Más Allá de las Sombras (24 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Vi volvió hacia él su rostro hinchado por las lágrimas y Kylar contempló sus ojos verdes profundos. Era un espejo para ella, que le devolvía el reflejo de la verdad contra todos sus miedos.

Las lágrimas fueron cesando y dejó de agarrarlo con tanta fuerza. Luego cerró los ojos como si la intimidad fuese demasiado para ella. Le puso la mano en el regazo, suspirando, relajando por fin el cuerpo. Llevaba suelta su larga y brillante melena roja. Aunque la tenía desordenada, rizada y llena de enredos a causa de la cola de caballo que había llevado todo el día, resultaba espectacular. Era brillante y sedosa, hipnotizadora, de un color que solo tenía una mujer de cada mil. Kylar siguió con la mirada un mechón de esa cabellera, que pasaba por encima de unas pestañas húmedas por las lágrimas y una nariz moteada por unas tenues pecas en las que no había reparado nunca, hasta llegar a su cuello esbelto.

Vi llevaba un camisón sencillo y que no era de su talla. Le venía demasiado corto y el nudo se había aflojado, de tal modo que estaba completamente abierto. Su pezón era rosa oscuro, pequeño en su pecho generoso, con la piel un poco de gallina por el frescor de la habitación. La primera vez que Kylar había visto los senos de Vi, ella se los había enseñado para impresionarlo. En esa ocasión, notó que ella ni siquiera se daba cuenta.

La inesperada inocencia de la desnudez de Vi despertó en él cierto instinto protector. Tragó saliva y movió la sábana para taparla. A pesar de que Vi sentía a Kylar tan a las claras como él a ella, no se dio cuenta. ¿Era a causa del mero agotamiento, o estaba tan divorciada de su cuerpo que no atribuía significado alguno a que cubrieran su pecho? Kylar no lo sabía pero, en cualquier caso, la oleada de compasión que sintió se impuso a su deseo. Apenas echó un vistazo a sus esculturales piernas, destapadas hasta media altura del muslo, mientras las cubría con una manta.

Vi se apretó contra él, tan vulnerable y tan condenadamente preciosa que le nublaba el entendimiento.

Le pasó los dedos por el pelo para reimponer los sentimientos más protectores. En lugar de eso, Vi se derritió al instante, cedió por completo, con una ola de hormigueos que la recorrieron de la cabeza a las entrañas. A Kylar se le aceleró el pulso. Lo único que había sentido que se pareciera a aquello había sido cuando besaba a Elene durante media hora y después se colocaba pegado a su espalda, desde donde trazaba un rastro de besos por sus orejas y cuello mientras le deslizaba las puntas de los dedos por encima de los pechos... y era entonces cuando ella siempre lo paraba, temerosa de perder el control por completo. Vi sorteó limpiamente ese punto de inflexión. Era suya, absoluta y completamente.

Kylar estaba borracho del éxtasis de Vi. La conexión entre ellos ardía como el fuego. No podía contenerse. Le peinó el pelo poco a poco con los dedos, le acarició el cuero cabelludo y volvió a pasarle los dedos por la melena. Ella desplazó las caderas mientras emitía ruiditos. Rodó sobre el regazo de Kylar para dejarle llegar al otro lado de su cabeza. Eso la puso mirando hacia su estómago, a unos centímetros de la evidencia innegable de su excitación.

Kylar se quedó paralizado. Vi lo notó y abrió los ojos de golpe. Sus pupilas eran lagunas de deseo.

—No pares, por favor —dijo—. Me ocuparé de ti. Te lo prometo.

Dio un besito al bulto de sus calzas.

Su desparpajo confundió a Kylar. Allí había una desconexión, en lo que se suponía que debía ser una fusión. No era
compartamos esto
, sino
hagamos un intercambio
. No era amor; era comercio.

—Lo siento —dijo ella, captando su perplejidad—. He sido egoísta.

Retiró la manta y, con la irracionalidad de los sueños, su feo camisón había desaparecido como por arte de magia. En su lugar, una combinación roja y ajustada se pegaba a sus curvas. Se estiró como una gata, exhibiendo su despampanante figura.

—Tú primero. Es todo tuyo.

Es todo tuyo
, no
Soy toda tuya
. Se estaba ofreciendo como un dulce. Para ella no significaba nada.

La puerta se abrió de golpe y allí estaba Elene. Su mirada fue a dar en Vi, semidesnuda y aovillada sobre Kylar, con la mano en su entrepierna para estúpido disfrute de él.

Kylar salió corriendo de la cama.

—¡No! —gritó.

—¿Qué? —preguntó Vi—. ¿Qué ves?

—¡Elene! ¡Espera!

Kylar despertó y se encontró a solas en la casa segura.

* * *

Dorian estaba en sus aposentos con Jenine, estudiando unos mapas de los Hielos y las estimaciones de efectivos de los clanes que habían realizado los vürdmeisters, cuando entró el Guardián de los Muertos. Dorian y Jenine lo siguieron a una de las salas más alegres, donde había un cuerpo envuelto en sábanas. Dos montañeses enormes vestidos de sureños pero con porte de soldado se pusieron en pie tras hacer la reverencia de rigor.

Ashaiah Vul retiró los paños que envolvían la cabeza del cadáver. El hedor se multiplicó por diez. La cabeza calva estaba partida por la mitad, pero no resquebrajada. No se había roto ni arrancado nada. Sencillamente estaba abierta en dos desde la coronilla al cuello.

En ese mismo instante, Dorian reconoció no solo a la víctima, sino también al asesino. Solo el ka’kari negro podía practicar un corte como ese. Kylar era el responsable. El saco putrefacto de carne era su padre, Garoth. De repente le flojearon las rodillas. Jenine se colocó a su lado, pero no lo tocó ni le asió la mano. Cualquier gesto de consuelo le habría hecho parecer débil ante sus hombres.

—¿Cómo lo habéis conseguido? —preguntó Dorian.

—Santidad —dijo el montañés que tenía un antojo en la mitad izquierda de su cara—, pensamos que querríais el cuerpo de su santidad para la pira. Había un demonio en el castillo. Él hizo esto. El teniente fue con nuestros diez mejores hombres a matarlo. A nosotros nos ordenó que nos lleváramos el cuerpo, santidad. Se suponía que ellos nos alcanzarían luego, pero no fue así.

—¿Cómo ha sido vuestro viaje? De verdad.

Los hombres bajaron la vista al suelo.

—Ha sido muy duro, santidad. Nos asaltaron tres veces. Dos el Sa’kagé y una unos malditos traidores en el paso de Quorig que se habían dado al bandidaje cuando perdimos en la arboleda de Pavvil. Creían que llevábamos un tesoro. Rojo no respira bien desde que saqué las flechas. —Señaló al otro montañés, que no era pelirrojo—. Esperábamos que los vürdmeisters pudieran echarle un vistazo cuando hayáis acabado con nosotros, santidad.

—No eran bandidos. Eran rebeldes. —Dorian dio un paso al frente y puso una mano sobre la cabeza del montañés. Rojo tensó los músculos, receloso. Tenía los pulmones llenos de coágulos de sangre e infecciones. Era asombroso que hubiese sobrevivido tanto tiempo—. Esto es demasiado para un vürdmeister —dijo—. ¿Y tú?

—Estoy bien, santidad.

—¿Qué te pasó en la rodilla?

El hombre se puso blanco.

—Mataron a mi caballo. Me caí con él.

—Venid aquí. Arrodillaos. —Los hombres hincaron la rodilla y Dorian se enfureció ante el derroche de valentía que habían hecho. Si él no hubiera sido un sanador tan experto, uno habría muerto y el otro se habría quedado lisiado, y ¿para qué? Para entregar unos huesos. Aquellos héroes habían realizado grandes sacrificios para nada—. Habéis servido con gran honor y coraje —les dijo—. En los días venideros os recompensaré como corresponde. —Los Sanó a los dos, aunque experimentó una extraña dificultad para usar su Talento.

Hubo un quedo aluvión de imprecaciones estupefactas cuando la magia los barrió y dejó limpios. Rojo tosió una vez y luego respiró hondo. Contemplaron a Dorian sobrecogidos, asustados y confusos, como si no creyeran que salvar sus vidas mereciese el esfuerzo del rey dios en persona.

Dorian los despidió y se volvió hacia su padre.

—Cabrón retorcido, no te mereces una pira. Debería... —Dejó la frase en el aire y frunció el ceño—. Guardián, los reyes dioses siempre dejan órdenes de que se incineren sus cuerpos para que no los usen al levantar kruls, ¿no?

—Sí, santidad —respondió Ashaiah, pero se puso gris.

—¿Cuántas veces se han obedecido esas órdenes?

—Dos —susurró Ashaiah.

—¿Tienes los huesos de todos los reyes dioses de los últimos siete siglos salvo dos? —Dorian no daba crédito a lo que oía.

—Dieciséis ancestros de vuestro linaje fueron usados para levantar arcángules y destruidos con posterioridad. Al resto los tenemos. ¿Deseáis que prepare un cadáver que sustituya a Garoth en su pira, santidad?

Garoth Ursuul no merecía nada mejor por todas las maldades que había cometido, pero negar a su padre un funeral decente diría más sobre Dorian que sobre el difunto.

—Mi padre ya fue bastante monstruoso en vida —dijo—. No lo convertiré en monstruo en la muerte.

Solo cuando partió el menudo guardián Jenine se acercó a darle la mano.

Capítulo 31

—No vamos a volver, ¿verdad? —preguntó Jenine cuando llegó ante el trono del rey dios.

Dorian les hizo un gesto a los guardias para que se fueran. Se puso en pie, caminó hasta ella y le cogió las manos.

—Los pasos están nevados —dijo con dulzura.

—Quiero decir que no vamos a volver nunca, ¿verdad?

Ha dicho “vamos”.
Aquel reconocimiento inconsciente de unidad le provocó un cosquilleo. Señaló con una mano las cadenas de oro de su cargo.

—Me matarían por los crímenes de mi padre.

—¿Me dejarás ir a mí?

—¿Dejarte? —Eso dolía—. No eres mi prisionera, Jenine. Puedes partir cuando desees. —
Jenine
, no Jeni. Esa formalidad se había quedado. A lo mejor ella temía no haber hecho sino cambiar de carcelero—. Pero debo decirte que acaba de llegarme la noticia de que Cenaria está bajo asedio. Los últimos guerreros que lograron sortear Aullavientos vieron un ejército rodeando la ciudad.

—¿Quién?

—Un general ceurí llamado Garuwashi y miles de sa’ceurai. Podría ser que, llegada la primavera...

—¡Tenemos que ir a ayudarles! —exclamó Jenine.

Dorian hizo una pausa, para dejarle pensar. A veces realmente se le notaban los dieciséis años.

—Podría ordenar a mi ejército que intentase cruzar el paso —dijo—. Si tuviesen suerte, el tiempo acompañara y las tribus rebeldes de las montañas no atacasen mientras mis fuerzas estaban diseminadas, tal vez solo perderíamos unos pocos miles. Para cuando llegásemos allí, el asedio probablemente habría terminado. Y si llegáramos a tiempo y nos adueñáramos nosotros de la ciudad, ¿crees que Cenaria nos daría la bienvenida? ¿Los salvadores khalidoranos? No habrán olvidado lo que mis hombres hicieron unos meses atrás. Y mis soldados, que perderán hermanos, padres e hijos en la travesía, o que perdieron amigos en la Nocta Hemata, querrán su botín de guerra.

—Si prohibiese el saqueo y el asesinato, quizá me obedecerían, pero sembraría dudas sobre mí. Doscientos de mis vürdmeisters, que son más de la mitad, han desaparecido. Todavía no controlo a las Manos del rey dios, que son las únicas personas capaces de decirme adónde han ido esos vürdmeisters o quién los dirige. Garoth Ursuul tenía otros infantes de los que aún no sabemos nada. Podría vérmelas con una guerra civil en primavera. Así pues, si llegáramos a eso, ¿a quién crees que seguirán los vürdmeisters? ¿A Khali, que les confiere su poder, o al infante que fue un traidor? —La angustia y la impotencia ya habían ahondado la arruga entre las cejas de Jenine, pero Dorian no había terminado—. Y, poniendo que me sigan a mí, ¿qué dirá tu gente? Han instaurado a una nueva reina, Terah de Graesin.

—¿Terah? —Jenine no daba crédito a lo que oía.

—¿La gente verá con buenos ojos el regreso de la joven Jenine con un ejército khalidorano? ¿O dirán que eres una marioneta, tan joven que te estoy manipulando, quizá sin que lo sepas? ¿Entregará su poder la reina Graesin?

Jenine parecía enferma.

—Creía... Creía que iba a ser fácil una vez que ganásemos. Porque hemos ganado, ¿no?

Era una buena pregunta. Quizá la única que importaba.

—Hemos ganado —dijo Dorian al cabo de un buen rato—. Pero la victoria nos ha costado un precio. No puedo volver nunca al sur. Todos mis amigos aparte de ti están en el sur. Verán mi reinado como una traición. —Eso le hizo pensar en Solon. ¿Habría siquiera salido con vida de Aullavientos? Le dolía pensarlo—. Si quieres reivindicar tu derecho al trono de Cenaria, puedo entregártelo, pero eso también te pasaría factura a ti.

—El precio sería que todo el mundo habría visto que un rey dios te había entregado el trono. ¿Crees que estás preparada para gobernar? ¿Sin ayuda? A los dieciséis años, ¿sabes cómo escoger consejeros, cómo saber si el tesorero está desfalcando o cómo tratar a unos generales que te verán como una cría? ¿Tienes un plan para ocuparte del Sa’kagé? ¿Sabes por qué terminaron las dos últimas guerras ceuríes y qué obligaciones tienes para con tus vecinos? ¿Un plan para enfrentarte a los lae’knaught que ocupan tus tierras orientales? Si no tienes todo eso cubierto, necesitarás ayuda. Si aceptas ayuda, todos verán que aceptas ayuda. Si no, cometerás errores. Si confías en las personas equivocadas, te traicionarán. Si no confías en las personas adecuadas, no tendrás a nadie que te proteja de tus enemigos. El magnicidio tiene en tu reino una historia tan larga como las matanzas en el mío. ¿Tienes idea de con quién y cuándo te casarás? ¿Planeas conceder el gobierno a tu nuevo marido, compartirlo o quedártelo?

—Tengo respuestas para algunas de esas preguntas, y conozco gente en la que puedo confiar...

—No lo dudo...

—Pero no había pensado en todo eso. —Se quedó muy callada—. No estoy preparada.

—Tengo... una alternativa —dijo Dorian.

El corazón le latía desbocado. Quería usar el vir. En su antigua vida, antes de que el Dios lo encontrase, había aprendido un hechizo para seducir a las mujeres. Podría usarlo en ese momento, solo un poco, solo para ayudar a Jenine a superar su miedo y su decepción y para que lo viera como un hombre. No le obligaría a hacer nada que no quisiera hacer.

Aplastó el impulso.
Así, no.
Si Jenine no lo escogía a él libremente, todo era para nada.

—Quédate —dijo—. Sé mi reina. Te quiero, Jenine. Eres el motivo por el que vine a Khalidor. Este trono no significa nada para mí sin ti. Te quiero y siempre te querré. Una reina es lo que eres, es para lo que estás hecha, y aquí hay trabajo para ti. Mis antepasados no han tenido reinas: tuvieron prendas, harenes, juguetes. El pueblo de Khalidor no es peor que cualquier otro, pero esta cultura está enferma. En un tiempo creí que podía escapar. Ahora veo que eso no basta. He encontrado la obra de mi vida: cambiar la reverencia al poder por la reverencia a la vida. No tienes ni idea de lo que lograrás con tu mera presencia. Nuestro matrimonio redefinirá la institución para el país entero. Eso no es baladí, y aportará no poca felicidad a las mujeres del país, y también a los hombres.

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