Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
* * *
En algún momento, después de oscurecer, la rueda dejó de girar. Kylar alzó la cabeza. Parpadeó para quitarse de los ojos el agua de río que le chorreaba del pelo y miró a su alrededor. Parpadear aún le dolía, pero ya distinguía formas con el ojo que le habían cegado por la mañana.
Tenía delante a un joven con armadura. A todas luces se trataba de uno de los guardaespaldas de Logan.
—Tengo un mensaje, señor Kagé —dijo—. Aristarco está sano y salvo, en casa, con su mujer y sus hijos. La Sociedad desea daros las gracias y espera que detener la rueda durante unas pocas horas sirva como modesta compensación. —Echó un vistazo a uno de los puentes.
A través de la oscuridad, Kylar distinguió a un ladeshiano al que no conocía. El hombre alzó la mano a modo de saludo aunque, en la oscuridad, nadie salvo Kylar podría haberlo visto. Después se alejó. De modo que Aristarco ban Ebron había sobrevivido a su adicción. Kylar no sabía que tenía familia. Se preguntó qué pensó la mujer de Aristarco cuando su bello marido volvió con los dientes renegridos y mellados, tras sacrificar su apariencia y su orgullo a una causa que ella no podía entender. ¿La Sociedad daba las gracias a Kylar?
—Solo podemos detener la rueda hasta el amanecer, señor Kagé. Lo siento.
Sin embargo, Kylar apenas lo oyó. Despegó sus manos ensangrentadas de los asideros afilados y dejó que el cinturón y las correas de los tobillos sostuvieran su peso. Se le hundió la cabeza en el pecho.
—¿Kylar? —preguntó Vi. Estaban en una habitación pequeña con dos camas, una palangana y un cofrecillo al pie de cada lecho. En una de las camas dormía una figura, y Vi estaba recostada sobre una mano en la otra. Kylar nunca la había visto con tan mala cara. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados y la cara abotargada, moqueaba y llevaba las manos llenas de pañuelos—. Dioses, ¿qué te han hecho?
Kylar miró la figura durmiente de la otra cama y se acercó a ella.
—Uly —dijo—. Dios, cómo ha crecido. ¿Uly?
—No puede oírnos —explicó Vi—. En realidad no estamos aquí. Venga, siéntate.
Kylar tomó asiento con dificultades. Sonrió con languidez.
—¿Uly es tu compañera de habitación?
Vi asintió.
—Tiene trece años y lo hace todo mejor que yo.
—Dile que lo siento. La abandoné como a todos los demás. Fui un padre lamentable.
—Calla. Túmbate.
—Mancharé... sangre... sábanas —dijo, pero no se resistió. Puso la cabeza en su regazo y cerró los ojos.
—Kylar, creo que puedo ayudarte —dijo Vi, mientras le peinaba con las manos—. Pero necesito que me cuentes qué ha pasado. ¿Quién te ha hecho esto?
Sus dedos eran cálidos y gentiles. Hablar suponía un esfuerzo.
—Me está haciendo —dijo.
—¿Haciendo?
—Me están ejecutando por asesinar a la reina Graesin. Logan es el rey. Lo hice yo, Elene. Eso vale mi vida, ¿no?
—Elene no está aquí, Kylar. Soy yo, Vi.
Kylar hizo una mueca cuando un músculo de su espalda tuvo un espasmo. Respiró con alientos rápidos y cortos.
Vi le puso las dos manos encima y los calambres remitieron. La oyó ahogar una exclamación y después el calor recorrió su cuerpo acompañado de una bendita ausencia de dolor.
Se produjo un largo silencio y Kylar empezó a perder el conocimiento. Al final, Vi dijo:
—Pero volverás, ¿no? ¿Después de morir?
—Nadie lo explicó nunca. Vive cada vida como si fuera la última, ¿eh?
Soltó una risilla. No pudo evitarlo. Sentía una calidez en todo el cuerpo. Cuando abrió los ojos para mirar a Vi, ella no sonreía. Tenía la cara rígida de concentración y dolor.
—Duerme —le dijo—. Te ayudaré todo lo que pueda.
Logan se levantó antes del alba. No había dormido. Conscientes de su estado de ánimo, sus guardias tampoco habían pegado ojo pero, si se sentían tan agotados como él, lo ocultaron.
—Voy a ver a Kylar —le dijo a Kaldrosa.
Ella asintió, pues se lo esperaba. Una de las cosas que Logan estaba aprendiendo a odiar de ser rey era que no podía ir a ninguna parte sin un séquito. Dado que los dos últimos monarcas cenarianos —o seis, si daba crédito a la duquesa de Kirena— habían sido asesinados, era razonable. Aun así, por mucho que Logan odiara arrastrar a doce personas allá adonde fuera, no era culpa de ellos, y no cometería la bajeza de hacerles la vida más difícil. De modo que, sencillamente, tenía que actuar con más consideración.
El agua caliente para su baño llegó tan presta que Logan supo que Kaldrosa debía de haber informado a las cocinas hacía horas de que el rey precisaría su baño temprano. Era un acto sencillo, pero ilustrativo. Muchos nobles hacían tan poco caso a sus criados como al suelo que pisaban. El padre de Logan había señalado que un noble interactuaba con sus sirvientes más que con su familia incluso. Valía la pena tratarlos bien, pero aun así era raro el criado que se anticipaba con tanta iniciativa a las necesidades de su amo.
Logan se desvistió y se bañó. Mientras se frotaba, pensó en cómo sus aposentos, aunque estuvieran muy por encima del Agujero en el que había vivido, habían presenciado la misma miseria. Había visto las estatuas, ahora escondidas en un almacén de las entrañas del castillo, de las mujeres del rey dios. Todas habían sido jóvenes nobles cenarianas. Las había conocido a todas de vista, nombre y título. A todas y cada una de aquellas mujeres que con tanta crueldad habían sido usadas, sometidas, asesinadas y exhibidas. Uno de sus primeros actos como rey había sido devolver esas chicas a sus familias para que las enterrasen. En algunos casos no había familias a las que entregarlas, de modo que Logan se había encargado él mismo de darles sepultura. Deseó haber matado al rey dios con sus propias manos, y la rueda sería demasiado buena para Trudana de Jadwin, que había firmado cada estatua como si fueran obras de arte. La habitación se fue iluminando mientras salía del agua, desnudo y goteando, ajeno a la toalla que le tendía uno de sus guardaespaldas.
Lo más probable era que Jenine fuese, a esas alturas, una de esas mujeres. Aunque pudiera recuperarla, era bien posible que hubiese perdido la razón. En cualquier caso, no sería la mujer que había perdido. Tenía que prepararse para eso, tenía que estar listo para amar a una mujer rota, herida más allá de toda curación. Putos monstruos. La habitación se iluminó de una incandescencia blanquiverde cuando la ira de Logan alcanzó su apogeo. Cerró los ojos y respiró. Dominó su indignación, su furia por su propia ignorancia, su impaciencia y su odio. Los enfrió y los adecuó a su propósito. ¿De qué serviría chillar y romper cacharros en su propio castillo mientras Jenine sufría en Khalidor?
Abrió los ojos y reparó en que Kaldrosa y Pturin, su bajito guardia ymmurí, estaban boquiabiertos. Las líneas verdes y blancas grabadas en su antebrazo se atenuaron. Logan asió la toalla.
—Hum, ¿la túnica de manga larga? —preguntó Kaldrosa.
—Siempre. Gracias.
* * *
El sol salía cuando Logan y su comitiva llegaron a la plataforma donde Kylar agonizaba. El lento chirrido de los engranajes, el siseo de las aguas del Plith y los cambios de tensión del peso de Kylar en las correas que lo sujetaban eran los únicos sonidos. Sus costados goteaban sangre desde donde se le clavaban pinchos en los brazos, las axilas y las costillas, le perdonaban la cintura por la correa y atacaban de nuevo los muslos y las pantorrillas. La sangre de sus puños cerrados se vertía en torno a las asas afiladas. Sangraba con profusión del cuero cabelludo y de las sienes, de heridas que no coagulaban porque cada revolución le sumergía la cabeza en el agua. Era un hombre bañado en sangre. Y aun así respiraba.
Otro hombre había estado contemplando a Kylar a la luz del amanecer. Era Lantano Garuwashi. No se volvió cuando Logan se acercaba.
La rueda giró a Kylar de lado. Ya no tenía fuerzas para sostener su cuerpo, de manera que se deslizó hasta los pinchos del lado de abajo. Al inhalar, el movimiento hacía que se le agrandaran los agujeros del pecho. La sangre se encharcaba en el lado opuesto y, mientras iba quedando boca abajo, hizo un débil esfuerzo por sostenerse, pero volvió a resbalar. Su cabeza chocó contra tres pinchos y docenas más se le clavaron en los hombros y los brazos. Tomó una gran bocanada de aire antes de que su cabeza se hundiera bajo el agua.
A Logan se le atenazó el estómago. Le costó un gran esfuerzo no vomitar. Estaba allí para llevarse el cuerpo de su amigo, no para verlo sufrir, no para verlo morir.
A Kylar debían de haberle abandonado las fuerzas apenas unos minutos atrás. Era imposible que un hombre sangrara tanto durante tanto tiempo sin morir. De manera que Logan se situó junto a Lantano Garuwashi y contempló lo que había hecho durante un minuto, cinco minutos. Los cinco minutos se alargaron hasta unos insoportables diez, y Kylar todavía no daba muestras de debilitarse más. Era increíble, imposible.
—Miradle los pies —susurró Garuwashi.
Por un momento, Logan no tuvo ni idea de qué quería decir el ceurí. Los pies de Kylar no tenían nada de especial. Ellos, al menos, estaban libres de lesiones. Entonces lo recordó. Cuando habían atado a Kylar a la rueda, lo habían arrastrado porque una piedra le había aplastado un pie. Otra lo había dejado tuerto. Ahora ambos pies y ambos ojos estaban sanos. La pasajera incredulidad de Logan dio paso al asombro y luego al horror.
La rueda estaba pensada como una muerte atroz para los traidores. Solía tardar horas. Kylar, sin embargo, se estaba curando a un ritmo increíble. La rueda acabaría por matarlo pero, después de un día, parecía un hombre que llevara en el aparato menos de una hora. Logan nunca había pretendido tamaña crueldad. Aquello hacía que el Agujero pareciese humano.
—Hiciste bien —dijo Kylar, sobresaltando a Logan. Tenía los ojos abiertos, despabilados—. Ve, mi rey. Yo me daré una vueltecita. —Intentó sonreír.
Logan de repente rompió a sollozar.
—¿Cómo termino con esto?
Brant Agon carraspeó.
—Majestad, en tiempos pasados, cuando se subía a alguien a la rueda antes de una fiesta religiosa y un gobernante deseaba no contaminar la ciudad causando la muerte de una persona durante la festividad, rompían los brazos o las piernas del condenado para que se empalaran más profundamente en los pinchos y muriese antes. —Carraspeó una vez más, sin mirar a Kylar en ningún momento—. También debo informar a su majestad de que el embajador de los lae’knaught viene de camino. Se ha negado a aplazar más el encuentro.
Logan cerró los ojos y respiró hondo, poco a poco. Se secó los ojos y parpadeó. Al mirar hacia el puente improvisado que llevaba al castillo, vio que se aproximaba el embajador.
—Muy bien —dijo—. Que venga. Colocad aquí mi silla y mi escritorio.
Le había filtrado adrede al embajador que se encontraría allí, dando por sentado que el tipo lo seguiría. Su intención había sido hablar con el diplomático delante de la rueda como recordatorio de lo duro que podía ser. Sin embargo, ni en sus pesadillas más descabelladas había pensado que Kylar estaría aún muriendo cuando se encontrasen.
La rueda giró y Logan se puso en pie, de cara a ella, mirando a Kylar hasta que Brant Agon, actuando de improvisado chambelán, anunció al embajador.
—Majestad, Tertulus Martus, cuestor del Duodécimo Ejército de los Lae’knaught, agregado al gran maestre Julus Rotans.
Logan se volvió y se sentó en el escritorio de campaña. Los ojos de Tertulus Martus se desviaron de él a Kylar. De pie, el cuerpo de Logan había ocultado el semblante de la muerte. Al sentarse, quedaba enmarcado por él. El embajador no podía mirarlo sin ser consciente del hombre que agonizaba tras él en la rueda.
—Majestad —dijo Tertulus—, gracias por recibirme, y enhorabuena por vuestra reciente ascensión al trono y vuestras muy gloriosas victorias. Si la mitad de lo que se cuenta es cierto, vuestro nombre vivirá por siempre.
Siguió así durante un rato. El Duodécimo Ejército de los Lae’knaught era su cuerpo diplomático. No habían tenido doce ejércitos desde antes de los Acuerdos de Alitaera. En el momento presente, habría quizá tres, y tal vez solo dos, dada la matanza de cinco mil soldados en el bosque de Ezra. Sin embargo, Tertulus Martus había fijado el timón antes de empezar a hablar, y ni siquiera tenía que pensar mientras peroraba. Ejercía un control parecido sobre su cuerpo, que no revelaba nada. Se mantenía de pie con los pies bastante juntos, para no parecer combativo. Las manos las dejaba sueltas, para no señalar ni cerrarlas en puños. Sus gestos eran contenidos. Logan optó por centrarse en sus ojos.
El hombre lo estaba calibrando. Aquel embajador no estaba allí para ofrecer ningún trato, aunque sin duda pronto propondría alguna menudencia. Su afán por ver a Logan lo antes posible respondía solo a la presión de sus superiores. Querían saber si Logan suponía una amenaza. Acababan de perder cinco mil hombres, y necesitaban saber si podía confiarse en que aquel nuevo soberano de un reino insignificante y corrupto hiciese lo mismo que los monarcas cenarianos de los últimos veinte años: nada.
Sin pronunciar ni una palabra todavía, Logan se levantó a mitad de una frase del embajador. Con perfecta calma, volcó el escritorio; el pergamino en blanco, el tintero y la pluma volaron por los aires en medio del estrépito. Logan se subió al escritorio y arrancó una pata.
Con dos potentes bastonazos le rompió las piernas a Kylar a la altura de las espinillas.
Kylar gritó. Privado de soporte, su cuerpo se hundió sobre una docena de cuchillas bajo sus brazos. Los huesos quebrados atravesaron la piel de sus piernas y resplandecieron húmedos a la luz del sol naciente. Kylar volvió a gritar cuando la rueda giró de lado y los costados de sus piernas sufrieron unos pinchazos mucho más profundos. Su cabeza se sumergió en mitad de un grito y salió del agua entre toses y arcadas.
Sus brazos volvieron a resbalar hasta los pinchos cuando se puso derecho del todo, y sus gritos degeneraron en gimoteos. Logan observó la profundidad de los cortes y miró a Kylar a los ojos. Vio un gran sufrimiento, pero no miedo.
Con otros dos golpes fuertes, le rompió los antebrazos.
Kylar volvió a chillar. Sin la rigidez de esos huesos, su cuerpo se dobló de forma antinatural, con los brazos estirados como si fueran de arcilla por la gravedad y el torso hundiéndose demasiado en cada giro. Tosía sangre al respirar y sus hemorragias eran como ríos.