Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Le ponía enfermo. Durante los últimos dos días, había repasado todas las opciones que tenía, sin encontrar nada que reafirmase sus derechos sin socavar los de Kaede. No sabía cuál era el trasfondo político, de manera que cualquier cosa que hiciese podía tener el efecto opuesto del que se propusiera. Sin embargo, la ropa limpia que le tenían preparada, unas prendas dignas de un noble, por bien que no del todo un miembro de la realeza, le indicaban que Kaede, muy probablemente, no había tenido la intención de que muriera ese día. ¿Era esa su oportunidad? ¿O lo estaba castigando obligándolo a presenciar una boda de la que ella le culpaba?
Fuera, los nobles se estaban colocando en orden de precedencia, de pie, como asistían siempre los sethíes a las bodas. Pronto, por lo menos cuatrocientos de ellos rodearon la plataforma donde la emperatriz y el futuro emperador contraerían matrimonio. Solon distinguía muchas caras que reconocía, y también reparó en una terrorífica cantidad de ausencias. ¿Tantos había matado su hermano? ¿Cómo se había convertido Sijuron en semejante monstruo sin que Solon se diera cuenta?
Un tintineo de espadas cantarinas anunció el principio de la ceremonia. Sobre la plataforma, los bailarines se colocaron frente a frente. Los dos llevaban máscara; la del hombre una de pretendiente, que ese día era seria a más no poder. Un chico pubescente llevaba la de mujer, que para la ocasión era encantadora pero austera como correspondía a la dignidad de la emperatriz. Ambos llevaban una espada hueca de forma especial que cantaría en el baile, con tonos que variarían según cómo las asieran los bailarines y dónde se golpearan. Las espadas estaban afinadas en octavas, y el duelo —que simbolizaba el cortejo de la pareja— siempre era en parte coreografiado y en parte improvisado. Se trataba de un rito apreciadísimo desde siempre, y unos bailarines competentes suponían la parte más cara de una boda. Los bailes, declarados sagrados para Nysos, oscilaban desde lo erótico a lo cómico. También solía tratarse de la parte de una boda que más nerviosismo provocaba en la pareja. Como los bailarines eran artistas, nadie podía estar seguro de que no fuesen a ridiculizar al novio, la novia o ambos, y el baile de espadas a menudo era lo único que se recordaba de la ceremonia.
Los bailarines hicieron una profunda reverencia, pero sin bajar la vista, como si recelasen uno del otro, y luego empezaron. Durante un rato, mientras danzaban, Solon olvidó que estaba en una prisión. Dieron al chico una mano rápida en representación de la lengua rápida de Kaede, y un gran alcance. A una mujer con fama de gruñona podrían haberle dado una única nota para el baile entero, mientras que un hombre nervioso quizá recibiera solo las notas de los extremos de la espada cantarina. El hombre que interpretaba a Oshobi tenía una presencia enorme, enérgica, viril y, si bien más lenta, también más fuerte que Kaede. Quienesquiera que fuesen, aquellos bailarines eran incorruptibles, y no le tenían miedo ni siquiera a un hombre que sería emperador. En su baile, Solon leyó el cortejo a la perfección.
Oshobi siempre había procedido con inquebrantable determinación. Kaede fue débil al principio y luego se recuperó durante años. Oshobi la perseguía en todo momento, y el bailarín confirió un ligero tono burlón a la interpretación que solo captaría un ojo muy ducho. Flotaba la sugerencia de que Oshobi no quería a Kaede sino lo que esta tenía detrás, de que se le escapaban oportunidades de hacerse con la mujer en su carrera por el trono.
Kaede poco a poco se cansaba, pero los bailarines le quitaban énfasis, pues no querían sugerir que Oshobi la derrotaba por la fuerza sino tan solo que la novia se ralentizaba y le permitía parecer más brillante al ponerse a su altura y sobrepasarla, con unas cadencias que cantaban juntas hasta que Oshobi tomaba la melodía de Kaede. Cuando el baile se aproximaba a su fin, Kaede hizo una reverencia hasta las rodillas y extendió los brazos para recibir la ceremonial estocada sobre el corazón. Llevado por una aparente prisa, el bailarín que interpretaba a Oshobi se adelantó con excesiva rapidez y resbaló, de tal modo que su espada tocó la garganta de la novia por un brevísimo instante antes de que se enderezase y la llevara a su corazón.
Estuvo tan bien hecho que hasta Solon creyó por un momento que el bailarín de verdad había resbalado. Todo el mundo lo interpretó así, o decidió interpretarlo así: un leve error en una actuación por lo demás impecable. Aplaudieron a rabiar y, cuando amainaron los vítores, entraron los prometidos.
A Solon le dio un vuelco el corazón cuando Kaede empezó a caminar. Llevaba una capa púrpura de jamete con mucha cola y ribetes de encaje. Entrelazada en su larga melena negra había una corona de vides con uvas tintas en sazón. Al ser su boda, llevaba al aire ambos pechos, con carmín en los pezones, mientras que por debajo de su ombligo su estómago desnudo estaba decorado con antiguas runas de fertilidad. Una falda de tela de oro comenzaba bastante abajo en sus caderas y arrastraba un poco el vuelo, de tal modo que sus pies manchados de mosto solo asomaban de vez en cuando como guiños. La mayoría de las mujeres dejaban a la vista más tramo de tobillo, con el argumento de que el jugo de la uva es vestido suficiente para una boda. Al parecer Kaede en verdad creía que una reina es reina primero y mujer después. Sin embargo, tras una década y media en Midcyru, Solon no asimilaba el recato. Verla allí, así, lo llenaba de anhelos de todo tipo. La falda no tenía ni botones ni broches ni lazos, ni tampoco ropa interior debajo. Se terminaba de coser la mañana de la boda con la mujer dentro. El novio debía desgarrarla llevado por su pasión. Los juerguistas que rondaban fuera de la alcoba nupcial no paraban de dar voces hasta que el novio la tiraba por la ventana. En la antigüedad, y en algunas zonas rurales todavía, la falda era siempre blanca, y se desgarraba pero sin retirarla hasta que se consumaba el matrimonio. Después los celebrantes desfilaban con la
prueba
de la virginidad de la novia, que las más de las veces era sangre de oveja. La mayoría de las madres se la proporcionaba a sus hijas en un frasquito, por si ya había roto su himen lícita o ilícitamente. Era una tradición que Solon se alegraba de que hubiera desaparecido casi por completo, no solo porque le parecía una ordinariez, sino también porque se le hacía difícil imaginarse disfrutando de la consumación de su matrimonio con un hatajo de mamones borrachos gritando y aporreando las paredes.
En el patio, Oshobi Takeda caminó hacia delante. Solon sintió una punzada de odio. Él debería estar adelantándose en ese momento. Él debería ser quien arrancase la falda de Kaede esa noche. Oshobi Takeda entró en el círculo con el pecho también desnudo y con runas de vigor y potencia pintadas en la superficie de un estómago tan musculoso y desprovisto de grasa que no era plano sino accidentado. También él llevaba vides en el pelo y una sencilla capa verde, a juego con unas calzas de tela de oro que terminaban justo por debajo de la rodilla.
Oshobi se subió a la plataforma, sin apenas mirar a Kaede. Solon pensó que debía de ser ciego u homosexual para no hacer caso de tanta belleza. El novio se volvió y se dirigió a los nobles congregados.
—Hoy acudía aquí para casarme con nuestra emperatriz. Era mi afán unir esta tierra como no lo ha estado durante más de una década. Sé que todos nos llevamos un disgusto al enterarnos de las infidelidades de Daune Wariyamo y, aunque pusieron a prueba el honor de mi familia, vine aquí decidido a casarme.
Desde su posición, Solon veía lo que se escapaba a los nobles de abajo. En todas las salidas se habían apostado alguaciles de la ciudad con armadura; con ellos, en filas irregulares, se hallaban muchos de los guardias reales. Su número era, por el momento, desconocido, pero podrían actuar contra los nobles reunidos sin apenas dilación. Lo que Solon no veía era cómo estaba encajando Kaede aquel prólogo a la traición.
No tuvo que esperar mucho.
Kaede se subió a la plataforma, fue derecha hasta Oshobi y le dio una bofetada.
—Si hablas como un traidor, Oshobi Takeda, te haré cortar la cabeza —dijo con voz nítida y sin miedo.
Un noble de edad avanzada al que Solon reconoció como Nori Oshibatu, amigo de toda la vida de los Wariyamo, lanzó una mirada a Oshobi y dio un paso al frente.
—Querida, Kaede, amada emperatriz nuestra, cualquiera diría que estás histérica. Esto no es decoroso. Por favor, tan solo está hablando. —Nori tiró de Kaede de vuelta al público, donde varios
amigos
más de la familia la rodearon.
Oshobi sonrió como el gran gato que era.
—Venía aquí a servir a Seth, pero esta misma mañana he descubierto algo que mi honor no podía tolerar. Daune Wariyamo llevaba en su persona cartas del hermano del difunto emperador, Solon, a Kaede. En esas cartas hablaba de sus devaneos con ella en el castillo y de un matrimonio secreto.
—¡Mientes! —gritó Kaede.
A Solon se le cayó el alma a los pies. Sus devaneos solo habían sido intentonas, que culminaron en el desastre de la entrada de la madre de Kaede que los pilló desnudos y pegó a Solon con un zapato. Habría valido la pena si hubiese entrado diez minutos más tarde o —en fin, era joven— quizá dos minutos más tarde. El matrimonio, por supuesto, era una invención absoluta. Pero Oshobi estuvo rápido.
—¡Aquí tengo las cartas! —dijo, enseñando un fajo—. Y esta mujer acompañaba a la dama Wariyamo cuando os sorprendió fornicando en el castillo. —Empujaron a una esclava adelante.
—Así lo juro —dijo la sirvienta con un hilo de voz.
—Más alto —exigió Oshobi.
—¡Juro que es cierto!
Los nobles montaron el predecible alboroto, pero Oshobi tuvo el buen tino de no hacer entrar en acción a sus hombres. Kaede estaba chillando, pero alguien le tapó la boca con la mano, y numerosos hombres la sujetaban.
—Conque ya veis que, aunque nos creamos que Kaede no fue incestuosa en sus casquivanos amoríos en el corazón mismo de nuestra nación, sabemos que se casó con Sijuron Tofusin. Un matrimonio nulo e inválido porque ya estaba casada... ¡con el hermano del emperador!
Oshobi adoptó una expresión triste.
—Esta mañana me he despertado, dispuesto a deshonrar a mi familia porque quería hacer lo correcto para el país...
Detrás de Solon, la puerta se abrió con un chirrido. Apartó la vista del patio y vio entrar a sus dos guardias.
—Vale —dijo el barrigudo—, ya te hemos dejado ver más trozo del numerito del que te tocaba. Puedes imaginarte cómo acabará la cosa. ¿Estás listo?
—Sí —respondió Solon. Abrazó su Talento—. ¿Cuál de vosotros quiere morir primero?
—¿Eh? —preguntaron al unísono.
—A la vez, pues —dijo Solon, y les paró el corazón con su Talento.
Los guardias cayeron al suelo, uno desmoronándose y el otro de bruces. Solon cogió una espada y se asomó a la ventana con barrotes.
Con una sacudida que estremeció el castillo, reventó la pared entera. Llovieron piedras sobre el público, a quince metros de distancia. Todo el mundo se agachó y se volvió para ver qué había pasado.
Y Dorian que siempre decía que yo no era sutil.
Solon saltó al suelo con ligereza y caminó con paso decidido hacia la gente. Un guardia le salió al paso, con los ojos desorbitados y tragando saliva. Solon hizo un gesto como si espantara una mosca y un muro de aire barrió al soldado.
—Soy Solonariwan Tofusin, hijo del emperador Cresus Tofusin, Luz de Occidente, Protector de las Islas y Sumo Almirante de las Flotas Reales de Seth. —Era una construcción deliberadamente ambigua, pues podía estar citando los títulos de su padre o reclamándolos para sí—. He vuelto a casa, y te llamo traidor y mentiroso, Oshibi. Además, aunque tus despreciables mentiras fuesen ciertas, no tienes derecho a este trono mientras yo viva.
—Eso podemos remediarlo —masculló Oshobi.
Solon se subió a la plataforma con movimientos veloces, sin darle tiempo para pensar.
—¿Quieres batirte en duelo conmigo? —preguntó, y luego se rió con desdén—. Un Tofusin no se ensucia las manos con la sangre de un perro.
Oshobi lanzó un rugido, desenvainó su espada y atacó a Solon con toda su considerable fuerza. Solon desvió el golpe. Su contraataque hundió su espada hasta la mitad del cuello de Oshobi. El pretendiente abrió mucho los ojos, pero intentó completar un tajo más mientras la espada de Solon seguía clavada. Un hilillo de magia le agarrotó los dedos. La espada cayó.
—Sin embargo —dijo Solon—, haré una excepción para un minino.
Arrancó la espada del cuello de Oshobi y un chorro de sangre roció la plataforma mientras el corpulento oficial caía de bruces cuan largo era. Solon puso el pie sobre el cuello de su agonizante rival y señaló con la espada a los nobles que sujetaban a Kaede.
—Esa es vuestra emperatriz —dijo—. Os aconsejo que le quitéis las manos de encima.
Después de cabalgar durante casi toda la noche, Kylar acampó a poca distancia de la carretera, limitándose a desensillar a Tribu y tender una manta en el suelo. Al cabo de unas horas, un bufido del caballo lo despertó. Parpadeó, rodó sobre sí mismo y se puso en pie.
—De modo que no has olvidado todo lo que te enseñé —dijo una figura vestida de marrón que llevaba de las riendas a su caballo para atarlo junto a Tribu.
—¿Maestro? —preguntó Kylar.
Dehvirahaman ko Bruhmaeziwakazari resopló. Resultaba extraño oír el sonido, tan característico de Durzo, de labios del ymmurí. Echó un vistazo a Sentencia, que Kylar sostenía en la mano.
—Bien, veo que no has logrado perderla otra vez, todavía. Asegúrate de no hacerlo, ¿vale? ¿Estás listo para cabalgar?
Kylar sintió una extraña emoción. En verdad se sentía listo para cabalgar. El aluvión de energía procedente de su invocación de inmortalidad no se había desgastado todavía.
—Esto no es un sueño, ¿verdad? —preguntó.
Dehvi alzó una ceja.
—Hay un modo de asegurarse —dijo.
—¿Cuál es?
—Ve a mear al bosque. Si después te sientes mojado y calentito, despierta.
Kylar se rió y fue a aliviarse. Cuando volvió se encontró con que Dehvi se había sentado con las piernas cruzadas y había preparado un desayuno enorme, por bien que frío.
Atacó la comida con un apetito que le sorprendió, aunque al parecer a Dehvi no. La escena seguía teniendo cierto aire de irrealidad, sin embargo, y Kylar no paraba de mirarlo de reojo. Al final, el ymmurí dijo: