Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
A Kylar le faltaba alguna pieza esencial que el Lobo creía que entendía, pero el hombre no paraba de hablar, y estaba tan ansioso por saber más de su maestro que no se atrevió a interrumpir.
—De manera que, al final, intentó derrotar el poder del ka’kari derrotando al amor —siguió diciendo el Lobo—. Creyó que, si se negaba a amar, la muerte no podría arrebatarle nada. Acalló la voz del amor matando, bebiendo y yendo de putas. Se hizo ejecutor porque los ejecutores no pueden amar. En último término se salió con la suya, y el ka’kari lo abandonó porque Acaelus al fin conoció la antítesis del amor.
—¿El odio?
—La indiferencia. Cuando la vida de Vonda se vio amenazada, Durzo sintió alivio. El camino que tomó era razonable, mantener el ka’kari lejos de las manos del joven Garoth Ursuul, pero la verdad era que en el fondo no le importaba si Vonda moría. Eso fue lo que rompió el enlace con el ka’kari.
—Pero volvió. Aun después de que yo enlazara el ka’kari.
—Porque te amaba, Kylar. Escogió morir por ti, renunciar a todo lo que le quedaba, su espada, su ka’kari, su poder y su vida, por ti. No hay mayor amor. Tal muerte fue recompensada con una nueva vida.
—¿Por quién? ¿Por ti? —preguntó Kylar. El Lobo no dijo nada—. ¿El ka’kari? ¿El Dios?
—Quizá sea así, sencillamente, como funciona la mayor de las magias: justicia y piedad entrelazadas. Es un misterio, Kylar. Un misterio a la altura de por qué hay vida de buen principio. Si deseas responder al misterio postulando un dios, puedes, o puedes decir que es así y punto; en cualquier caso, hay que alegrarse de ello, pues es un don. O una casualidad de lo más afortunada.
Kylar se sintió de repente pequeño en el funcionamiento de un universo cuya enormidad escapaba a la comprensión, enorme y aun así, tal vez, no indiferente ni siquiera al sufrimiento de Durzo. Una última vida, un puro regalo. El ka’kari era incluso más extraño y maravilloso de lo que había imaginado.
—Pensaba... —Kylar meneó la cabeza—. Pensaba que era una magia increíble, sin más.
El Lobo se rió, y hasta los fantasmas de la sala parecieron sobresaltarse.
—Es una magia increíble, solo que no es una magia increíble
sin más
. La magia más potente está ligada a las verdades humanas: belleza, pasión, anhelo, fortaleza, valor y empatía. De ellas obtiene el ka’kari su fuerza, tanto como de la magia de la que están imbuidas.
—¿Y las verdades más siniestras? —preguntó Kylar.
—Todas las verdades humanas. La venganza, el odio, el regodeo en la destrucción, la ambición, la avaricia y todas las demás también tienen poder. El truco para ser realmente poderoso es que tu carácter concuerde con la magia que intentas. Los meisters son unos sanadores malísimos. Por la misma regla de tres, la mayoría de los magos verdes sienten demasiada empatía para hacer la guerra. Cuanto más plenamente humano se es, mayor es la diversidad de los talentos que se tiene. Cuanto más hondo se siente, más potentes son los dones. Por eso, Kylar, tú llamaste al ka’kari. Ansiabas el amor. No solo querías ser amado, como queremos todos, sino que deseabas prodigarle amor a tu amada. Lo deseabas con todo tu ser y pensaste que se te había negado para siempre.
Su manera de decirlo avergonzó a Kylar.
—No sientas vergüenza —dijo el Lobo—. ¿Qué es más humano que amar y ser amado? Entre tu amor y tu creencia de que el amor te estaba negado, esa tensión amplificó tu poder.
—Esa tensión sigue en mí, ¿no es así? —preguntó Kylar—. Porque mi amor siempre será peligroso para mis seres queridos.
—Ingenioso, ¿no? Tu poder está atado a tu capacidad para amar. El creador del ka’kari te dio un regalo y le imbuyó los medios para mantenerte poderoso por siempre. No está mal, ¿eh?
—Está fatal —gruñó Kylar—. ¿Qué demonios se supone que tengo que hacer?
—Es un problema —dijo el Lobo, encogiéndose de hombros.
Pero Kylar no le estaba escuchando. Sintió que se le escapaba toda la sangre de la cara.
—Oh, Dios mío —dijo. Su corazón era un trueno en sus oídos, una piedra en su pecho. Había querido decir que era peligroso para sus seres queridos porque sus enemigos siempre podrían amenazarles. Eso no era a lo que el Lobo se refería. Se lo había estado contando durante cinco minutos y Kylar no lo había entendido. Sin aliento, preguntó—: ¿Quieres decir que cada vez que he muerto, algún ser querido ha muerto por mí?
—Por supuesto. Es el precio de la inmortalidad.
Kylar tenía la garganta agarrotada. Se estaba asfixiando.
—¿Quién...?
—Serah Drake murió cuando Roth te mató. Mags Drake murió por la flecha de Wrable Cicatrices en el camino. Ulana Drake murió cuando te mató el rey dios.
A Kylar le flojearon las rodillas. Quería vomitar. Quería desmayarse. Cualquier cosa, lo que fuera por no ser. Sin embargo, el momento de tempestad se prolongó, y Kylar se descubrió pensando:
Gracias al Dios que no fueron Uly o Elene
. Después se maldijo por pensar eso. ¿Quién era él para comparar una vida con otra y dar gracias porque muriese una en concreto, solo porque la amaba menos? Las había matado. El conde Drake había acogido a un cagarruta de alcantarilla malhablado y amoral y lo había integrado en su familia. Y Kylar había asesinado a las Drake con su dejadez, con su arrogancia. A cada don que el conde le había entregado, él había correspondido con dolor.
—¿Y por mi blasfemia? ¿La vez que acepté dinero por que me mataran?
—Jarl.
Kylar gritó. Se arrancó la capa y aporreó el suelo con los puños, pero allí no había dolor ni cuerpo que mortificar. Las lágrimas resbalaban por su mejilla y no había consuelo.
—No lo sabía. No lo sabía. Oh, Dios.
El Lobo estaba anonadado.
—Claro que lo sabías. Durzo te dejó una carta en su cuerpo. Lo explicaba todo. Me dijo que se la guardó en el bolsillo del pecho.
—¡No pude leerla! ¡Estaba empapada de sangre! ¡No pude leer una maldita palabra! —Entonces le golpeó la última revelación—. ¿Quién será esta vez? —preguntó, desesperado—. ¿Quién muere por mí esta vez?
El Lobo estaba horrorizado. Sus ojos luminosos y su cara cicatrizada se suavizaron, y pareció del todo humano por vez primera.
—Kylar, lo siento. Pensaba que lo sabías. Pensaba que lo habías sabido en todo momento.
—Por favor. ¡Me cambiaré por quien sea! Deja que me cambie.
—No funciona así. No hay nada que ninguno de los dos podamos hacer. Esta vez será Elene.
Kylar despertó sobre una losa de piedra gélida en una habitación fría. No abrió los ojos. Si hubiese dependido de él, no habría despertado nunca más. Se mantuvo inmóvil a excepción hecha de su respiración y las corrientes de sangre que le devolvían la vida en sus venas. Como siempre que había vuelto de entre los muertos, físicamente se sentía fenomenal. Absolutamente completo, poderoso, cargado de energía. Había robado una vida y la recibía con abundancia. Rebosaba, derramaba vida en todas las direcciones. Su salud era una burla.
Se le poblaron los ojos de lágrimas, que se deslizaron por sus mejillas hasta las orejas. No era de extrañar que el Lobo lo hubiese considerado un monstruo. Había creído que Kylar desperdiciaba las vidas de quienes amaba y le amaban.
Siguió tumbado de espaldas, pero no logró sino sentirse peor, de modo que abrió los ojos. El aire estaba viciado, húmedo. El techo estaba decorado en fresco mármol blanco. Se hallaba en una cripta. A apenas un metro, sobre losas como la suya, había el cuerpo de un hombre y el de una mujer. El hombre era corpulento y sostenía una gran espada. A la mujer le habían cortado la garganta y, a juzgar por su estado de descomposición, Kylar dedujo que la habían desangrado. El hombre había muerto por las mismas fechas, sin duda durante el golpe. Eran los padres de Logan. A su alrededor, las paredes estaban cubiertas de hilera sobre hilera de cadáveres de los Gyre, que se remontaban siglos atrás. Logan había sepultado a Kylar en la cripta de su propia familia.
Se levantó, sin sentirse agarrotado siquiera por haber dormido sobre mármol. Lo habían vestido con una túnica de tela de oro, unas calzas blancas y unos zapatos de fina piel de gamo. En la cripta, por supuesto, reinaba una oscuridad absoluta. Era imposible saber qué hora era, y la entrada estaba cerrada por una roca descomunal tallada en forma de rueda y más alta que un hombre. Si Kylar recordaba bien, la cripta se encontraba a las afueras de la ciudad y bajo tierra. En ese caso, tendría una buena oportunidad de salir sin que nadie se enterase. En cualquier caso, tenía que salir, de manera que agarró la rueda y se empleó a fondo con su Talento.
Poco a poco, la roca gigantesca hizo un medio giro hasta encajar en otro hueco. Kylar se volvió invisible y asomó la cabeza.
Era de noche, pero la luna llena de otoño brillaba con fuerza en lo más alto. En la estrecha escalera que bajaba a la cripta había una jovencita, con los ojos muy abiertos de miedo. Era Azul, la cagarruta de alcantarilla de la hermandad del Dragón Negro.
Kylar se detuvo, todavía invisible, y se frotó la cara. Azul no se movió. Kylar notaba que ardía en deseos de salir corriendo pero se negaba a hacerlo. Una cagarruta valiente.
—¿Kylar? —susurró la chica.
¿Qué tenía que hacer? ¿Matarla? ¿Evitarla y dejar que contara historias sin fin sobre la apertura de la cripta? Era improbable, pero alguien podría abrirla luego para comprobarlo. ¿Y qué harían cuando vieran que Kylar había desaparecido?
—Kylar, sé que estás ahí. Llévame contigo.
Kylar siguió invisible y preguntó:
—¿Has matado a alguien alguna vez, Azul?
La chica soltó un gritito y tragó saliva, buscando el origen de la voz.
—No —susurró.
—¿Quieres matar gente?
—Mataría a Dag Tarkus. Le pegó una patada a Cerdito en la barriga por robar, y al día siguiente murió.
—¿Y si te dijera que para ser mi aprendiz tendrías que matar a una docena de niños como Cerdito? ¿Y si te dijera que tenías que matar a tu hermandad entera?
Azul rompió a llorar.
—Solo quieres salir, ¿no es así?
La niña asintió.
—Entonces necesito que hagas dos cosas, Azul. La primera es nunca, jamás, hablar de esto. Si se lo cuentas a alguien, unas malas personas se enterarán y matarán a montones de personas buenas. ¿Lo entiendes? Ni siquiera puedes contárselo a tu mejor amigo.
Azul asintió.
—No tengo amigos, no desde que Cerdito murió.
—Ve a la esquina de Verdun con Gar. Te veré allí dentro de una hora.
—¿Prometido?
—Prometido.
Azul partió y Kylar cerró la cripta. Encontró una casa segura y cargó con todo lo que necesitaba, incluida Sentencia, que había dejado antes de matar a la reina, sabedor de que confiscarían sus armas. Escribió una nota a Rimbold Drake, donde en primer lugar contaba la historia de la lavandera a la que había mutilado y le pedía al conde que le pagase una compensación, y después le explicaba el precio que, según el Lobo, Kylar le había costado a su familia. Cogió varias bolsas de oro, unos cuantos venenos y un par de mudas de ropa, se puso una capa y se caló la capucha sobre la cara.
Encontró a Azul sentada en el cruce. La niña se puso en pie a toda prisa.
—Dentro de esa casa vive un buen hombre, Azul. Lo envenenaron y estuvo a punto de morir durante el golpe, y los khalidoranos mataron a su mujer y dos de sus hijas. Es el mejor hombre que conozco, y creo que puede necesitarte tanto como tú a él. En esta nota le pido que te críe. Él te dará la única oportunidad que tendrás nunca de llegar a algo. Pero no será fácil. Si entras en esa casa, tienes que quedarte hasta que salgas hecha una dama. ¿Es eso lo que quieres?
—¿Una dama? —preguntó Azul, con la cara iluminada por un anhelo imposible.
—Dilo.
—Quiero ser alguien. Quiero ser una dama.
—Te creo.
Kylar pegó su mano a una grieta de la puerta, coló el ka’kari por ella y retiró el pasador. Abrió la puerta, pasaron por delante de la caseta del portero y llegaron a la entrada de la casa. Kylar entregó una bolsa llena de coronas de oro a Azul. Era tan pesada que a duras penas podía sostenerla. Después le puso la nota en la mano y se quitó la capucha para que la chica nunca dudase que había sido él.
—Azul, confío en ti. Veo las almas. Las peso. Por la tuya sé que te lo mereces. Sé buena con el conde Drake. Yo no fui todo lo bueno que él merecía.
Con eso, Kylar llamó fuerte a la puerta y se hizo invisible. Esperó hasta que el conde abrió con ojos soñolientos. Rimbold Drake miró a Azul, confuso. Ella estaba demasiado aterrorizada para hablar. Al cabo de un momento, el conde le cogió la nota de la mano. Después de leerla, sollozó.
Kylar se volvió para partir.
—Fuiste mejor de lo que crees —dijo Drake a la noche—. Te perdono cualquier mal que creas haberme causado. Siempre serás bienvenido aquí, hijo mío.
Kylar desapareció en la noche. Era el lugar que le correspondía.
Después de dos días, trasladaron a Solon a otra habitación. Seguía estando cerrada con llave, seguía habiendo barrotes en las ventanas y la puerta de cedro seguía teniendo remaches de hierro, pero la nueva habitación tenía vistas al patio del castillo del Risco Blanco. El patio estaba decorado como correspondía a la boda: dominaban los verdes del color de las vides y los mares y los violetas del vino y la realeza.
—No sé quién eres, impostor —dijo uno de los guardias de Solon; era un hombre barrigón con las mandíbulas gruesas y una armadura mal abrillantada—, pero disfruta de la boda, porque es lo último que verás en tu vida.
—¿Y eso? —preguntó Solon.
—Porque el mikaidon quería que su primera orden como emperador fuese tu muerte.
El otro guardia, un sujeto flacucho con una sola ceja, parecía nervioso y culpable.
—Cállate, Ori. Sangre de Nysos, como si el día no fuese a ser bastante malo. —A Solon le dijo—: Lo haremos rápido, lo prometo.
Salió, sin perder de vista a Solon por si hacía algún movimiento brusco, y cerró la puerta con llave en cuanto estuvo fuera.
A Solon le sorprendió encontrar una bañera llena de agua y ropa limpia en la habitación. Se aseó y se puso las prendas recién lavadas, pensando. Oshobi ya estaba dando órdenes a los guardias de Kaede. Eso no podía ser bueno, pero no significaba necesariamente lo que Solon sospechaba. No había llegado a enterarse de cuánto poder pretendía compartir Kaede una vez estuviera casada. Cuando habían hablado dos días antes no le había parecido lo bastante desesperada para conceder a Oshobi el poder total.