecho.

—De que la vida es injusta y tal.

—Ah, genial. ¿Qué pasa?

—¿Sabes Luc de Graesin? ¿El crío que salvaste muriendo en la rueda?

—Fue más por Logan que por Luc, pero ¿qué pasa con él?

—Se ahorcó —dijo Durzo.

—¿Qué? ¿Quién lo mató? Wrable Cicatrices. —Kylar veía capaz a Mama K de decidir que había que eliminar cualquier amenaza para Logan por remota que fuese.

—No, se ahorcó a sí mismo de verdad.

—¿Estás de broma? ¿Después de lo que hice por él? ¡Será gilipollas!

Durzo agarró su manta y se tumbó, apoyando la cabeza en la silla de montar.

—Dejar que alguien muera por ti puede ser difícil de encajar. Si alguien tendría que entenderlo, eres tú.

Capítulo 61

—... Despiertas en tres segundos, te voy a clavar una galleta. —Kylar luchó por abrir los ojos, y la voz prosiguió sin siquiera frenar—. Uno, dos, tres.

Kylar abrió los ojos de golpe y cazó la galleta dura al vuelo con tanta fuerza que explotó en una metralla de migajas.

—Maldición —dijo, mientras se sacudía trozos de galleta del pelo—. ¿Por qué has hecho eso?

Durzo sonreía de oreja a oreja.

—Por diversión —respondió.

Kylar frunció el ceño. Su maestro estaba cambiado. Sus ojos parecían algo más redondos, su piel un poco más clara, la camisa que llevaba ligeramente más ajustada en el pecho y los hombros.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Desayuno —contestó Durzo, mientras atacaba otra galleta.

—¡Me refiero a tu cara!

—¿Qué pasa? ¿Tengo un grano? —preguntó Durzo, tocándose la frente; sonó a
bfrano
por culpa de la galleta.

—¡Durzo! Te acostaste ymmurí y te has despertado mestizo.

—Ah, eso. ¿Qué pasa, no te has cansado de escuchar? Anoche hablé más que en los últimos cien años. —Kylar pensó que podría no ser una exageración—. ¿Tienes que enterarte de todo de golpe?

—Ahora eres mortal. Y viejo. Podrías estirar la pata en cualquier momento.

—Hum, visto así... Tú ensilla los caballos, yo hablaré.

Kylar puso los ojos en blanco, pero empezó a preparar las monturas.

—Ya has experimentado con máscaras ilusorias. He visto tu numerito de la máscara negra de los sustos que tanto impresionó al Sa’kagé.

—Gracias —refunfuñó Kylar. Era impresionante, maldición—. Espera, ¿eso cuándo lo viste?

—En Caernarvon.

—¿Fuiste a Caernarvon? ¿Cuándo...?

—Demasiado tarde para salvar a Jarl, pero a tiempo para salvar a Elene. Y ahora, deja de interrumpirme —dijo Durzo—. Quizá hayas reparado en que hacer máscaras de caras reales presenta una serie de contratiempos, sobre todo con disfraces de personas de una altura diferente a la tuya. En mi época hice algunas máscaras muy buenas, pero era un trabajazo y, si alguien te tocaba o tan solo se ponía a llover, la ilusión se interrumpía. Entonces morí una vez. Me cortaron una pierna y me desangré. Cuando volví, como siempre, mi cuerpo estaba entero. Mírate: muerto seis veces y ni una cicatriz. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo podía haberme crecido otro brazo?

—Creía que habías dicho una pierna —observó Kylar, mientras le pasaba la silla a Tribu. Por una vez, el caballo no intentó morderle—. ¿Y qué era eso que decías de Elene?

—Fue un brazo, acabo de recordarlo. Después te contaré lo de Elene. Lo que deduje es que de algún modo nuestros cuerpos saben qué forma se supone que debemos tener. Por ejemplo, cuando le cortas un brazo a un hombre cualquiera, le vuelve a crecer piel de brazo, no una nariz u otra cabeza. ¿Por qué? Porque el cuerpo sabe dónde va cada cosa. Pensé que, si ese era el caso, lo único que debía hacer para tener un disfraz perfecto era cambiar las instrucciones. Ja, ojalá fuera tan simple. Durante el proceso descubrí unas cuantas cosas. Como que los ladeshianos no están sencillamente muy bronceados. Además, si cambias de estatura a lo bestia, prepárate para pasarte un año descoordinado. Y no hagas experimentos con la vista. Y no cambies cosas de tu cuerpo solo porque no te gustan. Pronto estarás tan bueno que la gente se parará por la calle para mirarte; como disfraz, una birria. En fin, que tardé, no sé, ¿cien años? Me sé unos veinte cuerpos. Me refiero a cuerpos en los que he pasado el tiempo suficiente para saber cómo funcionan, comprender sus andares, sus movimientos, sus detallitos. Veinte probablemente son demasiados, pero una vez me puse nervioso cuando descubrí dos retratos de mí distintos pintados con doscientos años de diferencia y en puntos opuestos de Midcyru, en los que se veía claramente que era la misma persona. Un coleccionista alitaerano los tenía colgados uno al lado del otro en su estudio. Me había mudado a Alitaera para empezar una nueva vida y estaba usando ese mismo maldito cuerpo.

—Espera, ¿me estás diciendo que podrías haber elegido cualquier cara? ¿Y escogiste la jeta fea y desagradable de Durzo Blint?

—Esa es mi cara real —dijo Durzo, ofendido.

Kylar se ruborizó.

—Vaya, por el Dios, lo siento mucho. O sea, siento haber dicho eso, no que tu cara sea...

—Has picado —dijo Durzo.

Kylar se mordió los labios.

—Cabrón.

—En fin, que lleva un tiempo realizar la transición, sobre todo cuando se empieza, y dejarla a medias puede ser más bien horripilante. Estamos en la carretera, de forma que es posible que nos crucemos con gente. Si la piel de la mitad superior de mi cuerpo es negra como la del ladeshiano más oscuro pero tengo las piernas blancas, o una mitad de mi cara es joven pero la otra vieja, la gente no se lo toma muy bien. La verdad es que ahora puedo hacerlo mucho más rápido, pero he pensado que te enseñaría la magia corporal que solo es endiablamente difícil antes de pasar a los trucos casi imposibles.

—Espera, ¿eso significa que puedes adoptar cualquier apariencia? ¿O sea que podrías ser una chica?

—Ni quiero oír tus fantasías pervertidas —advirtió Durzo.

—¡Oye!

—Nunca he sido una chica o un animal. Me da un poco de miedo quedarme atrapado: una vez me disfracé de hombre sin pizca de Talento. Lo que debía ser un disfraz rápido de un mes mientras me infiltraba en la Capilla me llevó en cambio una década para deshacerlo y me costó mi oportunidad de recuperar el ka’kari de plata —dijo Durzo—. Quedarse atrapado en el cuerpo de un modainí gordo, malo. Quedarse atrapado como mujer, impensable.

—¿Y por qué estás cambiando ahora? ¿En qué te convertirás?

—Pareceré un conde waeddrinés cincuentón y bastante afable que aparenta tener un pequeño Talento que no ha sondeado nunca. Porque el motivo de que esté dejando atrás a la mujer que amo y acompañándote a la Capilla, que no es mi lugar favorito, es que quiero conocer a mi hija. A decir verdad, te agradecería que me ayudases con el disfraz. Me gustaría que ella me mire y diga:
Oh, tengo sus ojos
.

Sin embargo, eso no interesaba a Kylar todavía. Hizo una pausa.

—¿Maestro? ¿Qué significa esto? El Lobo me llamó Sin Nombre. Si aprendo a hacer lo que haces, también me quedaré sin cara. Si podemos ser cualquiera, ¿quiénes somos?

Su maestro hizo una mueca de diversión que, incluso en otra cara, era Durzo Blint de la cabeza a los pies.

—El Lobo no sabe de qué cojones habla. Una vez me engañé pensando que cada vida que empezaba era nueva. Nuestro don no nos concede tanta libertad... ni terror. Lo que somos es Ángeles de la Noche, de una orden que ya era antigua cuando me uní a ella. Lo que significa ser Ángel de la Noche es una cuestión más complicada. ¿Por qué vemos a los coranti? —Al ver la cara de incomprensión de Kylar, dijo—: Los impuros. Y verlos no es una compulsión, sino una sensibilidad. Hubo un tiempo en que podía detectar una mentira, pero el año antes de que el negro me abandonase, a duras penas distinguía a los asesinos. ¿Qué significa eso? ¿Por qué fui elegido?

—Jorsin a veces tenía el don de la profecía. Me dijo que era necesario que tomase el negro. “Toda la historia está en tus manos, amigo mío”, me dijo. Le creí. Habría atravesado un muro de llamas por ese hombre. Sin embargo, cien años después, todos mis amigos estaban muertos, el mundo se sumía en una edad oscura y nadie me perseguía siquiera. Quizá mi lugar destacado en la historia, todo mi propósito, haya sido mantener a salvo el ka’kari durante setecientos años hasta que pude dártelo a ti. Me perdonarás si eso no me parece del todo satisfactorio. Imagina que reúnes un ejército: “¡Adelante, valientes! Unámonos y... ¡esperemos!”. También es cierto que, si la realidad es dura, plana e injusta, más vale adaptarse a lo que hay que quejarse de que no es lo que deseabas. Eso fue lo que me hizo perder la fe en las profecías, el propósito y hasta la vida, supongo. Sin embargo, después de perderla, no tardé en cuestionar mi falta de fe. Había insidiosos indicios de sentido por todas partes. Al final, uno elige aquello en lo que cree y vive con las consecuencias.

—¿Y eso es todo?

—¿Todo qué?

—¿
Elige aquello en lo que crees y vive con las consecuencias
es todo lo que has aprendido después de setecientos años? Somos inmortales, joder, ¿y eso es todo lo que vas a contarme de por qué?

Más deprisa de lo que Kylar recordaba que su maestro pudiera moverse, Durzo lanzó un manotazo. Le alcanzó con el dorso en la mejilla y la mandíbula. Kylar se quedó atónito. Una bofetada de revés dolía a la persona que la propinaba casi tanto como a quien la recibía, de modo que el único motivo por el que Durzo podía haberla elegido era por el desprecio que conllevaba.

Se quedaron mirándose, en silencio. Mezclados con la frustración de Durzo, Kylar distinguió remordimientos, pero su maestro no se disculpó. Disculparse no era una habilidad que Acaelus hubiera dominado en siete siglos.

—Chaval, cada vez que yo he girado a la izquierda, tú has tirado hacia la derecha, ¿y ahora quieres que te explique tu destino? ¿Significaría algo para ti aunque te lo dijera?

—Me indicaría dónde tirar hacia la derecha —respondió Kylar.

Durzo no pudo evitar sonreír. Sin embargo, no fue suficiente para sortear la súbita brecha. Kylar comprendía que el rechazo de las lecciones que Durzo había intentado inculcarle había hecho mucho daño a su maestro, aunque ahora él mismo reconociera que algunas de esas lecciones habían sido erróneas. Al mismo tiempo, Durzo le estaba diciendo lo mismo que el Lobo le había explicado tiempo atrás. Kylar nunca había aceptado las respuestas ajenas: ni el pragmatismo amargado de Durzo, ni la piedad del conde Drake ni el idealismo de Elene. Durzo tenía razón acerca de elegir lo que uno creía y vivir con las consecuencias.

—Yo solo... —Kylar dejó la frase en el aire—. Somos inmortales. Somos Ángeles de la Noche. No sé lo que significa. No sé por qué somos así ni qué se supone que debemos hacer con ello. A veces me siento como un dios y a veces me parece que no cambio nada. Si voy a vivir por siempre, quiero que sea para algo. Vamos, no puedes decirme que tu destino ha sido conservar el ka’kari durante siete siglos hasta que llegara yo. Es ridículo. Terrible. No basta. Eres un gran hombre, no una caja fuerte. —Kylar arrugó la frente. Dioses, acababa de soltarle a Durzo un cumplido de pasada, el mismo tipo exacto de alabanzas que su maestro le dejaba caer.

La sonrisilla de Durzo le indicó que se había dado cuenta, pero también notó que el cumplido significaba mucho para él. En todas las ocasiones en que lo había irritado que su maestro no apreciara sus progresos como se merecían, nunca había pensado que Durzo quizá también quisiera que lo apreciasen. Kylar no se había molestado en decirle lo excelente que le parecía; se imaginaba que era obvio. Quizá ese fuera otro de aquellos cuchillos de doble filo.

—Ser una caja fuerte no es el destino que yo escogí —dijo Durzo—. Con razón o sin ella, a la derecha o la izquierda, he escogido buscar los ka’kari, tomarlos y dispersarlos para que quienes los usarían para el mal no puedan hacerlo. No sé si eso es lo que Jorsin vaticinó, pero es lo que yo he escogido. ¿Ha sido satisfactorio y con sentido? A veces. He tenido varias vidas buenas y otras que han sido una puta mierda. Ahora que tú llevas al negro, puedo soltar mi carga y mi destino. Ahora se me abren opciones distintas. De manera que te entrenaré hasta la primavera y veré a mi hija tanto como pueda. Después hay una mujer a la que debo pedirle que ame a un hombre que no se lo merece. ¿Tus opciones? En fin, esa mierda es cosa tuya. —Le obsequió una sonrisilla, reconociendo que era un cabrón.

Kylar suspiró. Quería a Durzo, pero el tipo era sin duda un tocapelotas.

Capítulo 62

—Cuando procede de un hermano mayor, la trama compulsiva es débil, santidad —explicó Saltamontes—. No dominará a un infante decidido a quebrarla durante mucho tiempo.

—Lo sé. Yo fui el hijo que pudo romperla cuando mi padre la usó contra mí —dijo Dorian.

Había tenido otro sueño la noche anterior y una vez más era incapaz de recordarlo, pero le había dejado de nuevo dolor de cabeza. Su Talento para la profecía se estaba curando más rápido de lo que se esperaba, pero por el momento le resultaba inútil. No recordaba sus sueños, y lo único que mitigaba el dolor era usar el vir. Lo ponía de un humor de perros.

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