Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Kylar no bajó la guardia.
—Ni siquiera quieres Cenaria, ¿verdad? Solo pensabas que sería otra victoria rápida que acrecentaría tu leyenda.
—¿Qué es un jefe guerrero sin guerra, Ángel de la Noche? Era invencible antes de recibir Ceur’caelestos, y ahora quieres que pierda... ¿contra Cenaria? No sabes lo que es dirigir hombres.
—Sé lo que es matarlos. Sé lo que es pedir a otros que paguen por mis errores.
—¿Sabes lo que es negarte a conformarte con la miserable porción que la vida te ha reservado? Creo que sí. ¿Me imaginas agachado en un campo junto a mi único criado, con los pantalones arremangados y recogiendo arroz? Estas manos no fueron hechas para un arado. Tú adoptaste ese nombre, Kylar Stern. ¿Por qué? Porque tú también naciste con una espada de hierro.
—Mis hombres necesitan comida, pero necesitan más la victoria. Conmigo o sin mí, van a pasar el invierno aquí —prosiguió Lantano Garuwashi—. Los túneles que ampliamos para atravesar las montañas son ahora ríos y hielo. Si me delatas, los sa’ceurai me matarán, pero ¿luego qué? Desahogarán su furia en tu pueblo. Por el bien de todos, Ángel de la Noche, déjalo correr. En lugar de eso ve a decirle a esta reina que se rinda. Te doy mi palabra de que, si lo hace, no morirá un solo cenariano. No tomaremos más que comida y un sitio para pasar el invierno. A ella se le volverá a conceder su trono cuando partamos en primavera.
Y no pedirás nada más en cuanto tengas Cenaria y Ceur’caelestos a la vez, ¿eh?
Kylar negó con la cabeza.
—Te rendirás tú.
—No puedo —dijo Garuwashi con los dientes apretados—. Cuando se rinden, hasta los cenarianos depositan sus espadas a los pies del vencedor.
Kylar no había pensado en eso. No era la idea de rendirse la que resultaba imposible para Lantano Garuwashi, era el acto físico.
—A lo mejor... —dijo Kylar—. A lo mejor hay un tercer modo.
Cuando el hermanastro de Dorian, Paerik, había llegado con su ejército a Khaliras para adueñarse del trono, había abandonado un puesto vital. El general que había servido a sus órdenes, Talwin Naga, de pie ante el trono, explicaba cómo los salvajes los invadirían en primavera.
—¿Sesenta mil de ellos? —preguntó Dorian—. ¿Cómo han podido levantar a tantos?
—Levantar podría ser el término exacto, santidad —dijo el minúsculo lodricario que había acompañado al general Naga.
—¿Quién eres tú? —preguntó Dorian.
—Este es Ashaiah Vul —dijo el general—. Era el Raptus Morgi de vuestro padre, el Guardián de los Muertos. Creo que os conviene oír lo que puede contaros.
—Nunca había oído hablar de ese cargo —dijo Dorian. Y raptus tampoco significaba principalmente
guardián
. Significaba
tomador
,
robador
. Se le revolvió el estómago.
—Por orden de vuestro padre y de su padre antes que él, era un cargo discreto, santidad —explicó Ashaiah Vul. Estaba totalmente calvo, con un cráneo nudoso y un rostro demacrado de ojos miopes, aunque apenas parecía tener unos cuarenta años—. Se me conocía tan solo como el guardián. Las Manos de vuestro padre se encargaban de disuadir cualquier curiosidad.
Las Manos. Allí tenía otro problema. Quienquiera que dirigiese a los informadores, torturadores, espías y guardias que actuaban como las mil manos del rey dios, aún tenía que darse a conocer. Aun así, Dorian dudaba que Ashaiah Vul se atreviera a mentir sobre ellas.
—Sigue —dijo.
—Creo que preferiréis acompañarme, santidad. Sugiero que dejéis vuestra escolta aquí.
¿Es esto el primer atentado contra mi vida?
En ese caso, era más bien torpe. Eso volvía más imposible todavía negarse. Cuando empezaran los intentos de matarlo, tenía que derrotarlos sin piedad. Entonces terminarían.
—Muy bien. —Dorian le hizo una seña a los guardias para que se quedasen y despidió al general.
En el pasillo, se cruzaron de inmediato con Jenine.
—Mi señor, cuánto me alegro de veros —dijo, dedicándole una reverencia khalidorana mezclada con toques cenarianos: la barbilla alzada, los ojos cerrados con recato solo por un momento y un gesto amplio de la mano derecha que era el propio de los cortesanos de Khalidor, mientras que con la izquierda extendía la falda al flexionar las piernas. Además consiguió que esa reverencia mezclada resultase elegante. Era evidente que la había practicado. Dorian cayó en la cuenta de que no existía un saludo khalidorano de una mujer a un hombre de su misma condición. Las mujeres khalidoranas del mismo estatus se saludaban entre ellas con un asentimiento de cabeza, pero siempre eran inferiores a los hombres de la misma posición social, e invisibles para los inferiores. Además, todas las mujeres se postraban ante un rey dios. Aquello era el ofrecimiento que hacía Jenine de una solución intermedia. Dorian, sonrió, complacido con su idea.
Hizo un gesto de cabeza más profundo de lo que se habría permitido cualquier rey dios antes de él.
—Mi señora, el placer es mío. ¿En qué puedo serviros?
—Tenía la esperanza de pasar el día con vos. No quiero molestar, solo aprender.
Dorian miró de reojo a Ashaiah Vul. El lodricario, por supuesto, se hacía el despistado. No osaría desaprobar la decisión de un rey dios o siquiera mirar a una mujer de un rey dios.
—Me temo que voy de camino a ver algo notablemente desagradable. Preferiréis no verlo. Yo preferiría no verlo. Probablemente deberíais esperar en el salón del trono. Volveré enseguida. —Dorian se dio la vuelta.
—Sí que quiero verlo —aseveró Jenine.
Ashaiah Vul ahogó una exclamación ante semejante audacia y luego bajó la vista al suelo ruborizado cuando ambos lo miraron.
—Mil perdones, mi señor, he hablado como una atolondrada. Disculpad mi descortesía —dijo Jenine. Se mordió el labio—. Yo... Mi padre nunca miraba lo que no quería ver, y eso lo mató a él y a toda mi familia, y provocó que arrasaran nuestro país. Afrontar lo que no nos gusta forma parte de gobernar. Mi padre se negó a hacerlo porque era débil y venal. ¿Cómo voy a aprender si no es de vos?
—Lo que me dispongo a ver va más allá de cualquier cosa que vuestro padre tuviera que afrontar, real o imaginada —replicó Dorian.
—Aun así. —Jenine no daba su brazo a torcer, y Dorian no pudo evitar sonreír. Le encantaba su fuerza, por mucho que le sorprendiera a la vez.
—Muy bien —dijo—. Ashaiah, muéstranos lo que pensabas enseñarme a mí solo. Todo.
Ashaiah Vul no dijo nada y fingió no tener opinión; y quizá, en verdad, no la tuviera. Una orden inoportuna del rey dios era como un día de mal tiempo. Tal vez no te gustase, pero tampoco te hacías ilusiones de que podías cambiarlo. De manera que Ashaiah los llevó a las entrañas más profundas de la Ciudadela, y luego a los túneles practicados en la montaña en sí. Dorian olía vir en su guía, aunque no mucho. Era, como máximo, un meister de la tercera shu’ra.
Por fin, Ashaiah Vul se detuvo ante una puerta que se parecía a cualquiera de los centenares que poblaban esas profundidades de la Ciudadela. La capa de polvo del pasillo era tan gruesa que parecía tierra, y saltaba a la vista que nadie había visitado esa habitación en un momento más reciente que las otras. Ashaiah giró la llave en la cerradura y abrió la puerta.
Dorian aferró su vir mientras seguía al lodricario a la oscuridad. Su primera sensación fue que la sala era enorme, como una caverna. El aire era húmedo, espeso, fétido.
Ashaiah murmuró un encantamiento y Dorian erigió de golpe tres escudos en torno a él y Jenine. Al cabo de un momento, una luz ascendió por el arco de la pared donde Ashaiah había apoyado la mano. Se extendió de arco en arco, a lo largo de un techo pintado que estaba a más de treinta metros de altura. Pasados unos segundos, la cámara se inundó de luz.
Aquello había sido antaño una biblioteca, un lugar de belleza y luminosidad. Las paredes y pilares eran del color del marfil y el encaje. El mural parecía algo salido de una leyenda olvidada, la luz naciendo de la oscuridad, la creación. Daba una sensación de divinidad y propósito. Unos largos estantes de cerezo habían contenido en un tiempo tanto pergaminos como libros, y había distribuidas mesas con espacio para que estudiasen los eruditos.
Ahora la sala contenía huesos limpios y blancos. La cámara tenía cientos de pasos de longitud y la mitad de anchura, y en todas partes habían retirado los libros y los pergaminos. En su lugar, en todos los estantes y todas las mesas, había huesos. Huesos antiguos, muy antiguos. Algunos estantes contenían esqueletos enteros, con etiquetas atadas a las muñecas. Otros tenían esqueletos de huesos humanos pero dispuestos en formas inhumanas. Sin embargo, en su mayor parte, los estantes contenían huesos del mismo tipo, con cajas para los más pequeños. Una estantería entera de fémures. Cajas de falanges. Pelvis amontonadas. Columnas enteras o en cajas, por vértebras. Y calaveras en un gran espacio central: montañas de calaveras.
Dorian dejó caer los escudos. Aquello no era un atentado. Por lo menos no contra su cuerpo.
—¿Qué es esto?
Ashaiah miró de reojo a Jenine y después, obviamente tras resolver que debía decir la verdad, habló:
—Si nos invaden los salvajes, esta es vuestra salvación, santidad. Es vuestro corpusario. Cuando el general Naga habla de que los clanes han levantado un ejército, se refiere a esto. Hace dos años, un cabecilla bárbaro encontró una antigua fosa común y descubrió un secreto que durante mucho tiempo creímos exclusivamente nuestro.
—¿Resucitar a los muertos?
—Más o menos, santidad.
—¿Más o menos?
—Las almas de los hombres no son violadas —explicó Ashaiah Vul.
—Lástima, siempre me ha encantado ese color.
Ashaiah parpadeó, sin atreverse a reír. Jenine estaba demasiado ocupada mirando a su alrededor maravillada. Ni siquiera creía que lo hubiese oído.
—No tenemos el poder de atar las almas de los hombres a sus cuerpos. Vuestros predecesores intentaron hacerse inmortales mediante ese sistema, pero nunca funcionó bien. Esto es distinto. Lo llamamos levantar porque usamos los huesos de los muertos y los unimos con una especie de espíritus a los que llamamos los Extraños. El resultado son los kruls. En un principio los llamaron los Caídos porque, siempre que caían en batalla, podían levantarse de nuevo si había un vürdmeister presente.
—Cuéntamelo paso a paso —ordenó Dorian, cada vez más inquieto.
—Empieza en las minas. Siempre ha sido así. Los reyes dioses siempre han dicho que el mineral de debajo de Khaliras era poderoso, y que por eso se obliga a trabajar allí a los esclavos, los criminales y los enemigos capturados. Es mentira. No necesitamos su servicio; no necesitamos el mineral. Necesitamos los huesos de los prisioneros y su agonía. Sus huesos nos proporcionan un armazón. Su agonía atrae a los Extraños.
—¿Qué son esos Extraños? —preguntó Dorian.
—No lo sabemos. Algunos llevan milenios aquí pero, pese a lo prolongado de su experiencia, somos un misterio para ellos. No tienen cuerpos físicos, aunque mi maestro me dijo que antaño pisaron la tierra, tuvieron amantes y engendraron hijos que fueron los héroes de la antigüedad, los nefilim. Los sureños afirman que el nombre se debe a que los Extraños fueron en un tiempo hijos de su Dios Único que fueron expulsados del cielo. —Sonrió con debilidad, lamentando a todas luces haber dicho nada sobre una religión sureña.
—¿Qué pasó?
—No lo sabemos. Pero los Extraños ansían llevar carne otra vez. De modo que cogemos los huesos de nuestros muertos y los santificamos para uso de los Extraños. Por cierto, ese es el motivo de que los reyes dioses se hagan incinerar; desean evitar que usemos sus huesos.
—¿Y luego?
—Unos huesos auténticos son necesarios pero no suficientes para dar al Caído la sensación de que se ha encarnado, y es por la encarnación por lo que truecan sus servicios. De modo que les damos carne. No hace falta que parezca humana. Algunos reyes dioses opinaban que cualquier forma es posible: colocar los huesos humanos en forma de caballo o de perro. Hace que sea más difícil atar al Caído, puesto que desean ser hombres y no animales, pero se consigue un caballo fantástico.
—Y la musculatura, la piel y demás... ¿hace falta elaborarla con tanto esmero como los esqueletos? —preguntó Dorian. Se había formado como sanador, y no podía ni imaginarse la intrincada magia que sería necesaria para crear un cuerpo viviente entero.
—Dado un esqueleto correcto y arcilla y agua suficientes, los Extraños ayudan a que la magia forme músculos, ligamentos y piel. Nunca son tan resistentes como un hombre. El rey dios Roygaris podía fabricar kruls que vivían una década o más, pero era un anatomista brillante. Era capaz de crear kruls de caballos, lobos, tigres, mamuts y otras criaturas para las que ya no tenemos nombres.
—¿Funcionan como seres vivos?
—Son seres vivos, santidad. Respiran, comen y... —Volvió a mirar a Jenine—. Defecan. La única diferencia es que no sienten como los hombres. Un dolor que incapacitaría a un hombre no les hace nada. No se quejan de que tienen hambre. Lo mencionarán si se ha prolongado lo suficiente para que estén a punto de dejar de funcionar.
—¿Hablan?
—Mal. Pero ven mejor a oscuras que los hombres, aunque no tan lejos. Cuesta hacer ojos correctamente. Como arqueros dejan mucho que desear. Tienen emociones, pero la paleta es diferente de la humana. El miedo es extraordinariamente raro. Saben que, mientras la línea de reyes dioses perdure, si su cuerpo se destruye, lo más probable es que los metan en otro tarde o temprano.
—¿Son obedientes?
—A la perfección, en la mayoría de las circunstancias, pero sienten un odio increíble hacia los vivos. No ayudarán a construir nada, ni siquiera máquinas de guerra. Solo destruyen. Se han intentado experimentos en los que se metía a un krul en una habitación con un prisionero y se le decía que, si lo mataba, lo ejecutarían a él a su vez. En todas las ocasiones, el krul mataba al prisionero. Se probó con mujeres, con ancianos y con niños: daba lo mismo, salvo que mataban a los niños antes. No podríais pedirles que tomaran una ciudad y no matasen a quienes se rindieran. También sienten hambre de carne humana. Comerla parece volverlos más fuertes. No sabemos por qué.
—Mi padre reunió estos huesos, pero nunca los usó. —Eso era extraño. Dorian le dio vueltas. Quizá Garoth Ursuul era demasiado decente.